miércoles, 18 de febrero de 2015

Las afinidades electivas de Goethe

Belisario 
Ester ante Asuero
Admonición paterna





“…pues harto había aprendido en su vida lo altamente que debe apreciarse todo cariño verdadero en un mundo donde dominan propiamente la indiferencia y la antipatía” (34).

“Sólo puedo perdonarle, sólo puedo perdonarme, si tenemos el valor de cambiar nuestra posición, ya que no depende de nosotros cambiar nuestro ánimo” (97).

“-Lo extremo se halla inmediato a la pasión” (115).

“Por muy retraído que se viva, se es deudor o acreedor antes de que se dé uno cuenta” (159).

“…y se tranquilizan en cierto modo, ya que por lo menos se emprende alguna cosa” (250).

“Toda necesidad a la que es negada su auténtica satisfacción obliga a la fe” (262).

Las afinidades electivas (1809), novela del alemán J.W. Goethe (1749-1832) es la más reciente que he leído.

No fue, a decir verdad, una lectura muy apasionante, no obstante, se trata de una novela con sustancia, con elementos de análisis y que, sin duda, intenta ser de “avanzada” para la época de su escritura  y  publicación.

Más allá de la temática esencial de Las afinidades electivas, el gran autor alemán pone en boca de sus personajes, párrafos y frases que nos hacen detenernos a pensar en su significación. Algunas de ellas preceden esta reseña.

Parece desarrollarse en Francia, en una zona rural donde Carlota y Eduardo (que ostentaba el título de Barón) tenían un castillo y extensas posesiones de tierra. Valga acotar que tanto Eduardo como Carlota, quienes se habían conocido y enamorado estando más jóvenes, eran divorciados, sufriendo ambos de matrimonios por conveniencia  pero que luego de verse libres por el fallecimiento de sus conyugues respectivos, se casaron.

Podríamos decir que tenían un matrimonio agradable y hasta feliz y cada quien se dedicaba a sus menesteres preferidos dentro de sus propiedades, Carlota programando y llevando a cabo la construcción de una casita y Eduardo con el sembradío de plantas y árboles.

Un primer elemento que llama mi atención es que Eduardo tenía un gran amigo, capitán, hombre muy culto que se hallaba sin empleo. Eduardo deseaba que viniera a vivir con ellos. Cada vez que le planteaba el tema a Carlota esta le hablaba sobre la importancia que tenía para ella mantener la privacidad de ellos pero, fue tanta la insistencia de Eduardo que, finalmente Carlota accede. No es de negar que Carlota también pensaba en Otilia, joven huérfana  (hija de una gran amiga de Carlota) quien se hallaba en un internado, al igual que Luciana (hija de Carlota). Con frecuencia, Carlota recibía cartas del internado donde se le mencionaba lo bien que le iba a su hija pero los escasos avances que hacía Otilia, por ello, había pensado que lo mejor era traerla a vivir con ella.

Hay un personaje importante en esta novela, un hombre que había ejercido el sacerdocio complementado con el Derecho y quien ejercía funciones como de juez de paz, especialmente cuando se trataba de evitar divorcios. Para él, Mittler, el divorcio era un grave error y hacía lo imposible porque no se dieran: “Aquel hombre extraño había sido eclesiástico en otro tiempo, y con una actividad infatigable en su ministerio, se había distinguido por saber apaciguar y concertar todas las desavenencias, tanto las domésticas como las vecinales…Mientras había estado en funciones, no se había divorciado ningún matrimonio…” (23).

Las afinidades electivas se va desarrollando de manera peculiar pues al poco tiempo de haber llegado el amigo de Eduardo, llamado Odón (nombre que también tenía Eduardo), Carlota se siente atraída por él, sentimiento que al parecer, Odón  iba experimentado.

Poco tiempo después de la llegada del capitán, Carlota le anunció a Eduardo la llegada de Otilia y sucede algo que pudiéramos catalogar como de inesperado, Eduardo y Otilia se enamoran, inicialmente como sin darse cuenta para luego resultar algo obvio e incontrolable.

Después de transcurridos unos meses de la presencia del capitán Odón en el castillo, donde demostró  amplios conocimientos en áreas como el diseño, la construcción, aparte de una sólida cultura, decide marcharse y Carlota reflexiona sobre lo que siente por él y decide recobrar la compostura y asume, con gran madurez, su matrimonio pero el intenso sentimiento de amor entre Eduardo y Otilia hace que éste le pida el divorcio a Carlota quien se niega y le dice que enviará a Otilia devuelta al internado o a una casa de una familia muy rica orientando su vida hacia un destino mejor. Eduardo, desesperado y pensando en el bien de Otilia llega a un arreglo con Carlota: él se irá pero Otilia debe permanecer con Carlota.

Así se mantienen por un tiempo hasta que Carlota se entera que está embarazada. La noticia no genera ningún sentimiento particular en Eduardo, excepto que la criatura es un impedimento definitivo para que él y Otilia puedan estar juntos algún día. Así y ante el surgimiento de una guerra en la época, Eduardo se enlista pensando que lo mejor que podía ocurrirle era morir.

Carlota  pare a un varón. Niño hermoso, no obstante, resulta evidente que el niño se parece tanto a Otilia como a Odón.  Desde el nacimiento del niño Otilia asume su crianza y se imaginaba el día en que Eduardo pudiera conocerlo. A pesar del tiempo transcurrido ni Eduardo ni Otilia dejan de pensar el uno en el otro: se trata de un amor profundo y pleno de romanticismo.

Tal era el amor y la desesperación de Eduardo que habla con su amigo el capitán y le plantea que se le declare a Carlota, así ésta le dará el divorcio y él podrá casarse con Otilia y el capitán con Carlota (Eduardo le deja saber a su amigo que él se había dado cuenta de la atracción entre Carlota y él), pero, antes de que este plan se lleve a cabo, Eduardo va al castillo deseoso de ver aunque fuese de lejos a Otilia. Ésta se hallaba con el niño cerca del lago. Eduardo y Otilia se abrazan, ella le enseña al niño. Otilia se percata que se ha hecho muy tarde y decide regresar al castillo por el lago pero, en un lamentable accidente, el niño cae al agua y muere. Después del trágico hecho, Otilia queda muy afectada y promete y se promete que más nunca verá a Eduardo y decide irse al internado pero Eduardo la encuentra y realmente no sabemos qué pasó entre ellos. Regresan al castillo y Otilia entra en una profunda melancolía y fallece de inanición. Meses después fallece Eduardo, abatido por una intensa tristeza que no logra superar.

Por cierto, vale destacar la significación de la frase afinidades electivas, título de esta novela y que, en un primer momento me situó en una incertidumbre, en todo caso, en un querer comprender. La expresión es empleada por el capitán Odón, en una conversa compartida por él, Carlota y Eduardo donde el primero explica las asociaciones o combinaciones de los elementos químicos para formar diversas sustancias. En dichas combinaciones, hay sustancias, bien sea líquidas, sólidas o gaseosas que se unen y otras que son liberadas. Odón dice:

Por ejemplo, lo que llamamos piedra de cal es una tierra calcárea más o menos pura, íntimamente unida con un ácido sutil que nos ha sido conocido en forma de gas. Si se pone un trozo de una de esas piedras en ácido sulfúrico dilatado con agua, apodérese éste de la cal y aparece junta con él en forma de yeso; en cambio aquel ácido sutil y aéreo se pone en fuga. Hase originado aquí una separación y una nueva combinación, y entonces se cree uno autorizado a emplear hasta las palabras afinidad electiva, pues en realidad parece como si una relación fuera preferida a la otra; como si la una fuera elegida más bien que la otra (42).

La novela en sí, nos “habla” de las afinidades emocionales (amorosas o no) entre los seres humanos que los llevan a acercarse y establecer una relación o, por el contrario a distanciarse con independencia de los convencionalismos.

En una parte de la novela, Goethe le hace honor a tres pintores, haciendo que se lleven a cabo las llamadas representaciones de cuadros. Se trataron de Belisario del pintor flamenco Anton van Dyck (1599-1641); Ester ante Asuero del francés Nicolás Poussin (1594-1665) y La admonición paterna del neerlandés Gerard Ter Borch (1617-1681). Hago referencia a lo anterior pues, de alguna forma, Goethe le hace una caricia a la pintura y también al teatro.

El narrador de Las afinidades electivas es omnisciente y la novela se combina con citas de un diario que llevaba Otilia y representaciones teatrales, como ya hemos dicho, basadas en pinturas.


Escrito por Libia Kancev D.



Caracas, 18 de febrero de 2015.

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