lunes, 30 de enero de 2012

La soledad del poema


Ayer me topé, diría que al azar, con Anagrama (revista del taller literario de la Universidad Simón Bolívar, No. 4). Comencé a ojearla. Algunos poemas saltaron a mi vista, me gustaron. Decidí anotarlos en mi cuaderno pues no estaba en mis planes adquirir la revista. Ignoro por qué el primer pensamiento que se me vino a la mente es que se trataba de poemas abandonados. También prosa abandonada, literatura abandonada. ¿Abandonados por sus autores?, ¿por los lectores?; otra idea fue la de la soledad de los poemas, de la escritura, cuando envejecen en hojas de papel en una revista, en una biblioteca, en una librería... Al final , compré la revista. Les dejo los siguientes poemas:



El último poema                                                                                    
se gestó en una esperanza
nació de un cariño
se propuso ser feliz

Sólo bastaron meses
para crecerle alas                                                                        
multiplicar su andar
En muy poco tiempo
fue adulto seductor

El último poema
murió una noche loca
se le escapó la vida
renunció a la distancia
supo de lo imposible
de tener a su amor.

Chrisdary Ferrer                                                             

                                                                            
La luna se comprime
                                                                 cabalgando en la sombra

                                                                      Calabozo que alucina
                                                                                        la mortuoria noche             
                                                                                       
                                                                                        Inerte
                                                                                        ante la oscuridad
                                                                                         el alma sola.

Lorena Fernández




miedo de ser

Me gustaría arrojarme
                en estas páginas
Ser polvo encrucijado
               de silencios
                    silencios traspasados
por el grito profano
                 de una lágrima

Me gustaría 
             mirar el sol de lunas
             en mis ojos de Noche Clara
Noche prolongada de sueños
                         en un mar triste
                                            de fuegos y cenizas.

Jeffrey Cedeño.



incipit vita nova

Apenas esfera de cristal, sutil espejo,
                                  gota de agua
-lo surgido puro que ansiaba Hölderlin-;
apenas aria, aura, aire;
                                fluyendo
a través de las venas del mundo:
savia diminuta con siglos inscriptos en tu ley,
vienes a posarte en manos ansiosas
                                   por terrenas,
y te extiendes
en el tiempo que por ti se hace palpable.

Eterna sapiencia que se ignora
-esencia de potencialidad reminiscente-,
llenaras de nuevo las cosas con sentido,
otra vez recorrerás los senderos
hacia todo, hacia las voces
de aquellos que te invocaron y te invocan;
recrearás el cosmos del que eres una trama.

Comienza hoy, como siempre, la vida nueva:
la que deviene imperturbable lo que es.
No hay misión. No hay secreto.
Como a todo, te ha tocado en suerte ser,

Y en tus manos está
                                   llegar hasta ti misma.

Luis Miguel Isava




detrás de lo blanco                                                                                                                                                                                                             






Brochazo a brochazo
el poema escrito en la pared
desapareció.

¿Quién sabrá leerlo ahora?

De nuevo, sin darse cuenta,
volvió a ser su original:
un poema escrito desde hace mucho
detrás de lo blanco.

Arturo Gutiérrez Plaza




Caracas, 30 de enero de 2012..

lunes, 23 de enero de 2012

Causarie sentimental




Por Juan Croniqueur (seudónimo de Juan Carlos Mariátegui).



