Julio Cortázar
Creo que una sola vez
en mi vida he escuchado la frase que da título a este escrito. Fue en la
Escuela del Campo Freudiano de Caracas hace unos cuantos años.
La misma fue expresada,
en el marco de una clase, por un médico psiquiatra de la Escuela cuyo prestigio
parecía indiscutible. Confieso no recordar su nombre.
Otra
Vuelta de tuerca (1898) es una novela de Henry James,
escritor norteamericano nacionalizado inglés, nacido en 1843 y fallecido en
Londres en 1916. Sospecho que el médico psiquiatra citado en el segundo párrafo
tomó este título haciéndolo parecer o eso me pareció a mí como una frase
surgida de su cosecha personal. ¿Quién sabe si acababa de leer la novela de
James?
Siguiendo: quiero decir
que hubiese sido interesante discutir con el propio James algunos aspectos de
esta novela.
En principio parece una
novela de suspenso, de terror pero al poco tiempo se va dando uno cuenta que
hay otros elementos más resaltantes que tienen que ver con el mundo psíquico de
los niños, en este caso, de Flora (8 años) y Miles (de 10 años) con lo que
Freud llamaba lo perverso polimorfo en la personalidad de los niños en sus
primeros años de vida. También tiene que ver con el trato hacia los niños como
si fueran el centro del universo, llenándolos de pura admiración y complacencia
sin límites; con la ausencia de los padres (en este caso, por el fallecimiento
de los mismos); también con la existencia de personas que no quieren ver más
allá de sus narices y, en especial, con la existencia de personas como la institutriz
de Flora y Miles, cuyo nombre nunca es mencionado –curioso-, quien poseía la
suficiente sensibilidad y coraje para percatarse de las circunstancias anómalas
que vivían y rodeaban a sus pupilos, de la inteligencia de los mismos, lo que
si bien por una parte facilitó la experiencia que vivieron, por otra,
contribuyó a su “resolución”, si podemos concluir que hubo una solución.
Y un motor
archiconocido, el amor, tampoco queda soslayado. La institutriz que menciono
fue contratada por un joven guapo, rico, tío y tutor de Flora y Miles. Al
hacerlo, le pidió a la institutriz, como condición esencial, que ella no le
estuviera escribiendo y dándole quejas sobre sus sobrinos. Él quería el
bienestar de ellos, estaba dispuesto a darles el mayor confort material pero
nada más. La institutriz apenas lo vio en dos ocasiones y nunca más llegaron a
tener contacto. Pero ella se enamoró de él y ello la motivó para intentar
cumplir su misión educativa con la mayor eficiencia.
En la novela se
presentan como apariciones, almas en pena o condenadas, como queramos llamarlo,
dos personajes (muertos) que habían tenido una profunda relación con los niños:
Peter Quint, sirviente de la casa, personaje que en vida se tomaba demasiadas
libertades, era un borracho y exhibía un comportamiento muy dañino para él y
todos los que lo rodeaban, tanto así que, la primera institutriz que tuvieron
los niños, la señorita Jessel, quien tuvo una relación sentimental con el tal
Quint, muere por causas que nunca llegaron a conocerse.
La nueva institutriz (a
quien llamaremos I), era una joven de 20 años, procedente de una familia
humilde. Al asumir su trabajo, inicialmente con Flora y unos días después con
Miles quien se hallaba en un internado, se encariñó muchísimo con los niños a
quienes consideraba hermosos y de una inteligencia poco común, en especial,
Miles. Con la llegada de Miles llegó una carta que notificaba su expulsión
irreversible del internado. I no entendía el motivo y decidió dejar pasar algún
tiempo antes de hablar con él sobre las razones de su expulsión o esperar a que
él mismo se las contara. I se abocó a Flora y a Miles, no obstante, ello no le
impidió darse cuenta de las “apariciones” en la casa (antes mencionadas) que
habitaban en las afueras de Londres y de la relación e influencia maléfica que
tenía sobre los niños, quienes, a su vez, no hablaban de eso con ella como si
se tratara de un secreto del que gozaban. Parece cosa de la fantasía (¿será?)
pero al describirle I la visión de un hombre y luego de una mujer a la buena
ama de llaves, la señora Grose, esta le confirmó a qué personas correspondían
pero le aseguró que ambos habían muerto. Esos dos hechos, el de la no
existencia material de esas personas y que I los hubiera visto no asustó
grandemente a la señora Grose. No era una mujer instruida, quería mucho a los
niños e intuía que algo raro pasaba en la casa. I y la Señora Grose se hicieron
aliadas pero es la voluntad firme de I la que la lleva a enfrentar a los niños
con la “realidad” y que los fantasmas de la señorita Jessel y Quint
desaparezcan de sus vidas.
