lunes, 7 de abril de 2025

Soliluna: cuento de Ango Sakaguchi

“Algún día la historia me recordará como un gran fracaso”

Ango Sakaguchi


Hay textos literarios que a veces nos causan sorpresa o nos dejan pensando y pensando. Este año decidí leer textos de autores desconocidos para mí elegidos al azar. Así, tomé una novela del escritor japonés Ango (nacido Heigo) Sakaguchi (Japón, 1906 – 1955) que me llegó a través del chat Lecturas para reflexionar del que, por fortuna, formo parte.

El texto de Sakaguchi se titula En el bosque, bajo los cerezos en flor. Lo leo en una edición digital de 2013.

Lo que creo que es una novela, resulta ser tres cuentos cuya naturaleza me resulta muy particular. Por un instante, evoco a los escritores japoneses que he leído: Yukio Mishima (1925- 1970), Yasunari Kawabata (1899- 1972), Junichiro Tanizaki (1886- 1965) y Haruki Murakami (1949)…

Posterior a la lectura del texto de Sakaguchi y antes de que me dispusiera a escribir sobre esos cuentos, me topo, literalmente me doy de narices en Google con Soliluna (1949), otro cuento de Sakaguchi que me resulta sorprendente y del que les hablaré un poco ahora.

El relato narra la experiencia de un hombre –que parece ser escritor-  que se halla recluido en un hospital psiquiátrico. No sabemos el motivo. Comenta  que pronto empieza a correrse el rumor de que es adicto a las drogas aunque él precisa que sólo toma pastillas para dormir. De vez en cuando tiene permiso para salir del hospital y en una de esas salidas visita al escritor y guionista Yoshio Toyoshima (Japón, 1890-1955) quien le hace referencia a su adicción cosa que el hombre vuelve a negar.

Un día, el hombre recibe la visita de Kimigoro Oji, a quien llamaba traficante (porque llegó a vender productos en el llamado “mercado negro”) y que había conocido años atrás, durante la guerra, en un salón de go (el go es el juego de mesa más antiguo que se conoce donde dos jugadores luchan con el objetivo de controlar una mayor cantidad de territorio que su oponente).

Kimigoro era aficionado al juego pero era bastante inexperto y siempre terminaba derrotado y sin dinero.  La visita de Kimogoro lo sorprende y no entendía cómo había podido colarse en un hospital tan vigilado, incluso, cómo había entrado  en su habitación que estaba cerrada con llave.

Kimigoro lo saluda con afecto y le dice que vino a traerle algo. Se trataba de una ampolla de metanfetamina. Kimigoro le dice que imaginaba que estaría desesperado por consumirla. No obstante, el hombre le dice que no, que no es adicto a las drogas, que se trata de un mero rumor. Kimigoro añade que está bien y agrega “Usted llegó a este estado porque pensaba y se esforzaba, demasiado, sensei, pero pronto va a retomar su compostura”. Kimigoro le dice que cuando lo den de alta que vaya a visitarlo y le da su dirección que es en un barrio donde hay un salón de go, que no es su casa pero que pasa buena parte del día allí.

Cuando el hombre egresa del hospital, recuerda la invitación de Kimigoro y va en su búsqueda. Pregunta a unas mujeres (al parecer prostitutas) por él y éstas le dicen que Kimigoro debe estar en su local llamado café la Góndola. El hombre va al sitio y pregunta por él. Cuando lo llaman, lo hacen por el nombre de Kimi-chan. El hombre se extraña. En eso sale Kimigoro vestido de mujer. Al hombre le parece raro, se sorprende mucho pero ve a Kimigoro completamente tranquilo, sin ningún amaneramiento y sin dejo de vergüenza. Kimigoro le explica que le gusta vestirse así  “esta es la forma en que me gusta moverme por el mundo, sensei. No significa que me prostituya. No soy ese tipo de persona imprudente…Al principio fue sólo un juego, como en una fiesta de disfraces. Me intrigaba saber cómo lo tomarían los demás…”

Kimigoro lo invita a ir a una casa vecina, un ryokan (un albergue tradicional japonés) donde toman unos tragos hasta que llega una joven (Yoshiko) que ya el hombre había visto en el café. Kimigoro le dice que la joven había sido tatuadora pero que no había quedado conforme con un tatuaje que se hizo en su entrepierna y se lo arrancó lo cual daría “…cuenta de su personalidad: una artista hasta los huesos, alguien que se deja poseer por una obsesión endemoniada”. Komigoro agrega que la chica lo admira, que quiere dedicarse a la literatura y que quería que él fuera su mentor.

