“Y se nos
llenan los ojos de viento"
“Un instante/ tuerce el rumbo de la vida”
“En la
renuncia se ama más cerca del amor”
“Cuando el
amor es imposible/revienta duro y solo el mar/comprende la inmensidad de sus
consecuencias”
“Los
hombres no comprenden la belleza/y la hacen sangrar hasta matarla”
“El amor
es un golpe de dedos/que arranca la piel de las palabras”
“Lo vivo
no es para este mundo”
Versos de Casa de pisar duro
Casa de
pisar duro
(2011) es el poemario que se hizo
acreedor del Premio XI Concurso Anual Transgenérico que otorga La Sociedad de
Amigos de la Cultura Urbana.
En una ocasión escuché a su autora,
la profesora universitaria y poeta Gina Saraceni, decir que su escritura le
había llevado, aproximadamente, ocho años. Es decir, su construcción costó,
requirió tachar, rehacer, reescribir…
Casa de
pisar duro,
cuyo título parece haber sido tomado de un verso de un poema de la poeta Miyó
Vestrini (1938- 1991), consta de tres secciones: Casalba, Cuerpo a Cuerpo y
Extravío en Manhattan.
El primer poema de Casa de pisar duro “21/31” (3) no forma parte de las secciones
antes señaladas, no obstante, su temática (centrada en el sustantivo cielo,) y su construcción, sin cortapisas para mencionar el cielo
reiteradamente, sirve como clara antesala de lo que vendrá, pues el universo
temático de este poemario, constituido por el cielo, el mar, la memoria, la
isla, el amor, el desamor, los viajes, los regresos, la espera y la casa con su
materialidad que, al haber estado habitada adquiere vida propia aunque ya esté
en ruinas, también utiliza el recurso de la reiteración con frecuencia.
En “21/31”, se adjetiva al cielo de manera múltiple: es
abierto, vasto, “vastedad” que vibra para cambiar y no regresar nunca a su
estado anterior; es rompible; se desliza entre otras materialidades de la
naturaleza “Cielo que se rompe y se
traslada/… de un álamo que se mece/ en la canícula meridiana/hasta el techo de
un iglesia/que un corte horizontal engulle con su filo//”
A su vez, se trata de un cielo que “junta y separa/…sin encontrar lugar alguno/ que detenga el devenir insatisfecho de sus
nubes//”. Es un cielo que no comprende su propia “indecisión” y que “no puede
volver a sus raíces”.
En “21/31”, la palabra cielo está
escrita siete veces, frecuencia que no impresiona azarosa sino producto del
insistir en “decir”, lo que, definitivamente, no se puede ni decir ni asir. El
primer verso nos adelanta la dificultad del decir sobre el cielo: “Del cielo puede decirse solo que es
abierto”.
En la contrahoja de este poema, se
nos presenta el Collage 21 (2010) de
Luis Lizardo (Caracas, 1956) que suponemos sirvió como guía, como inspiración
para su escritura ya que existe una obvia correlación entre el collage y el
poema. Aunque efectivamente así es, llama la atención que aunque el sobrio Collage
21 de Lizardo muestre lo que muestra,
la palabra en el poema explicita más: “[El] Cielo
que vuelve a sus umbrales/ sin comprender la indecisión/ de sus contornos…se
fuga/ de la forma estable de una obra”.
Tres epígrafes preceden a “21/31”.
Todos tocan el tema de la “pisada”, de la “casa”, en fin, de un “pisar duro”.
Posiblemente también pueden indicar los gustos de la autora por la poética de
Miyó Vestrini, Juan Sánchez Peláez (1922-2003) y Enriqueta Arvelo Larriva
(1886-1962).
