Mujer tocando la guitarra. Vermeer, 1672. |
"Cerrar los ojos y taparse los oídos no va a hacer que el tiempo se detenga" H.M.
Un regalo de Navidad
Hoy supe, con
seguridad, que el Centro Lido está en Chacaíto y que el Centro Polo está en
Bello Monte. Por éste último había pasado muchísimas veces, desde afuera veía
un espacio para estar, para tomar y beber algo pero, no sabía que era el Centro
Polo.
La adquisición del
conocimiento anterior fue producto de mi desconocimiento habitual para ubicarme
geográficamente y no fue al azar sino que significó ir a una cita, retrasada,
desde La Candelaria hasta Chacaíto y luego devolverme hasta Bello Monte. El
taxista, exento de cualquier sentimiento navideño y más aún cristiano, se
molestó mucho y aumentó, sin escrúpulos, el costo de la carrera. No tenía nada
que ver que hoy fuera 26 de diciembre ni tampoco con la existencia de la Ley Orgánica
de Precios Justos.
La cita, la invitación,
era para un café, conversarnos un café como escribió alguna vez García Márquez.
Yo no tenía ningún plan previo para el diálogo, aún así, tenía cosas que
preguntar a mi interlocutora de quien siempre pensé que sabía muchas “cosas de
la vida”.
Casi
una hora después del hecho narrado en el marco de la ficción absoluta, vi un
teléfono celular, bastante viejo. No creo haber visto antes un celular tan
antiguo como ese. Mi interlocutora lo había sacado de su cartera y lo sostenía
en sus manos como un objeto muy preciado, casi con devoción, diría yo. Escuché
cuál era el problema actual que tenía en su funcionamiento y las dificultades
que le generaba escribir con él. Fue una experiencia extraña: es cuando lo
material, por poco valor que tenga, se integra a nuestra vida, a nuestra espiritualidad
y por nada quisiéramos desprendernos de él. Me explicó que la falla no tenía
arreglo y, sin más, como entristecida, lo arrojó (paradójicamente) a su
cartera. No saben cómo deseé en ese momento tener el poder para arreglarle el
celular y que no tuviese que adquirir uno nuevo como probablemente tendría que
hacerlo. Para nada se trataba de un problema de dinero, era que “quería a ese
celular”. Mientras la escuchaba, imaginaba lo que le costaría acostumbrarse a un
teléfono “inteligente”, táctil, etc. pero no dudé que lo haría. Olvidé
aconsejarle que se comprara uno con una pantalla más grande, que sería más
apropiado para ella…Lo anterior me trajo a la memoria el relato La Tienda de
Muñecos de nuestro excelente cuentista Julio Garmendia y la primera frase que
lo inicia “No tengo suficiente filosofía para remontarme a las especulaciones
elevadas del pensamiento”.
Mi interlocutora, como
opto por llamarla, era una mujer mayor. No sé de dónde saco la idea de que
siempre me pareció una mujer triste a pesar de la inmensa serenidad que me
irradiaba. Hablando de rayos, que no de centellas, hacía unos meses que la
habían operado de cataratas, es decir, de la opacidad del cristalino que se va
formado a través de los años. Estuve pendiente de cómo había salido de esta
operación. No por gentileza ni mucho menos sino porque en verdad me importaba
ella, su salud, su bienestar. Pienso que los lentes intraoculares que le
colocaron estaban en perfecto estado y que era el iris, ese músculo encargado
de aumentar o disminuir, disminuir o aumentar el espacio para el paso de la luz
el que no había estado a la altura pues ahora la veía con lentes oscuros,
seguro la luz del día la incomodaba y los lentes oscuros disminuían esa
molestísima sensación de sentir como si tuviéramos una lámpara encendida frente
a nuestro rostro.
Me ofrecí a ir a pedir
dos cafés: un “con leche” y “un marrón” pero mi interlocutora insistió en ir
conmigo, así, regresamos a nuestros asientos para que la conversa se iniciara.
El comienzo, por mi parte, fue poco acertado: la política y luego caí, sin
obstáculos, en la profundidad de mí misma. Ella, a ratos, hablaba, comentaba.
Hice un esfuerzo que
creo que no fue suficiente por escuchar a mi interlocutora. No entendí como
aquella mujer tan tranquila podía tener unas microulceraciones crónicas en el
duodeno (todo controlado, aclaró). Pensé, en ese justo instante que, “la
procesión se lleva por dentro” porque este tipo de patología gastroduodenal es
típica de personas muy angustiadas y ansiosas. Por supuesto que siempre hay excepciones.
