lunes, 19 de diciembre de 2011

RELATOS ONÍRICOS

Se siente como un mirlo en una sola pata...





                                                                     El velo del alma


HACER EL AMOR ES COMO CEPILLARSE LOS DIENTES

Diez  pasos separan mi sueño del sueño que revela el pueril deseo y la verdad inesperada.

La mujer alta, siempre risueña. Oculta lleva su timidez, su indecisión. Afirma que ama la poesía. Tardó ocho ó diez años en poner a punto el libro del que ahora se congratula.

En el sueño, la descubro común aunque una sensualidad particular se desborda por los límites de su piel. Comparte su lecho, que es el mío, con quien jamás hubiera pensado mi indetenible  imaginación.

Fluidos ausentes, deslizados por cañerías de inercia dudosa. 

Se visten y siguen su vida como si hacer el amor fuese cepillarse los dientes. Se despiden. Se verán quién sabe cuándo. Ello no les preocupa. Hacer el amor es como cepillarse los dientes.

Mi sorpresa es inmensa. Dormida, empujé la puerta para precisar los hechos.  Escena  de la que no me correspondía ser testigo.

Despierto. Me levanto silente, llena de incredulidad. En la sala veo a la mujer. Sonríe como si ello le fuese consustancial, como un ojo, un brazo, cualquier parte de su delicado cuerpo. Tanta sonrisa. Tanta sospecha. Su piel morena. Sus largos cabellos castaños y rizados. Me mira como si alguna vez hubiésemos hablado de amor. Un amor idealizado, pleno de ternura, pero no…

Ella lleva una camisa ancha, larga, sólo una camisa. Me abraza y me invita a sentarme en sus piernas como si fuera una niña. Es la primera vez. Ella experta, dijo que era la primera vez. Me acaricia impúdicamente. Cierro mis piernas, quiero huir.

El hombre regresa. Había dejado su chaqueta marrón en el clóset de la sala. Entrelazan palabras suaves pero, pienso que no hay ternura, no hay ansias, no hay deseo. Él no me mira y me doy cuenta que él, que debiera mirarme, no lo hace y se va sin despedirse, sin mirar atrás. Su voz-murmullo se apaga en el largo pasillo Ella respondió: ¡sabes que siempre obtengo lo que quiero!  Pensé: conmigo no, conmigo no.

Mi presencia allí es natural. Sólo para ellos.


UN NIÑO LANZÁNDOSE EN UNA PISCINA

Al día siguiente, después de aquel sueño, desperté con cierto sinsabor.

Horas más tarde, en mi trabajo, tuve ocasión de preguntar a la única persona que podía saber el estado de salud de aquel singular profesor que, en mis tiempos de post grado, se paraba en el medio del pasillo, de brazos cruzados, elegantemente vestido, esperando a que se hicieran las 7 de la mañana y dar inicio a la revista diaria de los pacientes hospitalizados.

Ya habían transcurrido dos años desde que lo habían operado de un cáncer en uno de los órganos cuya afectación mitótica era de las menos letales. En apariencia, su pronóstico era bueno pues ni siquiera había ameritado tratamiento posterior.

Aún así, recientemente me había enterado que recibía radioterapia.

En el sueño, el hombre, cuya caracterización me resulta difícil, me pedía apoyo para su familia cuando él ya hubiese muerto.

¡Hola!, ¿qué hay de nuevo?, bla, bla, bla.

¿Una pregunta? –apresuré.

¿Cómo está fulanito?

¿Fulanito?...-está muy bien, de viaje por Europa, celebrando los veinticinco años de matrimonio….

¡Ah, okey! bla. bla, bla.

En el resto  del sueño, el profesor estaba vivo pero estaba muerto o al revés. Lo cierto es que me hizo prometer que estaría pendiente de su familia. Al rato se levantó desnudo. Sólo unos interiores blancos, marca "Ovejita", cubría su  intimidad.  Creí que lo seguía sólo con la mirada pero, al poco tiempo me di cuenta que corría detrás de él por un largo pasillo níveo y aséptico. Justo, en ese instante, miré  cómo se lanzaba desde el puente de Brooklyn.

Sus piernas eran el perfecto reflejo de alguien que maneja una bicicleta con ahínco. Sus brazos describían arcos informes. Se suicidaba aunque ya estaba muerto y, mientras tanto, describía una escena infantil como un niño lanzándose en una piscina.

EL FARSANTE

En el trayecto de regreso, el autobús danzaba firme por terreno pedregoso. Eso quería pensar.

Leí unas páginas de la vida de Darío. ¡Tanta producción literaria! ¡Tanta desdicha para el creador 

del modernismo!

El sueño fue haciéndome preso como a un niño mecido en los brazos de su madre angustiada.

El hombre sentado en el asiento delantero izquierdo hablaba sin cesar por el celular. Múltiples conversas fueron el arrullo  que acompañó mi ensoñación. Nunca fue un sueño profundo. Lo escuché hablar de tantos temas hasta que me desperté sin esperanzas, Habló de la cola en que nos encontrábamos; de lo lejos que nos hallábamos de la ciudad capital, del diluvio que caía, habló con niños, repartió promesas a granel.

Era, el farsante.




Caracas, 18 de diciembre de 2011.

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