jueves, 21 de noviembre de 2024

El fin de la tristeza

“La mayoría de las cosas que suceden en la vida no tienen una causa clara ni un origen coherente. La lógica sólo es una ficción” (10).

“Uno puede vivir sin la realidad” (14).

“En este país es muy difícil encontrar una verdad” (15).

“La amistad es una oreja” (118).

 


Acabo de terminar de leer la novela El fin de la tristeza (2024) publicada por Random House, cuyo autor es el escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka (1960).

Esta novela me la prestó mi hija María Victoria quien la compró en una librería de Madrid, en octubre pasado. Casualmente, ese día estaban bautizando El fin de la tristeza. Barrea T. le escribió una dedicatoria. La letra de Barrera es singular. Para mí es la de un ser que tiene gran cantidad de  conflictos  internos (como muchos) y, por otro lado, de alguien batallador. 

Cuando uno llega a la última palabra de El fin de la…, realmente no llegamos al fin, puesto que, de inmediato,  se abre un abanico de posibilidades para entender esta novela y abordarla desde diferentes perspectivas.

Gabriel Medina es un joven geógrafo que trabaja en una oficina llamada El Archivo situada en el centro de Caracas. Se trata de un hombre tímido, introvertido, obsesivo y con claros rasgos paranoicos. Gabriel vive solo en un apartamento y sus padres viven fuera de Caracas y los visita los sábados. Gabriel asiste con regularidad a terapia con una psicóloga de nombre Elena Villalba.

Un día, habiendo decidido cambiar la ruta por la que siempre se dirige a su trabajo después de salir del Metro de Capitolio, ve a lo lejos a una mujer que lo atrae. Tienen contacto visual pero pasan de largo. Gabriel se detiene frente a una tienda donde venden televisores para ver a la mujer mientras se aleja. Sorpresivamente ve en la pantalla de un televisor a su “psiquiatra”, esposada, acompañada por dos personas que lucen como policías. Leyendo los labios de la locutora, logra dilucidar que la llaman Doctora Suicidio. Gabriel no entiende qué ocurre.

Llega a su trabajo con las imágenes en su mente: la de la desconocida y la de Elena Villalba. A los pocos días, van a su trabajo dos policías que lo interrogan sobre la Doctora Suicidio y Gabriel se muestra parco, en realidad, no sabe qué decir ni qué pensar. En la oficina todos se enteran y empiezan a fijarse en él, algo que era inusual.

Después de lo anterior, El fin de la tristeza nos narra una serie de suicidios: el de Luis Felipe Ayala, un ingeniero de cincuenta y tantos años que aprovecha que su esposa está en Canadá donde había ido para visitar a uno de sus hijos, y se da un tiro en la cabeza; el de una mujer –Raquel Sayago- de setenta y dos años, casada y con una hija (Cecilia) quien se encierra en uno de los cuartos de su casa y destapa una bombona de  gas dentro del mismo y la hallan muerta; el de Sofía Aranguren, una joven estudiante del primer semestre de odontología, de 19 años, quien se suicida lanzándose desde un viaducto de la Cota Mil. Luego sabremos que hay muchas más personas que se han suicidado. El denominador común de estos suicidios es que todos eran pacientes de Elena Villalba, psicóloga que trabajaba en un grupo de atención psicológica gratuita y/o de bajo costo. Varios familiares de personas que se han suicidado ponen la denuncia en la Fiscalía General de la República.  Un influencer llamado Roco-Yo le pone a la psicóloga el nombre amarillista de Doctora Suicidio y con este caso también pretende obtener fama, popularidad y dinero.  

Gabriel desde hacía tiempo se había retirado de las redes sociales pero, a raíz del caso de la Dra., empieza a conectarse para obtener información sobre lo que realmente estaba pasando. Exhibe  conductas paranoicas pensando que la policía lo está persiguiendo lo que, a posteriori, parece ser cierto.

Gabriel recuerda sus consultas, lo difícil que le resultaba hablar en ellas y las pocas frases que le decía Elena, entre ellas,  “¿Pero qué es lo peor que puede pasar?,  otra es, “¿por qué le das tanto poder a los demás?”

Gabriel  piensa y re piensa  en la mujer que ha visto cerca de su trabajo. La ve varias veces más hasta que un día decide abordarla e invitarla a tomar algo. La mujer se llama Inés. No ha sido nada sencillo. Gabriel se pone rojo (algo que le ocurre desde que tiene consciencia de sí mismo, se le aguan los ojos, aprieta la mandíbula, le sudan las orejas, las manos se le ponen rojas). El primer encuentro termina en un desastre por las reacciones emocionales de Gabriel, lo que desconcierta a Inés.