Lo del dolor en las rodillas no era de extrañar pues los años no pasan en vano.
Fue difícil, en
realidad no lo logré, no caer en temas que, para ambas no eran más que lugares
comunes, lo común de lo que para mí era medular, para ella, situaciones y temas
que desde hacía mucho debían estar literalmente enterrados y que, de seguro, le
fastidiaban un montón.
En menos de dos
minutos, mi interlocutora se había tomado su con leche. Me sorprendió. Recuerdo
haber pensado que ella tendría frío y que el café fue un intento de calentarse el
cuerpo. Yo, en cambio, cuando tomo un café y converso con alguien, bebo el
último trago ya casi para despedirme, nunca antes. No se trata de algo planeado,
es algo que me sucede y punto.
Hubo un tema que me
hubiera gustado más precisar y era el de la edad, ¿qué edad pensaba ella que yo
tenía? Hablando de las diferentes formas de ver y sentir la Navidad y el Año
Nuevo, afirmaba que la visión sobre las mismas variaba con la edad, de tal manera que no era lo mismo para un niño, un joven y un anciano. A su vez precisaba que era
importante “crear” el ambiente navideño cuando había niños: el nacimiento
(recordó el valor del hecho histórico); el árbol de Navidad y los regalos a sus
pies, etc. También aseguraba que cuando ya se era “mayor” estas cosas perdían
importancia y uno podía no vestirse para la ocasión, podíamos quedarnos viendo
una película, evitar el uso de zapatos de tacón alto, etc.
Toda esta explicación
me hizo preguntarme ¿qué edad creía ella que yo tenía? ¿Dónde me situaba en el
estrato de la vida generacional de los seres humanos? Vida que no es ningún
círculo como dicen muchos. Geométricamente identifico más a la vida con una línea,
para nada recta, sino más caracterizada por los vaivenes, como si fuera un sube
y baja o un tobogán. Línea sinuosa, así es la vida.
Hoy me di cuenta que
jamás entendí a mi interlocutora. Sus afirmaciones sobre la vida, en los
aspectos más centrales. Parecía que, al final nada tenía importancia. La vida
sería, entonces, una línea sinuosa en donde las cosas pasaban y no pasaban y
todo era igual. Que pasen o no pasen así es la vida y no debemos hacer más que
aceptarlo.
No había transcurrido
más de una hora y mi interlocutora empezó a mirar su reloj. Me di cuenta y una
gota, una pequeñísima gota de tristeza se añadió al Salto Ángel. Debo aclarar
mi absoluto desconocimiento de eso que era citarse con alguien para conversar
y, menos un 26 de diciembre en vísperas de fin de un año e inicios de otro,
momentos que siempre implican esperanzas, las que dan un volver a comenzar,
sinónimo de hacer las cosas mejor: optimizar nuestras relaciones humanas, ser
más solidarios, planear viajes, en fin, hacer las cosas mejor que el año anterior.
Hablé de mi cría, como
decía mi papá para referirse a sus hijos cuando hablaba con alguien. Siempre
eso me llamó la atención. “La cría está bien”, decía.
Hablé de la importancia
de la pasión en la vida. De mi familia, de mi gran familia (en todos los
sentidos posibles). Hablé de las similitudes y de las diferencias (a veces
divergencias que, por definición no llevarían a puntos de contacto).
Al final, vi irse a mi
interlocutora (hubiera querido preguntarle cuántos años creía que tenía, si
creía que yo tenía derecho a ser feliz o si para mí ya no había …). La acompañé
hasta su carro y me quedé pensando si realmente nos habíamos conversado un
café, si lo habíamos hecho con cariño, con eso que podemos llamar "sincera estimación". Lo que sí es cierto es que cuando me
animó a un beso de despedida, le di un abrazo que hubiera querido más fuerte y
prolongado. Hubiera querido quedarme
allí más tiempo y tomar un poco su forma de ver la vida que parecía tan
extraordinariamente simple.
No tuve tiempo de
decirle a mi interlocutora que me sentía como una niña y que, apenas
recientemente había hecho consciente que mi cuerpo no me acompañaba en ese
sentir. Hace muy poco tiempo. Que cómo era posible que ella me hablase como si el
tiempo se había esfumado para mí: me vi en la mecedora.
Escrito por Libia Kancev D.
Caracas, 26 de diciembre de 2014.
Escrito por Libia Kancev D.
Caracas, 26 de diciembre de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario