jueves, 29 de febrero de 2024

La mirada indiscreta

 


Cuando empecé a leer la novela
La mirada indiscreta (1945) del escritor belga en lengua francesa, George Simenon (1903-Suiza, 1989) lo hice con la idea de que se trataba de una novela policial ya que, mi hermana mayor, Ivanka, es  amante de este tipo de literatura y desde  joven la vi con novelas de este autor y también de la escritora inglesa Agatha Christie (1890-1976), de la cual, por cierto, nunca he leído ningún texto.

Vale destacar que Simenon fue el creador del personaje del famoso inspector de la policía francesa Jules Maigret que figura en muchas de sus novelas.

La mirada indiscreta se desarrolla en París y el personaje central es una mujer soltera, de 40 años, llamada Dominique Sáles que vivía sola y tenía alquilada una habitación  de su casa a una pareja joven, los Caille, formada por Albert y Lina, los cuales eran muy activos sexualmente, situación que era imposible que no fuera notada por Dominique ya que la pareja hacia mucho ruido con el agravante de que en ocasiones, Dominique los observaba por el ojo de la cerradura de la puerta de la habitación que ocupaban.

De alguna manera, Dominique pensaba que estaba mal la falta de pudor de los Caille pero, por otra parte, ello la hacía pensar en el tema de su sexualidad no ejercida.

La madre de Dominique había muerto muchos años atrás y, como veremos, buena parte de la forma de ser de Dominique estuvo signada por la crianza que le dio su madre.

Su padre, general del ejército, también había fallecido y Dominique lo había cuidado desde que ella tenía 15 años siendo una situación muy esclavizante para ella “Apenas salía ya de la casa. Su padre tenía un timbre al alcance de la mano y se ponía furioso si su hija no acudía a la primera llamada”.

Desde el punto de vista económico, Dominique se hallaba casi en una situación de pobreza. En la parte superior de su vivienda, vivía una anciana llamada Agustine que, al igual que Dominique, acostumbraba a espiar a los vecinos. Enfrente de la vivienda, había una casa grande de dos plantas habitada por una familia adinerada de apellido Rouet. Esta familia incluía a los señores Rouet,  a Hubert -el hijo- que tenía una salud muy precaria- y su esposa, Antoinette (que no alcanzaba los 30 años).

Dominique había dedicado su vida, desde que vivía en esa casa, a espiar a los vecinos a través de las ventanas, en especial a los Rouet. Una tarde, habiendo llegado Antoinette de una salida, entró al cuarto de su esposo Hubert, que se hallaba gravemente enfermo  y, en ese momento, él tiene una crisis respiratoria. Se supone que su esposa ha debido darle su medicina pero ella la bota en unas matas que había en la habitación y Hubert fallece.

Este episodio fue visto por Dominique y le pareció muy criticable, por ello, Dominique decide escribirle unas cartas anónimas pretendiendo que se responsabilice de lo que hizo. Cuando las cartas llegaron a Antoinette ella les dio poca importancia y las desechó.  

Para Antoinette, la muerte de su esposo fue como una liberación “Se había librado, por fin, de un marido insulso y aburrido. Era rica”  y, aunque quiere marcharse de la casa de inmediato, la señora Rouet, mujer controladora y dominante, lo impide haciéndole ver las consecuencias que eso tendría con respecto a la herencia que le correspondía.  Antoinette decide quedarse en la casa de sus suegros y por un tiempo intenta adaptarse a su estilo de vida pero, más temprano que tarde, empieza a escaparse (con la excusa que iría a ver a su madre) e ir a bares y hoteles buscando relacionarse con hombres y Dominique comienza a seguirla, en realidad, se obsesiona con ella (hasta podríamos pensar que está enamorada de ella).  Ahora Dominique piensa que Antoinette tiene derecho a vivir su vida y lo que Dominique observa la hace pensar en el hecho de que ella no ha tenido ninguna  pareja, ninguna relación ni intimidad sexual y, sin duda, ello tiene mucho que ver con lo que se ha convertido.  Dominique empieza a considerar a Antoinette y ya no la ve como alguien que actuó mal con su esposo sino como alguien que tiene derecho a vivir y disfrutar su vida.

Dominique también se percata que el señor Rouet sale a escondidas de su esposa y va a prostíbulos y lo sigue en diversas ocasiones.

En todo lo anterior, gira la vida gris y precaria de Dominique.

Hay una escena donde la vemos viajando en tren hacia Tolón para asistir al velorio de una tía llamada Clementine de cuya muerte le informaron a última hora. En el tren se queda medio dormida y  tiene un sueño erótico con la anciana Agustine que había fallecido días atrás. Dicho sueño la deja algo perturbada.

Cuando Dominique llega al velorio, ni siquiera logra ver el cadáver de su tía Clementine y durante el tiempo que comparte con su familia se siente que la vida de ellos ha cambiado, la de ella no. Incluso, la noche antes de regresar a París, debe dormir en un hotel de mala muerte. A ninguno de sus familiares se le ocurrió ofrecerle alojamiento.

De regreso en su casa, Dominique ve que Antoinette tiene un amante que lleva a escondidas a la casa de los Rouet y que está a punto de ser sorprendida por su suegra. Dominique quiere advertirle pero no es posible. Suegra y nuera tienen un fuerte encontronazo donde Antoinette se desahoga  y le dice lo que piensa de ella y la tortura que significó vivir con su hijo. Antoinette  se va de la casa de sus suegros. Sigue sus aventuras amorosas aunque sufre desplantes y engaños por parte de los hombres con que se relaciona.

Los Caille le informan a Dominique  que se mudan y aunque Dominique no tenía mayor relación con ellos, siente que se vayan.

Poco tiempo después, Dominique entra en una especie de crisis existencial, depresiva. Recuerda a su madre y piensa en que la misma es responsable de la vida que ha vivido:

Dominique pensaba ahora en su madre sin pesar. La recordaba bastante bien, pero no detalladamente; recordaba, sobre todo, una figura endeble, una cara alargada siempre algo inclinada, un ser como medio apagado, y no se conmovía, la evocaba fríamente, tal vez con algo de rencor. Pues, lo que ella era se lo debía a su madre. Aquella especie de impotencia para vivir –ya que se daba cuenta de que era impotente ante la vida- se la había inculcado su madre al mismo tiempo que una resignación elegante, un retraimiento distinguido, todos aquellos gestos insignificantes que no servían más que para engañar a su soledad.

Dominique se suicida.

La mirada indiscreta no resultó una novela policial sino una novela profundamente psicológica que me hizo pensar en el impacto que tiene la crianza de los hijos por parte de los padres. En el caso de Dominique parece evidente. La ausencia de pareja, el hecho de no haber tenido jamás relaciones sexuales en parte por una intensa represión moral también influyó negativamente en ella.

Nota: en la versión digital en que leí La mirada indiscreta, no logró precisar las páginas, por ello las citas que hago no tienen el número de la página respectiva.


George Simenon

 

 

Escrito y publicado por Libia Kancev D.

Caracas, 29 de febrero de 2024.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario