miércoles, 31 de agosto de 2011

LA CUENTÍSTICA DE JOSÉ LEZAMA LIMA -2-

Como dijimos en la entrada anterior, poca atención se ha dado a los cuentos de Lezama Lima que escribe entre 1.936 y 1.946, año éste en que comienza a formular sistemáticamente su Sistema Poético. Ese sistema requiere no sólo de la poesía, sino del procedimiento narrativo para su expresión última. Éstos cuentos, particulares, rudos y, sin duda, provocativos por su continua sucesión de enigmas son parte de esa narrativa que tiene como cénit a  Paradiso y a Oppiano Licario (ésta ultima inacabada). La frase "sólo lo difícil es estimulante", dicha por Lezama, es toda una realidad en su literatura y sólo los cuentos son buena muestra de ello.
                                                                                    


           "La imagen es para mí la vida"




             


EL PAÑO MORADO. Publicado por primera vez en Espuela de Plata (febrero de 1.941)


Este relato se desarrolla en el palacio de un Monseñor que había fallecido recientemente. Se habla de la tristeza que lo impregnaba. Por demás,  siempre había sido un palacio melancólico. Se menciona los paños morados “…de una prolongada tristeza…” colgados en los largos patios de las cámaras del palacio. Pero hay un patio central, cuadrado, que destaca. Las paredes son muy húmedas y por ellas discurren lagartijas. En una esquina está un loro sobre unos palos cruzados . Tiene un hermoso plumaje que cuando los rayos del sol incidían  sobre él producía un vicioso deslumbramiento.


Lezama menciona los tipos de pisadas de los sacerdotes que pasaban por  el patio: unas lentas y otras, en ocasiones, rápidas. Las mismas tendrían relación con ciertos pensamientos “…como el desenvolvimiento de la figura en el tiempo”. Si el paso era lento, el pensamiento era espeso, difícil de penetrar, de analizar y poseedor de una continuidad inalterable. Si se trataba de un paso ligero, el pensamiento se paralizaba y buscaba apoyarse en los objetos o sólo los roza y, a veces únicamente con la mirada. Si la figura, el objeto, se mueve, una mirada será insuficiente para congelarlas en su carrera: “¿Una mirada es insuficiente para congelarlos en su carrera? No es la mirada enteramente lineal la que los detiene…”


Había un grupo de muchachos que entraban, a escondidas, al patio. Exclamaban: “Las alondras del obispo”. Se ponían a conversar y a veces les pedían un favor como traer agua con limón o comprar hilo morado. No obstante, ellos sabían que su visita no era deseada y se mantenían alerta.


En el patio, habían tres misterios muy atractivos: a.- el eco, peligrosa divinidad; b.- el loro y c.- una jaula con alondras (que habían pertenecido al Monseñor). Dicha jaula estaba ubicada en frente del fulgor que lanzaba el plumaje del loro. Por las tardes, un hombre gordo, abría la jaula de las alondras y sólo salían las más jóvenes. La más joven de todas, tenía un lazo amarillo en su pata para diferenciarla de las otras  y se acercaba al loro. Era toda una fiesta ver lo que ocurría en el instante en que “…el sol se subdividía en tal forma que parecía como si los dos animales, uno al lado del otro, rodeados por un halo de agua tornasol, soltasen diminutas fuentes…” donde  la maravilla no era la ascensión del agua sino la de los peces ocultos dentro de ella.


A veces, el loro se metía en la jaula de las alondras, ubicándose en su centro reconcentrando todo su color y las alondras su canto indiferente.


Un día un grupo de muchachos entró al patio. El portero (tenía más de 20 años en ese cargo) y que  intuimos es ya anciano, los vio. Este hombre era el intermediario entre la pasividad del palacio y la movilidad de la calle. Era un gran conocedor del barrio: “Conocía su barrio como Champollion un papiro egipcio.” Se refiere Lezama aquí a Jean-François Champollion (1.790-1.832), filólogo y egiptólogo francés que descifró los jeroglíficos egipcios.


A veces salía al café de la esquina. Era lento y silencioso y, con frecuencia nadie sabía dónde estaba. También era amante de los secretos. ¿Era el mismo hombre gordo que abría la jaula de las alondras?
Lo cierto era que los muchachos que acababan de entrar al patio llevaban un anillo de hierro y le habían amarrado un pedazo de vidrio morado que encontraron en el piso. El portero intuyó algo extraño como el día que leyeron el testamento del Monseñor y éste le había dejado un chapín o unas flores de oro , que él sabía que no lo eran. Usualmente los muchachos llegaban hasta determinado punto del patio, ese día no. Uno de ellos era bizco y el otro tenía algo raro en su voz. Al principio miraron al vigilante de reojo, luego, siguieron adelante y procedieron a amarrarle las patas al loro con una cuerda de lino donde pendía el aro de hierro. El loro intentaba zafarse y a veces agarraba el aro con sus patas. Iba perdiendo sus plumas.

