Al Seminario "La Experiencia Oblicua: Exceso y Defecto en la Literatura Latinoamericana Contemporánea". Universidad Simón Bolívar. Mayo-julio 2012.
DOS RELATOS DE FABIO MORÁBITO
Fabio Morábito es un escritor y poeta mexicano nacido en Alejandría, Egipto. Pasemos a comentar dos de sus relatos.
El
Gesto
El Gesto
(relato probablemente dedicado a dos familias numerosas) nos habla de las
ventajas y desventajas que pueden darse en este tipo de familias “La ventaja es
que siempre suceden cosas y uno no se aburre. La desventaja es que no hay
soledad posible”, Resalta Morábito el
concepto de la familia como una tribu –en la que pueden tener cabida otras
personas- y los sentimientos de la madre
cuando sus hijos se vayan a hacer su
vida en otro espacio, el hecho de que no soportaría quedarse “…sin oír sus
voces”. (59). Luego, otro tema del ámbito familiar, el hecho de que “Todos nos
parecemos bastante…pero donde se hace sentir más el sello de la familia es en
los gestos” (60). Consideramos la gestualidad como una forma de expresión que
muchas veces tiene tanto o más valor que las propias palabras, como una marca
que nos hace miembros o no y que puede
inscribirse en forma voluntaria o involuntaria en el cuerpo. En El Gesto, nuestro protagonista narrador se
percata un buen día de un gesto, aparentemente inconsciente, el arqueamiento de
su ceja izquierda. Cree que es un gesto particular “Lo temía y, al mismo
tiempo, lo atesoraba. Era el único sello de mi individualidad, pero también de
mi posible locura. Por ambos motivos tenía que ocultarlo” (62-3). Durante una
semana estuvo rastreando el posible origen de ese gesto hasta que un día,
durante una comida familiar, se dio cuenta que todos, a excepción de sus tres
hermanos más pequeños arqueaban la ceja izquierda. Se sintió mal, se sintió burlado,
descubierto. No se trataba de un sello “propio”. Se levantó de la silla y se fue al baño lleno de un gran malestar.
Las lágrimas tomaron su cuerpo hasta que su hermano Raúl (inmediatamente mayor
a él), su “doble”, el que le había abierto camino, lo llamó y le dijo que el
gesto de arquear la ceja izquierda lo poseían todos en la familia pero que se
hace evidente en cierto momento de la adolescencia. No sabemos si nuestro
narrador se sentiría mejor al conocer que se trataba de un gesto de su familia
o, por el contrario, mal al saber que no se trataba de algo que podía definir
como “algo propio”.
El Gesto
es un relato acogedor, que irradia calor y una clara ternura. También es una
muestra de experiencia de vida grupal e individual.
LOS
CRUCIGRAMAS
En
este relato, Morábito demuestra, nuevamente, la capacidad que tiene un
determinado tipo de literatura para mostrar experiencias humanas que, de otro
modo, pasarían por “debajo de la mesa”. Dos hermanas separadas física y
emocionalmente. En la primera circunstancia porque la menor (nuestra narradora)
se enamoró, se casó y se fue a vivir a algún país de Latinoamérica y la otra
(Irma, la mayor) se quedó a cuidar a la madre inválida en algún país de Europa.
La separación emocional tiene otros bemoles: Irma era mucho mayor que su
hermana; era la primogénita y tal vez la preferida de la madre pero, por otra
parte, Irma fue como la madre de su hermana al haber un trecho generacional significativo
entre la madre y la hija menor.
Las hermanas no se ven durante treinta años y se comunican muy poco. Nuestra narradora se divorcia y le escribe a su hermana pero sólo recibe el silencio como única respuesta. En ese período y unido al mutis de Irma, nuestra narradora “Se halló de golpe sola en una tierra extraña. Su nuevo país le pareció ajeno e incomprensible, su vieja patria inalcanzable” (81). Al fallecer la madre, la narradora decide viajar para visitar a su hermana. Estuvieron juntas durante dos meses pero no llegaron a tener algún “despliegue emocional” que, decididamente, era necesario entre ambas. Es como cuando se sabe que hay cosas importantes de que hablar y se deja pasar sin tomar en cuenta que tal vez no habrá otra ocasión.
