viernes, 24 de agosto de 2012

Entrevista a Jonathan Franzen (I)

Jonathan Franzen 
Isla Más Afuera (Chile) 

































Jonathan Franzen (Chicago, Illinois, 1959). Escritor y ensayista norteamericano

1.-Jonathan ¿por qué viajó usted recientemente a la isla de Más afuera?

A finales del otoño pasado sentí la necesidad de ir muy lejos. Llevaba cuatro meses centrado en la promoción ininterrumpida de una novela, pasando de un punto a otro de mi agenda sin voluntad alguna, sintiéndome cada vez más como el rombo gráfico en la barra de progreso de un reproductor de medios… ¿Y aparte de esa necesidad? Bueno…también sentía un gran aburrimiento. Sí, aburrimiento era lo que yo padecía en ese momento. Cuanto más busca uno distracciones, menos eficaz es cualquier distracción concreta, y por eso al final elevé la dosis en varios grados hasta que, sin darme cuenta, acabé consultando mi e-mail cada diez minutos, mis mascadas de tabaco fueron cada vez más grandes, mis dos copas nocturnas se agravaron hasta convertirse en cuatro y alcancé tal dominio del solitario por ordenador que mi objetivo ya no era ganar una partida, sino dos o más consecutivas, una especie de metasolitario cuya fascinación no consistía en jugar a las cartas, sino en explorar las rachas de victorias y derrotas.

2.-¿Qué cosas concretas se planteó hacer allí?

Pensé que sería una buena idea, mientras es-tuviera allí, releer el libro considerado la novela inaugural inglesa. Robinson Crusoe fue el primer gran documento del individualismo radical, el relato de la supervivencia psíquica y práctica de una persona corriente en un profundo aislamiento. ¿Algo más?

También esparcir parte de las cenizas de mi amigo David Foster W. que me había dado su esposa y mi amiga Karen. ¿Y eso por qué Jonathan? Bueno…Karen sabía, porque yo se lo había explicado, que mi actual estado de huida de mí mismo había empezado poco después de la muerte de David, dos años antes. En aquel momento había tomado la decisión de no afrontar el horrible suicidio de alguien a quien quería mucho y, en cambio, refugiarme en la rabia y el trabajo. Sin embargo, ahora que el trabajo había concluido, era difícil pasar por alto la circunstancia de que posiblemente, en una interpretación de su suicidio, David había muerto de aburrimiento y por desesperación ante sus futuras novelas. El elemento de desesperación presente en mi reciente aburrimiento  ¿podía guardar relación con el hecho de que había incumplido una promesa hecha a mí mismo? ¿La promesa de que, después de acabar mi libro, me permitiría sentir algo más que un dolor fugaz y una rabia duradera por la muerte de David?

3.- ¿Qué hizo ese primer día en la isla?
Líquenes en  las Montañas Rocosas


Debo decir que después de instalar mi carpa, me percaté que estaba totalmente aislado y solo. 

Comí algo frente a ese inmenso mar y luego mis recuerdos, recuerdos de mi infancia y adolescencia se pusieron en marcha. ¿Puede comentarnos alguno?.  Sí… Lo primero fue cuando tuve mi primer contacto con Robinson Crusoe que me leyó mi padre. Junto con Los Miserables, era la única novela que significaba algo para él…Después la primera vez que fui de excursión. Fue el verano que cumplí los dieciséis, cuando convencí a mis padres de que me permitieran inscribirme en unas colonias llamadas «Acampadas en el Oeste». Mi amigo Weidman y yo, en un autobús repleto de adolescentes y monitores, nos marchamos durante dos semanas de «estudio» a las Rocosas. Yo llevaba la roja y obsoleta mochila Gerry de mi hermano y, para tomar apuntes sobre mi área de estudio (los líquenes, elegida un tanto a bulto), un cuaderno idéntico al de Tom. Al segundo día de una excursión a Sawtooth Wilderness, en Idaho, nos invitaron a todos a pasar veinticuatro horas solos. Mi monitor me llevó a un bosquecillo de pinos ponderosa poco denso y me dejó allí. Muy pronto, pese a que era un día soleado y nada amenazador, estaba encogido de miedo dentro de mi tienda. Por lo visto, para tomar conciencia del vacío y el horror de la existencia me bastó con verme privado unas horas de compañía humana. Al día siguiente me enteré de que Weidman, pese a ser ocho meses mayor que yo, se había sentido tan solo que había retrocedido hasta un lugar desde donde veía el campamento base. Lo que a mí me permitió resistir —y tener la sensación, además, de que podría haberme quedado solo más de un día— fue escribir. ¿Puede rememorar algo de lo que escribió aquel día? Puedo hacerlo puesto que aún lo conservo y de cuando en cuando lo releo.

