Leo la novela Mil grullas (1952), en versión digital, del primer Premio Nobel de Literatura japonés (1968) Yasunari Kawabata (1899-1972).
De las grullas, sólo sé
que son aves. Averiguando un poco más: son aves de lugares abiertos que se
desplazan dando zancadas con sus largas patas y se alimentan de semillas e
insectos con su largo pico. Viven en bandadas. Se emparejan de por vida y
tienen una espectacular exhibición de cortejo. Requieren un hábitat tranquilo
para vivir.
Encuentro que las
grullas, entre los antiguos, eran un símbolo de prudencia y vigilancia. También
que en China y Japón equivalen a un amuleto de la suerte.
Mil
grullas tiene como protagonista al joven Kikují Mitani (25
años) que vive en Tokio. Sus padres ya habían muerto y buena parte de la novela
se desarrolla alrededor de la ceremonia del té, ritual para preparar té verde. Este
ritual está influenciado por el budismo zen, sirviéndose a un pequeño grupo de
invitados en un ambiente tranquilo.
Vale destacar que la
ceremonia del té sigue siendo una práctica cultural importante y es valorada
por su belleza y por la oportunidad que brinda para conectarse con los demás y
con uno mismo de forma serena y armoniosa.
Leemos en Mil grullas que el padre de Kikují,
practicante activo de la ceremonia del té y fiel a los tazones que se utilizan
en el mismo, había sido un hombre que, aparte de su esposa, había tenido otras
parejas y ello es narrado sin aspavientos, como algo absolutamente normal. No
me refiero a la infidelidad en sí del señor Mitani sino al hecho de que tanto
su esposa como su hijo conocían y trataban a esas mujeres.
(Debo decir que desconozco
si esta “especie de poligamia” en los hombres japoneses y el hecho de que la
mujer y los hijos del hombre se relacionen con las amantes es corriente en
Japón).
Destacan, entre las
parejas del padre de Kikují, la señora Ota (45 años) que tenía una hija llamada
Fumiko, joven muy tímida y siempre avergonzada por la actitud de su madre hacia
el padre de Kakují y hacia este mismo.
Kakují y la señora Ota
también tienen una relación amorosa. Era como si ella quisiera prolongar su
relación con el padre en el hijo y algo de esto también le sucedía al propio
Kukijí. Al final de la novela, la señora Ota se suicida y no queda claro si es
porque pensaba en la imposibilidad de su amor hacia Kikují o que estuviera
buscando que Kikují se casara con su hija.
Otra amante del padre
de Kikují (aunque por corto tiempo) es Kurimoto Chikako, organizadora e instructora de las ceremonias del té. Se
describe que ella tenía una mancha negra en el pecho y que tal vez ello influyó
en su destino de no casarse y no tener hijos. En todo caso, Kurimoto era una
mujer dominante y se da a la tarea de pretender que Kikují se case con una
joven llamada Yukiko Inamura, hermosa y de “buena” familia. Es en esta joven
donde se hace referencia a un pañuelo rosado con dibujos de grullas volando. No
obstante, no logro relacionar dicho pañuelo con el título y el desarrollo de la
novela.
A Kikují le molestaba
la actitud entrometida de Kurimoto y la pretensión de conducir su vida.
Kurimoto creía saber
las intenciones de la señora Ota de que su hija y Kukují se casaran y hace todo
lo posible por orientarlo hacia la señorita Inamura. Incluso, Kurimoto llega a
decirle a Kukují que, durante unos días que él estuvo ausente de Tokio, tanto
Fumiko como Yuyiko se habían casado, lo cual era falso.
Hacia el final de la
novela, uno tiende a pensar que Kukují y Fumiko se quedarían juntos. Pero, de
alguna manera, el joven veía a la madre a través de la hija y Fumiko parece
darse cuenta de ello y creemos que no está dispuesta a aceptarlo. ¿Se suicida
Fumiko? No lo podemos afirmar pues se trata de un final abierto.
El lenguaje empleado por
Kawabata es hermoso y pareciera que lo hace en forma natural, a su vez que la
forma de contar el aspecto psicológico de los personajes y de la naturaleza que
siempre está presente.
Por cierto, el tema del
suicidio está claramente presente en esta novela y no podemos dejar de
relacionarlo con el aparente suicidio del mismo Kawabata, aunque algunos
autores consideran que su muerte fue accidental.
Hay otra novela de
Kawabata, más corta aún, y que leí previamente a Mil grullas titulada La casa
de las bellas durmientes (1961), en el cual el tema de la vejez, del sexo,
del despertar de los recuerdos y del suicidio también resaltan.
Diría que Mil grullas y también La casa de las bellas durmientes son novelas
particulares y que para su análisis
requerimos conocer ciertos elementos de la cultura japonesa como sus rituales,
la relación generacional, su religión, la forma de relacionarse hombres y
mujeres. Los finales abiertos de ambas novelas nos deja qué pensar abriéndose
un abanico de posibilidades.
El ritmo lento de la
novelas, la no premura por contar los desenlaces, la serenidad de los
personajes y a su vez, la expresión de la angustia, etc., establece un estilo
narrativo diferente al del mundo occidental. Agregaría que es diferente pero no
por ello menos atractivo.
Escrito y publicado por Libia Kancev D.
Caracas, 14 de febrero de 2024.
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