Tú, lector inquieto, que recorres ansioso las columnas de los diarios buscando la nota sensacional ávidamente; tú, lector amable, que los lees regalado y sereno como una distracción de sobremesa; tú, lector práctico, a quien solo atraen las noticias en que se refleja la fiebre de las especulaciones diarias; tú, lector despreocupado, para quien esta revisión ritual de la prensa es un frívolo pasatiempo, te detuviste quizá ante el relato de ese doloroso, de ese triste drama pasional que anteayer pusiera en la grotesca y jocunda bufonada de la crónica de policía una trágica nota de guignol. Y tal vez, tú lector inquieto, tú lector amable, tú lector práctico, tú lector despreocupado, encontraste demasiado vulgar el drama y doblaste la página del diario en busca de otra que dijese algo más interesante, algo más sugestivo, algo que mejor satisficiese tus curiosidades y mejor calmase tu sed de emoción. Es que día a día, solo suspenden el espíritu, solo cautivan la atención, los hechos, las cosas y los crímenes que están tocados de los refinamientos del siglo y en que laten – ¡oh irónica paradoja!– las pulsaciones de la civilización. Madamas Stendhal en cuyos semblantes hay un rictus macabro de sensualidad y de muerte; aventureros rocambolescos en quienes el frac disfraza salpicaduras de sangre; nihilistas neuróticos que urden en la penumbra cómplice de un sótano la fantasía enfermiza de sus rencores y de sus odios.  Se diría una sarcástica aristocracia del delito que tiene la extraña virtud de sugestionar a los hombres y de marearlos con el vértigo de los crímenes en que hay voces de automóviles, rumores de sedas, puñales blandidos por manos enguantadas, hálito voluptuoso de vida mundana.

Romeo y Julieta se pierden en el olvido y en la lápida triste de su recuerdo, el tiempo difumina los nombres y marchita las siemprevivas. Por esto, acaso nada te dijo la intensa, la sentida tragedia que se esconde tras el crimen oscuro que han registrado los diarios en sus crónicas de policía y que en medio de su vulgaridad tiene un sello de dulce aristocracia y de romántico exotismo. Ese delito, ese vulgar delito que es de los que aún se repiten aislada y cada vez más lejanamente, me ha dicho cómo todavía se mata y se muere por amor y cómo el amor que es poesía, que es simiente, que es renovación, que es vida, no pierde del todo en momentos de utilitarismo frío su divino ropaje sentimental y sabe despertar en espíritus ingenuos y sencillos, resoluciones heroicas. La leyenda romántica y caballeresca de edades lontanas tiene un grato, un risueño florecimiento en este pobre suceso callejero. El lirismo de las almas otrora infinito revive fugazmente y es en el yermo desolado de la vida como un lozano brote en tronco añoso y milenario. Y es este el significado amable que el cronista descubre en el rapto pasional que ha sido una noticia nueva en la información diaria de la prensa y un delito más para el lector ávido y curioso. Ya sabéis cómo –y esto es quién sabe lo único que os ha conmovido de veras– los protagonistas del acerbo drama fueron dos adolescentes, dos niños casi. La juventud rimaba en ellos un fragante, un florecido poema de vida y de amor. Miradas acariciadoras, confidencias entrecortadas, besos furtivos, fueron acaso los eslabones en este quebradizo engarce del idilio. Pero se interpuso de pronto entre ellos la primera barrera, el primer tropiezo y poco a poco el destino fue tronchando el idilio, truncando el poema y sembrando en sus espíritus la desesperanza y el desencanto. Ella fue la primera en rendirse ante la imposición de la suerte. Tal vez la apenó un momento, tal vez abrió en su pecho virgen una temprana lacería, pero débil, inconstante, mujer, olvidó por otro la pena y anestesió la temprana lacería. Y poco a poco, un día tras otro, el amor pasó a ser solo un recuerdo. Otros amoríos le sonreían y ella no supo ser indiferente ante su seducción. Casquivana y locuela, el sentimiento de cariño por su galán de otra época fue esfumándose, fue desapareciendo. Una sonrisa, una coquetería, un melindre, brindados con inconsciencia como recompensa a requiebros y galanteos ajenos, fueron otros tantos crueles golpes para él. Y él le dijo tal vez toda la angustia de sus anhelos, toda la creciente intensidad de su pasión. Ella se quedaría muy pensativa, muy triste y hablaría solo para inferir un nuevo dolor al enamorado. No era culpa suya, seguía queriéndolo, lo querría siempre; pero mejor sería que la olvidase, era vano perseguir un imposible. Las palabras de la muchacha, caerían lacerantes, desgarradoras en el alma del mozo. La idea del crimen se arraigó en ese cerebro joven, trastornado por el mal de amor. ¡Oh, el mal misterioso que en las imaginaciones apasionadas siembra terribles locuras, el mal que enciende en los labios anhelantes la fiebre de los besos, el mal que es como una eterna simiente de dolor y de crimen! El criterio razonador y austero de la ciencia lo define enfermedad, y estudia el proceso complicado del delirante desvarío. El fin trágico del pobre amorío, fue inevitable. Él quiso arrebatársela al destino, desposar con la muerte las vírgenes purezas de aquel cuerpo núbil y hacerle a su amor el sacrificio de su vida, de su vida que era inútil, que era triste, que era infecunda desde que la soñada quimera huyó. Lector que me seguiste a través de esta ingenua, de esta plañidera divagación, escrita al margen del drama vulgar y triste, haz la limosna de un recuerdo al truncado idilio, sé un momento romántico, sé un momento sentimental y escribe un epitafio compasivo sobre la tumba de los amantes muertos. Sea un dulce coloquio de elegías el que no lo pudo ser de madrigales…