Me detengo aquí para contar un hecho de su infancia: Gabriel, como ya he señalado, era muy tímido, le costaba hablar con las personas y más con desconocidos. Las lágrimas llenaban sus ojos y el rubor no tenía ninguna consideración. Un día su padre, quien lo consideraba un niño débil le enseñó qué hacer para que eso se le pasara. Lo golpeó en la mandíbula, con ello aprendió a contraerla con frecuencia, le dijo que cada vez que estuviera a punto de llorar, parpadeara hasta que se le pasara. Gabriel adoptó estos actos como parte de su vida.

Un día, Gabriel recibe una llamada de una mujer desconocida quien le dice que Elena Villalba le pide que vaya a verla a la cárcel. Se sintió confuso pero al final va. Elena le dice que la secretaria del consultorio, Gisela Montes,  tiene la memoria de la cámara con que ella grababa las sesiones de terapia y que la está chantajeando. Elena le pide a Gabriel que la recupere.

Queda claro que Elena Villalba grababa sus sesiones, cosa que no es habitual. Lo único que puede justificarlo es que el o los pacientes lo autoricen.

El por qué y el para qué Elena Villalba grababa las sesiones es algo que no queda claro. ¿Estará Gabriel en esas grabaciones?, se interroga.

En una circunstancia no muy clara, una persona que se había comunicado telefónicamente con Gabriel, lo cita para entregarle la memoria de la cámara.

Después de la visita a Elena, Gabriel se siente más perseguido y en las redes aparece su nombre y su foto. El programa de Roco-Yo deja ver que Gabriel o estaría en peligro o que era cómplice de Elena.

Cada día Gabriel se siente peor. Un día intenta volver a ver a Inés después del primer encuentro que termina mal como hemos mencionado. Ella le responde y decide recibirlo en su casa. Gabriel le cuenta a Inés todo lo que le está ocurriendo y ven las grabaciones. Inés luce impactada. Ese día pasan la noche juntos y ella le da un teléfono suyo para que se comuniquen por allí.

Gabriel intenta contactar al abogado de Elena, para hablar de las grabaciones pero no las llevaba consigo, las había dejado en una bolsa de sardinas que su papá había comprado y que, por lo tanto, estaba en el refrigerador de la casa de sus padres. Gabriel aborda al abogado y éste le pregunta si ya tiene la memoria. Gabriel le dice que sí pero que no con él. En eso llega la policía y se llevan con violencia a Gabriel. Lo golpean en la patrulla.

En un atasco, los policías se bajan del auto para ver si logran pasar y Gabriel huye. Cuando los policías se dan cuenta, lo persiguen pero Gabriel escapa. Se mete en una iglesia donde pasa la noche, no sin antes poner a cargar su teléfono  y el que le dio Inés.

Al día siguiente y aún dentro de la iglesia, Gabriel  toma sus teléfonos. Le extraña no tener ningún mensaje, le extraña que su madre no lo haya llamado. Se pone a revisar las redes sociales y encuentra una noticia en la cual se menciona que Elena Villalba ha confesado y se ha declarado culpable. También encuentra una entrevista que le hace Roco-Yo a Elena “-  (Elena) Yo nunca le pedí directamente a ninguno de mis pacientes que atentara contra su vida… (Roco-Yo)  -Pero la información oficial señala que usted ha reconocido su responsabilidad en esas muertes… (Elena) –Así es…_Quizás yo pude impedir alguna de esas muertes… (Roco –Yo) –Hablemos ahora de Gabriel Medina…(Elena) –Él es todavía muy dependiente de la terapia…Gabriel Medina vivió una experiencia traumática hace unos años. Sus padres murieron. Los dos juntos- Él los encontró…” (196-198).

Gabriel no puede creer lo que acaba de escuchar, lo que ha dicho Elena Villalba. No es posible que sus padres estén muertos, no es posible que se haya inventado muchas cosas. Entonces, decide buscar a Inés en la calle donde la conoció y, en efecto, la ve salir de su trabajo acompañada de dos personas. Se le acerca, le habla. Inés lo mira confundida

“-Inés…Y comienzo a pestañear rápidamente. Ella no responde. Sólo me observa, desorientada, indecisa. Un silencio inquietante se desliza entre ambos. Inés duda. Y entonces la abrazo. Con fuerza, intensamente. Y no me importa lo que ocurre alrededor. No me importa nada. Me aferro a ella como si sólo así pudiera, por fin, acabar con la tristeza” (206).

Así finaliza El fin de la tristeza. A uno le queda la sensación de que Inés no reconoce a Gabriel lo que implicaría que Gabriel sufre un trastorno mental severo que colinda o está dentro del campo de la psicosis que es el término médico de la locura. Pero podemos extraer otra idea de esa escena: Gabriel abraza a Inés como si ella es su tabla de salvación. El amor como único elemento de salvación de la vida humana.

El fin de la tristeza muestra matices de la situación social y económica que se vive en Venezuela en años recientes, la persecución policial fuera de cualquier estado de derecho. El tema de las redes sociales que ha llevado a una ausencia de límites, de separación de lo que es público y de lo que es privado (¿Por qué la vida privada de la gente está desnuda y expuesta en las redes? (118). El tema de la salud mental es central en esta novela de Barrea T.

No sé bien qué pensar de El fin de la tristeza: está bien escrita, sin embargo, hay párrafos que me dejan pensando, siento que hay algo en ella que no logro aprehender.

 

Alberto Barrera Tyszka



Escrito y publicado por Libia Kancev D.

Caracas, 21 de noviembre de 2024.

 

  

viernes, 1 de noviembre de 2024

SIMPATÍA


Hace un par de días terminé de leer la novela Simpatía (2021), publicada por la editorial Alfaguara y cuyo autor es el escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981).

Simpatía llegó a mis manos a través de mi hija mayor María Victoria quien estuvo unos días de vacaciones por Francia y España. La novela me la envió mi hermana Ivanka a quien le agradezco mucho.

De Blanco Calderón sólo había leído relatos cortos recogidos en varios textos. Todos me resultaron atractivos. Simpatía es su segunda novela y me gustaría leer la primera titulada The Night (2016), con la que obtuvo el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa en su tercera edición. Espero conseguirla y leerla en algún momento.

Como sabrán, en Venezuela y desde hace algunos años, se ha hecho muy cuesta arriba ir a una librería para adquirir una novela así como así. Tres factores lo explican: el costo, el hecho de que no puedan encontrarse y que han desaparecido muchas librerías.  

Después de este preámbulo quiero referirme al “hueso” de Simpatía.

Mientras la leía, por mi mente pasó en varias ocasiones la palabra “laberíntica”. “Ésta es una novela laberíntica”.

Rodrigo Blanco nos relata diversas circunstancias. Pienso que las centrales (una realidad que permite hacer metáforas) giran en torno al abandono de los perros, bien sea por residentes en el país que no tienen cómo mantenerlos y también por parte de gente que emigra y no se los pueden llevar con ellos.

La otra es la situación económica y social del país que ha llegado a comprometer (y sigue comprometiendo) una necesidad básica como es la alimentación para no hablar del área de la salud, de la educación, del pésimo funcionamiento de los servicios públicos. El tema del abuso policial y el de la corrupción no se quedan atrás. En fin, una dura realidad que literalmente tortura a la mayoría de los venezolanos.

Ulises Kan, un adulto joven que dicta talleres de apreciación cinematográfica en un centro cultural de Caracas y cuya historia de vida tiene como antecedente particular el hecho de haber sido abandonado al nacer y adoptado a los 8 años de edad por una pareja procedente de Ciudad Guayana  (los Khan) que no había podido tener hijos, no obstante, al hacerse efectiva la adopción, la señora Khan queda embarazada y, de alguna manera, Ulises pasó a ser como un objeto que se ha adquirido de más.  Así, la relación de Ulises con su familia adoptiva (que ya se hallaba fuera del país) no tuvo mayor consolidación afectiva.

Ulises estaba recién separado de su esposa Paulina quien le había pedido el divorcio. Antes de ese hecho, Ulises le había dicho a Paulina que quería conocer a su suegro (para esa fecha tampoco conocía al hermano gemelo de Paulina llamado Paul). Ni Paulina ni su hermano tenían relación con su padre por graves desavenencias entre ellos, así como las tuvieron con su madre Altagracia, ya fallecida (en un probable suicidio).

