lunes, 7 de marzo de 2011
Un sueño, una fábula, una asociación.
"...la literatura es como un hacha con la que cortamos los mares congelados que llevamos dentro..." F.K.
La niña de cuatro años se despierta. Se levanta bruscamente de la cama. Es una cama de persona adulta.
La niña tiene el cabello negro, corto, su tez es morena pero luce ahora casi blanca como si un gran susto la embargara. Eso es lo que expresa su rostro, susto y angustia a la vez. Lleva una franela blanca, un short amarillo y unas sandalias blancas derruidas.
Hablamos de susto y angustia. Es necesario destacar que Freud diferenció ambos términos. El susto es producido por un hecho sorpresivo mientras que la angustia es causada por algo que el sujeto no sabe qué es (al menos conscientemente).
La niña-mujer, que se supone adulta, la mira levantarse. Observa su angustia y la sigue de cerca, viéndola abrir desesperanzada las puertas de la gran cantidad de habitaciones que están a su alrededor. Hasta ahora, todas las que abre están vacías. La angustia aumenta proporcionalmente en la faz de la niña.
La niña mujer, que se supone adulta, intenta alcanzarla, acunarla para hacerle saber, hacerle sentir que no está sola en este mundo que nos ha correspondido. No lo logra por mucho que apure el paso. Además, la niña mujer, que se supone adulta, no quiere mentir -siempre ha creído que no hay mentiras necesarias-, ella, por igual, está convencida que estamos sólos en este mundo o, al menos cada vez más.
La niña mujer, que se supone adulta, evoca una fábula de Kafka, del año 1.916, titulada "Una pequeña fábula", que alguna vez aprendió de memoria y que dice así:
" ¡Ay! -dijo el ratón- El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.
- Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo -dijo el gato...y se lo comió."
La niña mujer, que se supone adulta, piensa que la fábula se ajusta al sueño desesperado de la niña. La fábula expresa un profundo pesimismo y una intensa soledad en un mundo donde parece no haber salidas. El mundo que se estrecha, que se reduce a menos que pretendamos escapar hacia la ingravidez y nadie quiere eso cuando se trata de afianzar los pies sobre la tierra. Sobre esta misma tierra (creo que es el título de una novela de Gallegos).
El sueño y la fábula trata de el hombre sólo, de su yo sólo, desnudo ante un mundo cada vez más plagado de miserias. Las peores son las causadas por el hombre hacia el hombre; a su vez, están las producidas por el hombre hacia sí mismo en una auto agresión nada menos que perversa.
Dicen los entendidos que los grandes relatos (como la fábula antes citada) y los grandes chistes tienen mucho en común en la medida que provocan en el sujeto lector una serie de asociaciones con sólo lo escrito o lo contado, las cuales se expanden súbitamente. Es como cuando quitamos la válvula de escape de una olla de presión largo tiempo hirviendo. O como cuando escuchamos un chiste que provoca una buena risa durante un rato, la cual dura muchísimo más de lo que duró el relato del chiste.
Algunos han llamado a este proceso mental, exformación (aunque no he hallado muchas referencias al respecto).
El sueño se enlaza a la fábula kafkiana y juntas dan como resultado este escrito. Por cierto, Kafka nos habla de una verdad, o de su verdad, como queramos verlo, en forma radical expresada metafóricamente.
Ahora, la niña no sólo abre puertas sino que grita, llamando a esas puertas cada vez más fuerte, llamando y llamando, no sólo deseando que la inviten a entrar, si no también necesitándolo. No sabemos qué pero es lo que siente: esa desesperación total por entrar, por llamar y dar golpes y patadas hasta que una puerta se abre sola y se abre hacia afuera. Resulta que durante todo el tiempo estaba dentro. Durante todo el tiempo estuvo adentro.
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