“El
ojo debe ser del tamaño de lo que percibe”
“…cuando
el ser humano ama algo sólo ama al ser humano, se ama a sí mismo, a sus propios
atributos reflejados en eso que dice amar”
Bellatin
Mario Bellatin (Ciudad de México, 1960).
Acabo
de terminar de leer El Gran Vidrio. Eso de “terminar” es una forma de decir pues el
texto del escritor mexicano sigue revoloteando en mi cabeza.
La
novela consta de tres partes que, en
principio, son independientes. La narración está hecha en primera persona. El
primer relato, Mi piel luminosa tiene
esta especie de epígrafe: …en los
alrededores de la tumba del santo sufí. Relata, en forma numerada (1-360),
las vivencias de un niño cuya madre lo exhibe en baños públicos. Me refiero a
exhibir sus genitales a cambio de baratijas: “1.- Durante el tiempo que viví
junto a mi madre nunca se me ocurrió que acomodar mis genitales en su presencia
pudiera tener una repercusión mayor…Ajustados, acogotados, a punto de
estallar…Mi madre aprovechando mi dolor” (9).
Las
pinturas de labios pronto pasaron a ser importantes para la madre: “46.- En más
de una ocasión me despertó en plena madrugada para mostrarme su boca coloreada
de morado o fucsia fosforescente” (14).
El
padre los abandonó posterior al fallecimiento de una secretaria que era su
amante.
Luego
la madre hace todo lo necesario para que su hijo sea aceptado en una escuela
especial. Lo somete a una serie de castigos corporales y hace ver que el niño
padece de retardo mental: “77.- ¿Por qué me encuentro matriculado en una
Escuela Especial?, es una pregunta que no dejo nunca de hacerme…78.- No creo
que alguien tenga una respuesta segura, ni siquiera mis compañeros de
reclusión” (20).
Aunque
la madre logra sus propósitos, penetra a la Escuela por las noches para seguir
llevando al niño a los baños.
Esta
primera parte es una narración reiterativa
en algunos aspectos cuyo sentido no luce claro aparte de lo ya dicho. Se
trata de la evidencia de no poder explicar lo que no se logra entender.
La
segunda parte se titula: La verdadera
enfermedad de la sheika
Comienza
el narrador con una visita a la casa de una pareja musulmana que fue
protagonista del último libro que había publicado. El narrador dice que aunque
quedan mal parados en el relato, ellos no parecen darse cuenta o no se sienten
retratados en el mismo. Él había acudido allí para cobrar un ejemplar
del libro que le habían comprado. En la casa está Lato, un perro grande, fiero,
sin pelaje, que él mismo había hecho que llegara a esa casa, después que su
dueño lo hubiera regalado pues se iba de viaje. Pero el perro regresó cuando su
amo ya se había marchado. Sólo estaba su hijo que era amigo del narrador y sólo
pensó llevarlo a un veterinario para que lo matara. Él se opuso (por cierto, ¿ese
amigo muere tiempo después o es un sueño?) A la larga, Lato fue aceptado en casa de la
pareja. Además de fiero, quería copular con frecuencia con la dueña. La mujer
le paga el libro y lo acusa de haber vendido a la revista Playboy, “…un sueño místico que había tenido con la sheika de la
comunidad religiosa a la que pertenecíamos” (78).
El
sueño es relatado a continuación y, en esencia, trata sobre él, sobre la sheika y
algunos miembros de la comunidad religiosa. Es una historia mezclada con sueños
y, como es usual en éstos, fragmentada y con ciertas desconexiones.
En
esta parte, ya el narrador no es un escritor sino un derviche. Está enfermo y
recibe tratamiento en un hospital, aunque un día cancelan las consultas porque
tenían que prepararse para atender una supuesta tragedia. Eso lo perturba
mucho. Ese mismo día, la sheika es llevada al hospital pero al final no parecía
tener nada serio. Él sale del hospital con la sheika y la sirvienta. La sheika
no lo deja manejar su viejo y destartalado auto Datsun. Van referidos a otro
hospital al cual nunca llegan sino van a la casa del plomero que debe reparar
las tuberías de la mezquita que están en mal estado. La cita fue hecha de
antemano. De la casa sale Fariha, la sheika de Nueva York. Él no entiende qué
hace ella allí. Fariha le promete que el próximo Ramadán le traerá un perro
saluki “…el saluki es el perro de los beduinos del desierto. Es un perro de la
arena, cazador por excelencia. Un perro de la arena que no desentierra muertos
con sus uñas. Por eso fue el único aceptado por los seguidores del Profeta Mohammed
–la paz sea con él-…” (112).
El
derviche comenta, en varias ocasiones, la ausencia de su brazo: “…poco antes de
despojarme del aparato ortopédico que llevé desde la infancia” (95), cosa que realizó
durante un viaje que había hecho a la India. Otra cita sobre la falta de su
brazo: “Los zapateros ambulantes tratando de hacer de mi brazo un adminículo
decente” (119).
La
tercera parte se titula, Un personaje en
apariencia moderno. Se trata de un texto extraño… Extrañeza derivada de lo
no tradicional en cuanto al tipo de relato que pone el acento en aquello que
suele pasar por debajo de la mesa. En realidad, todos poseen esa cualidad. Un
vaivén, un corte, otro caminos, regresos.
La
protagonista es la menor de tres hermanos. Tiene 46 años y está en la escuela
primaria donde, al parecer, no tiene ningún futuro. Dice que tiene una novia
alemana cuyo padre trabajaba en un club de esquí en Los Alpes. Desea comprar un
auto, específicamente un Renault 5 de los años setenta, modelo muy difícil de
conseguir. A través de un aviso telefónico hace contacto con un individuo que
tiene uno pero en muy mal estado. Esta persona la llama para ir juntos a ver a
un hombre que vive a 40 km. de distancia
y que es dueño de uno. El sitio de encuentro es un cementerio. Su novia alemana
va con ella. El hombre pretende hacerles daño. Ella simplemente se baja del
auto y deja a la novia quien iba sentada detrás.
Menciona
que tiene dos hermanos varones: uno que es constructor, aunque nunca ha
construido nada. Agrega: “Sin embargo, el hermano constructor siempre ha estado
bajo el amparo de mi padre, y mi padre es una persona que jamás hubiera
permitido que alguien de su familia construyera nada.” (155). Este hermano tiene tres hijos cuya madre nunca
ha estado. Ella roba dinero de la cartera de su padre para comprarle golosinas
y consentirlos. El otro hermano trabaja en una empresa aérea.
Relata
que perdieron su casa familiar por necesidades del espacio pues se necesitaba
construir un tren que pasaría justo por donde estaba ubicada la vivienda. Los
abuelos fueron dejados a otras personas para su cuido. Luego, sufrieron otros
desalojos por falta de pago. El padre la utilizaba para que bailara como
marioneta y tratar de convencer a los dueños de que no los echaran pero
resultaba infructuoso.
Habla
de los libros que ha escrito aunque apenas sabía escribir.
Tiene
algunos animales. Luego dice que es muy mentirosa. Hay un momento que es un
adolescente, es decir que, el texto presenta una especie de indiferenciación
sexual del protagonista-narrador: “Pensé en el aspecto que mostraba yo
entonces, No era ni una pequeña figura ni tampoco una gorda. Era un adolescente
muy parecido a los cantantes extranjeros que salen en la televisión” (156).
El
texto concluye con una explicación del narrador sobre la posibilidad de que las
autobiografías sean llevadas al cine y añade: “Delante de la cámara, de una vez
por todas voy a dejar atrás las personalidades necesarias para seguir
escribiendo” (159).
EL
infarto del alma (1994), es un
texto de la escritora chilena Diamela Eltit (Santiago, 1949). Escribir que es
un “texto” no es un olvido porque se trate de una novela, un cuento o poesía,
por ejemplo. Resulta que el mismo es una suerte de novela, diario, mezclado con
ensayo y el género epistolar.
El
infarto del alma también tiene otra sustancia y es que posee numerosas
fotografías atribuidas a la fotógrafa, también chilena, Paz Errázuriz.
En
realidad, tanto Eltit como Errázuriz son las responsables del texto.
Varias
historias, narradas en primera persona, siendo eje esencial, las historias de
amor que se suceden en el Hospital Psiquiátrico Philippe Pinel (1745-25 -1826),
ubicado en el pueblo de Putaendo a dos horas de Santiago de Chile.