Un texto de Juan Carlos Mariátegui -1.895-1.930- incluido en Cielo dandi. Escrituras y poéticas de estilo en América Latina, de Juan Pablo Sutherland (comp.).

viernes, 13 de enero de 2012

LAS MASCOTAS LITERARIAS

Hoy no ha concluido pero ha sido extraño.

Reflexiono ahora en cómo los días transcurren, uno tras otro, indolentes.

Advierto sobre cierta escritura barroca, estilo muy discutido aunque no comprendo bien las dudas que genera.

Después de leer y releer a Lezama Lima, se me “pegó” una extraña forma de escribir. Hasta me llegaron a hacer ciertos señalamientos sobre mis "problemas de sintaxis”. En realidad, ello no me perturba. Soy autónoma.

Hace un par de días fui con mi hijo a comprar algunos alimentos cerca del edificio donde vivimos. Siendo sincera, debo decir que desde hace tiempo no voy al supermercado. Ir al supermercado nunca ha sido de mi agrado.

Tenía que comprar varias cosas imprescindibles pero la “lista” la tenía en mi cabeza y mi cabeza no estaba muy ordenada que digamos.

Aparte de los alimentos, sabía que debía adquirir la arena para nuestra gata Ra. El olor característico de sus heces ya era más que notable y su arena se había terminado desde hacía como una semana.

Puedo decir, con precisión,  que a mí los gatos nunca me gustaron. Ra llegó a nuestra casa por empeño de mis hijos al ver a la gata siamesa del edificio, cuyo nombre es Susi, preñada. Así, no me quedó otra que estar pendiente del parto de Susi. Cuando sucedió el hecho tan esperado por mis hijos, tuve que sortear otros inconvenientes. Resulta que la conserje ya le tenía dueños a los cuatro hijos de Susi. Tuve que valerme de mis buenas relaciones con uno de los vigilantes para pedirle que me consiguiera uno y que fuera macho pues, para nada quería verme involucrada en partos y gatunas subsiguientes.

El señor vigilante, se apareció a finales del 2010, con un gatico bebé. Recuerdo ese día a la perfección pues mis hijos estaban más que contentos. Fue mi hijo con su extraño gusto por el tema mitológico quien le puso el nombre. Al poco tiempo, lo llevamos al veterinario para enterarnos que no era macho sino hembra. El nombre de Ra se consideró, implícitamente, inmodificable.