En esa visita, nuestra narradora “…recuperó su antigua afición por los crucigramas. Nunca había podido cogerles gusto en su nuevo idioma, a pesar de que lo hablaba tan bien o mejor que su idioma materno; sólo en su lengua natal le parecían estimulantes,…” (78). Irma sí era una auténtica fanática de los crucigramas y no los dejaba sin resolver aunque para ello perdiera horas de sueño. Estaba suscrita a una revista que le enviaba los crucigramas una vez por semana y posterior a ese viaje, Irma, después de realizarlos, los borraba y se los enviaba cada seis meses con un amigo que viajaba a Sudamérica por motivos de trabajo.
Irma borraba los crucigramas pero su hermana siempre podía ver lo borrado al trasluz. ¿Se trataría sólo de una letra difícil de borrar, de un débil borrado bajo la necesidad de Irma de facilitarle la tarea a su hermana menor?.
En
otra ocasión, la narradora recibe un paquete de crucigramas que no estaban
borrados y, además le pareció que había en las letras “…un trazo tembloroso,…”
(82). En ese mismo instante se dio cuenta que algo no andaba bien con Irma. No
obstante su angustia, se abstuvo de llamar a su hermana. Sabía que Irma no
le diría si algo malo le sucedía. La narradora
decide aplicarse a la resolución de los crucigramas casi como un acto de
amor hacia su hermana. Para ello se ve en la necesidad de ponerse en contacto
con personas de su mismo país (que vivían en su comunidad) y con las nunca
antes había compartido. Seis meses después, los crucigramas que recibió
estaban, la mayoría, incompletos. En una tercera ocasión, ya no abrió el
paquete. Habló con Amílcar, el
hombre que se los llevaba. Éste le dijo que su hermana había muerto dos
meses atrás, le aseguró que no había sufrido y que su esposa la había
acompañado todo el tiempo. También que Irma “…no quería que por nada del mundo
le faltara a su hermana menor ese último envío, y ella, al oír eso, halló la
raíz más profunda de su llanto y tuvo que sentarse en el sillón”.
Cuando Amílcar se marchó, abrió el paquete. Todos los crucigramas estaban en blanco “…señal de que las fuerzas habían abandonado a su hermana desde tiempo atrás, impidiéndole dedicarse, aunque fuera a ratos, a su pasatiempo favorito, y ella miró aquellos crucigramas vacíos,…consciente de que por primera vez tendría que resolverlos ella sola desde la primera a la última letra” (87).
Cuando Amílcar se marchó, abrió el paquete. Todos los crucigramas estaban en blanco “…señal de que las fuerzas habían abandonado a su hermana desde tiempo atrás, impidiéndole dedicarse, aunque fuera a ratos, a su pasatiempo favorito, y ella miró aquellos crucigramas vacíos,…consciente de que por primera vez tendría que resolverlos ella sola desde la primera a la última letra” (87).
A través de los crucigramas Irma le envió y le enviaba mensajes a su hermana que pocas veces se atrevió a escribirle o a decírselo en su faz. También le deja una lección de vida: la necesidad de abrirnos camino por nuestros propios medios.
El
extranjero de Sergio Chejfec
Leer
El extranjero (1993) de Sergio
Chejfec (1956) ha resultado toda una sorpresa. El nombre de este escritor
argentino me “sonaba” pero no había leído nada suyo.
Digo sorpresa pues la mezcla de lo onírico, más una gran profundidad psicológica dentro del marco de una historia familiar que gira en torno a la vida (¿o no vida?) de un hermano recientemente fallecido más un análisis de cierto carácter filosófico en cuanto a la actitud hacia la vida de quien planea y no lleva al acto, del que se siente impulsado a un nomadismo perenne por origen y herencia judía, realizándose, saltando de un país a otro, de un accidente geográfico a otro, etc., desplazando un dedo enérgico sobre el papel o el hule de un mapa. Por todo ello, El extranjero me sorprende y me “preocupa” en la medida que presumo que los textos de Chejfec requerirán súper concentración, análisis más diálogo “en ausencia” con el escritor residenciado desde hace unos cuantos años en los Estados Unidos.
