lunes, 19 de agosto de 2013

CASA DE PISAR DURO DE G. Saraceni

“Y se nos llenan los ojos de viento"

“Un instante/ tuerce el rumbo de la vida”

“En la renuncia se ama más cerca del amor”

“Cuando el amor es imposible/revienta duro y solo el mar/comprende la inmensidad de sus consecuencias”

“Los hombres no comprenden la belleza/y la hacen sangrar hasta matarla”

“El amor es un golpe de dedos/que arranca la piel de las palabras”

“Lo vivo no es para este mundo”

Versos de Casa de pisar duro


Casa de pisar duro (2011)  es el poemario que se hizo acreedor del Premio XI Concurso Anual Transgenérico que otorga La Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana.
En una ocasión escuché a su autora, la profesora universitaria y poeta Gina Saraceni, decir que su escritura le había llevado, aproximadamente, ocho años. Es decir, su construcción costó, requirió tachar, rehacer, reescribir…

Casa de pisar duro, cuyo título parece haber sido tomado de un verso de un poema de la poeta Miyó Vestrini (1938- 1991), consta de tres secciones: Casalba, Cuerpo a Cuerpo y Extravío en Manhattan.

El primer poema de Casa de pisar duro  “21/31” (3) no forma parte de las secciones antes señaladas, no obstante, su temática (centrada en el sustantivo cielo,) y su construcción, sin cortapisas para mencionar el cielo reiteradamente, sirve como clara antesala de lo que vendrá, pues el universo temático de este poemario, constituido por el cielo, el mar, la memoria, la isla, el amor, el desamor, los viajes, los regresos, la espera y la casa con su materialidad que, al haber estado habitada adquiere vida propia aunque ya esté en ruinas, también utiliza el recurso de la reiteración con frecuencia.

En “21/31”, se  adjetiva al cielo de manera múltiple: es abierto, vasto, “vastedad” que  vibra para cambiar y no regresar nunca a su estado anterior; es rompible; se desliza entre otras materialidades de la naturaleza “Cielo que se rompe y se traslada/… de un álamo que se mece/ en la canícula meridiana/hasta el techo de un iglesia/que un corte horizontal engulle con su filo//”

A su vez, se trata de un cielo que “junta y separa/sin encontrar lugar alguno/ que detenga el devenir insatisfecho de sus nubes//”. Es un cielo que no comprende su propia “indecisión” y que “no puede volver a sus raíces”.

En “21/31”, la palabra cielo está escrita siete veces, frecuencia que no impresiona azarosa sino producto del insistir en “decir”, lo que, definitivamente, no se puede ni decir ni asir. El primer verso nos adelanta la dificultad del decir sobre el cielo: “Del cielo puede decirse solo que es abierto”.

En la contrahoja de este poema, se nos presenta el Collage 21 (2010) de Luis Lizardo (Caracas, 1956) que suponemos sirvió como guía, como inspiración para su escritura ya que existe una obvia correlación entre el collage y el poema. Aunque efectivamente así es, llama la atención que aunque el  sobrio Collage 21 de Lizardo muestre lo que muestra, la palabra en el poema explicita más: “[El] Cielo que vuelve a sus umbrales/ sin comprender la indecisión/ de sus contornos…se fuga/ de la forma estable de una obra”.

Tres epígrafes preceden a “21/31”. Todos tocan el tema de la “pisada”, de la “casa”, en fin, de un “pisar duro”. Posiblemente también pueden indicar los gustos de la autora por la poética de Miyó Vestrini, Juan Sánchez Peláez (1922-2003) y Enriqueta Arvelo Larriva (1886-1962).

