“La familia, por penuria o exceso, por presencia o ausencia, nos define” (116).
Hace unas horas terminé
de leer la novela La ciudad vencida
(2014) publicada por la editorial Libros del fuego, de la periodista y
escritora venezolana (y colombiana) Yeniter Poleo.
La
ciudad vencida es su primera novela y llegó a mis manos
de manera azarosa. Me la prestó (¿o fue un obsequio?), mi cuñada Julie, esposa
de mi hermano menor, Carlos.
Digo azarosa porque la
muerte, aunque inevitable, es un acto impredecible al igual que lo es el
nacimiento.
Julie y Carlos me
convidaron a su casa en Bello Monte para compartir la comida favorita de Alexandra,
pizza y pepsi cola. Alexandra, su hija menor (mi sobrina) tristemente fallecida
el 7 de julio del año en curso.
La muerte de Alexandra
(alias La Gorda, Alexa) los ha sumido –nos ha sumido a todos- en un vacío
insondable que ninguna razón médica puede aliviar.
Pocas veces vi a
Alexandra, nuestros contactos no pasaban de un “¡Hola!, ¡bendición tía! Y un
¡Dios te bendiga!, seguido de un abrazo y un beso en el cachete.
La última vez que
recuerdo haber visto a Alexandra fue en la
fiesta del bautizo de una primita, Andrea Isabella, hija de mi prima Lorena, celebrada
en Caraballeda (La Guaira) hace más de un año.
Surge y resurge en mi
pensamiento la imagen de su rostro de perfil, con una semi sonrisa plagada de
ternura y candidez. Así quiero recordarla.
Como
tatuaje indeleble
Tu
suave perfil se ha plasmado en mi memoria.
Una
semi sonrisa
en
un rostro tierno y cálido.
La lectura de La ciudad vencida, el tener el libro en
mis manos, y aunque tal vez Alexandra nunca lo leyó, me hace sentir cercana su
presencia, porque ella de alguna manera, estuvo físicamente cerca de él.
La
ciudad vencida ha resultado, dentro de las
circunstancias, una grata sorpresa. Su calidad literaria es innegable. No dejo
de preguntarme por qué no había leído nada de Yeniter Poleo, ni siquiera la
había escuchado nombrar.
La novela está ambientada
en Caracas entre 1988 y 1992, donde resaltan dos lamentables hechos históricos
ocurridos en nuestro país en las dos últimas décadas del siglo XX, cuyas
causas, impacto y consecuencias no han
sido, a mi entender, explicadas en toda su extensión.
El primero fue el
llamado Caracazo ocurrido el 28 de
febrero de 1989, que tuvo como telón de fondo unas duras medidas económicas
tomadas por el extinto presidente Carlos Andrés Pérez (Rubio, 1922 – Miami, 2010) en su segundo
mandato (1989-1993).
El Caracazo fue un estallido social caracterizado por disturbios, saqueos,
destrucción de locales comerciales, etc. Aparte de la policía, las fuerzas
armadas fueron llamadas para el
“control” del orden público lo que originó un considerable número de
heridos y fallecidos provenientes–en particular- de los barrios pobres de la
capital- que colapsaron hospitales y la morgue de Bello Monte.
Muchas personas fueron
enterradas en fosas comunes sin haber sido siquiera identificadas. Las cifras
oficiales fueron de 276 fallecidos pero reportes extraoficiales mencionan más
de tres mil.
El otro hecho que narra
La ciudad vencida, aunque en menor
medida, fue el intento de golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, liderado
por el teniente coronel Hugo Chávez Frías (Barinas, 1954- Caracas, 2013) también
contra el gobierno de Pérez.
Los militares, alzados
en armas, fueron apresados pero después de un tiempo relativamente corto,
fueron indultados en el segundo gobierno del Dr. Rafael Caldera (Yaracuy, 1916
– Caracas, 2009). Aunque el golpe fue fallido, sirvió para catapultar a Chávez
F. llevándolo a la presidencia de la República en las elecciones democráticas
de 1998 y, en ese sentido, también llevó
a nuestro país a lo que es hoy en día. Una Venezuela hundida en la más
deplorable corrupción, miseria, con ausencia del Estado de Derecho, hundimiento
de los servicios públicos, una migración brutal, etc.