Tomaré unas frases del texto:
“Siempre quiso tener la oportunidad de viajar, pero nunca la buscó "…Jamás buscó la oportunidad de viajar, por lo tanto siempre careció de algún chance real, y sin embargo soñaba todo el tiempo con hacerlo: su vida se desarrollaba dentro de un marco prefijado y virtual a la vez, aunque suene contradictorio, de acción y pasividad, como promoviendo y esperando que sucediese algo. Lo que ocurrió fue su muerte, la única cosa con la que no soñaba” (7)
Ernesto estudiaba mapas con fruición, guías hoteleras, carreteras y luego cambiaba de idea: “En esa época sostenía, medio en broma y medio en serio, que demorar las decisiones y retrasar las partidas era la única manera de adquirir la cruel y deliciosa costumbre de quedarse fuera del extranjero, o sea acá, donde estaba”.
La madre le preguntaba a Ernesto que por qué no trabajaba, él se tapaba el rostro y luego volvía con su tema: “¿No es precisamente en el extranjero donde lo propio se le aparece a uno como cierto y determinante?” (7). Tal vez, en esa interrogante esté la respuesta de por qué Ernesto no trabajaba (no tendría dinero) y, por ende, no podía costearse un viaje y, a su vez, se libraba de lo “propio”, de lo que no quería enfrentar. Pero, por otra parte, Ernesto parecía viajar a través de los mapas. Después de estudiarlos intensamente: “…nos hablaba observándonos, ansioso porque retribuyéramos las miradas, como si sólo el cruce de ojos le pudiera restituir la individualidad de su voz autónoma, sonora y chillona como la de un pájaro,…” (8)
¿Era que Ernesto no podía reconocer sus deseos? Escribe el narrador: “Hay quienes asumen la tarea de enfrentarse contra la propia naturaleza porque aspiran a otra; a una que, naturalmente, les resultó vedada” (8), Algunos lo logran antes de acabar liquidados como le ocurrió a Ernesto ya que triunfó para fracasar. Triunfó para fracasar en la medida que se preparaba para un viaje, revisaba, con intensidad mapas y esa tarea agotaba su energía para llevarla a cabo en la realidad. Por eso, asegura nuestro narrador que “…tuvo un éxito previo y parcial” (9)
Luego se cumple el primer mes de la ausencia de Ernesto. El narrador (Bernardo) y la madre van al cementerio. Ambos se decían cosas sin decirlas. Acercándose a la salida se sentaron en un banco –una forma de retrasar la partida-, lo cual dio inicio a una costumbre. Bernardo le dice a su madre: “Toda vez que vengamos, antes de irnos, nos sentaremos aquí… Y así es como se humanizan los comportamientos,…demorar las partidas, dilatar los preparativos, crear etapas artificiales en los viajes, frecuentar los mismos recorridos”. En un momento la madre acota: “Las costumbres no comienzan, se perpetúan con los viajes”.
En El extranjero hay aspectos muy interesantes como el de la relación entre los conceptos de repetición, costumbre, realidad e ilusión: “No puedo dejar de admirar que mi hermano, a fuerza de repetición, de visitante asiduo de su costumbre, logró un efecto de realidad alrededor de algo en absoluto ilusorio…”.
Al final, Ernesto construía “…una monotonía consistente que pudiera adquirir visos de realidad” (10)
No obstante, piensa Bernardo que, “había algo en el extranjero que a Ernesto lo desconsolaba…” y llega a la conclusión que se trata de que Ernesto percibía a ese extranjero como limitado pues lo veía y sentía a través de los mapas. Si realmente hubiera viajado se hubiera dado cuenta de que el mundo no se podía abarcar.
Textos citados
Ø Chejfec, Sergio. “El extranjero·. Punto de vista. Abril 1993: 6-11.
Ø Morábito, Fabio. Grieta
de fatiga. Editores Tusquets. 2006.
Caracas, 10 de julio de 2012.
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