La temática de “la casa” o “las
casas” está presente en este poemario, resaltando la muerte de las mismas “cuando se vuelven árboles,/ cuando una
mancha vegetal las recubre/ y convierte en jardines verticales” pero se
describe, por otra parte, lo vital de su materialidad pues “Hubo luz, un tiempo, en esa casa/ Hubo vidrios limpios que acogían
una/ mano temerosa de que el viento los quebrara/ Hubo niños oliendo a pinos y
olivares/ y una puerta grande donde entraba/ todo pasado y su memoria”. La
casa como contenedora del tiempo “Puede
que aquí el tiempo se detenga”; como posibilidad de fusión con alguien que
la habitó “No hay de dónde
sostenerse…para no caer delante de sus ruinas/ y volverse una planta más que la
recorre”. Y hay más en este poema: la ligazón entre la materialidad y el
sentimiento de un ser humano: “No se
puede mirar ese quiebre/ sin pensar que alguien fue feliz en esta casa” (9 -10).
A propósito de la importancia del
tema de la “casa” que Saraceni “toca” en varios de sus poemas y su paralelismo con
otros aspectos como la memoria, en el ensayo “Andar a lo largo de la propia
sombra. El tránsito de Alberto Hernández a través de la herencia” (2012) aparece
la siguiente interrogante: “¿Y qué mejor metáfora del universo simbólico que
una casa?”. A continuación señala su autor que:
La zona doméstica no sólo sirve de
telón de fondo para representar el drama de la herencia, sino que actúa como un
personaje más, plenamente significante. La imagen del hogar es quizás la que
mayor potencia mítica conserva aún —lo cual no puede más que dar cuenta del
ingente peso simbólico que ha detentado por milenios…Región geográfica tanto
como simbólica, define los límites y el alcance del legado —incluso cuando la
noción de tierra se ha volatizado (Salas).
Cita precisa y explícita sobre el
tópico de la casa.
Otros poemas exhiben más la relación
entre la casa y la memoria “Mirar la casa
de frente/ es caer en el charco del verano/donde las luciérnagas/ son débiles
criaturas de la luz// Un hilo/ un breve hilo/ atraviesa su carne y avanza/
hacia el lado oscuro del pasado” (16-17). Este texto está antecedido por un
epígrafe de Teresa Casique (Caracas, 1960) que resulta contundente “y cada casa que acaba muere de pie”
denotando la imposibilidad de la muerte “real” de lo material cuando la vida,
particularmente la humana, la ha cargado de sentimientos, de sensaciones, de
experiencias.
La figura del padre vencido por el
cansancio “La cabeza del padre/ descansa
sobre un libro”, su vejez que dormita sobre las páginas de un obra escrita
en un idioma que no es el materno “duerme
su vejez sobre/ el alfabeto de otra lengua”. A su vez, el yo lírico de este
poema imagina el vuelo de los pensamientos paternos hacia lugares lejanos “Su frente se desploma y/ sella un cielo
donde las alondras/ vuelan más lejos que el verano/Más lejos las alondras se
llevan/ la frente cansada del padre”. Este texto también señala, con
sutileza, el pensamiento fugaz de la muerte futura e inevitable del padre en un
viaje que no será tan largo como el que realizan ahora sus pensamientos dormido
sobre un libro “más lejos de donde vienen
y regresan/ más lejos del viaje que aguarda todavía” (20-21).
Otro texto recrea la relación del
padre y la madre, unidos en la vejez y
en la recreación de sus recuerdos “Ese
ser dos en la vejez, / aferrados a un ritual/ que les devuelve los primeros/
paisajes de sus vidas”. Juntos han padecido
los rigores de la guerra, de la pobreza
y “Ambos comen la corteza/ del
tiempo que se acaba” (28).
Ambos poemas testimonian la relación
entre la memoria, los recuerdos, el idioma extranjero, la vejez.
Cuatro poemas se centran en espacios
geográficos específicos que, seguramente “pisaron duro” en la poeta: “Berlín es el presentimiento/ de algo que
está por suceder…En Berlín la memoria muerde…En Berlín la lluvia duele/ más
cerca de la nuca” (12). Por cierto este último verso, con el señalamiento
de la región corporal de la nuca, se presenta en varios de los poemas y, sin
duda, se menciona siempre como punto de “dolor emocional”. El río Hudson, en
cuyas orillas “la ciudad respira más
despacio”. Su visión produce este verso: “No cabe tanta agua/ en el espacio de los ojos” (18-19). Nápoli es
metaforizada como “una mujer que grita en
la ventana”, como un volcán “de lavas
luminosas”. En Nápoli “el único
lenguaje es la pasión”. Un juego de palabras acentúa que la palabra en
Nápoli es certera: “sin palabras a
medias/ sin medias tintas” (27).
