miércoles, 23 de octubre de 2019

El idiota



“Yo he de creer, por ejemplo, que si una casa se derrumba y nos va a caer encima, nos subyuga el deseo de detenernos, de cerrar los ojos y esperar lo que venga, sea lo que sea…” (pág. 71).


Posiblemente, Crimen y Castigo (1866) sea el libro más leído de Fiódor Dostoiewski  (Rusia, 1821-1881). Hace poco hice una relectura de ella que me aportó una nueva visión sobre este genio de la novela psicológica y filosófica que, sin duda, es Dostoiewski, considerado dentro de los máximos exponentes de la literatura universal.  También releí El Jugador (1866) que expresa, mejor que cualquier texto científico lo que significa una adicción, en este caso, la adicción al juego, planteándose que dicha adicción puede ser superior al amor.

Ojeando en mi biblioteca, en una que tengo en la sala porque la verdad es que tengo libros en todo mi apartamento, me encontré con El Idiota (1869) y, para mi sorpresa, no lo había leído. Lo sé, no tanto porque no recordara su temática sino porque no estaba firmado por mí. Sólo al haber terminado de leer una novela, cuentos, poesía, etc., es que procedo a ponerle mi nombre y el lugar y la fecha cuando lo leí. También puedo escribir algún comentario dependiendo de los efectos que el libro haya dejado en mí.

El Idiota, novela de 665 páginas, consta de cuatro partes. Tiene varios personajes significativos pero su protagonista principal es el príncipe Leo Nikolaiyevich Myshkin, catalogado, en diversos momentos como un idiota.

Mientras leía esta novela y, duramente mucho tiempo no lograba entender por qué lo llamaban así, sencillamente veía a Myshkin como un hombre bueno, decente, comprensivo, gentil que, a pesar de que no era un hombre instruido, era un hombre inteligente con unas posturas acerca de la sociedad rusa, la política, la religión, bien interesante.

Otro aspecto importante es que Myshkin era un hombre en extremo compasivo, tanto que confundía la compasión con el amor, elemento este clave para comprender la novela.

Pero poseer los adjetivos antes mencionados no encajaba en su círculo por lo que, más temprano que tarde, volvía a ser definido como un idiota, como El príncipe idiota, nombre que también se le dio a esta novela.

Se ha dicho que Dostoiewski  era epiléptico, de ser así, éste constituye un rasgo autobiográfico puesto que el príncipe también padecía de epilepsia desde su infancia, habiendo sido sometido a tratamiento en Suiza donde, al final de la novela, acaba siendo recluido sin esperanzas de mejoría.

El idiota cuenta con múltiples personajes: Nastaya Filippovna, la familia Yepanchin,Varya, Ganya, Kolya, Lebedev, Rogozhin, Hipólito, el señor Radomsky y otros. Cada quien, en su momento, juega roles importantes alrededor de la vida del príncipe Myshkin.

Un aspecto bien llamativo es que Dostoiewski, en ciertos instantes, nos habla, es decir, a los lectores para explicarnos su dificultad para narrar ciertos hechos, advirtiéndonos que, por lo tanto, los escribirá tal y como sucedieron. Entonces, nos hallamos con situaciones verdaderamente incomprensibles no pudiendo dejar de pensar que, muchas veces,  así es la vida de las personas.

Otro dato es que, mientras leemos El idiota, nos sorprendemos pensando que estamos viendo y escuchando una obra de teatro.

El idiota es una gran novela. Podría afirmar que supera a Crimen y Castigo.


Escrito y publicado por Libia Kancev.

Bibliografía
Dostoiewski. Fiódor. El idiota. Ediciones Zeus. Barcelona, España. 1966.

jueves, 10 de octubre de 2019

El hombre que amaba a los perros


A Anneris Tovar, por su gentileza…



Nuevamente la gentileza de Anneris Tovar, profesora jubilada de la Universidad Central de Venezuela, me permitió la lectura de una novela. El turno fue para El hombre que amaba a los perros (2009) del escritor Leonardo Padura (La Habana, 1955).

Esta novela es, probablemente, la que ha hecho más famoso a Padura aunque otras protagonizadas por el personaje Mario Conde son, todas, bien interesantes.

El hombre que amaba a los perros me pareció, en un principio, algo enrevesada pero, paso a paso, la lectura se me fue haciendo más clara.