Ya me he acostumbrado a Ra. Hasta me sorprendo acariándola. Por otra parte, es fiel escucha pues en mis jornadas de lecturas nocturnas, que acostumbro a hacer en voz alta, Ra se ubica muy cómoda en el escritorio y si no me escucha parece hacerlo. Hasta ha sido protagonista de unos cuantos poemas. Si es que son poemas. Digo esto porque una vez escribí uno donde adjetivaba al cielo como de color verde. Escuché rumores y críticas agrias con respecto a eso. Es increíble la falta de imaginación y de tolerancia de algunas personas. Creo que el cielo será verde si así lo queremos.

Después de esta digresión, continuo.

Entonces, mi hijo y yo, nos dirigimos primero al abasto más cercano pero por razones poco claras, seguimos de largo y de pronto, entramos a la tienda donde venden  pájaros y pececillos, alimentos y otros artículos de uso animal. Buscamos la arena pero, súbitamente, la arena pasó a un segundo lugar y me hallé frente al gran recipiente donde tenían a esos animalitos usados muchas veces en experimentación: los hámsteres. Había muchos recién nacidos y otros más grandecitos.

Abstraída, me quedé observándolos y le dije a la vendedora que me llevaría uno, que fuera un macho.

¿Cuál quiere? –dijo la joven un tanto fastidiada.

No sé –respondí yo. A ver, a ver…- ¿¡éste será macho!?  Le señalaba a uno de color crema, que lucía bastante activo. Efectivamente resultó ser macho.

Mi hijo, por otro lado, me miraba incrédulo. ¿Qué haces mamá? –agregó molesto.

Le compro un hámster a tú hermana –respondí yo súper tranquila. Mi hijo insistió en que era una locura, que sería un bocado para Ra, etc., etc.

Aparte del hámster, compré una jaula y comida y salimos de la tienda. No sé por qué me sentía contenta. Es de hacer notar que, además de la arena no compramos más nada en ese instante. Al llegar a casa, la reacción de mi hija mayor fue similar a la de mi hijo. Mañi, la menor, sí estaba contenta, oyendo risueña los comentarios de sus hermanos.

Mañi no perdió tiempo para ponerle nombre: se llamará Cosmo. En privado, Mañi me dijo: -mira mamá, mis hermanos tienen razón, es obvio que Ra se lo puede comer, es obvio.

Por algunos minutos me quedé desconcertada, viendo al hámster. Su recepción no había sido muy positiva. Bueno…en realidad, dos “contra” dos. Tablas.  Lo cierto es que Cosmo ha resultado una mascota de lo más interesante. Activo, vivaz, equilibrista, muchas veces fallido, pero equilibrista. 

Hasta ahora, la única que se ha ocupado de Cosmo he sido yo. Para mis hijos, Ra sigue siendo la reina indiscutible.

Para el poco tiempo en que nos conocemos, Cosmo y yo  hemos conversado bastante. La conversa más seria fue cuando lo vi levantando la puerta de la jaula. De inmediato busque un clip, lo abrí y lo utilicé para ajustar la puerta. Hay que mencionar que para el instante en que Cosmo se esforzaba en la maniobra, Ra se hallaba casi enfrente de la jaula, en actitud de acecho. Definitivamente era “obvio” que Ra se podía comer a Cosmo.

Ahora mismo, miro a Cosmo en su jaula. Gira  afanado en su rueda. Resulta palmario que no se marea. Le hablo. También le leo. Escojo, al azar, este poema de Anna Ajmátova:



En realidad



Y se marcha el tiempo, y se va el espacio,

Una noche blanca me lo ha revelado todo:

Y el narciso en el cristal sobre tu mesa,

 y el humo azul del cigarrillo,

Y aquel espejo, donde podrías reflejarte ahora

como en el agua limpia,

Y se marcha el tiempo y se va el espacio…

Pero ni tú puedes ayudarme.

(1.946)




Caracas, 13 de enero de 2012. 

sábado, 7 de enero de 2012

LA FUNCIÓN EPISTOLAR



A mi amiga Elena Ruiz, esté donde esté.