Mientras lo anterior ocurría, el portero (que si parece ser el que les abría la jaula a las alondras) evocaba al Monseñor. “Al pasar por su lado, él se curvaba radicalmente. Monseñor, con voz semiapagada, le decía Puedes ir. Esas palabras lo impulsaban…”. En realidad esa frase lo colmaba y entonces, se iba con tranquilidad al café. Reflexionaba también el hombre que ya esos momentos no volverían. Ese colmar llegaba a su punto máximo cuando coincidía con la entrada del loro a la jaula de las alondras.


A pesar de que el portero sabía de la entrada de los muchachos, salió al café y al poco tiempo se dio cuenta que venía un río de agua. Una inundación. Quiero decir que hasta aquí no había captado que estuviese lloviendo pues la humedad no lo implicaba directamente. Una relectura me lleva a citar desde casi los inicios del cuento: “…una tristeza fuerte e invasora pesaba no como una sombra, sino como el crepúsculo que va quemando sus diminutos címbalos, sus últimas llamas ante la invasión de la lluvia tenaz.”  Es la única vez que se hace referencia a la lluvia y Lezama lo hace usando en parte un símil y en parte una metáfora.


El hombre se desplomó y unos muchachos lo llevaron hacia la puerta del patio del palacio. Murió. Sólo le encontraron una manta vieja. En el ínterin, la cotorra seguía haciendo esfuerzos por zafarse del aro sin ningún éxito, perdía más y más plumas y, con ello su antiguo colorido. Una de sus patas ya estaba cianótica. Al final, decide pasar el aro por su cabeza hasta su cuello y muere: “Pensaba que su cuello estaba hecho para el anillo…”


Por cierto, Lezama parece confundir el loro con una cotorra que no es lo mismo. Ello también ocurre con otros animales en sus otros cuentos. 

                             



                     







PARA UN FINAL PRESTO. Publicado por primera vez en Literatura, 1.944


Este cuento se inicia narrando la existencia de una secta llamada El secuestro del tamboril de la luna menguante. Estaba formada por 333 jóvenes en edades comprendidas entre los 15 y 20 años. Al parecer, los padres (atenienses) que mandaban a sus hijos a la misma sólo querían ahorrarse el gasto de tener que pagarles su recreación y, por otra parte, que sus hijos disfrutaran de situaciones exóticas. La secta era dirigida por un tal Galópanes de Numidia. En apariencia, la motivación para que Galópanes la creara fue el hecho de que cuando el rey Kuk Lak enviaba gente a la muerte por conspiración o por las razones que fuese, éstos se mostraban muy reacios y se oponían. Así, Galópanes quería evitarle esa molestia al rey. Ahora bien, el fin de la secta era que los jóvenes se prepararan para la muerte sin aspavientos, ni quejas de mal gusto pues la experiencia debía concluir con el suicidio colectivo.


La forma de morir de estos jóvenes era lanzándose a un cuadrado de fuego ardiente, -como lo harían al lanzarse a  una piscina- situada en un cuadrado de la plaza pública. Lezama compara la actitud dócil de los jóvenes, como quien acude a una cita deseada, con el cuadro de San Mauricio pintado por El Greco (Doménikos Theotokópoulos, 1.541-1614) y, agrega: “se espera la muerte, no se va hacia la muerte, no se prolonga el paseo hasta la muerte”


Mientras se da inicio al suicidio, los últimos jóvenes seguían con sus lecciones en el jardín donde se reunían.
Cerca de esos jardines, en un sótano, se reunían unos conservadores chinos y unos falsificadores de diamantes de Glasgow que, en realidad, no eran ni una cosa ni la otra. Constituían una sociedad secreta denominada El arcoíris ametrallado y su único objetivo era apoderarse del rey para que el hijo de Galópanes, quien exhibía una nariz leonina de leproso, que lo ayudaba en su capacidad para causar temor, ocupara el trono, mientras Galópanes se iba con su querida a pasar un verano en las arenas de Long Beach


La policía vigilaba de cerca a El arcoíris ametrallado pero sufrirían un gran error, lo cual llevaría a que, al final se formara: un grupo escultórico; que se diera una Muerte fuera de toda causalidad y que se suplantara a un rey.