Al rato y después de una intensa conversación sobre el talento, el genio, los locos y otros temas que incluyen el título del relato (Soliluna), Kimigoro se va y deja solo al hombre y a Yoshiko que se retiran a uno de los cuartos de la casa. Acostados, el hombre le pregunta a Yoshiko por la experiencia del tatuaje y Yoshiko le dice, muerta de la risa,  que todo lo que le contó Kimigoro son mentiras  “-¿Cómo va a tomarse en serio lo que dice ese hombre? ¿Usted es estúpido…? ¡Él es el loco! Vestirse de mujer. Podría entenderlo de un pervertido, ¿pero de él?  Sea lo que sea, su cabeza funciona al revés que la del resto de las personas. ¿Cómo podría saber que yo tengo un tatuaje en mi muslo y que me lo arranqué? Es puro delirio suyo.

De seguida, Yoshiko le mostró sus muslos al hombre y, en efecto, no había ninguna cicatriz. También era falso que estuviese interesada en aprender literatura ni mucho menos.

El hombre, confundido, se quedó reflexionando sobre Kimigoro. Nunca había notado algún síntoma de locura en él “pero, claro, así son los locos: nadie sabe de su condición hasta que tienen convulsiones o un brote psicótico… Esto significa que, así como todos tenemos algo de criminal, también todos tenemos algo de loco. Que definir la locura es sólo una cuestión de límites arbitrarios”.

A la mañana siguiente, el hombre levantó a Yoshiko para que se fuera y durmió un rato más. La dueña de la casa le preparó desayuno y el hombre se puso a contarle sobre Komigoro y todo lo ocurrido el día anterior. La mujer, que tenía un porte de madama le comenta “No es que esté loco, es sólo su forma de locura…A todos, sin embargo, les cuenta la misma historia: esa de la chica que se arrancó un tatuaje del muslo. ¿No le habló también del sol y la luna?...” –Sí, respondió el hombre. Me dijo que “…el hombre es el sol y la mujer es la luna. Que juntos son un sol-y-luna”. El hombre le pidió a la madama que le explicara mejor eso y la mujer respondió “…un Soliluna. Así lo llama él. Es algo en lo que cree con un fervor religioso, un ser divino que es el resultado de la unión entre un hombre y una mujer. Aunque también cree que él puede convertirse en eso por su cuenta con sólo travestirse…Pobre, es un buen chico pero le falla la cabeza. Algunas personas dicen que en realidad fue él quien se arrancó un tatuaje del muslo. Es sólo un rumor, pero escuché que tenía una amante que lo volvía tan loco que, cuando ella le pidió unir plenamente sus cuerpos, él se cortó el muslo para dárselo de comer”.

El hombre no dijo nada más. Pensó que en su primer día fuera del psiquiátrico había tenido una pesadilla por todo lo ocurrido y volvió a su casa.

Días después, leyó en el periódico que habían detenido al traficante de drogas Kimigoro Oji. El hombre termina diciendo que “Ese día empezó” este indetenible fluir de voces en su cabeza”.

Creo que de este cuento se puede deducir muchas ideas sobre la locura del ser humano. Quisiera intentar precisar algunos puntos:

1.- Que el hombre estaba loco: por eso estaba en un psiquiátrico aunque, no obstante, no todo paciente internado en un psiquiátrico es porque padezca de locura (o psicosis, en su terminología médica).

2.- Cuando, en las últimas palabras del cuento, el hombre dice: ese día empezó a escuchar “este indetenible fluir de voces”. ¿Ya las escuchaba antes? ¿O es que, después de la detención de Kimigoro es que se hacen imparables?

3.- ¿Es posible pensar que ni el hombre ni Kimigoro eran locos si no que tenían una “forma singular” de locura?

4.- Pienso en el poder de los rumores. El rumor de que el hombre era adicto a las drogas. Luego, el rumor de que Kimigoro se había arrancado un pedazo de muslo para unirse a una amada.

Vale mencionar que Ango Sakaguchi junto a Ozamu Dazai (1909-1948) y Sakunosuke Oda (1913-1947)  se les considera parte  unos burahia, un grupo de escritores disolutos que expresaron su ausencia de objetivos y crisis de identidad después de la Segunda Guerra Mundial

Dejo esta reseña, por ahora, hasta aquí pero sigo pensando que hay más que decir de Soliluna. La lectura de una escueta biografía del Sakaguchi nos permite pensar que hay elementos autobiográficos en Soliluna.

 

Ango Sakaguchi


Escrito y publicado por Libia Kancev D.

Caracas, 7 de abril de 2025 

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