Podríamos decir que el tema central es la historia de vida de Ramón Mercader (España, 1913-Cuba, 1978), espía español, entrenado para asesinar al revolucionario León Trosky (Ucrania, 1879-México, 1940) acto que Mercader lleva a cabo y por el cual estuvo veinte años preso en diversas cárceles mexicanas. Es decir, la novela está basada en un hecho real, no obstante, sabemos que no se trata de una novela histórica sino que sigue siendo literatura, haciéndonos recordar esas controversias de hasta dónde es historia, hasta dónde es literatura, hasta dónde es ficción, hasta dónde es realidad.

A pesar de lo anterior, la novela también nos narra la vida de Trosky, gestor y propulsor de la llamada Revolución bolchevique junto a Lenin (Rusia, 1870-1924). A través de El hombre que amaba a los perros, se nos revela a un hombre de recia personalidad, persistente, luchador, de clarísima inteligencia, con una impresionante capacidad para soportar sufrimientos muy particulares de la vida, como es la muerte de los hijos, algunos de los cuales fueron asesinados.

Recordemos que Trosky y Iósif Stalin (1878-1953) sufrieron graves divergencias políticas. Trosky es expulsado de Rusia y, prácticamente, desde ese instante (o ya antes) su vida estaba sentenciada. Es conocido que Stalin lo manda a matar.

Hay varios aspectos que particularmente me llaman la atención en esta novela. Entre ellos, la fortaleza de Trosky y su cierta capacidad de autocensura en relación a cómo ayudó a liderar una Revolución y ciertos errores cometidos, entre ellos, la muerte de muchísimos soviéticos, la ley impuesta por Lenin sobre el hecho de que el Partido Comunista no podía tener líneas de pensamiento distintas sino que ha debido dejarse libertad de pensamiento tanto para que otros comunistas expusieran otras ideas, así como para que el pueblo ruso pudiera hacerlo.

El comunismo no es más que una utopía, intrínsecamente irrealizable, eso pienso, porque los seres humanos no somos iguales. He dicho, muchas veces que, somos iguales pero somos diferentes.

Otro aspecto interesante, tiene que ver con la vida de Mercader y la relación con su madre, sin la que, tal vez, Ramón Mercader no se hubiera convertido en un asesino. La relación es de carácter amor-odio con un contenido erótico importante. Recordemos los besos que le daba su madre en la comisura de sus labios dejándole siempre un sabor particular. Guardando las distancias, me atrevería a pensar que es como si el complejo de Edipo nunca se hubiese cortado, más aún ante la presencia de un padre maltratador, en especial de la madre.

Otro aspecto insoslayable es la maestría de Padura para dejar plasmada la caída de un ideal que, hasta la fecha, ha demostrado ser, tanto en lo individual como en lo colectivo, muy dañino. Nos referimos al comunismo, en este caso, en Rusia (convertida en la Unión Soviética, para luego dividirse) como en Cuba. Imposible evitar que se nos hiele la sangre al ver, al vivir lo que sucede en Venezuela.

Otro aspecto curioso es la correlación del título que parte de un cuento del escritor norteamericano Raymond Chandler (1888-1959) con el amor que le tenían a los perros tanto Trosky como Mercader.

El hombre que amaba a los perros, una muy buena novela que vale la pena leer.




Escrito y publicado por Libia Kancev.



viernes, 16 de agosto de 2019

Diarios 1984-1989. Sándor Márai



                                                                                                         
A José Moreno Colmenares
      In memoriam






En octubre de 2014, el hombre, que ya contaba con 86 años y que jamás había requerido una hospitalización ni había padecido ninguna enfermedad grave adquirió los Diarios 1984-1989  del escritor húngaro Sándor Márai.

Se trataba de un lector constante, voraz lo que nos llevaba a pensar que tenía una sólida formación intelectual.

Su vida familiar y profesional  siempre fue exitosa. Había trabajado por años en el Banco más importante del país y dirigido la Escuela de Economía de la también muy prestigiosa Universidad Central de Venezuela.

Sabemos que JMC leyó los Diarios.

Anoche terminé de leer Diarios 1984-1989. Desde hace algunos años he conocido la literatura de Márai  y, francamente, me ha gustado mucho, no sólo por las diversas temáticas que aborda sino cómo lo hace.

