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Seamus Heaney
Tomado de ncowie.wordpress.com |
“Yo casi que te amo”
"La primera captación en serio que tuve de las cosas/
fue cuando aprendí el arte de pedalear/ (con la mano) una bici, colocada al revés/ e impulsé la rueda trasera preternaturalmente, ligero..."
S.H.
Hace unos meses ya, en una sala de nuestro Centro de Estudios
Latinoamericanos “Rómulo Gallegos” (CELARG) escuché un diálogo sobre lo difícil
(y económicamente costoso) que resultaba el proceso de traducir. Se habló no
sólo de la traducción de novelas en donde, de alguna manera, era más “fácil”
rescatar la anécdota de la misma pero el consenso fue unánime en relación a la
imposibilidad de traducir poesía. La traducción de poesía vendría a desvirtuar
su significado, por lo tanto, la pérdida de su esencia.
Lo anterior viene a colación pues hace unas semanas leí un
titular en un periódico de publicación digital en el cual se anunciaba el
fallecimiento del escritor y profesor Seamus Heaney. (Irlanda,
1939-2013), premio Nobel de Literatura
1995. Mi desconocimiento de este autor
al que nunca antes había escuchado nombrar y mi gusto por la poesía fueron
aliños suficientes para leer algunos de sus poemas. Los primeros que hallé de Heaney venían precedidos por una nota de Miguel A. Montezanti quien
realizó la traducción de los poemas publicados en una página de internet. Dicha nota parece validar la afirmación anterior sobre la
traducción poética:
El traductor ha de ser uno de los pocos
especímenes que se sienten obligados a justificar su métier. Examinar esta suerte de complejo de culpa merecería un
estudio que cabalgaría la psicología, la sociología y la antropología. La
traducción debería presentarse por sí sola, criatura libre, aunque de índole
singularísima. Pero contrariando mi reflexión, diré que Seamus Heaney es un
poeta difícil de traducir:
apenas puede aspirarse a reproducir lo
que dice, lo cual en poesía, como se sabe, puede no ser lo más importante.
Su autorreferencialidad lingüística, asentada sobre la dialéctica sutil entre
el gaélico y el inglés, su riqueza sonora, su rescate de formas sucintas pero
complejas, como por ejemplo la llamada cuarteta artesiana (brevísima); el mundo
siempre renovado de sus imágenes, sus topónimos, sus sutiles registros alusivos
al horror de la época de los Disturbios en Irlanda, impondrían un fárrago de
notas que nos dejarían más desalentados que si desistiéramos de ellas.
Aún así, lo anterior no fue obstáculo para leer la poesía
traducida al español del autor irlandés e intentar algunas propuestas aunque fueran solo de naturaleza temática.
El primer poema se titula “Cavar”. Poema que establece
similitudes (y por lo tanto, diferencias) entre el uso de la pluma como
instrumento para la escritura y el de la pala para cosechar. Mientras el padre
cava “en el suelo de grava”
cosechando papas, el poeta (el hijo) observa su vigor a pesar de que el padre ya
ha entrado en la vejez. Luego, dos versos que antecedidos por la frase “Mi Dios”, parecen confundir al padre
con otro hombre tan potente como él. De seguida, viene una referencia al abuelo
quien “cortaba más panes de tierra en un
día/que ningún otro más en las turbas de Toner”. El poeta recuerda que una
vez le llevó al abuelo una botella de leche y, los versos subsiguientes cuentan
el empuje de esas generaciones que lo precedieron: el abuelo, el padre.
La memoria visual y olfativa se desliza en lo profundo del
pensamiento hasta llegar “entre raíces vivas despiertas en mi mente”.
El poeta se reconoce distinto al abuelo y al padre que
resaltan por su labor física, “Pero no
tengo pala/para seguir a hombres como aquellos”, sin embargo, opta por
equiparárseles “cavando” con la pluma “Entre
el pulgar y el índice/la pluma petizona reposa/ voy a cavar con ella”
Así, los medios del poeta son la pluma, la escritura, las
palabras y su producto son los versos, los poemas, la poesía.
De la primera y la última estrofa de “Cavar” “Entre
el pulgar y el índice/la pluma petizona reposa/confortable como un arma” y “Entre el pulgar y el índice/ la pluma
petizona reposa/ voy a cavar con ella”, quiero resaltar la relación que
establece el poeta entre la pluma con un arma y la posibilidad de cavar con la
pluma. La pluma como arma, vista, en este caso, como medio, como instrumento
que patentiza la palabra, del
pensamiento que pudiera liberar o encarcelar; cavar con la pluma es hacer este
trabajo que suponemos liberador según lo poco que conocemos de la biografía de
este poeta. Las estrofas también me hacen evocar una frase de Wittgenstein
(1889-1951), “escrita en 1931, y publicada en el libro póstumo recopilado bajo
el título de Observaciones misceláneas…
[que dice] Pienso en realidad con la pluma, pues mi cabeza a menudo no sabe
nada de lo que mi mano escribe” (ctd en Isava, 1). Esta frase complica las cosas
o, las hace más interesantes, en la medida que plantea la autonomía de la pluma.
Cavar
Entre
el pulgar y el índice
la pluma petizona reposa
confortable como un arma.
Bajo
la ventana, un ruido límpido que raspa:
la pala que se hunde en el suelo de grava
mi padre, cavando. Yo bajo la mirada:
se
tensa su trasero entre los canteros
inclinándose. Se yergue veinte años
a buen ritmo, agachándose en los hoyos de papas
donde estaba cavando.
El
botín basto se apoyaba en el borde, el cabo
firmemente
empuñado contra la rodilla
desarraigaba raigones, hundía el filo brillante en lo profundo
desparramando papas nuevas que juntábamos
amando la dureza fresca en nuestras manos.
Mi
Dios, este hombre podía manejar una pala
tan bien como su padre.
Mi
abuelo cortaba más panes de tierra en un día
que ningún otro más en las turbas de Toner.
Una vez le llevé una botella de leche
tapada así nomás, con papel. Se enderezó
cortajeando prolijas las tajadas, levantando terrones
por sobre el hombro, yendo hondo, cada vez más hondo
en busca de la tierra mejor. Cavando siempre. Chapaleo y sopapo.
El
fresco olor de la forma de la papa,
de la tierra pastosa, cortos cortes del filo
entre raíces vivas despiertas en mi mente.
Pero
no tengo pala
para seguir a hombres como aquellos.
Entre
el pulgar y el índice
la pluma petizona reposa
voy a cavar con ella.
Glanmore Sonnets
IX
Una
rata recorre la ventana
como sobre un arbusto un fruto infecto.
“Me miró, me observó. No vi visiones,
ve a mirarla tú mismo”. ¿Para esto
hemos venido a estos descampados?
Tenemos un laurel junto a la puerta,
clásico, y con tufos de ensilaje
de una granja vecina, y hojas agrias.
Sangre en la horquilla, sangre sobre el heno
de ratas ensartadas en las trillas.
¿Qué defensa haré de la poesía?
El arbusto, vacío, está siseando
cuando bajo, y ahí dentro, tu semblante
ronda como la luna en vidrios rotos.
Este poema bien podría ser una muestra de esos a los que muchas veces no
les encontramos "sentido" o cuya interpretación es altamente azarosa, no
obstante, pensamos lo siguiente: la visión de una rata que recorre una ventana “como sobre un
arbusto un fruto infecto”. La visión
genera la interrogante, la duda sobre la misma pero no, se trata de una visión
real que invita a que el Otro la confirme “Me
miró, me observó. No vi visiones,/ve a mirarla tú mismo”. Luego, otra
pregunta sobre la finalidad de haber ido a ese lugar donde se observa a una
rata recorrer la ventana cuando en el propio hogar o cerca hubieran podido
verlas además de otras cosas “Tenemos un
laurel junto a la puerta,/clásico, y con tufos de ensilaje/de una granja
vecina, y hojas agrias/Sangre en la horquilla, sangre sobre el heno/de ratas
ensartadas en las trillas”. A continuación, la incógnita angustiosa “¿Qué defensa haré de la poesía?”.