La temática de “la casa” o “las casas” está presente en este poemario, resaltando la muerte de las mismas “cuando se vuelven árboles,/ cuando una mancha vegetal las recubre/ y convierte en jardines verticales” pero se describe, por otra parte, lo vital de su materialidad pues “Hubo luz, un tiempo, en esa casa/ Hubo vidrios limpios que acogían una/ mano temerosa de que el viento los quebrara/ Hubo niños oliendo a pinos y olivares/ y una puerta grande donde entraba/ todo pasado y su memoria”. La casa como contenedora del tiempo “Puede que aquí el tiempo se detenga”; como posibilidad de fusión con alguien que la habitó “No hay de dónde sostenerse…para no caer delante de sus ruinas/ y volverse una planta más que la recorre”. Y hay más en este poema: la ligazón entre la materialidad y el sentimiento de un ser humano: “No se puede mirar ese quiebre/ sin pensar que alguien fue feliz en esta casa” (9 -10).

A propósito de la importancia del tema de la “casa” que Saraceni “toca” en varios de sus poemas y su paralelismo con otros aspectos como la memoria, en el ensayo “Andar a lo largo de la propia sombra. El tránsito de Alberto Hernández a través de la herencia” (2012) aparece la siguiente interrogante: “¿Y qué mejor metáfora del universo simbólico que una casa?”. A continuación señala su autor que:

La zona doméstica no sólo sirve de telón de fondo para representar el drama de la herencia, sino que actúa como un personaje más, plenamente significante. La imagen del hogar es quizás la que mayor potencia mítica conserva aún —lo cual no puede más que dar cuenta del ingente peso simbólico que ha detentado por milenios…Región geográfica tanto como simbólica, define los límites y el alcance del legado —incluso cuando la noción de tierra se ha volatizado  (Salas).

Cita precisa y explícita sobre el tópico de la casa.

Otros poemas exhiben más la relación entre la casa y la memoria “Mirar la casa de frente/ es caer en el charco del verano/donde las luciérnagas/ son débiles criaturas de la luz// Un hilo/ un breve hilo/ atraviesa su carne y avanza/ hacia el lado oscuro del pasado” (16-17). Este texto está antecedido por un epígrafe de Teresa Casique (Caracas, 1960) que resulta contundente “y cada casa que acaba muere de pie” denotando la imposibilidad de la muerte “real” de lo material cuando la vida, particularmente la humana, la ha cargado de sentimientos, de sensaciones, de experiencias.

La figura del padre vencido por el cansancio “La cabeza del padre/ descansa sobre un libro”, su vejez que dormita sobre las páginas de un obra escrita en un idioma que no es el materno “duerme su vejez sobre/ el alfabeto de otra lengua”. A su vez, el yo lírico de este poema imagina el vuelo de los pensamientos paternos hacia lugares lejanos “Su frente se desploma y/ sella un cielo donde las alondras/ vuelan más lejos que el verano/Más lejos las alondras se llevan/ la frente cansada del padre”. Este texto también señala, con sutileza, el pensamiento fugaz de la muerte futura e inevitable del padre en un viaje que no será tan largo como el que realizan ahora sus pensamientos dormido sobre un libro “más lejos de donde vienen y regresan/ más lejos del viaje que aguarda todavía” (20-21).

Otro texto recrea la relación del padre y la madre, unidos en la vejez  y en la recreación de sus recuerdos “Ese ser dos en la vejez, / aferrados a un ritual/ que les devuelve los primeros/ paisajes de sus vidas”. Juntos han padecido  los rigores de la guerra, de la pobreza  y “Ambos comen la corteza/ del tiempo que se acaba” (28).

Ambos poemas testimonian la relación entre la memoria, los recuerdos, el idioma extranjero, la vejez.

Cuatro poemas se centran en espacios geográficos específicos que, seguramente “pisaron duro” en la poeta: “Berlín es el presentimiento/ de algo que está por suceder…En Berlín la memoria muerde…En Berlín la lluvia duele/ más cerca de la nuca” (12). Por cierto este último verso, con el señalamiento de la región corporal de la nuca, se presenta en varios de los poemas y, sin duda, se menciona siempre como punto de “dolor emocional”. El río Hudson, en cuyas orillas “la ciudad respira más despacio”. Su visión produce este verso: “No cabe tanta agua/ en el espacio de los ojos” (18-19). Nápoli es metaforizada como “una mujer que grita en la ventana”, como un volcán “de lavas luminosas”. En Nápoli “el único lenguaje es la pasión”. Un juego de palabras acentúa que la palabra en Nápoli es certera: “sin palabras a medias/ sin medias tintas” (27).