El poema “Adriático” (34-36),
antecedido por dos epígrafes de M. Duras (1914-1996) y de A. Oz (1939), los
cuales nos indican claramente el camino que nos mostrará “Adriático” (que en su geografía es conocida
como ejemplo fiel de la mejor calidad del mediterráneo). “Adriático” “poemiza”
sobre su verano, de lo que lo antecede, de lo suyo propio, de todo lo que
representa y deja en la memoria de quien lo vive: “Las piedras se vuelven más duras/ cuando finaliza el verano…La playa
es una respiración delgada/ y en los huecos de la arena/ quedan atascadas las
palabras…El verano duele como un abandono…Como el amor su interrupción
duele,…”. Luego, el poema hace preguntas sobre el verano: “Cómo despedirse del verano/ sin quedar
atrapado en sus viñedos, en su vena más angosta…Cómo decirle adiós sin dejar
algo/ en el abrazo inmenso del estío…” De seguida, el poema resalta las
pérdidas que el verano trae consigo, pérdidas materiales, tangibles e íntimas,
humanas: “Cada verano hay una piedra
menos/ que anticipa la inminencia de un desierto…Cada verano alguien falta/ al
llamado de la tribu y las algas/ lloran hasta secarse de tristeza…No hay punto
de retorno cuando la playa pierde sus herencias/ y queda el mar/ roto por el
golpe de sus olas”. Más adelante, el yo lírico escribe que “El verano es un animal/ que arrastra los
huesos por la playa…Cuando el amor es imposible/ revienta duro y solo el
mar/comprende la inmensidad de sus consecuencias…El verano es una lejanía”.
No se
puede abandonar
el cuerpo que se ama.
No se puede dejar el lugar
en que cava sus raíces.
No se puede morder el viento
ni caminar derecho, no,
ya no se puede.
Allí donde los labios se abren
para exigir la rotación de la espalda,
que el deseo responda
al llamado de la lengua.
En la nuca el silencio
duele más que en otro lado:
es el cuerpo que llevamos
a cuestas del amor
y cede al alfabeto que se acaba;
es un temblor que sacude
los huesos y los quiebra,
un largo y sostenido temblor (43).
Poema que
nos “habla” del obstáculo definitivo de “abandonar
/el cuerpo que se ama”. La vida no será la misma después de la auténtica
experiencia amorosa, tal experiencia no está exenta de dolor que puede ser tan
profundo como el mismo amor.
El poema
precedente al anterior, acentúa la “grandeza” del amor, destacando la unión entre dos seres que se aman, el
deseo animal y hasta dónde el mismo los puede llevar en la vida, en la muerte “Que sea inmensa la muerte/ cuando llegue,
que se derroche/ la viva muerte viva/ cuando nos llame esta bestia/animal que
nos asalta” (42).
Otro poema
se refiere al ansia de la espera por un amor del que no parece haber certeza de
correspondencia, del que se desconoce si aún hay opción de permanencia por
tenue que ella sea “Lo esperaba sin
saber/ cómo regresar de tanta/ distancia acumulada,/ de tanta arena dentro de
los ojos/ de tanta espera mirando/ a los loros volar entre las ramas”.
Espera preñada de deseo “Lo esperaba
mordiendo/ la dura corteza de una pera,/ con las palabras partidas/ y la lengua
abierta/ a la llegada incesante de la suya” (46).
De las
batallas del amor se regresa
con el
vientre abierto,
sin paredes,
dando
tumbos
por el
arduo combate
de la
noche.
Se regresa
sin armas
con el
pulso latiendo
debajo de
los párpados
y con los
pies arrastrando
la demora
del cuerpo
antes del
adiós.
Cuerpo a
cuerpo es la batalla.
Sólo así
se hace una guerra.
Solo así
se conoce
cómo tocan
las manos
cuando
pierden los dedos.
Solo así
vale la pena morir:
mirando de
frente cómo
se
disuelve el rostro
cuando
pierde
el control
y el alfabeto
cómo se
tuerce en un puñado
de ruidos
que se hunden
adentro de
los ojos
donde solo
hay lugar
para
perderse.