Parece querer decir el poeta: ¿Es esto poesía?; ¿qué posibilidad hay de
defender honestamente la poesía si esto es lo que puede escribir? Al parecer,
no hay justificación para este verso que interroga pues el poeta no se detiene
en sus versos que dicen y no aclaran, tal vez y sólo tal vez, porque no es
necesario hacerlo. La poesía no trata (ni se trata) de justificar “El arbusto, vacío, está siseando (¿cómo puede sisear un arbusto
vacío?)/ cuando bajo, y ahí dentro, tu
semblante/ronda como la luna en vidrios rotos”.
III
Codorniz
y cucú en esta tarde
se juntan casi mucho hacia el ocaso.
Todo, está todo crepuscular y yámbico.
En la pradera toma un conejito
su rumbo, y al ciervo reconozco
(los he visto también por la ventana
igual que connoisseurs, inquisitivos)
con cautela de alerces y de abetos.
Yo había dicho, No voy a retractarme
de esta soledad donde ahora estamos
Dorothy y Williams— Ella me interrumpe
“¿No irás a compararnos…?” Afuera
una brisa susurra entre retoños
refresca y dulcifica. Es cadencias.
Sí, es cadencia este poema, construida no sólo por el
“codorniz” y el “cucú” que se juntan, no sólo por la “tarde” y el “ocaso”
(sobrepuestos en la palabra), no sólo por el “conejito” que se desplaza por la
pradera y el “ciervo”, conocedor e inquisitivo que el mismo poeta (o su yo
lírico) ha visto. La cadencia se desliza
en la “cautela
de alerces y de abetos”. El
poeta introduce pensamientos de su propio yo cuando señala que no se quejará de
la soledad donde se encuentra con, al menos, otra persona) y no lo hará porque
es esa soledad la que le permite mirar,
sentir y escribir el poema. Inserta un hecho después de mencionar a “Dorothy y Williams”, alguien le
interrumpe con la pregunta:`¿No irás a
compararnos…” ¿referencia a los hermanos Wordsworth? El poeta regresa al exterior, al paisaje “Afuera/una brisa susurra entre
retoños/refresca y dulcifica. Es cadencias”.
Castigo
Puedo
sentir el tirón
del dogal en su nuca
y el viento azotándole
el frente desnudado.
Le
sopla en los pezones
como cuentas de ámbar
conmueve el enrejado
de sus costillas frágiles.
Puedo
ver que está ahogado
su cuerpo en el pantano
la piedra. Contrapeso,
los arbustos flotando.
Bajo
los cuales ella
fue al principio un retoño
exhumado, un huesito
de encina, un barrilito
su
cabeza afeitada
como negro rastrojo
y sus ojos vendados
de tierra y un anillo
su
dogal, conservando
memorias del amor.
Mi adúltera pequeña
antes de tu castigo
con
tu pelo pajizo
estabas desnutrida
y era bella tu cara
tan negra como brea.
Pobre chivo expiatorio.
Yo
casi que te amo
pero hubiera lanzado
las piedras del silencio.
Soy el voyeur astuto
de
los peines expuestos
de tu cerebro oscuro
y tu urdimbre de músculos
tus huesos numerados.
Yo,
que me estaba mudo
mirando a tus traidoras
hermanas, embreadas
llorando junto al cerco,
que tendría
connivencia
de atroz civilizado
y aún así entendería
la íntima venganza
tribal.
“El Castigo” nos habla de la muerte, por ahorcamiento, de una mujer adúltera pero
también de un amor que se perdió “Yo
casi que te amo”. Es una muerte que duele, que se
experimenta en carne propia “Puedo
sentir el tirón/del dogal en su nuca” y aunque hay una tristeza allí,
lo civilizado, la tradición, la costumbre, impide que el yo lírico se oponga a
la sanción, incluso brutalmente consumada “Yo,
que me estaba mudo… que tendría connivencia/de atroz civilizado”. Que
al final reconoce que a pesar de lo cruel e inhumano “aún así entendería/la íntima venganza/tribal”.
Dos camiones
Llueve
sobre el carbón y las cenizas tibias
hay huella de un rodado, es el camión de Agnew
con sus compuertas bajas; Agnew, el carbonero
con su acento de Belfast charlando con mi madre
¿Irá ella a Magherafelt a ver una película?
Pero
sigue lloviendo y aún tiene media carga
que repartir más lejos. Esta vez el filón
de donde llega nuestro carbón era de un negro
sedoso y las cenizas serán sedosas, blancas.
Parte el bus a Magherafelt. El camión despojado
con sus sacos vacíos la conmueve a mi madre
los modales del hombre con delantal de cuero.
No
menos las películas. Cosas del carbonero…
Ella se vuelve y saca el esmeril y el plomo
esta madre de mil novecientos cuarenta
todo afán de cocina limpiando las cenizas
de su cara con el dorso de la mano. Mientras, el camión
acelera y encara hacia Magherafelt.
Es la
última entrega. Oh, Magherafelt,
sueño
de felpa roja y carbonero urbano.
Mientras el tiempo corre y un camión diferente
ruge por Broad Street con su carga completa
que hará volar al aire la terminal de ómnibus.
Yo tuve una visión de mi madre, más tarde.
“Dos camiones” es la expresión del cruce de dos personas: un
carbonero, con acento de Belfast (Irlanda del Norte) y la madre del poeta. El
carbonero pregunta ¿Irá ella a
Magherafelt a ver una película? Magherafelt
es una ciudad del centro-oeste de Irlanda del Norte.
Pero el tiempo, la lluvia, el trabajo no concluido del
carbonero: "Pero sigue lloviendo y aún
tiene media carga/que repartir más lejos" hace imposible que puedan
compartir. La madre está afectada por el trabajo y los modales del hombre y
así, “Parte el bus a Magherafelt” A
la madre también le gustan las películas. Se trata de una madre de 1940, con su
preocupación por la limpieza: "todo afán de
cocina limpiando las cenizas/
de su cara con el dorso de la mano. Pero no sólo está la expectativa de la
experiencia no cumplida sino que hay otro camión, con fines distintos a los de
transportar carbón que: " ruge por Broad
Street con su carga completa/que hará volar al aire la terminal de ómnibus".
El
poeta no puede evitar una visión de su madre más tarde. Tal vez la visión de la
madre muerta, estallada en mil pedazos, restos esparcidos.
Fuera de este mundo
En memoria de Czeslaw Milosz
Czesław Milosz: (Lituania, 1911-Cracovia, 2004): abogado, poeta, traductor polaco. Premio Nobel de Literatura 1980.
1.”Como
cualquier otro…”
“Como
cualquier otro, incliné la cabeza
durante la consagración del pan y el vino
alcé los ojos hacia la hostia levantada y el cáliz levantado
creí (sea lo que sea que eso signifique) que sucedía un cambio.
Fui
hasta el altar) y recibí el misterio
sobre la lengua, volví a mi lugar, apreté los ojos, hice
una acción de gracias, abrí los ojos y sentí
que el tiempo comenzaba nuevamente.
Nunca hubo una escena
en que yo pusiera esto en claro conmigo o con otro.
La pérdida sucedió fuera de escena. Y con todo, no puedo
repudiar palabras tales como ‘acción de gracias’ u ‘hostia’
o ‘pan de comunión’. Tienen un tremor
inmortal y brotan como agua de un pozo muy profundo”.
