“Algún día la historia me recordará como un gran fracaso”
Ango Sakaguchi
Hay textos literarios
que a veces nos causan sorpresa o nos dejan pensando y pensando. Este año
decidí leer textos de autores desconocidos para mí elegidos al azar. Así, tomé
una novela del escritor japonés Ango (nacido Heigo) Sakaguchi (Japón, 1906 –
1955) que me llegó a través del chat Lecturas para reflexionar del que,
por fortuna, formo parte.
El texto de Sakaguchi se
titula En el bosque, bajo los cerezos en
flor. Lo leo en una edición digital de 2013.
Lo que creo que es una
novela, resulta ser tres cuentos cuya naturaleza me resulta muy particular. Por
un instante, evoco a los escritores japoneses que he leído: Yukio Mishima
(1925- 1970), Yasunari Kawabata (1899- 1972), Junichiro Tanizaki (1886- 1965) y
Haruki Murakami (1949)…
Posterior a la lectura
del texto de Sakaguchi y antes de que me dispusiera a escribir sobre esos
cuentos, me topo, literalmente me doy de narices en Google con Soliluna (1949), otro cuento de
Sakaguchi que me resulta sorprendente y del que les hablaré un poco ahora.
El relato narra la
experiencia de un hombre –que parece ser escritor- que se halla recluido en un hospital
psiquiátrico. No sabemos el motivo. Comenta que pronto empieza a correrse el rumor de que
es adicto a las drogas aunque él precisa que sólo toma pastillas para dormir.
De vez en cuando tiene permiso para salir del hospital y en una de esas salidas
visita al escritor y guionista Yoshio Toyoshima (Japón, 1890-1955) quien le
hace referencia a su adicción cosa que el hombre vuelve a negar.
Un día, el hombre
recibe la visita de Kimigoro Oji, a quien llamaba traficante (porque llegó a
vender productos en el llamado “mercado negro”) y que había conocido años
atrás, durante la guerra, en un salón de go (el go es el juego de mesa más
antiguo que se conoce donde dos jugadores luchan con el objetivo de controlar
una mayor cantidad de territorio que su oponente).
Kimigoro era aficionado
al juego pero era bastante inexperto y siempre terminaba derrotado y sin dinero. La visita de Kimogoro lo sorprende y no
entendía cómo había podido colarse en un hospital tan vigilado, incluso, cómo
había entrado en su habitación que
estaba cerrada con llave.
Kimigoro lo saluda con
afecto y le dice que vino a traerle algo. Se trataba de una ampolla de
metanfetamina. Kimigoro le dice que imaginaba que estaría desesperado por
consumirla. No obstante, el hombre le dice que no, que no es adicto a las
drogas, que se trata de un mero rumor. Kimigoro añade que está bien y agrega
“Usted llegó a este estado porque pensaba y se esforzaba, demasiado, sensei,
pero pronto va a retomar su compostura”. Kimigoro le dice que cuando lo den de
alta que vaya a visitarlo y le da su dirección que es en un barrio donde hay un
salón de go, que no es su casa pero que pasa buena parte del día allí.
Cuando el hombre egresa
del hospital, recuerda la invitación de Kimigoro y va en su búsqueda. Pregunta
a unas mujeres (al parecer prostitutas) por él y éstas le dicen que Kimigoro debe
estar en su local llamado café la Góndola. El hombre va al sitio y pregunta por
él. Cuando lo llaman, lo hacen por el nombre de Kimi-chan. El hombre se
extraña. En eso sale Kimigoro vestido de mujer. Al hombre le parece raro, se
sorprende mucho pero ve a Kimigoro completamente tranquilo, sin ningún
amaneramiento y sin dejo de vergüenza. Kimigoro le explica que le gusta
vestirse así “esta es la forma en que me
gusta moverme por el mundo, sensei. No significa que me prostituya. No soy ese
tipo de persona imprudente…Al principio fue sólo un juego, como en una fiesta
de disfraces. Me intrigaba saber cómo lo tomarían los demás…”
Kimigoro lo invita a ir
a una casa vecina, un ryokan (un albergue tradicional japonés) donde toman unos
tragos hasta que llega una joven (Yoshiko) que ya el hombre había visto en el
café. Kimigoro le dice que la joven había sido tatuadora pero que no había
quedado conforme con un tatuaje que se hizo en su entrepierna y se lo arrancó
lo cual daría “…cuenta de su personalidad: una artista hasta los huesos,
alguien que se deja poseer por una obsesión endemoniada”. Komigoro agrega que
la chica lo admira, que quiere dedicarse a la literatura y que quería que él
fuera su mentor.