Lo llaman
amor
este
combate de brazos y lenguas,
esta
cercanía sin intervalos
donde la
orilla y la ola
se
desangran por el tormento
de
volverse a separar;
este
tiempo de guerra
que echó
raíces
en las
venas de junio,
en el
estertor de una arteria,
en el
corazón herido de muerte.
De las
batallas del amor
se regresa
con un ejército
de
fantasmas en el costado,
con las
heridas hundidas
en los
dedos
poseídos
por esa guerra
que sigue
ardiendo
en la
línea de combate
(54).
Precedido por un epígrafe de la
novelista rusa Irêre Nèmirovsky (1903-1942), el cual parece dejar caer una gota
de esperanza ante las más terribles batallas de la vida pues afirma que, ante
éstas, quedan “zonas intactas”
aunque, “preservadas entre barreras de
llamas”, este poema eleva hasta el dolor, emocional y físico, la
experiencia amorosa. Metaforizado en términos de batallas y de guerras cuando
el amor no puede vivirse siempre, cuando la distancia gana al final “Se regresa sin armas/con el pulso
latiendo/debajo de los párpados/y con los pies arrastrando/la demora del
cuerpo/antes del adiós”. Escribe la
poeta “Lo llaman amor” para reiterar
el dolor de la imposibilidad de la cercanía perenne utilizando palabras inherentes al mar que, en
efecto, implican un continuo de distancia y cercanía “donde la orilla y la ola/ se desangran por el tormento/de volverse a
separar;” Tan vital es que sólo bajo la vivencia, en su instante cumbre “vale la pena morir:/mirando de frente
como/se disuelve el rostro/cuando pierde/el control y el alfabeto:/cómo se
tuerce en un puñado/ de ruidos que se hunden…”.
En el poema inmediatamente anterior
a éste, es la tristeza, el silencio, el desasosiego, lo que se resalta ante la
separación amorosa, siendo el escenario, una habitación, un cuarto “Cuánta tristeza contiene / una habitación
que se abandona;…donde se escurre el desierto/ que habitan los amantes// Cuánto
silencio anticipa/ el desastre de la ausencia…/ cuando el pie falla y/es una
sola/ lenta/marcha/ la que avanza hacia/ el afuera sin refugio/” (51-2)
El hijo no
nacido reclama un lugar en la palabra,
Una letra
que ocupe el espacio de la falta.
No se
puede dejar de ser madre
Sin cargar
al hijo que no fue
Sin
hacerlo vivir el instante
Que dura
su cuerpo imaginado.
Que el
poema diga el peso de su ausencia
la sangre
más secreta
la que corre
fuera de las venas,
la que no
tiene herencia. (50)
Aquí, “El hijo no nacido reclama un lugar en la palabra”. Palabra, letra, frase que permita ocupar “el espacio de la falta” pero, la
palabra que denota la ausencia del “hijo
no nacido” servirá de afirmación, de afirmación de no ser, de no estar en
la “realidad”. El yo poético afirma que “No
se puede dejar de ser madre/ sin cargar al hijo que no fue”, se le hace
vivir a través del poema, apenas un instante, el “que dura su cuerpo imaginado”. Este poema refleja el dolor de la
falta del hijo que muchos consideran inherente a la mujer, además, como
“la que no tiene herencia”, es decir, la mujer se ve, en una suerte de
paradoja, como la que no heredará nada pues heredar, en este caso, es dar, no
recibir. No tiene al hijo al que dejar o dar una herencia, en todos los
sentidos del término.
No siempre
se regresa
de un
paisaje que perturba la mirada.
Será
temblor de párpados
lo que
vendrá después de su abandono.
Será
volver
a los
puentes caídos del camino
a las
vacas que duermen sobre el pasto
al niño
que come naranjas y zapotes
al llamado
de la madre y al hijo que responde
al samán
de la memoria que impone su dictado
a un techo
de cinc que vibra por la lluvia
a la
infancia que retorna impredecible
a la lejanía
del campo donde el alba es más salvaje
al solar
del padre donde reina la intemperie
al tanque
que se oxida por el agua del pasado
a la casa
que se quiebra donde la ausencia no perdona
al juego
que perdura en el tacto del recuerdo
al tiempo
que interroga y no sabemos responderle.