Llegó el día de los suicidios colectivos. La policía disparaba a los jóvenes pero éstos reían cada vez más.
El capitán de los gendarmes, estaba alerta ante la situación. Diagonal a la plaza había un “…museo y una bodega de vinos siracusanos.” Por cierto, dicho capitán tuvo que aceptar ese cargo posterior a la muerte de un tío que lo había criado desde los cinco años y que ya, antes de morir, estaba arruinado. Había conocido en una fiesta de disfraces a un hombre disfrazado de cordelero franciscano (un cuarentón que era el comandante de los húsares) mientras que él iba de comandante de húsares. La coincidencia inició la amistad y así el capitán de los gendarmes llegó a serlo. Por otro lado, cuando el comandante de los húsares se emborrachaba, apelaba a una retahíla de lugares comunes, entre ellos “…que una carga de húsares era la antítesis del suicidio colectivo de los estoicos:”, es decir, algo que no podía ocurrir.


Total que el capitán de los gendarmes mandó a traer unas ánforas y lekytosaribalisco del museo y borgoña espumante de la bodega pero ya Galópanes había trazado su estrategia. Días antes, había mandado a traer los vinos de la bodega con una mentira sutil y había sustituido el vino por un poderoso veneno.


El rey Kuk Lak vigilaba a los conspiradores desde su ventana. Pensaba, como lo pensó el capitán de los gendarmes que, los que se iban acercando a la hoguera eran los conspiradores pero no, eran los jóvenes suicidas. Por ello, el rey pensó en una traición cuando vio que les daban vino a los jóvenes y buscó otra tropa que creyera fiel. Esa tropa salió “…como el cohete sucesivo que permitiría a Endimión (personaje de la mitología griega, precursor de los Juegos Olímpicos)  besar la Luna.” Cuando  el nuevo grupo de policías llegó empezó a disparar contra los jóvenes pero resulta que un pacifista, fundador de la sociedad La Blancura Comunicada y que sabía de la secta de jóvenes, alteró los fusiles disminuyendo la velocidad de salida de las balas. Los policías creían que tenían gran puntería pues los jóvenes iban cayendo en la pira pero era a consecuencia del veneno que habían ingerido como vino. Las balas apenas describían una pequeña parábola deplorable.


Mientras tanto, el Rey se dedicó a formar un grupo escultórico, contemplando la muerte “…refinada y activísima…” de los que creía conspiradores. Las tropas llamaron a otras pensando que todo había concluido.


Galópanes, al pasar por la estación del capitán de gendarmes vio un gran vacío y dedujo que las tropas habían ido a defender al rey. Los auténticos conspiradores llegaron al palacio y el hijo de  Galópanes pudo tomar el trono.


Finaliza Lezama: “Un año después, el Jefe, con su querida, se estira y despereza en las arenas de Long Beach. Contempla la cáscara de toronja que las aguas se llevan, y el peine desdentado, con un mechón pelirrojo, que las aguas quieren traer hasta la arena.”










                                              












FUGADOS. GRAFOS, 1.936


Este cuento se narra bajo una lluvia. En una pausa, el adolescente Luis Keeler aprovecha para dirigirse al colegio; sin embargo, se detiene para observar cómo el agua que se desplazaba por las letras de un escudo -anuncio de una joyería- se detenía en la curva de la última letra, adquiría una tonalidad verde, sin decidirse a avanzar, para luego saltar desapareciendo.

Por otra parte, Armando Sotomayor, algo mayor que el primero, también aprovecha el remanso de la lluvia para ir al mismo sitio. Describe Armando el colegio como de aspecto poco lustroso “…como si la voz de los profesores hubiera ido formando una costra húmeda que separaba la pared de las miradas.” Plantea que el colegio es resistente a las ideas, a su proliferación y desarrollo. “Era como si una idea se dirigiese recta a adivinar el objeto enfrentado, y al encontrar las paredes, verde, amarillo escamoso del colegio, saltase al mar para borrarse a sí misma.”

Es de hacer notar que en Paradiso también hay una fuerte crítica hacia los profesores y hacia la enseñanza.

Luis y Armando se encuentran y “…se miraron.”. Aquí, hay un juego temporal y de  mirada (imagen) pues, Lezama añade al final de este párrafo que Armando giró sus ojos sobre Luis que llegaba y le dijo que fueran al Malecón pues las olas estaban furiosas y quería verlas. No obstante, en el inicio del párrafo, como ya puntualicé, ya los jóvenes se habían mirado.

Se dirigen al Malecón. Luis, gozoso no miraba a Armando (pensaba en la gota de agua del anuncio de la joyería, en la excusa que daría a sus padres por haber faltado a clase). Aunque, reiteramos, que Luis no miraba a Armando: “Sin embargo, cada palabra de éste era una mirada, hasta casi pensaríamos que hablaba para encontrar en los ojos de Luis la colmación de sus palabras, más que necesaria respuesta.”
¿Tenemos aquí a un Luis atraído por amor a Armando? ¿Era un sentimiento recíproco? También notamos la voz transformada en mirada

Lezama dice, en relación al escape de una clase: “Las huidas del colegio son el grito interior de una crisis, de algo que abandonamos, de una piel que ya no nos disculpa.”

Se habla de la humedad.

Luis recuerda a una tía gorda, la voluptuosidad del café con leche por las mañanas.

Los jóvenes arriban al Malecón algo desmemoriados aunque esa no era su finalidad “…pero les golpeaba un secreto más escurridizo.”

Cambian de rumbo, el secreto que los enlazaba se mantendría.

Al poco rato, llegó Carlos, mayor que Armando, diciéndole a éste que si no habían quedado en ir al cine, que todavía tenían tiempo. Luis se siente desagarrado. Es de hacer notar que mucho antes de que Luis viera a Carlos ya se había estremecido: “Luis se estremeció, como si hubiese chocado con una nube o como si se hubiese despertado…Se sintió aterrorizado…”  La presencia de Carlos corta la alegría, la emoción de Luis compartiendo con Armando. Éste le dice, con sequedad,  que se va. Luis se queda, se le agolpan las ideas.

Desde ese instante, Luis comienza con una serie de acciones, de interpretación de imágenes del mar, las olas, las gaviotas. “Siguiendo las vueltas de las gaviotas aparecían una docena de adolescentes ocultando en las arenas sus flautas cremosas…”
Esa frase parece hacer alusión a una actividad sexual solitaria.

Luego toda una mención a las olas y a las algas que, de alguna manera, transmite su sufrimiento y el deseo insatisfecho.















Caracas, 31 de agosto de 2011.                                                               

lunes, 29 de agosto de 2011

LA CUENTÍSTICA DE JOSÉ LEZAMA LIMA -I- (EL MAGO DE LA PALABRA)



A Rodrigo Blanco












































Es conocido el hecho de que la literatura que produjo el escritor cubano José Lezama Lima (1.910-1976) es considerada, muy probablemente, como la más hermética y compleja de Latinoamérica. Una literatura plena de exotismo, mundos inventados, imagen y palabra creadora en una primera fila que suele “perderse” de vista.


Mi interés esencial por Lezama se centra en su prosa y, en este momento, en su narrativa corta a la que los críticos no parecen haberle concedido mayor importancia, incluso el propio Lezama. Algunos han planteado que se trató de un ejercicio literario previo a lo que vendría después, su obra cumbre Paradiso (1.966). No obstante, pienso que van mucho más allá de esa afirmación, que los cuentos que se han clasificado como tales, poseen un gran poderío verbal e imaginativo. Es absolutamente cierto que requieren para su entendimiento no sólo de  lectura sino de relectura(s) que nos permitan su comprensión. Una experiencia agotadora pero gratificante al pensar en la inteligencia, en la capacidad combinatoria, en la intertextualidad, puesta al servicio de la literatura. De alguna manera, se convierten en un reto para el entendimiento y la interpretación que se abre como un ramillete de espigas.


También es cierto que, haciendo una rápida revisión sobre las diversas concepciones del cuento, los de Lezama no parecen cuadrar con las normas modernas del mismo. Sin embargo, me parece adecuado su estudio.

A continuación, lo que he podido deducir de ellos.