Al rato y después de
una intensa conversación sobre el talento, el genio, los locos y otros temas
que incluyen el título del relato (Soliluna),
Kimigoro se va y deja solo al hombre y a Yoshiko que se retiran a uno de los
cuartos de la casa. Acostados, el hombre le pregunta a Yoshiko por la
experiencia del tatuaje y Yoshiko le dice, muerta de la risa, que todo lo que le contó Kimigoro son
mentiras “-¿Cómo va a tomarse en serio
lo que dice ese hombre? ¿Usted es estúpido…? ¡Él es el loco! Vestirse de mujer.
Podría entenderlo de un pervertido, ¿pero de él? Sea lo que sea, su cabeza funciona al revés
que la del resto de las personas. ¿Cómo podría saber que yo tengo un tatuaje en
mi muslo y que me lo arranqué? Es puro delirio suyo.
De seguida, Yoshiko le
mostró sus muslos al hombre y, en efecto, no había ninguna cicatriz. También
era falso que estuviese interesada en aprender literatura ni mucho menos.
El hombre, confundido,
se quedó reflexionando sobre Kimigoro. Nunca había notado algún síntoma de
locura en él “pero, claro, así son los locos: nadie sabe de su condición hasta
que tienen convulsiones o un brote psicótico… Esto significa que, así como
todos tenemos algo de criminal, también todos tenemos algo de loco. Que definir
la locura es sólo una cuestión de límites arbitrarios”.
A la mañana siguiente,
el hombre levantó a Yoshiko para que se fuera y durmió un rato más. La dueña de
la casa le preparó desayuno y el hombre se puso a contarle sobre Komigoro y
todo lo ocurrido el día anterior. La mujer, que tenía un porte de madama le
comenta “No es que esté loco, es sólo su forma de locura…A todos, sin embargo,
les cuenta la misma historia: esa de la chica que se arrancó un tatuaje del
muslo. ¿No le habló también del sol y la luna?...” –Sí, respondió el hombre. Me
dijo que “…el hombre es el sol y la mujer es la luna. Que juntos son un
sol-y-luna”. El hombre le pidió a la madama que le explicara mejor eso y la
mujer respondió “…un Soliluna. Así lo llama él. Es algo en lo que cree con un
fervor religioso, un ser divino que es el resultado de la unión entre un hombre
y una mujer. Aunque también cree que él puede convertirse en eso por su cuenta
con sólo travestirse…Pobre, es un buen chico pero le falla la cabeza. Algunas
personas dicen que en realidad fue él quien se arrancó un tatuaje del muslo. Es
sólo un rumor, pero escuché que tenía una amante que lo volvía tan loco que,
cuando ella le pidió unir plenamente sus cuerpos, él se cortó el muslo para
dárselo de comer”.
El hombre no dijo nada
más. Pensó que en su primer día fuera del psiquiátrico había tenido una
pesadilla por todo lo ocurrido y volvió a su casa.
Días después, leyó en
el periódico que habían detenido al traficante de drogas Kimigoro Oji. El
hombre termina diciendo que “Ese día empezó” este indetenible fluir de voces en
su cabeza”.
Creo que de este cuento
se puede deducir muchas ideas sobre la locura del ser humano. Quisiera intentar
precisar algunos puntos:
1.- Que el hombre
estaba loco: por eso estaba en un psiquiátrico aunque, no obstante, no todo
paciente internado en un psiquiátrico es porque padezca de locura (o psicosis,
en su terminología médica).
2.- Cuando, en las
últimas palabras del cuento, el hombre dice: ese día empezó a escuchar “este
indetenible fluir de voces”. ¿Ya las escuchaba antes? ¿O es que, después de la
detención de Kimigoro es que se hacen imparables?
3.- ¿Es posible pensar
que ni el hombre ni Kimigoro eran locos si no que tenían una “forma singular”
de locura?
4.- Pienso en el poder
de los rumores. El rumor de que el hombre era adicto a las drogas. Luego, el
rumor de que Kimigoro se había arrancado un pedazo de muslo para unirse a una
amada.
Vale mencionar que Ango
Sakaguchi junto a Ozamu Dazai (1909-1948) y Sakunosuke Oda (1913-1947) se les considera parte unos burahia, un grupo de escritores disolutos
que expresaron su ausencia de objetivos y crisis de identidad después de la
Segunda Guerra Mundial
Dejo esta reseña, por
ahora, hasta aquí pero sigo pensando que hay más que decir de Soliluna. La lectura de una escueta
biografía del Sakaguchi nos permite pensar que hay elementos autobiográficos en
Soliluna.
Escrito y publicado por Libia Kancev D.
Caracas, 7 de abril de 2025
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