Los incas no habían enseñado a leer a sus vasallos, temerosos de que los libros escondieran la semilla de la rebelión, porque los libros y las letras escritas son subversivos y malditos para el poder, incluso en aquellos tiempos remotos” (204).
Leí la más reciente
novela del Nobel peruano de Literatura
Mario Vargas Llosa (1936) titulada Le dedico mi silencio (2023) y que,
en palabras del mismo autor sería su penúltimo texto en publicar.
Antes de leer Le
dedico mi silencio, escuché algunos comentarios poco halagüeños sobre
la misma. El comentario más halagador la tildaba de una “obra menor”. Por
cierto, esos mismos comentarios, generaron una discusión sobre los niveles de
excelencia de un escritor o, mejor dicho, cuáles serían los porqués de la
variabilidad de la calidad de las obras literarias de un escritor. Sin duda, las razones pueden ser múltiples.
Particularmente hay
novelas de Vargas Llosa que me han gustado mucho: Conversación en la Catedral (1969), La Guerra del fin del mundo (1981), Lituma en los Andes (1993), La
Fiesta del Chivo (2000) y Tiempos
recios (2019), hay otras que no pero en realidad no me había puesto a
pensar si se trataba de una disminución de la calidad del autor. Más bien,
pensé que podría estar relacionado con algo inherente al lector aunque ello no invalide el hecho de que la producción literaria puede tener sus altos y bajos.
Hay autores de los que
he leído casi toda su obra y todas me han parecido maravillosas. Por ejemplo, Fiódor
Dostoyevski (Rusia, 1821-1881), Antón Chéjov (Rusia, 1860- Alemania, 1904), Frank
Kafka (Praga, 1883- Austria, 1924), José Saramago (Portugal, 1922- España,
2010), Javier Marías (Madrid, 1951-2022), por mencionar algunos.
Le dedico mi silencio
trata de un estudioso de la música criolla peruana quien plantea que la música
del Perú, originaria de esclavos africanos que llegaron al Perú tras la
conquista y que integraron las clases bajas, puede ser un elemento de unión, de
cordialidad entre todos los peruanos y hasta de los latinoamericanos. El
protagonista se llama Toño Azpilcueta, casado con Matilde, padre de dos niñas y
eterno enamorado de una cantante peruana llamada Cecilia Barraza quien sólo lo
consideraba su amigo.
Azpilcueta siempre
estaba en una situación económica precaria: trabajaba dando clases de Dibujo en
un colegio donde estudiaban sus hijas, lo que le permitía que le exoneraran la
matrícula. Escribía artículos sobre la música peruana que le remuneraban muy
mal.
Otro aspecto importante
es que Toño Azpilcueta sufría de fobia a las ratas y, especialmente cuando
pasaba por situaciones de estrés, sentía a esos roedores sobre su cuerpo y
procedía a espantarlos y a rascarse desaforadamente, incluso, a veces,
desvistiéndose en público. Este dato de la personalidad de Toño Azpilcueta me hizo recordar un texto de Sigmund Freud (Chequia, 1856 - Londres, 1939) titulado "El hombre de las ratas" (1909) basado en un caso de un paciente afectado por una severa neurosis obsesiva.
Un día, Azpilcueta
recibe una invitación para ver la presentación de un joven guitarrista peruano
llamado Lalo Molfino. Azpilcueta, extrañado de no haber escuchado hablar de ese
músico, asiste y, para su sorpresa, queda maravillado, extasiado de escuchar a
un guitarrista tan extraordinario, a quien no dudó en catalogar como el mejor
guitarrista del Perú y muy probablemente del mundo.
Hay quienes dicen que
la novela es un estudio sobre la música peruana pero me parece que es una opinión
de apreciación muy limitada. Por supuesto que habla bastante sobre la música peruana pero, Vargas Llosa aprovecha el tema para hablar de las
profundas diferencias sociales en Perú, para hablar del Imperio Inca, que considera
dejó cosas muy negativas a los peruanos como la intolerancia y la falta de
respeto a las opiniones ajenas. También habla de los efectos del colonialismo
español y otros temas.
Asevera Vargas Llosa
que el idioma español fue un gran aporte para la mayoría de los países
latinoamericanos (excepto Brasil) ya que, al tener el mismo idioma, la
comunicación sería mejor “Lo mejor que pudo haberle pasado a América Latina fue
esa unificación de la lengua gracias al español, que ahora permite entenderse a
los latinoamericanos desde México hasta la Argentina, con la excepción de
Brasil, donde, sin embargo, cada día más gente lo habla” (190).
Pienso que la manera en
que Vargas Llosa aborda el tema es muy acertado ya que, lo que podría verse
como un tema aburrido, se hace bastante interesante por más que la hipótesis central
de Toño Azpilcueta suene utópica.
Toño Azpilcueta decide
escribir un libro sobre Lalo Molfino y la música peruana. Así inicia una serie
de averiguaciones sobre éste. No obstante, es poco lo que consigue saber de él:
averiguó que nació en Puerto Eten (norte del Perú), que, al nacer, Lalo fue
abandonado en un basurero de donde fue rescatado por el cura del pueblo quien
lo crió. También que el joven tuvo que dejar todas las agrupaciones de los grupos
musicales que lo contrataban ya que no lograba tocar en grupo si no que quería hacerlo
solo. Por otro lado, pudo conversar con una joven quien había sido como “novia”
de Lalo quien le había confesado que aunque ella había querido tener relaciones
sexuales con él, éste se limitaba sólo a acariciarla y a besarla. Toño también
se enteró que Lalo había muerto de tuberculosis.
A pesar de la poca información de la que disponía, Toño decide escribir el libro que intitula Lalo Molfino y la revolución silenciosa Por suerte, consigue un editor quien decide publicarle su libro que resulta todo un éxito en ventas. Cuando el editor le dice que se requiere una segunda edición, Toño le pide tiempo para hacer algunos cambios. El editor le dice que lo deje así, que tal vez más adelante pero Toño insiste. Así, sacan una segunda edición y Toño vuelve a pedir más tiempo para hacer revisiones hasta que el libro deja de venderse y el editor se cansa de Toño y el libro empieza a ser devuelto por muchos libreros que lo tenían en consignación. Esta actitud de revisión y revisión puede interpretarse como parte de la conducta obsesiva de Toño Azpilcueta.
Aparte de lo anterior, Toño había sido despedido de la Universidad donde dictaba la cátedra Quehaceres Peruanos, reabierta por el triunfo que Toño había tenido con su libro) pero que definitivamente no tenía mayor atractivo para la mayoría de los estudiantes.
Toño Azpilcueta tiene
un episodio psiquiátrico y al final de la novela, nos cuentan que se había
mudado con su esposa e hijas y que Cecilia Barraza seguía siendo su amiga.
Pensamos que Toño Azpilcueta se había vuelto "loco".
Vale destacar que Vargas Llosa, toca otros temas relativos al Perú y confiesa ciertos aspectos de
su vida, como, por ejemplo, su posición ante el catolicismo: dice que a veces
cree, y que a veces, no.
Pienso que Le
dedico mi silencio es una buena novela que confirma el excelente
narrador que es Mario Vargas Llosa.
Me permito añadir el link de un documental grabado por los hijos de Vargas Llosa en una visita que hicieron a Puerto Eten: https://www.youtube.com/watch?v=qhqu4m8GGn8
Escrito y publicado por Libia Kancev D.
Caracas, 29 de noviembre de 2023.