Todo lo anterior sucedía
sin el menor conocimiento del tío de los niños pues I quería seguir, hasta lo
último, sus indicaciones de no ser molestado. Finalmente I se enfrenta con el
fantasma de la Jessel y la conmina a desaparecer. Decidió, simultáneamente
sacar a Flora de la casa, bajo el cuido y protección de la señora Grose. I se
queda con Miles, quien solo al final de la novela le relata, muy escuetamente,
el motivo de la expulsión del colegio, motivo que queda muy confuso ya que
alega no recordar –haber olvidado-. En cualquier caso, se trató de algo
relacionado con decir algunas cosas a “Aquellos que me gustaban”.
Estando I y Miles solos,
aparece el fantasma de Quint quien percibe que su presa, Miles, le está a punto
de ser arrebatada. I confronta al fantasma y al mismo niño el cual no se da
cuenta de la presencia de Quint, cree que se trata de Jessel y cuando Miles lo
nota, que es Quint, sufre intensamente al pensar que puedan separarlos. I lo
logra, sostiene al niño. Hay que subrayar que no se trata nada más que de un
sostén físico sino de un sostén emocional imprescindible para literalmente
salvar al niño de lo perverso, de lo diabólico, de lo patológico de esa
convivencia. No era un contacto esporádico (¿y aunque lo fuera?) era, en
definitiva una relación primordial en la vida de Miles. Quint desaparece y
Miles muere en los brazos de I. Al parecer el demonio de Quint había poseído al
niño y al desaparecer aquel el niño quedó desposeído pero muerto. Vidas
indisolubles, inseparables, irreparables. La desaparición de uno implicaba la
del otro.
Es de hacer notar que
la vida de I, durante su primer empleo como institutriz de Flora y Miles estuvo
llena de sobresaltos, angustias y temores. Por instantes parecía que su
estabilidad psicológica estaba a punto de derrumbarse pero fue firme. Logró
salvar a Flora pero no a Miles, situación que, suponemos, le habrá causado un
gran dolor.
I escribió la historia
que nunca le contó a nadie, excepto al hermano (Douglas) de una joven de quien
fue institutriz unos años después. El joven, quien era diez años menor, se
enamora de ella pero siempre mantuvieron un trato cortés y respetuoso. Ella le
lega la historia antes narrada y una noche, más de veinticinco años después, se
las relata a un grupo de amigos.
La descripción
psicológica que hace James de los personajes es interesante y muy precisa. Creo
que la novela posee mayores elementos de análisis, en especial, sobre el tema
de la psicología infantil y lo crucial que puede ser la presencia y actuación
de los adultos, como elemento “corrector” del “natural” comportamiento perverso
polimorfo de los niños.
Desde el punto de vista
literario, me resulta llamativo que James parece usar varios narradores. Pocas
veces he detectado ese recurso literario (si es que se trata de un recurso) en
la prosa literaria. Antes de esta novela, leí otras dos cortas de James, Los papeles de Aspern (1888) en una
excelente traducción del mejicano Sergio Pitol y Daisy Miller (1879). La literatura de James me hace reflexionar
sobre la importancia de la calidad de las traducciones. Digo esto pues, hace
como un año empecé a leer Los Embajadores
(1903), una de las últimas novelas de James y no leí más de diez páginas. No
lograba entender y creo que se debió a la traducción. La edición que leí de Otra Vuelta de tuerca creo que no es la
mejor. No se menciona quién la tradujo.
Por cierto, el título
per se de la novela que hemos intentado analizar, adolece de escaso impacto en
relación a su contenido y desarrollo. Otra
Vuelta de tuerca creo que puede interpretarse, básicamente, como “un mayor
ajuste”, “mejor agarre”, hasta un “proceso de refinamiento”.
Un amigo maracucho que
no deja de sorprenderme por su vasta cultura literaria me precisó, con
estremecedora humildad y ante mis dudas que la traducción del título de esta
novela, del inglés al español fuera acertado que, también se le conocía como La
Vuelta de tuerca o Vuelta de tuerca. Que vio la película hace algunos años, que
la había leído en tres ocasiones y que “mis análisis” le parecían muy
incompletos o francamente influidos por mi relación con el psicoanálisis.
Agregó que dejaba de lado, un aura etérea que exhalaba la novela, además de la
sencilla aceptación que hace la institutriz –y la señora Grose- de que se puede
ver a los muertos. La institutriz no se interroga, ¿cómo es posible que diga,
que asevere que ha visto y encarado a personas muertas? Tampoco los niños. ¿No
te parece que hay un mundo fantasmal allí que incluye a los supuestamente
vivos? Para poner la guinda de la torta, me preguntó por qué había escogido la
I para denominar a la institutriz. Respondí, sin mucho afán, que pude haber
escogido cualquiera de las letras del alfabeto y que no quería estar repitiendo
la institutriz, la institutriz…No me dejó continuar y tomado por una sencilla
pero generosa sonrisa, me espetó: I de innominada, ¿d´accord?
Tal vez, Otra Vuelta de tuerca no estaría de más, de cara a los nuevos descubrimientos que muchas veces nos hacen cambiar o precisar nuestras opiniones en los procesos de relectura o encuentros literarios.
Escrito y publicado por Libia Kancev
Caracas, 9 de mayo de 2022.
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