Querida Elena:

Hoy me siento más sola que ayer. Experimenté una enorme necesidad de leer tus poemas de mujer enamorada. Te vi en una fotografía de hace un año. Lucías fantástica y sentí como si estabas a mi lado y dejé de estar sola. Quizá mañana pueda también ofrecer mis ojos, mi soledad, mi obstinación a alguien que será una solitaria como yo, o tal vez más aún como fuiste tú. 

No sé para qué escribías  poemas. Bueno…sí lo sé…me lo explicaste tantas veces, al igual que cuando dijiste que eras como un mirlo apoyado en una sola pata.

Si yo escribo, es ante todo, para realizarme en el más alto sentido ético-religioso. No es para llenar una página u otra…no te molestes. Siempre afirmabas que tus sin sentidos estaban plagados de sentido.

Si escribo es para transmitir a otra persona este momento, una especie de parada dinámica cosmológica en el poeta que capta. Tú que eras una poeta, ¿cuántas veces a lo largo de tú vida debes haber vivido instantes como éste? ¿No es cierto?

Decías que detestabas la naturaleza ¿era verdad? Pues yo he sentido hoy esa trascendencia a través de la naturaleza, en la noche, en el amor. ¿Cómo podías sentir rabia hacia la naturaleza? ¿No creías que la poesía, la escritura, era el resultado de dos polaridades que constituyen la dinámica de la vida humana? 

Estabas tan profundamente unida a la vida, a la poesía, a los sentimientos sublimes que el vuelo en el aspecto de la horizontalidad era tú medida.

A mí la naturaleza me alimentó, me equilibró de forma casi panteística. Pero con el paso del tiempo, en otra crisis, no prosperó y apareció el vacío-pleno, tomé consciencia de la realidad metafísica, el problema existencial, la forma y el contenido (espacio pleno que solamente es real en función directa con la existencia de esta forma…)

Siempre creíste en el Hombre. Hiciste incluso más: en un sueño utópico, estupendo, pensaste en épocas venideras, en que la propia vida construida sería una realidad poética…

Tal vez eso te haya salvado de tú propia soledad pero no alcanzó. Pero yo, amiga mía, no sueño, porque no creo (la vida no es sueño como dijo Calderón). No por exceso de realismo, para mí el colectivo sólo existe en la razón de este desorden de orden práctico y social. Si el Hombre es incapaz de sentir cuán importante es ese desarrollo interior –hablemos de una forma que nace con la persona como un puño cerrado que va abriéndose en el inicio con el propio nacimiento- entonces jamás podrá alcanzar su plenitud como la rosa que se abre dentro de su propio tiempo y  se marcha amorosamente realizada, inteligente y feliz… 

Estés donde estés, te contaré un secreto: a veces me siento muy desesperada, porque cuando me planteo este problema, la soledad, el frío, el miedo, me envuelven en sus brazos e intentan cerrar este nuevo tiempo que brota en mi interior, aplastando pétalos frescos y delicados que tardarán algún tiempo en abrirse, igual que se abre un ojo cerrado después de haber recibido un puñetazo.

Si estuvieras aquí, tú fuerza me serviría como un trozo de hielo que se coloca en este ojo sufriente para que pueda volver a ver lo antes posible y pueda afrontar esa realidad en ocasiones insoportable: “el escritor es un ser solitario”. Siempre lo fuiste. No importaron los hijos ni el amor, ya que afirmabas que en el interior vivíamos solos... Él nace dentro de él, parto difícil en cada minuto, está solo, irremediablemente solo. Tal vez tú serías la lluvia que moja la flor que ha nacido en la arena o en el asfalto, según prefieras, pues es ciudad y no naturaleza.

