miércoles, 22 de febrero de 2012

Pensando en Kafka



"No está permitido quitar nada a nadie con
engaños, ni siquiera al mundo, su victoria"

"Comprender la felicidad de que el suelo
sobre el que estás de pie no puede ser más grande que los dos pies que lo cubren"

 Franz Kafka










Josef  K. soñó:


Con su propia muerte. Más precisamente con su entierro. Había salido a dar un paseo y se vio en el cementerio. Lo atrajo un montón de tierra al lado del cual seguramente había una fosa. Caminó hasta allí. Un artista desgreñado escribía el epitafio. Llegó a ver parte de la inscripción: “Aquí yace…” en letras hermosas y áureas. El artista se puso furioso porque su trabajo era observado por el mismísimo muerto (vivo). Josef cayó en la fosa -y el artista continuo su trabajo satisfecho- y alcanzó  a ver  una  J. Entendió. Cuando se despertó del sueño se sintió feliz. Un deseo satisfecho en la más simple interpretación freudiana.

Una confusión cotidiana (que bien pudiera titularse un absurdo)


El joven A va a encontrarse con el joven B en el pueblo de éste, llamado H. Tiene que hacer los preparativos para cerrar un negocio. A tarda diez minutos en llegar a H.
Al día siguiente,  A  regresa a H pero esta vez tarda diez horas en hacer el trayecto. Está fatigado. Al llegar a H, B no está (le dicen que lo espere pero A decide regresar a su casa).
Al hacerlo, se entera que B está en su cuarto desde muy temprano y que, incluso, se cruzó con él en la mañana cuando salió. A sube corriendo las escaleras que conducen a su habitación pero se tuerce el tobillo. Siente mucho dolor, pero no se queja. Aguanta en silencio. Mientras tanto, B, cansado de esperar, baja corriendo las escaleras y se marcha, desapareciendo furioso, para siempre.

De noche


Como si fuera el vigilante, el velador del mundo. Me pregunto por  qué alguien tiene que estar allí. ¿Y su vida? ¿No vivirá su propia vida ese velador? ¡No!, morirá a los cuarenta años ese velador, hundido, literalmente, en la obsesión, no obstante, en el ínterin nos dejará impreso el absurdo de su vida. Literatura referencial. No quiso que así sucediese. Pidió que todo se consumiera en el fuego cuando su muerte se concretara pero el amigo del alma incumplió. Nos dejó una gran literatura menor, llamada así por convención. Algo extraordinario pero, no por ello menos doloroso.

Prometeo


Como sabemos o no sabemos, Prometeo –en la mitología griega- era un Titán, la cual, a su vez era una raza de poderosos griegos que dominaron en la aurea aetas. Prometeo era amigo de los mortales y, por ello, robó el fuego de los dioses en el tallo de una cañaheja (una planta). Zeus no tardó en castigarlo por tal atrevimiento.
A partir de lo anterior, han surgido varias interpretaciones o leyendas sobre Prometeo. Todas ellas conducen a descifrar lo indescifrable y eso indescifrable es una verdad que, al final resulta olvidada, como todo.
Vale destacar, un detalle sobre la aurea aetas. Esta edad (pues es una edad) fue considerada entre los llamados poetas como el tiempo en el que vivió el dios Saturno (¿o Crono?) y los hombres gozaron de una vida justa y feliz. ¿Cuándo regresará?

La verdad sobre Sancho Panza


En realidad, Sancho Panza se llamaba Miguel de Cervantes. Sancho Panza sólo fue un apodo y su regordeta figura una ilusión óptica con que han pretendido engañarnos desde hace muchísimos años.
Fue él, utilizando la escritura como exorcismo liberador quien escribió  El Quijote, hombre al que había conocido y cuya desapetencia por la vida lo tenía fuera de sí. Se inventó, entonces, miles de historias de caballerías teniendo como protagonista a ese hombre, con las que hizo reír al mundo (El Quijote rió, tímidamente, en una ocasión).  Tales historias se consideran,  hoy en día, el remedio más eficaz contra la melancolía. Aunque, se trataba de separarse,  de olvidarse de este  hombre que lo desesperaba, de este caballero harto triste, al final, Sancho Miguel, empezó a seguirlo en todas sus aventuras, metiéndose en sus historias por lo cual el papel en el que escribía terminaba todo magullado.  Aunque su propósito fue separar (se) lo que hizo fue unir (se) y así fue como Sancho Panza se convirtió en un hombre feliz y olvidó al Caballero de la triste figura como lo había bautizado.

El Gran Nadador


El hombre que había ganado la medalla de oro en los juegos olímpicos, llegó a su país.
Fue recibido con altos honores pero él se sentía muy extraño. Para empezar no comprendía absolutamente nada de lo que decían en los discursos pronunciados en su honor. El nadador se percató  que  el más alto representante del gobierno en la ciudad, mientras lo alababa, lloraba aunque hacía un gesto como si sólo se estuviera secando un intenso sudor que corría por su rostro. Pero eran lágrimas y no sudor.
Cuando al  nadador le tocó hablar les dijo: es cierto que  me enviaron a los juegos olímpicos, es cierto que gané una medalla aunque ignoro cómo pues nunca aprendí a nadar, siempre quise pero no pude, no entiendo nada de lo que dicen y creo que ustedes tampoco comprenden nada de lo que digo. Desconozco su lenguaje, así que prefiero se termine este acto. Deseo irme ya a mi casa, con los míos.
El nadador había nacido y vivido toda su vida en una pequeña aldea del país donde se hablaba un dialecto que era desconocido por el resto del país.


Mucho gusto


Dos hombres se encontraban en la barra de un bar. Casi simultáneamente pidieron "una cerveza". Ello fue motivo suficiente para que se pusieran a conversar. Uno le dijo al otro: he tenido un día intenso de trabajo. Estoy cansado.  Ah, sí -respondió el otro. -¿En qué trabaja usted?. 
-Soy albañil -dijo el primero y usted ¿qué hace? -agregó.
-¿Yo?, soy escritor. He escrito muchos relatos en mi vida...
El albañil, se mostró impresionado ante la posibilidad de estar hablando con un "escritor" y espetó: ¿escritor?, nunca había conocido a ninguno y en verdad no tengo tiempo para leer...
El escritor agregó: bueno...no he escrito nada importante, es más, cuando muera quiero que todo lo que he escrito sea quemado. Ya quedé en eso con un amigo...
¡Caramba!, -dijo el albañil. ¡qué cosa tan rara! Bueno...ya debo irme, mi mujer me estará esperando. Acto seguido, el albañil se levantó de su asiento y le extendió la mano al escritor: -Ernesto Figueroa, un placer haber conversado con usted.
El escritor, poniéndose de pie dijo: -mucho gusto, Franz Kafka.





Caracas, 22 de febrero de 2012.

No hay comentarios:

Publicar un comentario