Llego a Chacaíto y me monto en la camioneta que va hacia El Cafetal. Puedo irme a pie hasta la calle Madrid pero no tengo ánimo de caminar aunque me gusta caminar. Voy tarde al trabajo aunque yo no internalizo que es así, aunque sé que así es.
Subo a la camioneta con
premura, una prisa que podría justificarse o no justificarse pero algo me dice
que es justificable siendo absolutamente injustificable. Me siento en el primer
puesto que encuentro vacío donde ya estaba sentado un señor bastante mayor que
llevaba una gorra azul marino. Al sentarme, el señor se acomoda como para darme
más espacio aunque pienso que no es necesario y digo “gracias” Sin duda, hay
suficiente espacio.
Mi atención se fija en
el colector, quien, en voz alta y cantarina, menciona los diversos lugares por
los que pasará la camioneta. No escucho mencionar mi destino. Mi desubicación
geográfica crónica que, con frecuencia se tiñe de angustia, me hizo preguntarle a mi vecino de asiento si
la camioneta pasaba por El Tolón. El señor, blanco, de cabellos ralos, canosos al igual que sus bigotes, me dijo, sí, pasa
por El Tolón.
El anciano agregó,
pensativo: Tolón (Toulon en francés) es una ciudad ubicada al sur de Francia
donde hay una poderosa base naval. Le dije ¿no será Toulouse? Me respondió con
firmeza que no, que Toulouse también está en el sur, aunque más hacia el oeste
y más cerca de la frontera con España y es llamada la ciudad rosa pero que él se
refería a Tolón pues lo había buscado en un diccionario que tenía en su casa
hacía tiempo. Tolón es una ciudad situada al sur de Francia a orillas del Mar
Mediterráneo, reiteró con una voz segura y ronca de fumador empedernido.
Evoqué a mi mamá que
era asidua realizadora de crucigramas y que poseía un pequeño Larousse
ilustrado, bastante raído, donde buscaba el significado de las palabras que
desconocía.
De pronto, el anciano
pareció animarse. Eso sólo fue una percepción mía ya que sólo podía verle la
mitad de su rostro, el derecho, ya que estábamos sentados uno al lado del otro,
en los asientos terceros del lado izquierdo de una camioneta algo destartalada.
Digo que se animó
porque de seguida me habló sobre Ibiza. Le dije sí, una de las Islas Baleares. Son
tres, dije. Me dijo, bueno, realmente son 5 islas y de seguida pasó a
mencionarlas: Mayorca, Menorca, Ibiza, Formentera y Cabrera. Entonces recordé
que había escuchado la existencia de Formentera pero no de Cabrera.
Le comento al señor que
tengo un compadre que es de Palma de Mayorca. Que ha vivido la mayor parte de
su vida en Venezuela pero que tiene unos meses que está en Mayorca. Mi compadre
Paco es el padrino de bautizo de mi hija mayor. Es una persona de carácter
difícil y nunca nos hemos llevado bien aunque no por ello he dejado de tenerle
aprecio.
Ahora no logro precisar
por qué mi interlocutor de lo anterior pasó a hablarme del estado Trujillo,
específicamente de Canache donde había nacido su padre y de Santa Ana donde
había nacido su madre. Le dije, no sin
cierta pena, que no conocía Los Andes y que siempre me confundía en la
ubicación de los estados andinos, creía que primero estaba Mérida, luego Trujillo
y Táchira. Muy humildemente el señor me dijo que primero estaba Trujillo, luego
Mérida y luego Táchira.
Agregué, no sin cierta
duda, que Santa Ana quedaba en Táchira,
al igual que Seboruco y La Grita pues tenía un primo político, El Gocho, lo
hemos llamado siempre así, que es nativo de Seboruco. Me dijo, yo le hablo de Santa Ana en
Trujillo. Es un lugar histórico puesto que allí se firmó el armisticio de la
guerra del 27 de noviembre de 1820 entre Bolívar y Morillo. Allí hay un
monumento en honor a ese hecho.
Sólo atiné a pensar que
Morillo fue un militar español…
Precisé, a los pocos
segundos, que una vez había estado en Mérida, cierto pudor me inhibió de
decirle que fue cuando estuve de luna de miel y que, aunque habíamos visitado
algunos lugares no era mucho lo que recordaba. Le conté que el día que venía de
regreso a Caracas y ya cancelado el hotel, el vuelo había sido aplazado por
problemas de alta nubosidad. Resulta que el aeropuerto de Mérida está ubicado
dentro de la ciudad lo cual, al parecer, obligaba, con alguna frecuencia, la
suspensión de vuelos ante el menor obstáculo que garantizara un aterrizaje
perfecto y en previsión de daños adicionales en esa zona urbana.
Mi esposo y yo nos
quedamos como viendo a la gente en el aeropuerto sin saber qué hacer. Me
imaginé durmiendo en el piso hasta el día siguiente. Pero el piso estaba
reluciente (eso me produjo cierto consuelo). Ya casi no teníamos dinero…
De pronto vi a J.
hablando y abrazando a una muchacha delgada, alta, de cabellos amarillos. Me
acerqué. Se trataba de una compañera de clases de la Universidad Simón Bolívar,
llamada Gladis Magris, con quien había hecho una buena amistad. Además, resultó
ser hermana de una amiga mía, testigo de nuestro matrimonio por civil. Gladis
es astrofísica y trabaja en el Centro de Investigaciones de Astronomía en
Mérida. Nos dio alojamiento en su casa esa noche…
Llegué a preguntarle al
anciano si conocía España y me dijo, ¿¡yo!? con asombro, como si fuese una
posibilidad impensable. Entendí la reacción del señor, fue casi un ¿¡cómo se le
ocurre!? Mi subjetividad lo interpretó bien ya que yo nunca había viajado fuera
de Venezuela y escasamente al interior del país (¡tampoco me imaginaba
haciéndolo!) Me dijo que sus abuelos eran españoles y que sus apellidos eran
Benitez Paredes.
Quise saber sobre su
conocimiento de los Andes y me dijo que la última vez que había ido fue hacía
65 años. Me pregunté, ¿cuántos años tendría este señor?
Y llegamos a El Tolón,
adonde debía bajarme. Me despedí con un ¡tenga un buen día! El señor respondió
¡igual para usted!
Escrito y publicado por Libia Kancev D.
Caracas, 21 de noviembre de 2023.
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