Esto será
el paisaje
después de
que lo nombre
su falta
será el resto por venir. (47)
Cuando un paisaje nos ha impactado “No siempre se regresa…” del mismo. Ese
paisaje nos dejará “temblor de párpados”
una vez que lo hayamos dejado atrás, físicamente hablando pues, en nuestra
mente, en nuestro corazón nunca podremos dejarlo atrás. Será un perenne volver
y al nombrarlo sólo sabremos que “su
falta será el resto por venir”, es decir, nombrar (escribir su vivencia) se
convertirá en la prueba de que no está, de que ahora no podrá ser visto.
Trepa Ann
Darrow
el cuerpo
de King Kong.
Trepa el
aire.
Trepa
hasta la cima de la torre
hasta
alcanzar los dedos de la selva.
Incansable
en el ascenso.
El deseo
de subir
la vuelve
más liviana
más frágil
la convierte
la altura
de la bestia.
Las
caricias de King Kong
no son
para este mundo.
Tampoco su
rugido,
su lengua
brava
que
descarrila el verbo
y hace
estremecer
el parque
a media noche.
Manhattan
es un gorila que agita su deseo.
Manhattan
es Ann Darrow
sujetándose
el vestido
mientras
sopla el viento de la isla
que
desordena al animal oculto
que la
habita.
En la
selva de Manhattan
solo cabe
la pasión simia de un gigante.
Solo
resuena el estertor de su extravío.
Es feroz
con la bestia la ciudad.
Y no
perdona la belleza
cuando
supera
el tamaño
previsto
por los
hombres.
Salvajes
son siempre
dos
cuerpos que se tocan.
Salvaje y
animal
el aire
que agita la piel de sus miradas.
Nunca es
humana la pasión.
Las
bestias también lloran.
Sus
lágrimas pesan como carne,
su caída
perfora las aceras.
La bestia
sabe que va a morir:
se golpea
el pecho y
se agitan
los nervios
de
Manhattan
Nada será
igual
después de
la caída.
Después
será desierto
salvaje animal
después
será el
adiós (59-61).
La protagonista de la escena
(película) trepa un cuerpo, el aire, la cima de la torre “hasta alcanzar los dedos de la selva”, es decir, hasta alcanzar a
King Kong, a sus dedos, metaforizados en ramas de selva, a su amor imposible. En lo que parece un lugar común, eso de
que el amor lo puede todo, tenemos a Ann “Incansable
en el ascenso”, su deseo de subir, de alcanzar a Kong “la vuelve más liviana/más frágil”. No obstante,” Las caricias de King Kong/no son para
este mundo”, al igual que “su
rugido,/ su lengua brava” que hace que el verbo se pierda en una bruma inentendible pero que “hace estremecer/ el parque a media noche”.
Kong agita su deseo, impregnando a Manhattan con él y la ciudad se convierte en pura presencia de
Ann y Kong. No hay más espacio en Manhattan que para la pasión simia del
gigante animal pero la ciudad no soporta al animal que lo cubre todo aunque el
amor sea su esplendoroso sentimiento. Y el encuentro de Ann y Kong, por muy
salvaje que sea, es un amor que sobrepasa la ciudad.
Tener un
animal adentro
es como
vivir en jaula.
Hay que
liberar
a la
bestia que se agita
dejarla
salir
que pise
la ciudad
y acabe
con el orden
implacable
del cemento.
En el
corazón de Manhattan
hay una
jungla que solo conocen
Ann Darrow y King Kong.
No cesará
de rugir
El reino
animal del extravío.
No dejará
de caer
la fiera
doblegada
y un
vidrio se hundirá
en el
nervio más débil de su cuello.
Suena duro
la furia de King Kong.
Su peso
retumba en el asfalto.
Llámame,
Ann
pide
Manhattan
cuando
trepa salvaje
la espalda
del gigante.
Llámame
Kong
dicen las
manos que atrapan
el grito
de la noche.