EL JUEGO DE LAS DECAPITACIONES. Publicado por primera vez en Orígenes, 1.944

En la revista IMAGEN (No. 1-2. Primer semestre, año 2011) donde leo este cuento, aparece el subtítulo El Cuento más célebre de José Lezama Lima. No sé si en efecto sea así pero creo que es el de más fácil interpretación. Más temprano que tarde, agrego, facilidad dudosa.  Hay que señalar la paradoja del título ya que una decapitación no es un juego. Como en los otros cuentos, se narra varias historias que se entrelazan. Se inicia con la llegada del mago Wang Lung al Palacio Imperial. Wang odiaba al Emperador (Wen Chiu),   amaba “…en doblegada distancia…” a la Emperatriz (So Ling) y deseaba hacerse con el trono. Llevaba consigo un baúl en cuya parte superior colocaba maderas olorosas y pólvora. En el piso secreto, candelabros, cintas para amarrar las patas de su paloma preferida y el Tao Te King (texto clásico chino escrito por Laotzi o Lao Tse. Es uno de los fundamentos del taoísmo filosófico. Siglo VI a.C. Libro del camino y de las virtudes).
Wang llega a la corte, donde lo esperaban para ver sus actos. Al entrar, vio la cara del emperador, inmutable, la de la emperatriz, mutable y escuchó el murmullo de la risa de los altos dignatarios invitados. Wang pensó que lo consideraban un ser inferior aunque su magia mostraba un gran refinamiento, en la cual mezclaba una técnica manual que practicaba en las mañanas; otra con música (en las tardes) y el uso de pólvora colorante (por las noches).  En una ocasión un mandarín arruinado le preguntó: ¿por qué no empleas el arte de la magia en darle vida a los muertos? Éste respondió: “…porque puedo sacar de las entrañas de los muertos una paloma, dos faisanes, una larga hilera de gansos.”  Inició el acto mostrando sus innovaciones y al final, el clásico lanzamiento de cuchillos teniendo como centro a una de las doncellas de la emperatriz. Sin embargo, ese día el emperador pidió que fuera la emperatriz quien lo hizo gustosamente. En la sala se pensó que tal vez el emperador quisiera deshacerse de ella por alguna razón. Lo cierto es que Wang realizó el acto sin novedades. Ante ello, el emperador mandó ponerlo preso para dejar claro el poder de su autoridad sobre la magia, además pensó que  So Ling  podía intentar ver al preso y huir con él hacia los fríos del norte.
En efecto, So Ling empezó a visitar al mago a escondidas y le llevaba panes y almendras y al poco tiempo se fugaron en un trineo guiado por doce perros.
Después de haber recorrido un largo trecho, Wang abandona a So Ling. La cubre con la manta y ésta se despierta asiéndolo por el cuello, él la empuja y golpea a los perros para que avancen. Durante tres días So siguió en el trineo,  lentamente, hasta que se topó con un bandolero llamado El Real. So Ling reflexiona que ha pasado de un palacio a una fuga, de una fuga a un campamento.

El Real quien “…por una heráldica de peldaños rotos y reconstruidos…” creía que su sangre era más pura que la de Wen Chiu, que era el hijo del cielo y Wen un perro salido del infierno, actuaba libremente en las provincias del norte y Wen lo dejaba hacer.
So Ling se convierte en la amante de El Real pero, por conveniencia pues sabía que su situación era dudosa. Se describe una escena en que So paseando por el campamento, colocó en una cesta que había llegado con unas botellas de vino  “…una cabeza separada del tronco con tan graciosa limpidez que las gotas de sangre parecen cera mezclada con cerezas.”  Pienso que So lo hace con la idea de ¿hacerle llegar un mensaje al emperador de dónde podría estar el mago o ella misma?

Mientras esto sucedía, Wang vivía despreocupado por las aldeas del norte. Seguía haciendo el lanzamiento de cuchillos pero sin mayor concentración y en lugar de extraer de su manga derecha un ganso o un pelícano, levantaba su brazo dirigiendo el dedo índice hacia una bandada de  gaviotas y una de ellas (la que llevaba una cinta atada al cuello) se metía en la manga. Wang pensaba con tristeza que la expectación del público era siempre la misma.

Un capitán de provincia que había estado en la capital oyó la historia del mago y éste fue apresado y llevado ante del emperador quien ordenó su prisión. Wang se distraía practicando algunos actos de magia. Un día el carcelero cree verlo en el patio cuando estaba bajo llave en su celda. Eso y el hecho de que Wang le pronostica que una de sus hijas  va a morir (hecho que se cumple) hace que Wang reciba un mejor trato, como por ejemplo tomar agua con limón, como tomaban los soldados (puntualizo esto  pues Lezama menciona el agua de limón en El Paño Morado y en Paradiso).

Por otra parte, tenemos a So Ling comprendiendo que ser la amante del pretendiente después de haber sido emperatriz “…era  una posición de un lirismo neblinoso y grosero.” Así, huye del campamento de El Real y se presenta ante Wen creyendo que, al hacerlo volvería de nuevo “…a la clásica línea de su estirpe” Mientras esto ocurre, El Real confirma que en su sangre hay gotas de oro con más peso que las de Wen.
Wen manda a encarcelar a So Ling y la obliga  “…para escarnio a llevar al cuello un collar de cuentas de madera del tamaño de un ojo de buey disecado”, adquiriendo el aspecto de una campesina estúpida o el de una emperatriz enloquecida por el alcohol.

El Real ataca una provincia cercana al emperador. No gana pero piensa que en un futuro lo hará. Durante ese primer ataque, logra poner en libertad al mago, de cuya manga sale una rama de tres metros que hace contacto con El Real.

En el campamento, el mago era venerado delicadamente. Se le trataba como alguien especial y no le exigían una continua demostración de su arte. Así, Wang logra vivir en equilibrio. Lezama escribe a continuación lo siguiente: “Gozaba así, por la transparencia con que revertían hacia él, de un inmenso campo óptico, donde unas tentaciones con cara de escorpión luchan por enceguecer a un adolescente que no se quiere abismar, percibiéndose allá en el fondo de la tela, una felicísima cocinera que al mismo tiempo se aprovecha para ver desde…” Esta cita me parece la más oscura del cuento. Me impresiona que la misma tenga que ver con la capacidad de observación del mago que va más allá del espacio, que tiene el poder para captar los sentimientos humanos más íntimos, en este caso uno de origen sexual. La mención del escorpión también aparece en Cangrejos, Golondrinas y en Paradiso.

En un segundo ataque donde El Real tampoco triunfa, encuentra a So Ling y se la lleva  con la idea de vengarse  por su abandono. Posterior a la celebración que se da en el campamento (cosa que acostumbraban aunque hubieran sido derrotados)  El Real pone frente a frente a Wang y a So Ling “…en el acto que él había preparado para comunicarle un disfraz brillante a su derrota.” y hace que éste realicé el lanzamiento de cuchillos, pensando que So muriera pero no fue así pues el mago “…prefirió su acto puro, su diestro artificio, interrumpiendo, aislando momentáneamente, pero sin poner un dedo siquiera en la gran obra de continuidad secreta y ajena. La cortesía encerraba sus ejercicios, y la cortesía no era para él otra cosa que la igualdad del Timor Dei.” (Ángeles arcabuceros)

Luego, Wang realiza varios actos más y el campamento estaba a reventar. Lezama narra un hecho curioso y es que menciona que los soldados que están en posición vigilante escuchan como el ruido de unos caballos pero se van a dormir. En la madrugada Wang sale del sitio donde dormía y se encuentra con So también despierta. Ella le pregunta qué le ocurre. Wang dice que el ejército del Emperador viene en camino. 
El Real y sus hombres huyen. Cuando llega el emperador, deciden continuar la persecución pensando en una emboscada pero no resulta ser así. Wang y So entran a la tienda  de ésta y él empieza a acariciarla, llevando su mano al cuello de ella. Wang empieza a apretar y ella ríe y ríe.  Ella muere y él, paralizando su propia respiración, se suicida: “Los cadáveres del mago y So Ling, lucían como si el hálito no se hubiera escapado, sino como si entre esas muertes fluyesen los siglos de un estilo diverso. Asomaba,  en uno,  la espiral incesante de su curiosidad; en el otro, la sonrisa de una total acomodación, de una confianza clásica.”

Al regresar el emperador y ver los cadáveres se vuelve loco: levanta los brazos y canta ritmos infantiles y de guerra. ¿Por qué se vuelve loco? ¿Amaba, en realidad, a So Ling? Luego cae por un pozo y muere. El Real regresa y ve al ejército imperial detenido. Explican que el emperador no ha vuelto. El Real lo haya en el fondo del pozo y ve a un pelícano comiendo de las entrañas de su pecho. Su rostro muestra la boca entreabierta, congelada en el diseño del canto
El Real recoge el cuerpo y los otros cadáveres y se van a la ciudad. Los muestra ante el pueblo durante tres días y luego les prende fuego. La gente que allí vivía no sabía qué hacer. El Real ocupó el trono  por 50 años. Los actos de magia no volvieron a ser los mismos, ¿significando decadencia? ¿La muralla se convierte en un símbolo?. Cuando muere El Real su cuerpo es expuesto durante tres días y varios animales lo rodean: un Martín pescador, -de extensa simbología que amplía el campo de la interpretación; un halcón y otro halcón (pareciera que realmente tenía sangre real).
Hay muchos elementos llamativos: la reiteración del número tres y su posible relación con los tres niveles de la vida humana, o con el misterio de la Santísima Trinidad o con  la trifolia griega; Está las caracas de la muerte; la relación de la magia como hecho inexplicado y lo hermético del texto, etc.


