sábado, 7 de enero de 2012

LA FUNCIÓN EPISTOLAR



A mi amiga Elena Ruiz, esté donde esté.









Querida Elena:

Hoy me siento más sola que ayer. Experimenté una enorme necesidad de leer tus poemas de mujer enamorada. Te vi en una fotografía de hace un año. Lucías fantástica y sentí como si estabas a mi lado y dejé de estar sola. Quizá mañana pueda también ofrecer mis ojos, mi soledad, mi obstinación a alguien que será una solitaria como yo, o tal vez más aún como fuiste tú. 

No sé para qué escribías  poemas. Bueno…sí lo sé…me lo explicaste tantas veces, al igual que cuando dijiste que eras como un mirlo apoyado en una sola pata.

Si yo escribo, es ante todo, para realizarme en el más alto sentido ético-religioso. No es para llenar una página u otra…no te molestes. Siempre afirmabas que tus sin sentidos estaban plagados de sentido.

Si escribo es para transmitir a otra persona este momento, una especie de parada dinámica cosmológica en el poeta que capta. Tú que eras una poeta, ¿cuántas veces a lo largo de tú vida debes haber vivido instantes como éste? ¿No es cierto?

Decías que detestabas la naturaleza ¿era verdad? Pues yo he sentido hoy esa trascendencia a través de la naturaleza, en la noche, en el amor. ¿Cómo podías sentir rabia hacia la naturaleza? ¿No creías que la poesía, la escritura, era el resultado de dos polaridades que constituyen la dinámica de la vida humana? 

Estabas tan profundamente unida a la vida, a la poesía, a los sentimientos sublimes que el vuelo en el aspecto de la horizontalidad era tú medida.

A mí la naturaleza me alimentó, me equilibró de forma casi panteística. Pero con el paso del tiempo, en otra crisis, no prosperó y apareció el vacío-pleno, tomé consciencia de la realidad metafísica, el problema existencial, la forma y el contenido (espacio pleno que solamente es real en función directa con la existencia de esta forma…)

Siempre creíste en el Hombre. Hiciste incluso más: en un sueño utópico, estupendo, pensaste en épocas venideras, en que la propia vida construida sería una realidad poética…

Tal vez eso te haya salvado de tú propia soledad pero no alcanzó. Pero yo, amiga mía, no sueño, porque no creo (la vida no es sueño como dijo Calderón). No por exceso de realismo, para mí el colectivo sólo existe en la razón de este desorden de orden práctico y social. Si el Hombre es incapaz de sentir cuán importante es ese desarrollo interior –hablemos de una forma que nace con la persona como un puño cerrado que va abriéndose en el inicio con el propio nacimiento- entonces jamás podrá alcanzar su plenitud como la rosa que se abre dentro de su propio tiempo y  se marcha amorosamente realizada, inteligente y feliz… 

Estés donde estés, te contaré un secreto: a veces me siento muy desesperada, porque cuando me planteo este problema, la soledad, el frío, el miedo, me envuelven en sus brazos e intentan cerrar este nuevo tiempo que brota en mi interior, aplastando pétalos frescos y delicados que tardarán algún tiempo en abrirse, igual que se abre un ojo cerrado después de haber recibido un puñetazo.

Si estuvieras aquí, tú fuerza me serviría como un trozo de hielo que se coloca en este ojo sufriente para que pueda volver a ver lo antes posible y pueda afrontar esa realidad en ocasiones insoportable: “el escritor es un ser solitario”. Siempre lo fuiste. No importaron los hijos ni el amor, ya que afirmabas que en el interior vivíamos solos... Él nace dentro de él, parto difícil en cada minuto, está solo, irremediablemente solo. Tal vez tú serías la lluvia que moja la flor que ha nacido en la arena o en el asfalto, según prefieras, pues es ciudad y no naturaleza.

Hasta cierto punto, tú hoy estás más viva para mí que todas las personas que me comprenden ¿Sabes por qué? Mira si tengo o no razón Tú ya conoces ese mundo de la medicina, ya sabes el esfuerzo que he hecho por seguir practicándola con pasión innata. Tú eras anestesióloga Elena. ¿Te acuerdas todas aquellas guardias? ¿Aquellos amaneceres donde nos poníamos a recitar lo que viniera al vuelo de la vida o de la muerte?  Según mi opinión, cuando formamos aquel grupo había una identificación profunda. Era la toma de consciencia de un tiempo, espacio, realidad nueva, de lucha por la vida, también de expresión universal ya que abarcaba la poesía, la novela, el teatro, nuestras manos, nuestra inteligencia, la pasión impulsadora que no necesitaba de motores pues se renovaba por generación espontánea.

Éramos "Los raros". ¡Nos llamaron como el título de uno de los libros de Darío!

Hoy, en realidad mucho tiempo atrás, la mayoría se olvidó de esta afinidad (su aspecto más importante) y quisieron imprimirle un sentido menor, prefirieron que creciera carente de esa identidad para mí imprescindible, en un intento de dar continuidad  superficial a este grupo. El tiempo, gran escultor –como el título del libro de Marguerite Yourcenar -gritabas como si fuera un descubrimiento sanador. Yo agregaba: el tiempo, gran innovador, también gran destructor.

Ahora amiga, mi idea es marcharme de allí. Dime con toda franqueza, mejor dame una señal pues quiero continuar fiel a mi convicción, respetándome a mi misma aunque más sola que ayer y que hoy estaré mañana, ya que las personas que un día se aproximaron se alejan desorientadas sin enfrentarse a la dureza de estar sólo en un único pensamiento, sin preservar el mayor sentido ético, el de morir mañana sola pero fiel a una idea. Dime amiga; es duro, es terrible porque implica alejarme sin distanciarme realmente, porque todo se ha fragmentado…




Caracas, 6 de enero de 2012.

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