Los
hombres no comprenden la belleza
Y la hacen
sangrar hasta matarla.
Temblor
furioso y puro y natural muriendo:
así cae un
gorila por amor (62-63).
Pareciese expresar el yo lírico lo
que significa tener una pasión que no puede ser saciada y que, por lo tanto “es como vivir en jaula” presa de la
desesperación y se hace
imprescindible liberarla, que sea libertada, transformando en caos lo que sea
necesario. Ann Darrow y King Kong, representan la perfecta metáfora del amor
animal que “No cesará de rugir”, capaces
de colmar a toda una ciudad. De seguida, unos versos lapidarios: “Los hombres no comprenden la belleza/y la hacen
sangrar hasta matarla”, muerte cristalizada bajo “Un temblor furioso y puro y natural muriendo: y así cae un gorila por
amor”, y bien podríamos establecer el símil, así cae un hombre por amor,
cuando se trata de un amor genuino, signado por la más pura e intensa pasión,
capaz de llevarse todo por delante, hasta ser capaz de ofrendar su propia vida.
En el poema siguiente de esta
sección (64-65), se hace una especie de homenaje al gran animal ficcionado que
es King Kong, perteneciente al mismo reino del hombre, de evolución superior.
Ficción que señala su potencia distribuida “en
las venas” de una famosa ciudad. Aunque Kong la llena toda, también “añora el paisaje/ de la Isla Calavera”,
de donde se supone procedente. Lo salvaje reina en él pero aún así da vida a Manhattan
“King Kong es la sangre de Manhattan”. Pero
la poeta une lo salvaje con la belleza como dos elementos que no pueden
separarse. Al final, parece decirnos que aunque Kong muera, como en efecto
sucede, su belleza será insuperable “y
cuando se precipita en el abismo/la belleza vuela más alto que un avión”.
En el subsiguiente (66-67), la poeta
continúa expresando el predominio del amor salvaje de la bestia, que domina a
una ciudad, representándola “King Kong es
el rascacielos más alto de Manhattan”. Lo salvaje puesto en el centro de la
modernidad pero se trata de lo salvaje unido al amor en una reiteración de la
predominancia del mismo por sobre todas las cosas y venga de donde venga. Los
últimos cuatro versos nos dan mucho que pensar: “El amor es un golpe de dedos/que arranca la piel de las palabras/ lo
vivo no es para este mundo/Mata cuando salva la belleza”.
Adelantamos una interpretación: la
experiencia amorosa es algo que puede presentarse en un parpadeo o en un abrir
y cerrar de ojos, también, se trataría de un acto mágico cuyo final no siempre
es seguido de una “magia feliz”. Tan profundo puede ser que podría hacernos
decir o escribir las palabras más maravillosas que alguien es capaz de “decir”.
Palabras, frases, tan vivas, tan potentes, tan sublimes que es posible no
lograr identificarlas con una experiencia terrenal. El último verso, estaría
más enmarcado en la temática general de este poema de los que integran esta
parte del poemario, es decir, sobre Kong y su amor por Ann: él muere salvándola
a ella, a la belleza.
Nos parece que hay mucho más que
decir sobre Casa de pisar duro. Por
ello, no leemos ni el dictamen del jurado que le otorgó el premio de la
Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana ni las palabras del narrador y también
profesor universitario, Roberto Martínez B., al menos hasta que consideremos
que no tenemos más que agregar (o quitar) de lo ya señalado.
Lo cierto es que Casa de pisar duro está cargado de
fuertes emociones, de palabras y de ideas que no son sencillas de pasar por
alto. Hay algo allí que nos retiene y que nos hace volver y sobre todo imaginar.
Textos citados:
Salas
Hernández, Adalber. “Andar a lo largo de la propia sombra. El tránsito de
Alberto Hernández a través de la herencia” Letralia.
Web. 19 marzo 2012. 8 julio 2013. http://www.letralia.com/263/ensayo04.htm
Saraceni, Gina. Casa de pisar duro. Sociedad de Amigos
de la Cultura Urbana, Caracas, 2013.
Caracas, 19 de agosto de 2013.
Caracas, 19 de agosto de 2013.
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