El poeta ignora el por qué participa de ciertos ritos religiosos cristianos, aún así “siente” que
sucede un cambio en él: “Como cualquier
otro, incliné la cabeza/ durante la consagración del pan y el vino/alcé los
ojos hacia la hostia levantada y el cáliz levantado/creí (sea lo que sea que eso signifique) que sucedía un cambio". Hace una acción de gracias “…y sentí/que el tiempo comenzaba nuevamente” Insiste el yo lírico
que aunque nunca tuvo claro la significación de esos actos, experimentó cambios
y jamás pudo repudiar las palabras y/o frases relativas a esos actos pues
tenían un sentimiento de inmortalidad, un sentimiento que brota de algo muy profundo:
Nunca hubo una escena/en que yo pusiera
esto en claro conmigo o con otro/La pérdida sucedió fuera de escena. Y con
todo, no puedo/repudiar palabras tales como ‘acción de gracias’ u ‘hostia’/o
‘pan de comunión’. Tienen un tremor/inmortal y brotan como agua de un
pozo muy profundo”.
I.
La
primera captación en serio que tuve de las cosas
fue cuando aprendí el arte de pedalear
(con la mano) una bici, colocada al revés
e impulsé la rueda trasera preternaturalmente, ligero.
Yo amaba la desaparición de los rayos
el modo como el hueco entre el eje y la llanta
susurraba transparente. Si le arrojabas
una papa, el aire enmarcado en el aro
revolvía papilla y te la salpicaba en la cara;
si lo tocabas con una paja, la pajita chasqueaba.
Algo acerca del modo de esos impulsos pedaleros
funcionaba al principio muy palpablemente en tu contra
y luego comenzaba a impeler tu mano hacia delante
hacia un envión nuevo…; todo eso entraba en mí
como un acceso de poder libre, como si la fe
capturara y revolviera los objetos de la fe
en una órbita lindera con la añoranza.
II
Pero
lo bastante no era bastante. ¿Quién ha visto
alguna vez el límite de lo otorgado?
En unos campos más allá de casa había un pozo
(lo llamábamos “El pozo”. Era más que un agujero
con agua, con espinos pequeños
de un lado, y del otro, un fango cenagoso
todo pisoteado por ganado).
También amaba eso. Amaba el olor turbio,
la vida sumidera del lugar como aceite viejo de cadena.
Allí, acto seguido, llevé la bicicleta.
coloqué el asiento y el manubrio
en el fondo suave, hice que las cubiertas
tocaran la superficie del agua y luego di vuelta los pedales
hasta que, como una rueda de molino arrojando con el pedaleo,
(pero aquí a la inversa y azotando una cola de caballo)
la rueda trasera sumergida, refrescando el mundo
revolvía un rociado y espuma de suciedad ante mis ojos
y me bañaba con mis propios barros regenerados.
Durante semanas hice un nimbo de viejo destello.
Luego el eje se engranó, las llantas se oxidaron, la cadena se cortó.
III
Nada
igualó esa ocasión después de aquello
hasta que en el circo, entre tambores y spots,
chicas vaqueras giraron, cada una inmaculada
en el centro inmóvil de un lazo.
Perpetuum mobile. Pura pirueta
Acróbatas, funambuleros. Volteretas. Stet!)
"Ruedas
dentro de ruedas" puede ser, simplemente, un espiral infinito, también el
Todo, la Nada.
Allí, se narra, se poetiza más bien: "La primera captación en serio que tuve de las
cosas", a través del arte de pedalear, pero no a la manera que uno
piensa al primer instante, sino a pedalear con la mano una bicicleta
"colocada al revés". El impulso de la rueda fue preternatural, afirma
el yo lírico, es decir, excediendo la capacidad de la naturaleza humana para la
realización de tal acto.
Los efectos del pedaleo fueron más intensos en el interior
del yo lírico: todo eso entraba en
mí/como un acceso de poder libre, como si la fe/capturara/ y revolviera los
objetos de la fe/en una órbita lindera con la añoranza. El objeto bicicleta
sirvió para plasmar aún más, lo amado cotidiano. La experiencia anterior sólo
fue igualada: "hasta que en el circo, entre /tambores y spots,/ chicas vaqueras giraron, cada una
inmaculada/en el centro inmóvil de un lazo/ Perpetuum mobile. Pura pirueta/Acróbatas, funambuleros.
Volteretas. Stet!
Textos citados:
Isava, L.M. “Reflexiones
en torno a la experiencia y sus complejos protocolos