CANGREJOS, GOLONDRINAS. Publicado en Orígenes, 1.946



Cangrejos, golondrinas, se inicia hablando de Eugenio Sofonisco, herrero. Se ignoraba si era griego o hijo de griegos. Su trabajo lo colmaba, sintiendo que las chispas del hierro lo mantenían sumergido en un parpadeo estelar. Acostumbraba a realizar la cobranza de sus trabajos la mañana de los domingos. Era irregular en los cobros pero irreductible. Exigía que le pagaran en monedas lo cual era como recibir esas chispas  congeladas.
Esa mañana fue a cobrar a la casa del filólogo y, al entrar vio en el centro del patio, una montura con unos garabatos de caracteres arábigos en argentium de Lisboa. Se acercó y deslizó sus dedos por ellos. El mayordomo de la casa lo vio y lo increpó -groseramente -sobre lo que hacía y le dijo que el filólogo había salido “…a desayunar a la casa del tío de un meteorólogo de las Bahamas…” Sofonisco se fue molesto y avergonzado.


El domingo siguiente fue su mujer a cobrar. Esta vez quien salió fue la mujer del filólogo quien tenía una actitud más activa cuando su esposo no estaba y había visto y oído como el mayordomo había tratado a Sofonisco el domingo anterior. Hizo pasar a la mujer hacia un cuarto frío y le dijo que se llevara una gran pierna de res que allí tenían y que luego su esposo le completaría a Sofonisco con unas monedas. La esposa de Sofonisco lo llamó para que cargara la pata y éste la colocó en un sitio alto de su cuarto.


Contrario a lo que podríamos pensar, a partir de aquí, el personaje central del cuento es la mujer de Sofonisco, cuyo nombre jamás es mencionado.


Esa noche, la esposa de Sofonisco  lo esperaba en el cuarto desnuda. De pronto se puso a contemplar la pata de res “…acariciándola con los ojos…” y una gota de sangre, proveniente de la misma, le cayó en un seno. La mujer sintió temor,  no quiso verse y Sofonisco  tampoco quiso ver.  Apagaron las luces. Esa noche, Sofonisco y su esposa tuvieron un sueño, que tuvo como punto común, el que ambos llegaron a una puerta de hierro con inscripciones ilegibles. La esposa era analfabeta y él apenas había comenzado a leer en griego en su niñez y a contar las dracmas cuando le pagaban por lustrar zapatos en una ciudad griega.


Al día siguiente, en el lugar donde había caído la gota de sangre, la mujer notó una protuberancia roja. No quería decirle a Sofonisco pero como la protuberancia crecía tuvo que hacerlo. Él no tenía ni idea de cómo resolver aquello pero pensó que era algo sagrado y dejó de tocar a su esposa. 
Los vecinos le aconsejaron llevarla donde el negro Tomás, brujo de experiencia. He aquí una forma de invocación a lo desconocido para intentar curar lo enigmático. 
Tomás le recomendó usar el aceite de nueces de Ipuare (Brasil), caliente, durante una semana y que Sofonisco le hiciera el amor. Así, un día, la protuberancia brotó por una caries y la mujer se sintió mejor aunque no totalmente pues su esposo seguía sin tocarla. 
Fue, otra vez, donde Tomás quien le dijo que ahora le faltaba “…el aceite que rodea la mirada” y la envió donde el negro Alberto.


Alberto vivía en una casa señorial de Mariano, la casa solariega de los Marqueses de Bombato (casa que tenía su historia). La mujer le explicó el por qué iba donde él y Alberto, que de niño había sido diablillo, empezó a mostrarle la gran cantidad de túnicas y collares que tenía cuando se alejó de eso. Ese ver las túnicas era parte de su trabajo de curación. Ya casi llegando al final. Alberto le mostró una túnica lila, que en su espalda tenía una paloma cuya boca era doblemente roja: “Como quien vuelve del sueño aparta los pañuelos que se le tienden, la esposa del herrero dijo: ya estoy en la orilla.”   
La mujer fue a pagarle los servicios a Alberto, quien de paso le recomendó que agarrara el hueso de la res, sin verlo y lo enterrara. La mujer: “Recordó lo horrible que era para ella cobrar…Pensó que pagar era como lanzar una maldición a un rostro que no la había provocado.”  Estas frases me hacen evocar que la mujer de Sofonisco fue la que cobró el trabajo que le debía el filólogo a su esposo (a ella no le gustaba cobrar). Ella, al recibir el pago (la pierna de res) de parte de la esposa del filólogo ¿ha podido haber recibido una maldición sin haberlo provocado?


Después de lo anterior, las relaciones entre Sofonisco y su esposa mejoraron sustancialmente y tuvieron un hijo que era bastante dinámico. El niño, con ya 7 años, jugaba, con frenesí, haciendo rebotar una pelota, que parecía crecer, “…se volvía roja como cuando el padre martillaba las chispas.” Un día la pelota ascendió tanto que se quedó atrapada en un grueso cartón verde que cubría un bombillo. La madre buscó una vara para hacerla caer y la pelota le dio en la nuca. Entregó la pelota al niño quien la escondió, Sofonisco se fue a dormir y la madre se acostó con su hijo y tuvo un sueño: “Soñó que por carecer de piernas, circulizada, se movía, pero sin poder definir ningún camino. Con una lentitud secular soñó que le iban brotando retoños, después prolongaciones, por último piernas. Cuando iba a precisar que caminaba se encontró la entrada del túnel. Ya ella sabía, el sueño era de fácil interpretación llevado por sus recuerdos…”  ¿Qué sabía? ¿Qué le aparecería otra protuberancia?


Al día siguiente la mujer notó una protuberancia en la nuca y el cambio de humor repentino de su esposo e hijo. Él habló de que cuando a ella le llegaba ese cangrejo ya no podía tocarla, ella, por su parte  respondió: “Ah, tú, silabeó…ahora es cuando surges y ya no necesitas tocarme. Cuando surge ese escorpión…” Podemos avanzar aquí, no sólo la idea del sufrimiento de la mujer de Sofonisco al verse con las protuberancias, también el rechazo de su esposo y su hijo.


Volvió a buscar al negro Tomás. Éste la ubicó entre una esquina y un farol que se hallaba como a cinco metros de distancia. Le dio, con premura, el aceite de nueces y se hizo invisible. Luego se describe una sucesión de hechos extraños, en los que la mujer de Sofonisco se siente como apresada. Ve a un negrito de siete años (hijo de Alberto). Creo que se trata de algún rito de santería cubana. La mujer regresa a su casa. Su esposo y su hijo la reciben bien. Empieza a colocarse el aceite y la protuberancia drena por la cuenca del ojo izquierdo, sin embargo, se siente inquieta. Su esposo continúa sin tocarla, no trabaja y el niño se muestra huraño e indiferente hasta con la pelota.


Es de hacer notar que aquí también puede ver un juego numérico: el del número siete: ida de Sofonisco donde el filólogo un domingo, luego su mujer va siete días después, el hijo de ellos con 7 años, el negrito de Alberto también.


Las protuberancias parecen ser abscesos (un nombre coloquial es el de golondrino), los cuales, en la práctica, siempre “buscan” drenar. De aquí el hablar de túneles y de salidas. Por supuesto, la opción de otra u otras interpretaciones están a la orden del día. No obstante, Lezama los hace drenar por vías exentas de lógica.
La mujer regresa a hablar con Tomás quien le dice: “…no puedo predecir el combate de la golondrina y la paloma.”
¿Es la golondrina un golondrino que es visto por Sofonisco como una impureza en el cuerpo de su mujer que lo lleva a no desearla sexualmente? ¿Es la paloma el órgano sexual del hombre?


La mujer sale de su casa, lleva una bolsa con algunas cosas. Se sienta en un banco y ve una bandada de golondrinas. Una de ellas le va a caer encima y ella logra desviarla pero la golondrina insiste. La mujer agarra la golondrina por el cuello y la aprieta hasta que la golondrina queda desfallecida. La mujer se va y, a la mañana siguiente vuelve a pasar por el lugar. La golondrina está muerta al lado de la bolsa y algunos le comentan que la golondrina hizo grandes esfuerzos por alcanzarla... Esa misma noche tuvo un sueño: “…la golondrina era de cartón mojado; el rocío había traspasado los papeles del paquete y algodonado los cordeles que lo custodiaban. Dentro un niño gelatinoso, deshuesado en una herrería que manipulaba con martillos de agua, ofrecía su ombligo con una protuberancia carmesí para que abrevase el pico de caoba de la golondrina.”


Los sueños en este cuento parecen plenos de surrealismo del que no escapaba Lezama.
No es Lezama ingenuo y, con seguridad, debe haber leído La Interpretación de los sueños de Freud En el sueño precedente, hay restos diurnos. Pienso en su significación imposible. No habrá más hijos a pesar de que tampoco habrá más golondrinas (golondrinos).


Al final, su esposo y su hijo se fueron acercando a ella y el cangrejo sabía que había perdido la batalla. Lezama lo hace ver humanizando al cangrejo: “El cangrejo sentía que le habían quitado aquel cuerpo que él mordía duro y que creía suyo. Le habían quitado aquel cuerpo que él necesitaba para lo propio suyo, semejante al enconado refinamiento de las alfombras cuando reclaman nuestros pies.”
La posibilidad que las protuberancias hayan sido un cáncer pudiera plantearse. Es una idea discutible.
           






Caracas, 29 de agosto de 2011.