JUEVES 3 DE JULIO

Esta noche empiezo un cuaderno. Si alguien lo lee, espero que disculpe el uso excesivo de la primera persona. No puedo evitarlo. Soy yo quien lo escribe. Cuando volví junto a mi fogata hoy después de la cena, por un momento tuve la sensación de que mi taza de aluminio era mi amiga, que me observaba sentada en una roca... Esta tarde cierta mosca (al menos creo que era la misma) voló alrededor de mi cabeza un buen rato. Poco después dejé de verla como un insecto molesto y desagradable e inconscientemente empecé a pensar en ella como un enemigo por el que en realidad sentía bastante afecto y que simplemente jugábamos juntos. 

Además, esta tarde (ésta fue mi principal actividad) me senté en un saliente de roca para intentar expresar en forma de soneto las distintas finalidades de mi vida que he visto en distintos momentos (tres, como si fueran puntos de vista). Ahora, por supuesto, me doy cuenta de que no soy capaz de hacerlo ni siquiera en prosa, así que era realmente inútil. Sin embargo, mientras lo intentaba, llegué a convencerme de que la vida es una pérdida de tiempo, o algo así. Estaba tan triste y hundido que sólo sentía desesperación. Pero entonces observé unos líquenes y escribí sobre ellos y me calmé y llegué a la conclusión de que mi pena no se debía a una pérdida de finalidad, sino al hecho de que no sabía quién era yo ni por qué lo era y tampoco demostraba mi amor a mis padres. Me acercaba al tercer punto, pero mi siguiente pensamiento se desvió un poco de lo anterior. Llegué a la conclusión de que la razón de lo precedente era que el tiempo (la vida) es demasiado corto. Eso, por supuesto, es verdad, pero mi pena no la causaba todo eso. De pronto lo vi claro: echaba de menos a mi familia. En cuanto hube diagnosticado mi añoranza, pude encauzarla escribiendo cartas. Durante los días restantes de campamento escribí en mi diario todos los días y, sin darme cuenta, fui alejándome de Weidman y tendí hacia mis compañeras de acampada; nunca había tenido tanto éxito en mi vida social. Lo que me había faltado hasta entonces era cierto sentido más o menos claro de mi propia identidad, sentido que alcancé en la soledad plasmando en un papel frases en primera persona. Después, durante años, sentí deseos de emprender más excursiones, pero nunca tan intensos como para llevarlos a cabo. Al final, resultó que el  yo que estaba descubriendo gracias a la escritura no era tan idéntico al de Tom. Sí conservé su vieja mochila Gerry, aunque no era una bolsa de viaje útil en general, y mantuve vivos mis sueños respecto a la naturaleza comprando material de acampada barato, por ejemplo, un envase familiar del jabón a la menta Dr. Bronner, cuyas virtudes Tom elogiaba en ocasiones. Cuando cogí el autocar de regreso a la universidad para mi último curso, puse el jabón Dr. Bronner en la mochila, y el envase reventó en el viaje, empapando ropa y libros. Al intentar enjuagar la mochila en una ducha de la residencia, el tejido se desintegró entre mis manos.


Caracas, 24 de agosto de 2012.

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