Esperando a Godot
Beckett
Fin de partida
En el fondo, si no me sintiera morir, me podría creer ya muerto.
Beckett
Cuando pienso en Samuel Beckett (Dublín 1.906-París 1.989), me viene inmediatamente a la memoria el nombre y la figura (palabra e imagen) de James Joyce (Dublín 1.882-1.941) Recuerdo la intensa miopía de Joyce y los lentes estilo “culo de botella” que usaba para intentar salvaguardar el resto de la visión que le quedaba. Conocí a Beckett como secretario y amigo íntimo de Joyce, además de que eran paisanos. Pero resulta que Beckett fue un escritor, en especial de obras de teatro que fue consagrado con el Nobel de literatura en 1.969. ¡Qué extraño!, - pensé. A Joyce nunca le otorgaron tan prestigioso premio.
Me detengo un instante. Reflexiono. Tal vez fue una cuestión de tiempo ya que Joyce murió, un tanto prematuramente, en 1.941, en Zurich, de una hemorragia gastrointestinal. Evoco que cuando leí una biografía de él, hace ya unos años, pensé que había sido una lástima. Hoy en día, morir de una hemorragia gastrointestinal no es tan frecuente.
Leí “Esperando a Godot”, obra publicada, por vez primera, en 1.952. Recuerdo que la representaron en el colegio de mi hija mayor y ella me dijo que, sus compañeros lo habían hecho muy bien.
“Esperando a Godot” es una especie de oda a lo absurdo de la vida, a lo tragicómica que ésta puede ser, a lo terrible del aburrimiento pero también al mantenimiento de la esperanza en la llegada de alguien. Tienen fe. Esperan, creen en algo o alguien a quien no ven. Finalmente, Godot nunca aparece en la obra y puede ser cualquiera o nadie, a su vez. Vladimir (Didi) y Estragon (Gogo) parecen ser dos indigentes que esperan a quien no conocen. Gogo tiene una especial falta de memoria y es Didi quien siempre está recordándole las experiencias vividas juntos. Se topan con dos personajes que representan las figuras del amo y del esclavo y viceversa. Pozzo y Lucky. Pozzo, el amo todopoderoso y, Lucky, el esclavo, aparentemente cretino que, baila (sólo se mueve en forma lineal, en realidad) y piensa irracional y desordenadamente. Luego Pozzo se queda ciego y Lucky se venga con el arma de la indiferencia impregnada por su déficit mental y su “alma animal” humana.
No he leído la biografía de Beckett y, en verdad, poco me interesa y, estoy segura que éste desinterés, le parecería muy adecuado a Beckett. No se trata de banalizar a este autor pues, él mismo se significa en esa banalización, esa simpleza extraordinaria patentizada en escritura y vida – lo que sé de refilón - tan singular. Quién sabe si se trata de que Beckett fuera un excéntrico perdido.
En una carta que Beckett escribe en París, en 1.952 y dirigida a Michel Polac dice: “No sé más sobre ésta obra que cualquiera que se las haya arreglado para leerla con atención. No sé con qué ánimo la escribí. No sé más acerca de los personajes que lo que ellos mismos dicen, hacen y les ocurre…Estragon, Vladimir, Pozzo y Lucky, su tiempo y espacio: si me las arreglé para familiarizarme ligeramente con ellos fue sólo porque pude mantenerme lejos de la necesidad de comprender. Tal vez a ti puedan darte respuestas. Déjalos arreglárselas por si mismos. Sin mí. Ellos y yo hemos terminado.”
¿Qué pensar de ésta disertación de Beckett sobre su obra más famosa, puesta en escena en innumerables oportunidades? ¿Qué era lo que no quería o le resultaba indiferente comprender? Es como cuando se arroja una moneda al mar, ante la presencia de jóvenes pobres que se tiran al agua a buscarla como si en ellos se les fuera la vida pero, quien la tiró, no le importa un pito si alguno la alcanza, si se ahoga en el fondo del mar o si alguno la tomó y ello le sirvió para llevarse un pedazo de pan a la boca ese día.
En otra carta, fechada el 10 de abril de 1.956 y dirigida a un tal Mr. Smith, Beckett le dice: “Temo que soy totalmente incapaz de sentarme a escribir una “explicación” de la obra…El problema con la mayoría de los comentaristas es que por ver los árboles dejan de ver el bosque. Inténtelo y vea las cosas primordialmente en su simplicidad…No es una obra simbólica, en ningún sentido…No necesariamente es el autor quien está en lo correcto.”
Creo que estas dos cartas, además de “Esperando a Godot” dicen mucho de la personalidad, de la actitud ante la vida y ante la misma literatura que tenía el irlandés quien optó por la lengua francesa para su escritura.
Probablemente, el corolario final de “Esperando a Godot” es que la vida es una espera prolongada y que tal terrible espera es ineluctablemente inevitable.
Imagino que alguien le pregunte, muy filosóficamente a Beckett: ¿Y qué es lo que está al final de esa espera? Beckett responde: la concepción de la muerte es problema de cada quien. Ni siquiera sé, si el final de la vida es la muerte y, por otra parte, no me interesa saberlo.
Además de “Esperando a Godot” leo “Fin de partida” terminada en 1.956. Es una obra que se inscribe, estructuralmente hablando, en la anterior. Cuatro personajes con una vida miserable. Hamm ciego y paralítico, siempre quiere estar en el centro del espacio físico donde habita o, mejor dicho, donde sobrevive. Me pregunto, ¿por qué? ¿Buscando protagonismo a pesar o precisamente por su condición tan infeliz? Superficialmente pareciera el amo pero, tal vez, sea el esclavo mayor y no Clov que le sirve con obstinación aunque mostrando signos evidentes de cansancio, de tolerancia colindando con el fin de la misma. Clov quiere orden, un orden en el que subyace su deseo de muerte: “ – Me gusta el orden. Es mi sueño. Un mundo donde todo estuviera silencioso e inmóvil y cada cosa en su último lugar, bajo el polvo último.”.
Nagg y Nell son los padres de Hamm, ambos mutilados de las piernas en un accidente. Viven, sí, viven en botes de basura. El techo es la tapa y el límite de sus círculos vitales. Nell, la madre, muere pronto y Nagg todavía tiene tiempo para contar un chiste y hacer algunos reclamos al hijo por su trato déspota. Le dice: “después de todo soy tu padre. Es cierto que de no haber sido yo hubiera sido otro… ¿A quién llamabas por la noche cuando eras pequeño y tenías miedo? ¿A tu madre? No. A mí.”
Ciertas frases de la obra, permiten hacer asociaciones, tales como, llorar es signo de vida. Dice Hamm: “El fin está en el principio y sin embargo uno continúa.” ¿Concepto de infinitud?
Aunque Beckett lo niegue, algo nos ha querido decir: circularidad de la vida, imposibilidad de escapar a nuestro sino, simpleza y paradoja, dominar y ser dominado.
Caracas, 14 de agosto de 2011.
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