A Jessica y Yasmín
Tengo la impresión de que la literatura amplió mi capacidad de compasión.
Susan Sontag
Las agujas del reloj giraban en sentido inverso. Ramón
pensó que era antiestético. Su mujer recordó un antiguo amor, el verdadero,
burlado una y otra vez. Volvió Ramón a pensar en lo estético pero, igual que
Sontag, se negó a interpretar. Vio el coro de zamuros y su negro cantar agorero que no indicaba
carroña sino puro afán gregario inmerso en himno innoble.
El hombre lo dijo minutos después en el humilde granero.
Lo que sabía y lo deducido desde años atrás. No era él el amado sino la negación
de lo estético, de la interpretación, del coro, de los zamuros.
Una mañana, la horrenda ave se esforzó por llegar en
vertical a su ventana. Esfuerzo impío. Gravedad desafiada. Su laxo cuello hacía
esfuerzos humanos por aferrarse a la oxidada reja de antaño mientras extendía
sus alas en una pretensión de poderío que poco intimidaba. Eso dijo Ramón para
disimular el abandono planeado que esa noche, en el granero, llevó a cabo.
Nacemos con el azar o con el designio. O con ninguno de
los anteriores lo cual nos remite a la época escolar. Signos opacos que
irrumpen en la naturaleza que no es mujer sino lo que la cultura diga.
Instantes del tiempo que no son vida. Vida es lo que permanece en stricto sensu.
Caracas, 25 de diciembre de 2012.
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