viernes, 13 de enero de 2012

LAS MASCOTAS LITERARIAS

Hoy no ha concluido pero ha sido extraño.

Reflexiono ahora en cómo los días transcurren, uno tras otro, indolentes.

Advierto sobre cierta escritura barroca, estilo muy discutido aunque no comprendo bien las dudas que genera.

Después de leer y releer a Lezama Lima, se me “pegó” una extraña forma de escribir. Hasta me llegaron a hacer ciertos señalamientos sobre mis "problemas de sintaxis”. En realidad, ello no me perturba. Soy autónoma.

Hace un par de días fui con mi hijo a comprar algunos alimentos cerca del edificio donde vivimos. Siendo sincera, debo decir que desde hace tiempo no voy al supermercado. Ir al supermercado nunca ha sido de mi agrado.

Tenía que comprar varias cosas imprescindibles pero la “lista” la tenía en mi cabeza y mi cabeza no estaba muy ordenada que digamos.

Aparte de los alimentos, sabía que debía adquirir la arena para nuestra gata Ra. El olor característico de sus heces ya era más que notable y su arena se había terminado desde hacía como una semana.

Puedo decir, con precisión,  que a mí los gatos nunca me gustaron. Ra llegó a nuestra casa por empeño de mis hijos al ver a la gata siamesa del edificio, cuyo nombre es Susi, preñada. Así, no me quedó otra que estar pendiente del parto de Susi. Cuando sucedió el hecho tan esperado por mis hijos, tuve que sortear otros inconvenientes. Resulta que la conserje ya le tenía dueños a los cuatro hijos de Susi. Tuve que valerme de mis buenas relaciones con uno de los vigilantes para pedirle que me consiguiera uno y que fuera macho pues, para nada quería verme involucrada en partos y gatunas subsiguientes.

El señor vigilante, se apareció a finales del 2010, con un gatico bebé. Recuerdo ese día a la perfección pues mis hijos estaban más que contentos. Fue mi hijo con su extraño gusto por el tema mitológico quien le puso el nombre. Al poco tiempo, lo llevamos al veterinario para enterarnos que no era macho sino hembra. El nombre de Ra se consideró, implícitamente, inmodificable.

Ya me he acostumbrado a Ra. Hasta me sorprendo acariándola. Por otra parte, es fiel escucha pues en mis jornadas de lecturas nocturnas, que acostumbro a hacer en voz alta, Ra se ubica muy cómoda en el escritorio y si no me escucha parece hacerlo. Hasta ha sido protagonista de unos cuantos poemas. Si es que son poemas. Digo esto porque una vez escribí uno donde adjetivaba al cielo como de color verde. Escuché rumores y críticas agrias con respecto a eso. Es increíble la falta de imaginación y de tolerancia de algunas personas. Creo que el cielo será verde si así lo queremos.

Después de esta digresión, continuo.

Entonces, mi hijo y yo, nos dirigimos primero al abasto más cercano pero por razones poco claras, seguimos de largo y de pronto, entramos a la tienda donde venden  pájaros y pececillos, alimentos y otros artículos de uso animal. Buscamos la arena pero, súbitamente, la arena pasó a un segundo lugar y me hallé frente al gran recipiente donde tenían a esos animalitos usados muchas veces en experimentación: los hámsteres. Había muchos recién nacidos y otros más grandecitos.

Abstraída, me quedé observándolos y le dije a la vendedora que me llevaría uno, que fuera un macho.

¿Cuál quiere? –dijo la joven un tanto fastidiada.

No sé –respondí yo. A ver, a ver…- ¿¡éste será macho!?  Le señalaba a uno de color crema, que lucía bastante activo. Efectivamente resultó ser macho.

Mi hijo, por otro lado, me miraba incrédulo. ¿Qué haces mamá? –agregó molesto.

Le compro un hámster a tú hermana –respondí yo súper tranquila. Mi hijo insistió en que era una locura, que sería un bocado para Ra, etc., etc.

Aparte del hámster, compré una jaula y comida y salimos de la tienda. No sé por qué me sentía contenta. Es de hacer notar que, además de la arena no compramos más nada en ese instante. Al llegar a casa, la reacción de mi hija mayor fue similar a la de mi hijo. Mañi, la menor, sí estaba contenta, oyendo risueña los comentarios de sus hermanos.

Mañi no perdió tiempo para ponerle nombre: se llamará Cosmo. En privado, Mañi me dijo: -mira mamá, mis hermanos tienen razón, es obvio que Ra se lo puede comer, es obvio.

Por algunos minutos me quedé desconcertada, viendo al hámster. Su recepción no había sido muy positiva. Bueno…en realidad, dos “contra” dos. Tablas.  Lo cierto es que Cosmo ha resultado una mascota de lo más interesante. Activo, vivaz, equilibrista, muchas veces fallido, pero equilibrista. 

Hasta ahora, la única que se ha ocupado de Cosmo he sido yo. Para mis hijos, Ra sigue siendo la reina indiscutible.

Para el poco tiempo en que nos conocemos, Cosmo y yo  hemos conversado bastante. La conversa más seria fue cuando lo vi levantando la puerta de la jaula. De inmediato busque un clip, lo abrí y lo utilicé para ajustar la puerta. Hay que mencionar que para el instante en que Cosmo se esforzaba en la maniobra, Ra se hallaba casi enfrente de la jaula, en actitud de acecho. Definitivamente era “obvio” que Ra se podía comer a Cosmo.

Ahora mismo, miro a Cosmo en su jaula. Gira  afanado en su rueda. Resulta palmario que no se marea. Le hablo. También le leo. Escojo, al azar, este poema de Anna Ajmátova:



En realidad



Y se marcha el tiempo, y se va el espacio,

Una noche blanca me lo ha revelado todo:

Y el narciso en el cristal sobre tu mesa,

 y el humo azul del cigarrillo,

Y aquel espejo, donde podrías reflejarte ahora

como en el agua limpia,

Y se marcha el tiempo y se va el espacio…

Pero ni tú puedes ayudarme.

(1.946)




Caracas, 13 de enero de 2012. 

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