Lo cierto es que Ulises va a conocer a su suegro (todavía) que era el general  retirado Martín Ayala.  Martín participó en la contención de la intentona golpista de Hugo Chávez  (Barinas, 1954- Caracas, 2013) en 1992 contra Carlos Andrés Pérez (Edo. Táchira, 1922- EE. UU, 2010).  En 1999 pasó a retiro. Al parecer, Martín y Chávez mantuvieron una relación de respeto.

Martín vivía en una casa situada en el Este de Caracas llamada Los Argonautas.  Estaba afectado por un enfisema pulmonar. Casi de inmediato, entre Martín (que también había sido adoptado) y Ulises se establece una excelente relación (casi de padre e hijo y viceversa).

Martín Ayala se había convertido en amante de los perros. Tenía tres y había establecido las bases para crear una fundación llamada Simpatía por el Perro, que funcionaría en su propia casa después de su muerte y que estaría destinada al cuido de caninos y su puesta en adopción.

Una vez separado Ulises de Paulina, este inicia una relación con una joven llamada Nadine que, al parecer, era bailarina y había estado un tiempo en Argentina. Ulises la había conocido en uno de sus talleres. Así que se reencuentran  y comienzan una relación apasionada. Ulises hace que Martín y Nadine se conozcan.

El general Martín Ayala fallece y en el velorio, Ulises se encuentra con el abogado Edgar Aponte quien le notifica que Martín le había dejado el apartamento donde Ulises había vivido con Paulina pero, hay una condición, Ulises debería encargarse de poner en marcha, en un período de 4 meses, la fundación protectora de los perros, en conjunto con una pareja: Jesús, entrenador de perros y Mariela, veterinaria, con quien Martín había establecido contacto mucho antes de fallecer. La herencia de Martín incluso establecía que después de 5 años de funcionamiento de la fundación, Jesús y Mariela pasarían a ser los dueños legítimos de Los Argonautas.

Ulises también se encuentra con Paulina quien le dice que impugnará el testamento de su padre.

Ulises se da a la tarea de activar la fundación y se traslada a Los Argonautas con Jesús y Mariela. En la casa también habitaban la señora de servicio Carmen y el señor que le hacía compañía a Martín, Facundo Segovia (un español -87 - que había emigrado a Venezuela hacía muchos años siguiendo a su hermano mayor, Francisco, que trabajaba – y vivía- en el Hotel Humboldt desde que fue construido e inaugurado en 1956 bajo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (Venezuela, 1914 – España, 2001).

Martín había dejado dispuesto las remodelaciones que se debían hacer en la casa. Y lo pendiente, Ulises se lo hacía saber a Aponte pero, más temprano que tarde, Aponte muestra su verdadero rostro de hombre corrupto dispuesto a extorsionar a Ulises quien se da cuenta a tiempo y logra grabar a Aponte en su intento de chantajearlo. Más adelante nos enteramos que Paulina y Edgar se conocían desde hacía años y que se confabulan en contra de Ulises.

El trato entre Ulises y Nadine iba bien hasta que la joven empieza a ausentarse y Ulises no logra contactarse con ella. De pronto, Nadine aparecía de madrugada en Los Argonautas, se ubicaba en el jardín y parecía bailar con los perros de Martín.

Un día, Ulises logra conectarse con el número de Nadine pero, quien lo atiende es la señora Kando, la abuela de Nadine quien le dice varias cosas, entre ellas: que Nadine se llama María Elena, que no es bailarina, que no había estado en Buenos Aires si no en la Isla de Margarita, que había pasado unos meses en la India, que era profesora de yoga, que está casada con un buen hombre (aunque atormentado) y que tiene una hija de 3 años que ella cuida. Agrega que la mamá de María Elena se había ido hacía años a Francia y que prácticamente la había abandonado. La señora Kando añade que María Elena tiene una conducta algo errática y que se relaciona con diversos hombres.

Un día, Nadine y Ulises se vuelven a encontrar  en Los Argonautas. Nadine se obsesiona con las novelas de la escritora australiana Elizabeth von Arnim (fallecida en EE. UU en 1941) que era amante de los perros y de los jardines y que había tenido una vida conflictiva con su esposo e hijos. Martín le había hablado de esta escritora a Ulises.

Después de la muerte de Martín, Facundo le da una caja a Ulises y le dice que se la lleve a su apartamento. Aparte de las novelas por las que se obsesiona Nadine, en la caja hay una traducción que había hecho Altagracia de las mismas y que Nadine considera como una autobiografía de Altagracia. También, la caja contenía un relato sobre El Libertador Simón Bolívar (Caracas, 1783-Colombia, 1830) acerca de su historia con su perro, de raza mucuchíes, llamado Nevado.