Hasta cierto punto, tú hoy estás más viva para mí que todas las personas que me comprenden ¿Sabes por qué? Mira si tengo o no razón Tú ya conoces ese mundo de la medicina, ya sabes el esfuerzo que he hecho por seguir practicándola con pasión innata. Tú eras anestesióloga Elena. ¿Te acuerdas todas aquellas guardias? ¿Aquellos amaneceres donde nos poníamos a recitar lo que viniera al vuelo de la vida o de la muerte?  Según mi opinión, cuando formamos aquel grupo había una identificación profunda. Era la toma de consciencia de un tiempo, espacio, realidad nueva, de lucha por la vida, también de expresión universal ya que abarcaba la poesía, la novela, el teatro, nuestras manos, nuestra inteligencia, la pasión impulsadora que no necesitaba de motores pues se renovaba por generación espontánea.

Éramos "Los raros". ¡Nos llamaron como el título de uno de los libros de Darío!

Hoy, en realidad mucho tiempo atrás, la mayoría se olvidó de esta afinidad (su aspecto más importante) y quisieron imprimirle un sentido menor, prefirieron que creciera carente de esa identidad para mí imprescindible, en un intento de dar continuidad  superficial a este grupo. El tiempo, gran escultor –como el título del libro de Marguerite Yourcenar -gritabas como si fuera un descubrimiento sanador. Yo agregaba: el tiempo, gran innovador, también gran destructor.

Ahora amiga, mi idea es marcharme de allí. Dime con toda franqueza, mejor dame una señal pues quiero continuar fiel a mi convicción, respetándome a mi misma aunque más sola que ayer y que hoy estaré mañana, ya que las personas que un día se aproximaron se alejan desorientadas sin enfrentarse a la dureza de estar sólo en un único pensamiento, sin preservar el mayor sentido ético, el de morir mañana sola pero fiel a una idea. Dime amiga; es duro, es terrible porque implica alejarme sin distanciarme realmente, porque todo se ha fragmentado…




Caracas, 6 de enero de 2012.

martes, 3 de enero de 2012

Sputnik, mi amor

A Ruth Hernández
quien dijo gustarle Murakami





No sé si el escritor japonés, Haruki Murakami (12 /1/1.949),  es merecedor o no del premio Nobel de Literatura, tampoco si es merecedor de cualquier otro premio pero, yo sé los concedo sin resquemores. A mí me gusta la literatura de Murakami. Eso, sin duda.

Mi amigo y compadre, Gonzalo Nuñez –residenciado en Ciudad de México- fue quien me lo presentó hace ya unos cuantos años a través de su grueso Kafka en la orilla (2005). Evoco que, lo leí con calma y hube de decir que los claros elementos ficcionales o surrealistas que contenía no me sabían bien, aún así, me identifiqué con Nakata, su protagonista.

Recuerdo una vez en que Ruth escribió que yo era medio Nakata. Nunca sabrá lo acertada que estuvo.

Luego, siguieron otras novelas  y cuentos: Tokio blues (2000),  Crónica del  pájaro que le da cuerda al mundo (1.997), Sauce ciego, mujer dormida (1.996). Ahora quiero referirme a Sputnik, mi amor (1.999). Anoche la terminé de leer y, me ha dejado muchas cosas por dentro.

Sputnik, mi amor, es relatada por un narrador-protagonista, en primera persona cuyo nombre jamás es mencionado. Cuenta la historia de Sumire, de 22 años. Sencilla, particular, con grandes deseos de ser novelista. Ellos tienen una buena amistad, basada en el diálogo amable, sincero pero, ocurre algo….

Sumire se enamora, es la primera vez, de Myû, una mujer casada, diecisiete años mayor que ella y dedicada al negocio de los vinos. Myû había estudiado música en Francia pero, circunstancias inicialmente desconocidas, le llevan a dejar la música.

El amor de Sumire por Myû es “…un amor violento como un tornado que barre en línea recta una vasta llanura. Un amor que lo derribó todo a su paso, que lo succionó todo hacia el cielo en su torbellino, que lo descuartizó todo en un arranque de locura, que lo machacó todo por completo. Y, sin que su furia amainara un ápice, barrió el océano, arrasó sin misericordia las ruinas…Fue un amor glorioso, monumental.”

