Reflexiono ahora en cómo los
días transcurren, uno tras otro, indolentes.
Advierto sobre cierta
escritura barroca, estilo muy discutido aunque no comprendo bien las dudas que
genera.
Después de leer y releer a Lezama
Lima, se me “pegó” una extraña forma de escribir. Hasta me llegaron a hacer
ciertos señalamientos sobre mis "problemas de sintaxis”. En realidad, ello no
me perturba. Soy autónoma.
Hace un par de días fui con
mi hijo a comprar algunos alimentos cerca del edificio donde vivimos. Siendo
sincera, debo decir que desde hace tiempo no voy al supermercado. Ir al
supermercado nunca ha sido de mi agrado.
Tenía que comprar varias
cosas imprescindibles pero la “lista” la tenía en mi cabeza y mi cabeza no
estaba muy ordenada que digamos.
Aparte de los alimentos,
sabía que debía adquirir la arena para nuestra gata Ra. El olor característico
de sus heces ya era más que notable y su arena se había terminado desde hacía
como una semana.
Puedo decir, con precisión, que a mí los gatos nunca me gustaron. Ra llegó
a nuestra casa por empeño de mis hijos al ver a la gata siamesa del edificio, cuyo
nombre es Susi, preñada. Así, no me quedó otra que estar pendiente del parto de
Susi. Cuando sucedió el hecho tan esperado por mis hijos, tuve que sortear
otros inconvenientes. Resulta que la conserje ya le tenía dueños a los cuatro
hijos de Susi. Tuve que valerme de mis buenas relaciones con uno de los
vigilantes para pedirle que me consiguiera uno y que fuera macho pues, para
nada quería verme involucrada en partos y gatunas subsiguientes.
El señor vigilante, se apareció
a finales del 2010, con un gatico bebé. Recuerdo ese día a la perfección pues
mis hijos estaban más que contentos. Fue mi hijo con su extraño gusto por el
tema mitológico quien le puso el nombre. Al poco tiempo, lo llevamos al
veterinario para enterarnos que no era macho sino hembra. El nombre de Ra se
consideró, implícitamente, inmodificable.
Ya me he acostumbrado a Ra.
Hasta me sorprendo acariándola. Por otra parte, es fiel escucha pues en mis
jornadas de lecturas nocturnas, que acostumbro a hacer en voz alta, Ra se ubica
muy cómoda en el escritorio y si no me escucha parece hacerlo. Hasta ha sido
protagonista de unos cuantos poemas. Si es que son poemas. Digo esto porque una
vez escribí uno donde adjetivaba al cielo como de color verde. Escuché rumores
y críticas agrias con respecto a eso. Es increíble la falta de imaginación y de
tolerancia de algunas personas. Creo que el cielo será verde si así lo
queremos.
Después de esta digresión, continuo.
Entonces, mi hijo y yo, nos
dirigimos primero al abasto más cercano pero por razones poco claras, seguimos
de largo y de pronto, entramos a la tienda donde venden pájaros y pececillos, alimentos y otros
artículos de uso animal. Buscamos la arena pero, súbitamente, la arena pasó a
un segundo lugar y me hallé frente al gran recipiente donde tenían a esos animalitos
usados muchas veces en experimentación: los hámsteres. Había muchos recién
nacidos y otros más grandecitos.
Abstraída, me quedé
observándolos y le dije a la vendedora que me llevaría uno, que fuera un macho.
¿Cuál quiere? –dijo la joven
un tanto fastidiada.
No sé –respondí yo. A ver, a
ver…- ¿¡éste será macho!? Le señalaba a
uno de color crema, que lucía bastante activo. Efectivamente resultó ser macho.
Mi hijo, por otro lado, me
miraba incrédulo. ¿Qué haces mamá? –agregó molesto.
Le compro un hámster a tú hermana
–respondí yo súper tranquila. Mi hijo insistió en que era una locura, que sería
un bocado para Ra, etc., etc.
Aparte del hámster, compré
una jaula y comida y salimos de la tienda. No sé por qué me sentía contenta. Es
de hacer notar que, además de la arena no compramos más nada en ese instante.
Al llegar a casa, la reacción de mi hija mayor fue similar a la de mi hijo.
Mañi, la menor, sí estaba contenta, oyendo risueña los comentarios de sus
hermanos.
Mañi no perdió tiempo para ponerle
nombre: se llamará Cosmo. En privado, Mañi me dijo: -mira mamá, mis hermanos
tienen razón, es obvio que Ra se lo puede comer, es obvio.
Por algunos minutos me quedé
desconcertada, viendo al hámster. Su recepción no había sido muy positiva.
Bueno…en realidad, dos “contra” dos. Tablas.
Lo cierto es que Cosmo ha resultado una mascota de lo más interesante.
Activo, vivaz, equilibrista, muchas veces fallido, pero equilibrista.
Hasta
ahora, la única que se ha ocupado de Cosmo he sido yo. Para mis hijos, Ra sigue
siendo la reina indiscutible.
Para el poco tiempo en que
nos conocemos, Cosmo y yo hemos
conversado bastante. La conversa más seria fue cuando lo vi levantando la
puerta de la jaula. De inmediato busque un clip, lo abrí y lo utilicé para
ajustar la puerta. Hay que mencionar que para el instante en que Cosmo se
esforzaba en la maniobra, Ra se hallaba casi enfrente de la jaula, en actitud
de acecho. Definitivamente era “obvio” que Ra se podía comer a Cosmo.
Ahora mismo, miro a Cosmo en
su jaula. Gira afanado en su rueda.
Resulta palmario que no se marea. Le hablo. También le leo. Escojo, al azar,
este poema de Anna Ajmátova:
En realidad
Y se marcha el tiempo, y se va el espacio,
Una noche blanca me lo ha
revelado todo:
Y el narciso en el cristal
sobre tu mesa,
y el humo azul del cigarrillo,
Y aquel espejo, donde
podrías reflejarte ahora
como en el agua limpia,
Y se marcha el tiempo y se
va el espacio…
Pero ni tú puedes ayudarme.
(1.946)
Caracas, 13 de enero de 2012.
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