jueves, 13 de diciembre de 2012

No quiero que nadie me regale...


(...) Me di cuenta de que tenía que revolucionar; aprender cosas nuevas para no quedarme atrás. Me di cuenta y me rebelé.
Jaime Sabines








No quiero que nadie me regale…

Empiezo este escrito con un lugar común, la comunicación humana es difícil. Siempre he creído que eso es cierto. Pienso ahora en una de las profesiones y de las funciones que me merecen mayor respeto: se trata de ser maestro, docente, profesor. En cualquier escala, ejercer esta profesión requiere cualidades particulares. Primero: deseo de enseñar; segundo: el tener la capacidad para hacerlo; tercero: el ser considerado; el ser equitativo.

Yo no quiero que nadie me regale…

Las relaciones humanas pueden ser difíciles (otro lugar común), sencillas o plagadas de indiferencia o de otros sentimientos de diversas intensidades. En el ámbito de la docencia, dichas relaciones son variables y me parece inobjetable que puedan darse situaciones de empatía entre alumnos y profesores o todo lo contrario.  Pero yo no quiero que nadie me regale…

Dependiendo de cada quien, una apreciación, en especial la de un profesor hacia un alumno más cuando se consideran amigos, hay que tener mayor cuidado a la hora de evaluar.

Percibir que hay alumnos cuyos comentarios son aprobados a priori; que se hagan "apuestas" sobre quiénes tendrán la nota máxima y, acertar, es sencillamente terrible y eso desmerita tanto al alumno como al profesor, mucho más, pensamos, a este último. 

Yo no quiero que nadie me regale…

Alguien me decía que eso sucedía en todas partes. Sí, probablemente es cierto pero da pena que suceda. La reiteración no nos dice mucho. Es como decir que todo el mundo roba; que todo el mundo es reposero, que todo el mundo. ..El bendito decir que todo el mundo…

Yo no quiero que nadie me regale.

Cuando estudiaba Medicina la formación fue muy exigente. Yo no vi las prebendas. No digo que no las hubiese pero no las vi. Tuve la fortuna de estar en un grupo que siempre catalogué de excelente. Había notables diferencias económicas, es decir, la mayoría eran parte de la llamada “clase alta”, con el agregado que eran hijos de médicos, o sobrinos, etc. Una minoría proveníamos de los llamados sectores populares pero había mucho amor al saber y lo que yo llamaría una competencia sana.

Yo no quiero que nadie me regale…

Aunque estudié Medicina, la literatura siempre fue parte de mí. De dónde provino ese interés por la literatura no sabría decirlo. Pero desde el día que leí mi primera novela sin que nadie me la mandara a leer ya nunca más paré: la recuerdo bien, Buenos días tristeza de Françoise Sagan; luego Demian de Hesse; luego La madre de Gorki, luego Sybil, (no recuerdo el nombre de la autora pero sé que era una mujer). No sé cuántas veces la leí: trataba de una joven que tenía 16 personalidades. Recuerdo que la llevaron al cine y que fui a verla: de esa experiencia aprendí que las películas hechas a partir de una novela, nunca sería lo mismo que leer la novela. Como decía, ya nunca paré. Casi todas las novelas que leía estaban en la biblioteca de mi casa y, hasta ahora me ha quedado la duda de cómo vinieron a parar allí.

Mi padre leía. No sé cuántas veces le escuché fragmentos de El Capital y El Manifiesto del Partido Comunista. Porque mi padre era comunista. Tenía un tío materno que era un apasionado de la Historia de la Revolución Francesa  y de los poemas de Darío. “Juventud divino tesoro, ya te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer…”

Resulta que a veces no logramos explicarnos el amor por algo pero el amor florece y hay un deseo que, como todo deseo, nos guía. Lacan decía que no debíamos traicionar nuestro deseo. Lo que sé de literatura lo “aprendí” leyendo. No hay otra forma de aprenderla y valorarla.

Digo: yo no quiero que nadie me regale…

Creo que el trabajo docente requiere equilibrio y equidad. No hacerlo es un flaco servicio que se le hace al proceso de aprendizaje. Es dañino.

Amo al saber y no niego que hay gente que ama el saber por el saber pero, en el acto pedagógico, ese saber debe trascender. Si ese saber se queda en un regodeo personal que en su transmisión sólo pretende demostrar que se sabe, malo, malo.

Sí “premio” lo que no debería ser premiado, malo, malo.

Yo, por mi parte, no quiero que nadie me regale… Seguiré leyendo literatura (ahora sé que no se sabe bien qué es la literatura), seguiré leyendo aunque “la vida” sea así como, al parecer, siempre ha sido.


Caracas, 12 de diciembre de 2012.


1 comentario:

  1. Excelente publicación, interesante reflexión, referencia a una complejidad recurrente. Rica anécdota.
    I love you, friend.

    ResponderEliminar