Ulises nunca llega a comentarle a Nadine lo que la abuela Kando le había dicho sobre ella. Nadine tenía un comportamiento extraño que parecía ir del sonambulismo a algún trastorno mental importante. El final de Nadine es trágico ya que, en una crisis de celos su esposo la mata a ella, a la hija de ambos y se suicida.

Un día, aparece frente a Los Argonautas un perro grandísimo que parecía perdido o abandonado. Al instante, Ulises y el perro hacen “contacto”. Ulises dice “Este perro es un regalo enviado por Dios” (173). Se trataba de un perro de la raza alemana Leonberger y que llevaba una cadena donde aparecía el nombre de Iros. Ulises decide llevárselo a su apartamento dejando claro que sólo lo devolvería si el dueño tenía pruebas de que fuera suyo.

Ulises se lleva a Iros a su apartamento y el perro, de alguna manera, le cambia la vida. Ulises se siente feliz con Iros.   

Ulises logra sacar adelante todos los preparativos para inaugurar la fundación en el tiempo estipulado en el testamento de Martín, que, por otra parte, lo haría dueño del apartamento donde vivía y para ello tuvo que comunicarse con el Dr. Ariel Aponte, (también adoptado) que había sido muy amigo de Martín y padre del Dr. Edgar Aponte (que era hijo adoptivo de Ariel). Ariel había dejado a cargo del manejo del testamento de Martín a Edgar  como una especie de prueba y saber el estado de su conducta ética y moral ya que tenía serias dudas sobre su comportamiento, confirmando que era un corrupto.

Ya casi al término de la novela, Ulises se encuentra con Paul (su ex cuñado), al que reconoce por ser idéntico a Paulina. Paul le dice que había venido a ver por última vez el apartamento donde había vivido con sus padres y hermana ya que se regresaba para Holanda donde tenía años viviendo y no pensaba regresar más al país. Lo cierto es que Ulises y Paul pasan el resto del día juntos, viendo películas y comiendo cualquier cosa. Paul le cuenta a Ulises una serie de situaciones en su familia que Ulises desconocía, algunas de las cuales pone en duda. Una de  ellas, el hecho de que Paul le relata que él había sido responsable de la muerte de Nevadito, perro que Martín le había regalado  a Altagracia.

Altagracia adoraba al perro. Un día encuentran muerto a Nevadito aparentemente envenenado y Altagracia casi enloquece. Paul le relata que él había puesto un hueso de chuleta de cerdo en su comida y que Nevadito había muerto ahogado con el mismo. Esa versión no era la que conocía Ulises sino la de que Martín lo había envenenado ya que tenía celos del perro.

Ulises lleva a Paul al aeropuerto y al regresar al apartamento encuentra a Iros en mal estado, llama a Jesús y a Mariela quienes no logran salvarlo. Resulta que Iros había sido envenenado por Edgar Aponte, el cual huye hacia Estados Unidos acusado de corrupción y finalmente  se “suicida”. Ulises decide vender el apartamento ya que piensa que es de mala suerte e irse del país.  Se lo vende al Dr. Ariel Aponte y se va para Holanda  donde pide asilo político. Después de unos días, Ulises va a la dirección que Paul le había dado para que lo contactara en caso de que quisiera ir a Holanda y se sienta en un pequeño restaurante frente al lugar donde vivía Paul…

Simpatía termina de una forma abierta, diría que demasiado abierta.

Simpatía es una novela que me ha gustado, que amerita una lectura atenta ya que hay relatos centrales dentro de los cuales hay relatos “menos” centrales pero que cada uno de estos podría dar origen a relatos con vida podría.  Ahora creo saber por qué, mientras leía la novela, surgía en mi pensamiento la palabra “laberíntica”.

Podríamos afirmar que Simpatía pertenece al grupo de novelas que se  ha dado en llamar “de la diáspora”, literatura de la diáspora, no obstante, lo hace pero desde un punto de vista singular, partiendo del abandono de los perros, esos animales, esas mascotas habitualmente muy queridas por sus dueños.

De pronto, esta novela de Blanco Calderón me hace pensar que los que han emigrado de Venezuela no han casi 8 millones. Todos somos emigrantes porque esta Venezuela no es la que conocíamos.

 

Rodrigo Blanco Calderón


Escrito y publicado por Libia Kancev D.

Caracas, 1 de noviembre de 2024.