El poema “Adriático” (34-36), antecedido por dos epígrafes de M. Duras (1914-1996) y de A. Oz (1939), los cuales nos indican claramente el camino que nos mostrará  “Adriático” (que en su geografía es conocida como ejemplo fiel de la mejor calidad del mediterráneo). “Adriático” “poemiza” sobre su verano, de lo que lo antecede, de lo suyo propio, de todo lo que representa y deja en la memoria de quien lo vive: “Las piedras se vuelven más duras/ cuando finaliza el verano…La playa es una respiración delgada/ y en los huecos de la arena/ quedan atascadas las palabras…El verano duele como un abandono…Como el amor su interrupción duele,…”. Luego, el poema hace preguntas sobre el verano: “Cómo despedirse del verano/ sin quedar atrapado en sus viñedos, en su vena más angosta…Cómo decirle adiós sin dejar algo/ en el abrazo inmenso del estío…” De seguida, el poema resalta las pérdidas que el verano trae consigo, pérdidas materiales, tangibles e íntimas, humanas: “Cada verano hay una piedra menos/ que anticipa la inminencia de un desierto…Cada verano alguien falta/ al llamado de la tribu y las algas/ lloran hasta secarse de tristeza…No hay punto de retorno cuando la playa pierde sus herencias/ y queda el mar/ roto por el golpe de sus olas”. Más adelante, el yo lírico escribe que “El verano es un animal/ que arrastra los huesos por la playa…Cuando el amor es imposible/ revienta duro y solo el mar/comprende la inmensidad de sus consecuencias…El verano es una lejanía”.

No se puede abandonar
el cuerpo que se ama.
No se puede dejar el lugar
en que cava sus raíces.
No se puede morder el viento
ni caminar derecho, no,
ya no se puede.

Allí donde los labios se abren
para exigir la rotación de la espalda,
que el deseo responda
al llamado de la lengua.

En la nuca el silencio
duele más que en otro lado:
es el cuerpo que llevamos
a cuestas del amor
y cede al alfabeto que se acaba;
es un temblor que sacude
los huesos y los quiebra,

un largo y sostenido temblor (43).

Poema que nos “habla” del obstáculo definitivo de “abandonar /el cuerpo que se ama”. La vida no será la misma después de la auténtica experiencia amorosa, tal experiencia no está exenta de dolor que puede ser tan profundo como el mismo amor.

El poema precedente al anterior, acentúa la “grandeza” del amor, destacando  la unión entre dos seres que se aman, el deseo animal y hasta dónde el mismo los puede llevar en la vida, en la muerte “Que sea inmensa la muerte/ cuando llegue, que se derroche/ la viva muerte viva/ cuando nos llame esta bestia/animal que nos asalta” (42).

Otro poema se refiere al ansia de la espera por un amor del que no parece haber certeza de correspondencia, del que se desconoce si aún hay opción de permanencia por tenue que ella sea “Lo esperaba sin saber/ cómo regresar de tanta/ distancia acumulada,/ de tanta arena dentro de los ojos/ de tanta espera mirando/ a los loros volar entre las ramas”. Espera preñada de deseo “Lo esperaba mordiendo/ la dura corteza de una pera,/ con las palabras partidas/ y la lengua abierta/ a la llegada incesante de la suya” (46).

De las batallas del amor se regresa
con el vientre abierto,

sin paredes,
dando tumbos
por el arduo combate
de la noche.

Se regresa sin armas
con el pulso latiendo
debajo de los párpados
y con los pies arrastrando
la demora del cuerpo
antes del adiós.

Cuerpo a cuerpo es la batalla.

Sólo así se hace una guerra.
Solo así se conoce
cómo tocan las manos
cuando pierden los dedos.

