Para quien me ha dado un gran apoyo y recomendado que elevara mi espíritu.
Tenía dos meses que no veía a mi amiga Maribel pero ese día me lo propuse. La invité a tomar un café y comenzamos a charlar como si nos hubiéramos visto el día anterior. Hablamos, en especial, sobre nuestros respectivos hijos, Maribel dijo como quien no quiere: "nunca supe su nombre". Cuando Maribel soltó esa frase intuí que algo que la había conmovido le sucedió. Por mi parte la apremié; -a ver cuenta, cuenta...
Maribel tenía 40 años y desde hacía cinco era una mujer divorciada. Tenía cuatro hijos y trabajaba como contadora en una empresa de mucho renombre. Era una mujer atractiva, dinámica, madre y amiga excelente. Desde que se divorció no había conocido a alguien que le interesara como para establecer una relación. Es más, ni siquiera lo pensaba ya que, se dedicaba en cuerpo y alma a la atención de sus hijos y a su trabajo. También era amante de la literatura, tanto que leer y escribir no eran un pasatiempo si no que se habían convertido para ella en una necesidad.
Comenzó su relato no sin cierto dejo de tristeza en su rostro: sabes que llevo a Eugenia a natación -¿verdad?. Sí, respondí impaciente. Bueno, lo cierto es que la llevo y hago lo de siempre. Voy y me tomo un café, me siento a leer. Observo como va Eugenia... Hay muchas mamás que llevan a sus hijos y forman un grupo y se ríen un montón. Tú sabes lo que me gusta leer así que no participaba de esas reuniones. Sí, lo sé -asentí. Bueno, resulta que hace cinco miércoles, casi acabando de sentarme y de haber abierto la novela de turno, Los premios, de Cortázar que me parecía muy buena, sentí que alguien posaba un dedo sobre mi antebrazo izquierdo y escuché una voz, con acento extranjero que me preguntaba por lo que leía. Al levantar la vista hacia mi interlocutor, me topé con un hombre joven, de tez negra, y con una de las sonrisas más hermosas que había visto en mi vida. Le mencioné el titulo de la novela. Él dijo: ¿-y de qué trata?. Se lo conté y de pronto me vi inmersa en una conversación sobre literatura, sobre el país, sobre los niveles de violencia y hasta de los médicos cubanos que aquí estaban. Maribel dice que tenía mucho tiempo que no lograba tal nivel de abstracción el cual fue interrumpido por su hija Eugenia quien le decía que la acompañara al vestuario para cambiarse. Eugenia tenía 6 años, poseía una clara inteligencia y precisamente la timidez y la paciencia no eran parte de sus atributos. En ese instante, se acercó un niño al hombre con el que había estado hablando y supo que él era su papá. Se despidieron abruptamente y Maribel se fue, llevando de la mano a Eugenia y pensando en lo que le acababa de suceder.
El miércoles siguiente sucedió igual. Él (a quién llamaremos Charles), le contó que era trinitario, que se hallaba de vacaciones en Venezuela, que había venido a pasar un tiempo con su hijo, que trabajaba en el Servicio Antidrogas de Trinidad y Tobago. Nuevamente, lo que los sacó a ambos de la conversación que mantenían y donde se rieron abiertamente fue la llegada de sus hijos. Y otro elemento que Maribel no pudo pasar por alto: la mirada de la pareja de Charles con quien antes había tenido algún trato. No sólo fue la mirada de ella, también la del grupo de mamás. Por vez primera, Maribel se puso a pensar que tal vez lo que hacia no estuviera bien y que la pareja de Charles podría estar molesta. Lo cierto es que el miércoles siguiente, Maribel decidió sentarse lejos y enterró, literalmente hablando, su cabeza en Luz de agosto, de Faulkner, novela que había leído un par de años atrás y de la cual quería escribir una reseña. Sólo por fracciones de segundos, levantó su rostro que se cruzó con el de Charles quien para nada conversaba con las mujeres que tenía a su alrededor. El miércoles siguiente tampoco se le acercó. Pero el último (ella no sabía que sería el último), se lo topó de frente y él la invitó ha sentarse. Ella lo hizo y él le dijo, sin tomar aliento lo siguiente: ¿sabes algo?. ¡Las mujeres que vienen acá le dijeron a mi pareja que debía tener mucho cuidado contigo!. Maribel se sorprendió por varios motivos pero en especial por la forma franca en que este hombre le hablaba. Él agregó: ¿sabes?, eso sucede en todos lados, la gente no para de rumiar (ese fue el verbo que utilizó en su bastante aceptable español). Maribel llegó a preguntar: ¿tuviste algún inconveniente por eso?. Él dijo: -no, para nada. Lo que te digo es que la gente es así, es inevitable y quería decirte que no te preocuparas por eso. Maribel, quien en otro momento se hubiera quedado callada, no perdió tiempo en iniciar una nueva conversación sobre lo que leía. Charles también le habló de lo que a él le gustaba leer: novelas policíacas e históricas. Súbitamente le dijo: -me marcho este viernes. Ella se sorprendió al oírse decir. -pero ¿no estarías cinco meses?. Charles le dijo que debía regresar pues lo necesitaban en su trabajo.
También, de repente, se acercó la pareja de Charles y sin aviso previó se le abalanzó encima y le estampó un sonoro beso en la boca. Maribel no pudo evitar pensar que esta mujer se comportaba como una hembra que marcaba su territorio.
Eugenia salió de la piscina. Maribel se levantó y le dio la mano a Charles deseándole un buen viaje y otro lugar común aunque plagado de autenticidad: -¡fue un placer conocerte!. Charles respondió con una mirada intensa: ¡digo igual, digo igual!. Maribel se marchó con Eugenia hacia el vestuario pero desde ya la acompañaba un dejo de tristeza, una historia inconclusa.
¿¡Y entonces!?, qué ocurrió después?. -nada, no ocurrió nada. Me fui con Eugenia pero...pero qué, espeté yo. Bueno...es que nunca nos dijimos nuestros nombres... Sí, eso no hubiera sido lo deseable. Si se hubieran dicho sus nombres, la historia hubiese sido más tangible pero ¿dime algo, Maribel?. Sentiste que ese hombre te gustaba?, ¿sentiste que te enamoraste?. Maribel respondió: creo que iba en camino...
Caracas, febrero 28 de 2011.
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