Éstas son las palabras de las que Murakami se vale para expresar, para significar ese amor: potentes, hermosas, ¿verdad?

Es de resaltar que nuestro narrador se enamora de Sumire pero entiende que no debe decirle nada pues sabe de su amor por otra persona. Él ha sido su confidente.


Por circunstancias de la vida, Myû le ofrece trabajo a Sumire y ella acepta.  Así, emprenden un viaje de negocios y van a Italia, a Francia, de nuevo a Italia. Myû decide que tomen unas pequeñas vacaciones en una isla griega cercana a la de Rodas. Allí la pasan muy bien. Visitan una playa solitaria donde se bañan desnudas.

Para esos momentos, Sumire no se había atrevido a   expresarle a Myû sus sentimientos pero cada día que transcurría se le hacía más difícil ocultarlos. Sumire mostraba interés por la vida de Myû. Se había percatado en la isla que tenía el pelo bastante blanco y que se lo teñía y  le preguntó el por qué. Con dificultad Myû le narró que un día, varios años atrás y, repentinamente, el cabello se le puso completamente blanco y por eso se lo pintaba. Sumire  insistió en que le contara qué le había sucedido.
Myû le cuenta una experiencia que había tenido a los 25 años, estando en una pequeña ciudad de Suiza cerca de la frontera francesa. Ella estudiaba en París y va a Suiza por unos negocios de su padre. Decide quedarse algo más de lo planeado y aprovechar una serie de conciertos. Desde el apartamento donde vivía podía ver un parque de atracciones, llamándole la atención una noria. Un día salió a cenar y, cuando se percató estaba en el parque, quiso subir a la noria y resulta que quedó encerrada allí toda una noche. Estando en lo alto de la noria pudo divisar su apartamento: vio a un hombre desnudo a quien había conocido días antes pero que no llamó su atención. Por otra parte, se vio a  sí  misma, manteniendo relaciones sexuales con este hombre. Era como si tuviese un  yo doble. La experiencia le resultó muy traumática. Al día siguiente la encontraron y la llevaron a un hospital. Cuando pudo verse en un espejo su cabello estaba totalmente blanco.

Myû agregó que desde ese día había perdido todo deseo sexual y se sentía incapacitada para tocar el piano que constituía,  para la fecha, su gran pasión.

Otra noche, Sumire intenta acercársele a Myû. Va a su cuarto. Quiere tocarla, hacer el amor pero, Myû, que no comprende lo que ocurre, la rechaza con sutileza. Ese día Sumire desaparece para no volver nunca más.

Myû llama a nuestro narrador. Le pide que vaya a la isla griega. El narrador viaja de Tokio a Ámsterdam. De allí hacia Atenas, luego a Rodas y por barco hasta la isla donde estaban Sumire y Myû. Ésta le cuenta que Sumire había desaparecido. Nunca la encontraron.

Poco antes de finalizar Sputnik, mi amor, el narrador tiene esta reflexión que, en lo personal, me llega al corazón:
“Ya ves, continuamos viviendo, cada uno a su manera, incluso ahora, pensé. Por profunda y fatal que sea la pérdida, por importante que sea lo que nos han arrancado de las manos, aunque nos hayamos convertido en alguien completamente distinto y sólo conservemos, de lo que antes éramos, una fina capa de piel, a pesar de todo, podemos continuar viviendo, así, en silencio. Podemos alargar la mano e ir tirando del hilo de los días que nos han destinado, ir dejándolos luego atrás. En forma de trabajo rutinario, el trabajo de todos los días…, haciendo, según cómo, una buena actuación. Al pensarlo, me sentí horriblemente vacío.”

Al final de la historia, el narrador tiene una especie de alucinación auditiva, en la cual habla con Sumire como en sus primeros tiempos pero, es sólo una ilusión.


Caracas, 3 de enero de 2012.