Solo así vale la pena morir:
mirando de frente cómo
se disuelve el rostro
cuando pierde
el control y el alfabeto
cómo se tuerce en un puñado
de ruidos que se hunden
adentro de los ojos
donde solo hay lugar
para perderse.

Lo llaman amor
este combate de brazos y lenguas,
esta cercanía sin intervalos
donde la orilla y la ola
se desangran por el tormento
de volverse a separar;
este tiempo de guerra
que echó raíces
en las venas de junio,
en el estertor de una arteria,
en el corazón herido de muerte.

De las batallas del amor
se regresa con un ejército
de fantasmas en el costado,
con las heridas hundidas
en los dedos
poseídos por esa guerra
que sigue ardiendo
en la línea de combate (54).

Precedido por un epígrafe de la novelista rusa Irêre Nèmirovsky (1903-1942), el cual parece dejar caer una gota de esperanza ante las más terribles batallas de la vida pues afirma que, ante éstas, quedan “zonas intactas” aunque, “preservadas entre barreras de llamas”, este poema eleva hasta el dolor, emocional y físico, la experiencia amorosa. Metaforizado en términos de batallas y de guerras cuando el amor no puede vivirse siempre, cuando la distancia gana al final “Se regresa sin armas/con el pulso latiendo/debajo de los párpados/y con los pies arrastrando/la demora del cuerpo/antes del adiós”.  Escribe la poeta “Lo llaman amor” para reiterar el dolor de la imposibilidad de la cercanía perenne  utilizando palabras inherentes al mar que, en efecto, implican un continuo de distancia y cercanía “donde la orilla y la ola/ se desangran por el tormento/de volverse a separar;” Tan vital es que sólo bajo la vivencia, en su instante cumbre “vale la pena morir:/mirando de frente como/se disuelve el rostro/cuando pierde/el control y el alfabeto:/cómo se tuerce en un puñado/ de ruidos que se hunden…”.

En el poema inmediatamente anterior a éste, es la tristeza, el silencio, el desasosiego, lo que se resalta ante la separación amorosa, siendo el escenario, una habitación, un cuarto “Cuánta tristeza contiene / una habitación que se abandona;…donde se escurre el desierto/ que habitan los amantes// Cuánto silencio anticipa/ el desastre de la ausencia…/ cuando el pie falla y/es una sola/ lenta/marcha/ la que avanza hacia/ el afuera sin refugio/” (51-2)


El hijo no nacido reclama un lugar en la palabra,
Una letra que ocupe el espacio de la falta.

No se puede dejar de ser madre
Sin cargar al hijo que no fue
Sin hacerlo vivir el instante
Que dura su cuerpo imaginado.

Que el poema diga el peso de su ausencia

la sangre más secreta

la que corre fuera de las venas,

la que no tiene herencia. (50)

Aquí, “El hijo no nacido reclama un lugar en la palabra”.  Palabra, letra, frase que permita ocupar “el espacio de la falta” pero, la palabra que denota la ausencia del “hijo no nacido” servirá de afirmación, de afirmación de no ser, de no estar en la “realidad”. El yo poético afirma que “No se puede dejar de ser madre/ sin cargar al hijo que no fue”, se le hace vivir a través del poema, apenas un instante, el “que dura su cuerpo imaginado”. Este poema refleja el dolor de la falta del hijo que muchos consideran inherente a la mujer, además,  como “la que no tiene herencia”, es decir, la mujer se ve, en una suerte de paradoja, como la que no heredará nada pues heredar, en este caso, es dar, no recibir. No tiene al hijo al que dejar o dar una herencia, en todos los sentidos del término.


No siempre se regresa
de un paisaje que perturba la mirada.

Será temblor de párpados
lo que vendrá después de su abandono.

Será volver
a los puentes caídos del camino
a las vacas que duermen sobre el pasto
al niño que come naranjas y zapotes
al llamado de la madre y al hijo que responde
al samán de la memoria que impone su dictado
a un techo de cinc que vibra por la lluvia
a la infancia que retorna impredecible
a la lejanía del campo donde el alba es más salvaje
al solar del padre donde reina la intemperie
al tanque que se oxida por el agua del pasado
a la casa que se quiebra donde la ausencia no perdona
al juego que perdura en el tacto del recuerdo
al tiempo que interroga y no sabemos responderle.

Esto será el paisaje
después de que lo nombre

su falta será el resto por venir. (47)

Cuando un paisaje nos ha impactado “No siempre se regresa…” del mismo. Ese paisaje nos dejará “temblor de párpados” una vez que lo hayamos dejado atrás, físicamente hablando pues, en nuestra mente, en nuestro corazón nunca podremos dejarlo atrás. Será un perenne volver y al nombrarlo sólo sabremos que “su falta será el resto por venir”, es decir, nombrar (escribir su vivencia) se convertirá en la prueba de que no está, de que ahora no podrá ser visto.

Trepa Ann Darrow
el cuerpo de King Kong.
Trepa el aire.
Trepa hasta la cima de la torre
hasta alcanzar los dedos de la selva.

Incansable en el ascenso.
El deseo de subir
la vuelve más liviana
más frágil la convierte
la altura de la bestia.

Las caricias de King Kong
no son para este mundo.
Tampoco su rugido,
su lengua brava
que descarrila el verbo
y hace estremecer
el parque a media noche.

Manhattan es un gorila que agita su deseo.

Manhattan es Ann Darrow
sujetándose el vestido
mientras sopla el viento de la isla
que desordena al animal oculto
que la habita.

En la selva de Manhattan
solo cabe la pasión simia de un gigante.

Solo resuena el estertor de su extravío.

Es feroz con la bestia la ciudad.
Y no perdona la belleza
cuando supera
el tamaño previsto
por los hombres.

Salvajes son siempre
dos cuerpos que se tocan.
Salvaje y animal
el aire que agita la piel de sus miradas.

Nunca es humana la pasión.

Las bestias también lloran.
Sus lágrimas pesan como carne,
su caída perfora las aceras.

La bestia sabe que va a morir:
se golpea el pecho y
se agitan los nervios
de Manhattan

Nada será igual
después de la caída.


Después será desierto
salvaje      animal

después

será el adiós (59-61).

La protagonista de la escena (película) trepa un cuerpo, el aire, la cima de la torre “hasta alcanzar los dedos de la selva”, es decir, hasta alcanzar a King Kong, a sus dedos, metaforizados en ramas de selva, a su amor imposible. En lo que parece un lugar común, eso de que el amor lo puede todo, tenemos a Ann “Incansable en el ascenso”, su deseo de subir, de alcanzar a Kong “la vuelve más liviana/más frágil”. No obstante,” Las caricias de King Kong/no son para este mundo”, al igual que “su rugido,/ su lengua brava” que hace que el verbo se pierda en  una bruma inentendible pero que “hace estremecer/ el parque a media noche”. Kong agita su deseo, impregnando a Manhattan con él  y la ciudad se convierte en pura presencia de Ann y Kong. No hay más espacio en Manhattan que para la pasión simia del gigante animal pero la ciudad no soporta al animal que lo cubre todo aunque el amor sea su esplendoroso sentimiento. Y el encuentro de Ann y Kong, por muy salvaje que sea, es un amor que sobrepasa la ciudad.

Tener un animal adentro
es como vivir en jaula.

Hay que liberar
a la bestia que se agita

dejarla salir

que pise la ciudad
y acabe con el orden
implacable del cemento.


En el corazón de Manhattan
hay una jungla que solo conocen
Ann Darrow y King Kong.
No cesará de rugir
El reino animal del extravío.

No dejará de caer
la fiera doblegada
y un vidrio se hundirá
en el nervio más débil de su cuello.

Suena duro la furia de King Kong.

Su peso retumba en el asfalto.

Llámame, Ann
pide Manhattan
cuando trepa salvaje
la espalda del gigante.

Llámame Kong
dicen las manos que atrapan
el grito de la noche.

Los hombres no comprenden la belleza
Y la hacen sangrar hasta matarla.

Temblor furioso y puro y natural muriendo:

así cae un gorila por amor (62-63).


Pareciese expresar el yo lírico lo que significa tener una pasión que no puede ser saciada y que, por lo tanto “es como vivir en jaula” presa de la desesperación y se hace imprescindible liberarla, que sea libertada, transformando en caos lo que sea necesario. Ann Darrow y King Kong, representan la perfecta metáfora del amor animal que “No cesará de rugir”, capaces de colmar a toda una ciudad. De seguida, unos versos lapidarios: “Los hombres no comprenden la belleza/y la hacen sangrar hasta matarla”, muerte cristalizada bajo “Un temblor furioso y puro y natural muriendo: y así cae un gorila por amor”, y bien podríamos establecer el símil, así cae un hombre por amor, cuando se trata de un amor genuino, signado por la más pura e intensa pasión, capaz de llevarse todo por delante, hasta ser capaz de ofrendar su propia vida.

En el poema siguiente de esta sección (64-65), se hace una especie de homenaje al gran animal ficcionado que es King Kong, perteneciente al mismo reino del hombre, de evolución superior. Ficción que señala su potencia distribuida “en las venas” de una famosa ciudad. Aunque Kong la llena toda, también “añora el paisaje/ de la Isla Calavera”, de donde se supone procedente. Lo salvaje reina en él pero aún así da vida a Manhattan “King Kong es la sangre de Manhattan”. Pero la poeta une lo salvaje con la belleza como dos elementos que no pueden separarse. Al final, parece decirnos que aunque Kong muera, como en efecto sucede, su belleza será insuperable “y cuando se precipita en el abismo/la belleza vuela más alto que un avión”.

En el subsiguiente (66-67), la poeta continúa expresando el predominio del amor salvaje de la bestia, que domina a una ciudad, representándola “King Kong es el rascacielos más alto de Manhattan”. Lo salvaje puesto en el centro de la modernidad pero se trata de lo salvaje unido al amor en una reiteración de la predominancia del mismo por sobre todas las cosas y venga de donde venga. Los últimos cuatro versos nos dan mucho que pensar: “El amor es un golpe de dedos/que arranca la piel de las palabras/ lo vivo no es para este mundo/Mata cuando salva la belleza”.

Adelantamos una interpretación: la experiencia amorosa es algo que puede presentarse en un parpadeo o en un abrir y cerrar de ojos, también, se trataría de un acto mágico cuyo final no siempre es seguido de una “magia feliz”. Tan profundo puede ser que podría hacernos decir o escribir las palabras más maravillosas que alguien es capaz de “decir”. Palabras, frases, tan vivas, tan potentes, tan sublimes que es posible no lograr identificarlas con una experiencia terrenal. El último verso, estaría más enmarcado en la temática general de este poema de los que integran esta parte del poemario, es decir, sobre Kong y su amor por Ann: él muere salvándola a ella, a la belleza.

Nos parece que hay mucho más que decir sobre Casa de pisar duro. Por ello, no leemos ni el dictamen del jurado que le otorgó el premio de la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana ni las palabras del narrador y también profesor universitario, Roberto Martínez B., al menos hasta que consideremos que no tenemos más que agregar (o quitar) de lo ya señalado.

Lo cierto es que Casa de pisar duro está cargado de fuertes emociones, de palabras y de ideas que no son sencillas de pasar por alto. Hay algo allí que nos retiene y que nos hace volver y sobre todo imaginar.


Textos citados:

Salas Hernández, Adalber. “Andar a lo largo de la propia sombra. El tránsito de Alberto Hernández a través de la herencia” Letralia. Web. 19 marzo 2012.  8 julio 2013. http://www.letralia.com/263/ensayo04.htm

Saraceni, Gina. Casa de pisar duro. Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana, Caracas, 2013.



Caracas, 19 de agosto de 2013.

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