“…en
la vida hace falta generosidad: cultivar el propio y pequeño carácter sin ver
nada más de lo que nos rodea significa seguir respirando, pero estar muerto”
(86).
“…me
repetía la frase de San Agustín en relación con la muerte de su madre: “No nos
pongamos tristes por haberla perdido, demos gracias por haberla tenido” (162).
Hace unos días, intentando poner orden en uno de los tantos espacios de mi apartamento que utilizo como biblioteca, me topé con un libro que me prestó –hace años- mi amigo, primo y compadre Gonzalo Nuñez. La novela se titula Donde el corazón te lleve (1994) publicado por la editorial Atlántida (Buenos Aires – México). Su autora, la escritora italiana Susanna Tamaro (1957) de quien nunca antes había ni escuchado hablar.
Quiero resaltar que,
desde hacía muchísimo tiempo y a pesar de ser una asidua lectora, no me había
encontrado con una novela que me produjera tanta emoción. Una historia
aparentemente sencilla pero llena de experiencias de vida, de reflexiones que
me han servido para contrastar o confirmar pensamientos propios sobre algunos
de los temas abordados.
A través de una especie
de diario o bajo la forma epistolar, una anciana (Olga) le narra a su nieta,
que se había marchado a los Estados Unidos, una serie de historias de su vida:
la relación tormentosa entre ella y su hija Llaria quien falleció en un
accidente vial, del cual Olga nunca dejó de sentirse responsable “El único acontecimiento extraordinario, si
así puede decirse, fue la trágica desaparición de tú madre” (53); vivencias de
su infancia (la relación con sus padres, su posición ante la religión, ante el
psicoanálisis); su matrimonio con Augusto y su verdadera historia de amor,
vivida con un médico, también casado, llamado Ernesto, quien realmente era el
padre de Llaria.
El estilo narrativo de
Tamaro está cargado de candor. Un candor combinado con una belleza y sabiduría
penetrantes que convierte a Donde el
corazón te lleve en una novela digna de leer. En lo personal, me ha hecho sentir
o renovar una especie de esperanza en la literatura.
La novela, Donde el corazón te lleve, de apenas 194
páginas, recoge en 15 cartas lo que podríamos considerar una especie de
herencia letrada de Olga para su nieta. Olga desea que su nieta pueda leerlas y
que ello le sirva para comprenderla y darle un mayor sostén a su vida.
Al final, entendemos
que Olga no siguió escribiendo porque debió haber fallecido y nos imaginamos
que la nieta, al regresar al hogar las consigue y las lee con amor, con
ternura, con sorpresa.
Algunos de los párrafos
que particularmente llamaron más mi atención son:
-
“La Fatalidad. Cierta vez, el marido de…me
dijo que en hebreo esa palabra (fatalidad) no existe. Para indicar algo
referido a la casualidad se ven obligados a usar la palabra azar, que es árabe.
Resulta curioso, ¿no te parece? Resulta curioso pero tranquilizador: donde hay
Dios no hay lugar para la fatalidad, y ni siquiera para el humilde vocablo que
la representa. Todo está ordenado, regulado desde lo alto, todo lo que te
sucede, te sucede porque tiene un sentido. Siempre sentí una gran envidia por
quienes abrazan esta visión del mundo sin vacilaciones. En lo que a mí atañe,
con toda mi buena voluntad nunca conseguí hacerla mía por más de dos días
consecutivos: frente al horror, frente a la injusticia, siempre retrocedí, en
lugar de justificarlos con gratitud, siempre nació dentro de mí un gran
sentimiento de rebeldía” (54).
(La relación entre Olga y Llaria siempre fue complicada. Llaria se había ido a estudiar en la Universidad de Padua. No quería que su madre la visitara pero un día Olga viajó para ver a su hija. Ésta la recibió mal pero hubo un momento donde estuvo a punto de “abrirse” con su madre. Fue un instante pero de inmediato se cerró, emocionalmente hablando y Llaria le pidió a su madre que se fuera y Olga se fue. Olga escribe:
"Pero no lo hice (no se quedó, no insistió), por cobardía, pereza y falso sentido del pudor, obedecí su orden. Había detestado lo invasor de mi madre, quería ser una madre distinta, respetar la libertad de su vida. Detrás de la máscara de la libertad, a menudo se esconde la despreocupación, el deseo de no ser involucrados. Hay un límite muy sutil, pasarlo o no pasarlo es cuestión de un segundo, de una decisión que se toma o no se toma, te das cuenta de su importancia sólo cuando el segundo ha transcurrido. Sólo en ese momento te arrepientes, sólo entonces comprendes que en aquel momento no debía haber libertad sino intrusión: estabas presente, tenías conciencia, de esa conciencia debía nacer la obligación de actuar. El amor mal conviene a los perezosos, para existir en su plenitud a veces requiere gestos precisos y fuertes. ¿Lo entiendes? Había enmascarado mi cobardía y mi indolencia con el traje noble de la libertad” (61).
“Cometer errores es natural, irse sin haberlos comprendido empobrece el sentido de la vida. Las cosas que nos suceden no se acaban nunca en sí mismas, no son gratuitas, cada encuentro, cada pequeño acontecimiento encierra en sí un significado. La comprensión de uno mismo surge de la disponibilidad para recibirlos, de la capacidad de cambiar de dirección en cualquier momento o dejar la piel vieja, como las lagartijas en el cambio de estación” (169).
Escrito
y publicado por Libia Kancev D.
Caracas, 13 de diciembre de 2021
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