El
Hospital, construido en los años 40 del siglo pasado, funcionó, inicialmente,
como hospital para pacientes aquejados de tuberculosis. Posterior a la drástica
disminución de esta enfermedad como consecuencia de la vacunación
antituberculosa pasó a funcionar como centro de reclusión para pacientes
psiquiátricos.
Eltit
va de visita al Hospital acompañada por Errázuriz quien ya lo conocía. Hay 500
pacientes de ambos sexos, muchos de ellos indigentes, de identidad desconocida.
Eltit quiere conocer sobre el amor y la locura, dice: “Después de todo he
viajado para vivir mi propia historia de amor. Estoy en el manicomio por mi
amor a la palabra, por la pasión que me sigue provocando la palabra” (19).
Un
poco más adelante: “Y ahí, en esa descompostura, encuentro el centro del amor.
Comprendo ejemplarmente que el objeto amado es siempre un invento, la máxima
desprogramación de lo real y en ese mismo instante, debo aceptar que los
enamorados poseen otra visión, una visión misteriosa y subjetiva. Después de
todo, los seres humanos se enamoran como
locos. Como locos” (21-22).
Luego,
intercala una historia sobre la mujer como madre. La madre como: antecesora de
todo; como un compuesto de innumerables signos culturales que hablan del
viaje…; que se niega a reconocer que es ella la habitada y que espera renacer.
Otro tanto hace con el nacimiento del sujeto. Después penetra en ciertas
consideraciones sobre la locura bajo la perspectiva psicoanalítica.
Eltit
escribe una carta por segmentos. Una mujer abandonada por la pareja. Tomemos de
allí algunas frases:
“La
oscuridad es menos real que tu silencio” (52).
“No
estás para liberar mis sufrimientos”.
“La
noche es menos muda que el silencio que escogiste” (54).
“¿Por
qué hube de conocerte desolada?”.
A
continuación relata un sueño grabado por la fotógrafa en 1990. Fue soñado por
Juana, la loca que tal vez no esté loca pero que quedó atrapada en las redes de
la institución y que no sobreviviría
fuera de ella. O, puede ser que sí esté loca.
En
una especie de ensayo, Eltit relata impresiones sobre el impacto de la
tuberculosis durante el Romanticismo, más específicamente, del cuerpo
romántico y lo contrasta con el cuerpo asalariado. También nos
ofrece sus opiniones sobre el sanatorio, “…figura elegante de los
espacios de exclusión y de reclusión,…(66) en contraposición con el hospicio, “…lugar de bastardía del
flagelo enfermo de la pobreza” (66).
Posteriormente,
Eltit expone una visión del amor en los tiempos previos al descubrimiento de la
vacuna antituberculosa y de las transformaciones que se producen en ese amor:
“El día se fija como una simple medida para el tiempo del trabajo, la noche
como el descanso que deja entrever algunos sueños antiguos de insurrección. El
amor se consume en ensayos efímeros que no consiguen cautivar un modelo, pues
su oferta es notoriamente vulgar, como mediocres son los contratos públicos,
las transgresiones siempre privadas” (68).
Eltit
afirma que el amor entre los locos, al no poder concretarse en el acto
reproductivo de la especie “es
únicamente gasto y desgaste afectivo y por ello el despilfarro puro” (74).
Tanto
El Gran vidrio como El infarto del alma constituyen textos que
trabajan con restos de lo real, en el
sentido que lo plantea la crítica y profesora argentina Florencia Garramuño.
Así, son textos que no es posible ni incluir ni analizar bajo los parámetros de
lo tradicional literario y que, forzosamente, exhiben un carácter fragmentario.
Y es que no hay otra forma de escribir pretendiendo acercarse a lo real
del ser humano, es decir, a ese registro que según precisó el psiquiatra
francés Jacques Lacan, constituye lo que el sujeto humano no puede expresar por
medio de la palabra.
No
se trata, por ejemplo, que Eltit nos diga cómo es el amor entre los locos. No
puede decirlo porque ellos mismos no pueden decirlo. Lo único que puede hacer
Eltit es una aproximación adyacente, oblicua a ese amor, por supuesto que lo
hace utilizando la palabra que exhibirá, tal vez, cierta simpleza, simpleza que
es grande cuando es la única vía de escribir sobre lo que no se puede por ser
un imposible.
Caracas,
junio de 2012.
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