martes, 3 de enero de 2012

Sputnik, mi amor

A Ruth Hernández
quien dijo gustarle Murakami





No sé si el escritor japonés, Haruki Murakami (12 /1/1.949),  es merecedor o no del premio Nobel de Literatura, tampoco si es merecedor de cualquier otro premio pero, yo sé los concedo sin resquemores. A mí me gusta la literatura de Murakami. Eso, sin duda.

Mi amigo y compadre, Gonzalo Nuñez –residenciado en Ciudad de México- fue quien me lo presentó hace ya unos cuantos años a través de su grueso Kafka en la orilla (2005). Evoco que, lo leí con calma y hube de decir que los claros elementos ficcionales o surrealistas que contenía no me sabían bien, aún así, me identifiqué con Nakata, su protagonista.

Recuerdo una vez en que Ruth escribió que yo era medio Nakata. Nunca sabrá lo acertada que estuvo.

Luego, siguieron otras novelas  y cuentos: Tokio blues (2000),  Crónica del  pájaro que le da cuerda al mundo (1.997), Sauce ciego, mujer dormida (1.996). Ahora quiero referirme a Sputnik, mi amor (1.999). Anoche la terminé de leer y, me ha dejado muchas cosas por dentro.

Sputnik, mi amor, es relatada por un narrador-protagonista, en primera persona cuyo nombre jamás es mencionado. Cuenta la historia de Sumire, de 22 años. Sencilla, particular, con grandes deseos de ser novelista. Ellos tienen una buena amistad, basada en el diálogo amable, sincero pero, ocurre algo….

Sumire se enamora, es la primera vez, de Myû, una mujer casada, diecisiete años mayor que ella y dedicada al negocio de los vinos. Myû había estudiado música en Francia pero, circunstancias inicialmente desconocidas, le llevan a dejar la música.

El amor de Sumire por Myû es “…un amor violento como un tornado que barre en línea recta una vasta llanura. Un amor que lo derribó todo a su paso, que lo succionó todo hacia el cielo en su torbellino, que lo descuartizó todo en un arranque de locura, que lo machacó todo por completo. Y, sin que su furia amainara un ápice, barrió el océano, arrasó sin misericordia las ruinas…Fue un amor glorioso, monumental.”

Éstas son las palabras de las que Murakami se vale para expresar, para significar ese amor: potentes, hermosas, ¿verdad?

Es de resaltar que nuestro narrador se enamora de Sumire pero entiende que no debe decirle nada pues sabe de su amor por otra persona. Él ha sido su confidente.


Por circunstancias de la vida, Myû le ofrece trabajo a Sumire y ella acepta.  Así, emprenden un viaje de negocios y van a Italia, a Francia, de nuevo a Italia. Myû decide que tomen unas pequeñas vacaciones en una isla griega cercana a la de Rodas. Allí la pasan muy bien. Visitan una playa solitaria donde se bañan desnudas.

Para esos momentos, Sumire no se había atrevido a   expresarle a Myû sus sentimientos pero cada día que transcurría se le hacía más difícil ocultarlos. Sumire mostraba interés por la vida de Myû. Se había percatado en la isla que tenía el pelo bastante blanco y que se lo teñía y  le preguntó el por qué. Con dificultad Myû le narró que un día, varios años atrás y, repentinamente, el cabello se le puso completamente blanco y por eso se lo pintaba. Sumire  insistió en que le contara qué le había sucedido.
Myû le cuenta una experiencia que había tenido a los 25 años, estando en una pequeña ciudad de Suiza cerca de la frontera francesa. Ella estudiaba en París y va a Suiza por unos negocios de su padre. Decide quedarse algo más de lo planeado y aprovechar una serie de conciertos. Desde el apartamento donde vivía podía ver un parque de atracciones, llamándole la atención una noria. Un día salió a cenar y, cuando se percató estaba en el parque, quiso subir a la noria y resulta que quedó encerrada allí toda una noche. Estando en lo alto de la noria pudo divisar su apartamento: vio a un hombre desnudo a quien había conocido días antes pero que no llamó su atención. Por otra parte, se vio a  sí  misma, manteniendo relaciones sexuales con este hombre. Era como si tuviese un  yo doble. La experiencia le resultó muy traumática. Al día siguiente la encontraron y la llevaron a un hospital. Cuando pudo verse en un espejo su cabello estaba totalmente blanco.

Myû agregó que desde ese día había perdido todo deseo sexual y se sentía incapacitada para tocar el piano que constituía,  para la fecha, su gran pasión.

Otra noche, Sumire intenta acercársele a Myû. Va a su cuarto. Quiere tocarla, hacer el amor pero, Myû, que no comprende lo que ocurre, la rechaza con sutileza. Ese día Sumire desaparece para no volver nunca más.

Myû llama a nuestro narrador. Le pide que vaya a la isla griega. El narrador viaja de Tokio a Ámsterdam. De allí hacia Atenas, luego a Rodas y por barco hasta la isla donde estaban Sumire y Myû. Ésta le cuenta que Sumire había desaparecido. Nunca la encontraron.

Poco antes de finalizar Sputnik, mi amor, el narrador tiene esta reflexión que, en lo personal, me llega al corazón:
“Ya ves, continuamos viviendo, cada uno a su manera, incluso ahora, pensé. Por profunda y fatal que sea la pérdida, por importante que sea lo que nos han arrancado de las manos, aunque nos hayamos convertido en alguien completamente distinto y sólo conservemos, de lo que antes éramos, una fina capa de piel, a pesar de todo, podemos continuar viviendo, así, en silencio. Podemos alargar la mano e ir tirando del hilo de los días que nos han destinado, ir dejándolos luego atrás. En forma de trabajo rutinario, el trabajo de todos los días…, haciendo, según cómo, una buena actuación. Al pensarlo, me sentí horriblemente vacío.”

Al final de la historia, el narrador tiene una especie de alucinación auditiva, en la cual habla con Sumire como en sus primeros tiempos pero, es sólo una ilusión.


Caracas, 3 de enero de 2012.



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