Como es sabido, Márai tuvo que salir de su país (1948) y exilarse en los E.E.U.U. posterior a la llegada del comunismo en Hungría, donde su obra fue execrada y por ello Márai se convirtió en un desconocido para las generaciones subsiguientes en su país y en todo el mundo y fue en años más recientes que fue dado a conocer.

Los Diarios me llegan a través  de una persona que conocí en el Centro Médico donde trabajo, la profesora universitaria jubilada, AT.  El 16 de marzo de este año su esposo, JMC, falleció. A. me ha prestado casi todos los libros que he leído (y aún leo) del también excelente escritor cubano Leonardo Padura (1955).

Hace seis días, A. me llama para confirmar si he recibido los Diarios y para contarme algo que la ha impactado mucho. Me dice que ella no ha leído los Diarios sino que sólo J lo había hecho. Comenta que, mientras esperaba en la sala de espera –valga la redundancia- del Centro se puso a ojearlos y, para su sorpresa, J había subrayado una serie de párrafos que la llenaron de sorpresa y estupor: todos ellos referente al sentido de la vida y la muerte a partir de la vejez.

JMC. subrayó, en octubre de 2014 lo siguiente:

“Quien sigue en este mundo después de cumplir los ochenta se limita a llevar una existencia vegetativa, no una auténtica vida; a estas edades ya no se vive por algo, simplemente se vive (41).

“A veces el diablo nos susurra al oído. No tenemos que buscarlo muy lejos: está en nosotros” (53).

“Siento una flojedad como la que se experimenta antes de la muerte, cuando uno ya ni protesta. Todavía puedo andar, pero sólo con la ayuda de un bastón. Sin embargo, sigo escribiendo y pensando, aunque también con bastón” (53).

“Me siento enfermo, consumido por un extraño mal –tal vez el cáncer que acabó con mi padre-, aunque seguramente sea sólo la vejez, que me seca por dentro…La muerte comienza cuando empieza a parecerte una contingencia no tan imposible. Durante ochenta y cuatro años no lo he considerado algo probable, y tenía razón” (70).

“No sé si tendré fuerzas, porque después de los ochenta y cinco puede pasar que ‘la sangre se te haga densa, el cerebro se te agote’” (74).

“El hombre siempre es consciente de la muerte, considera que esta forma parte natural del argumento incomprensible y complejo de la existencia., pero sólo de una forma intelectual. Después viene un período en el que uno asume que morirá. No es un sentimiento trágico, sino más bien un sosiego, como lo que se experimenta cuando se llega a comprender un misterio tras muchas cavilaciones” (98).

“Espero que la muerte me alcance antes de quedar ciego del todo. ‘Saltar de los sueños a la muerte’” (104).

“Estoy cansado, ya no rechazo la muerte. No la deseo, pero tampoco la rechazo” (110).

“No tengo planes de suicidio, pero si el envejecimiento, la debilitación, la pérdida de mis capacidades avanzan al mismo ritmo, es bueno saber que podré acabar con ese humillante deterioro en cualquier momento, y no tendré que temer lo peor: terminar en uno de esos vertederos institucionales, en un hospital o una residencia de ancianos” (143).

No sabremos qué lo habrán puesto a pensar estas frases pero, sin duda, algo le hicieron pensar.

La lectura de los Diarios de Márai constituyó, para mí, toda una experiencia de lectura y creo que no pasaría por alto en ninguna persona ya de cierta edad.

Bibliografía.
Márai, Sándor. Diarios 1984-1989. Editorial Salamandra. Barcelona. España. 2008.

Escrito y publicado por Libia Kancev.

martes, 30 de julio de 2019

La literatura de Leonardo Padura Fuentes




Leonardo Padura Fuentes



La lectura, casi en seguidilla de Pasado perfecto (1991), Vientos de cuaresma (1994), Máscaras (1997), Paisaje de otoño (1998), Adiós, Hemingway (2001), La Neblina del ayer (2005), La Novela de mi vida (2002), La Transparencia del tiempo (2018) y Herejes (2013) del escritor cubano Leonardo Padura Fuentes (1955) ha constituido toda una experiencia literaria para mí.

Padura es muy buen  escritor. La frase anterior puede parecer retórica, pero no, no se trata de retórica sino de una verdad insoslayable pues su literatura goza  de inteligencia, coherencia, produce un interés persistente durante toda la lectura y, otro aspecto muy importante, conocimiento que, independientemente del grado ficcional que contienen estas obras, sabemos que hay elementos de realidad que, literalmente,  pueden helarte la sangre (punto del que hablaré más adelante).

Padura ha sido clasificado como un escritor de novela negra y, es cierto, todo lo que he leído de él es novela negra, hasta La Novela de mi vida que, en paralelo, narra la vida del llamado Poeta Nacional de Cuba, el gran José María Heredia y la vida de Fernando Terry, un cubano que optó por exiliarse y que luego regresó a Cuba con el fin de dilucidar ciertos aspectos de su vida que lo atormentaban y buscar la “novela de la vida” de Heredia que no encuentra pero que, simultáneamente sí pues la conocemos a través de esta gran experiencia de lectura.

Es interesante recordar que la novela negra latinoamericana tiene, entre sus características, el hecho de ser una fuente de denuncia y Padura lo hace de una manera que me impresiona como “natural”, lo cual quiere decir que lo que denuncia es imposible de no denunciar porque forma parte de su vida. Padura ha vivido toda su vida en Cuba, aunque España le concedió la nacionalidad española, sin embargo, el también autor de El hombre que amaba a los perros (2009) declaró, en una entrevista, que necesitaba estar en Cuba para poder escribir.

Ahora no puedo afirmar que leí El Hombre que amaba a los perros que, pienso, es la novela que me hizo conocido a Padura. Sé que la compré (cuando se podían comprar libros en Venezuela), de qué trata en general y que la obsequié a un cuñado atraído por la literatura, así que, desde ya pienso en su rescate puesto que mi cuñado se fue a vivir a Madrid y no creo que se la haya llevado.

Como sabemos, Padura es el creador del personaje detectivesco Mario Conde. Se trata de un hombre inteligente, de grandes intuiciones y premoniciones, con un sólido concepto de la amistad, bebedor y fumador empedernido, con un deseo que, hasta las novelas ya mencionadas, no ha podido lograr, como lo es dedicarse a la escritura, (escribir un “relato escuálido y conmovedor”), vivir en una casita frente al mar y pescar.

En la novela Paisaje de otoño, Conde se retira de su trabajo como policía, trabajo ejercido con grandes logros, en las subsiguientes novelas es buscado para ayudar en la resolución de casos como en Adiós, Hemingway, La Neblina del ayer, en La Transparencia del tiempo y en Herejes, es decir que, Conde es un detective por naturaleza y de pronto pienso si esa característica no tiene mucho que ver con el gusto por la lectura y la escritura. Posterior al trabajo policial, Conde se dedica al negocio de  búsqueda y compra- venta de libros.

Hay un tema dentro de las novelas de Padura que es imposible pasar por alto y más dentro de mi condición de venezolana que vive en Venezuela. La escritura de Padura, aparte de los hechos detectivescos medulares que relata, también hace referencia, en muchas ocasiones, a cómo es la vida en Cuba. Entre ellos, señala la cuestión de las dificultades de alimentación del cubano común (sustentado por la llamada tarjeta de alimentación); la decadencia de las casas y edificaciones, el tema de la migración, no sólo de los cubanos que salieron de Cuba con la llegada al poder de Fidel Castro en 1959 sino los que han salido después arriesgando fuertemente sus vidas: la corrupción y, al fin y al cabo del tema del socialismo que, en definitiva, parece ser una gran farsa de vida. Una vida triste…

Padura, hace decir a Conde sobre su pertenencia (y la de sus amigos) a la llamada “generación engañada”. La generación engañada hace referencia a aquella generación de cubanos que no pudieron ser lo que deseaban sino lo que se supone que debían ser según las necesidades del país, obligándolos a responder a una supuesta necesidad histórica.

Muchas de las cosas que narra Conde ya han sucedido en Venezuela. Ojalá podamos, más temprano que tarde escapar de ese destino que la literatura de Padura muestra.
Leonardo Padura ha obtenido diversos premios, entre ellos, el Hammett en dos ocasiones, en 1998 y en el 2006. Dicho premio, es otorgado a la mejor novela policial escrita en español.


Escrito y publicado por Libia Kancev.

Caracas, 29 de julio de 2019