Los personajes
centrales de La ciudad vencida son el
cronista Bernardo Guanipa (Bernard Guaní), un hombre ya cincuentón, muy
cuidadoso y formal en el vestir y amante de la música de Felipe Pirela, Tito
Rodríguez y otros. Guaní era el
encargado de la sección Sociedad o Fiesta del diario La Verdad.
Bernard, al trabajar en
esa sección, había tenido la oportunidad de conocer a muchas personas de la “alta”
sociedad caraqueña y también de la farándula. Había hecho amistades, muchas de
ellas auténticas.
Por otro lado estaba la
pasante asignada a la sección de Guaní, llamada Cariú.
Cabe destacar que a
Bernard no le duraban las pasantes ya que se trataba de una persona muy
exigente y algo áspera pero Cariú se lo fue ganando poco a poco
aunque discrepaba de la superficialidad de los actos sociales a los que debía
acudir y reseñar.
Cariú tenía 18 años,
estudiaba Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB)
por medio de una beca. Vivía en Antímano y provenía de una familia pobre
formada por su mamá quien trabajaba en una oficina ubicada en las Torres de El
Silencio o Torres del Centro Simón Bolívar. Era la mayor de tres hermanos:
Carla (15) y Urbano (10).
Sin embargo, Cariú era
una joven entusiasta, carismática, trabajadora y con muchas ganas de salir
adelante y lograr mejorar su nivel de vida y el de su familia.
Como hemos dicho, la
relación entre Bernard y Cariú, inicialmente tensa, fue mejorando por la
tenacidad de la muchacha y el reconocimiento que de ella Bernard va haciendo
hasta convertirse en una relación de afecto y amistad.
A tanto llegó la
amistad que Cariú le regaló un perrito al que Bernard llamó Marcial y al que
tomó cariño a pesar de que Marcial le hacía “la vida –y su apartamento- de
cuadritos” y Bernard le obsequió un pasaje para que pudiera viajar al exterior y
hacer un curso de inglés.
Durante los eventos del
Caracazo, Cariú desaparece en el
marco de una cobertura sobre denuncias del nefasto accionar de los militares en
la barriada de Petare.
Cariú logró hacer la
entrevista pero la agarró el toque de queda. En la novela se describe su
encuentro con un soldado que vivía cerca de su casa y que estaba enamorado (encaprichado)
de ella, no obstante, Cariú nunca le había prestado atención. Lo narrado allí, el odio destilado por el
soldado, nos hace pensar que posiblemente la asesinó por venganza, por un profundo rencor.
Bernard busca a Cariú
por hospitales, en la morgue, en el cementerio General del Sur, quedando
atrapado bajo una gran tristeza y desolación. Un día se topa con Carla (¡creyó
que era Cariú!) para enterarse que la familia de Cariú había hecho lo propio y
que tampoco la habían hallado.
A raíz de ese
encuentro, deciden realizar una protesta tanto escrita en el periódico (por
supuesto que con el desconocimiento del jefe de Bernard) y con familiares de
desaparecidos durante el Caracazo.
La novela de Poleo hace
una descripción bien acogedora sobre la Caracas de la década del sesenta
aproximadamente y en adelante. Inevitablemente se contrasta dicha época con la
degradación de la ciudad hacia finales del siglo XX. Constituye un recorrido por
sus aspectos culturales en el área del teatro, de la televisión, de la música,
de espacios icónicos de nuestra capital. Esta narración constituye una especie
de redondeo que le da un mayor valor literario a La ciudad vencida y que moviliza recuerdos y emociones, sobre todo
para los caraqueños nacidos en la década del cincuenta y del sesenta.
Bien vale la pena
leerla.
Escrito y publicado por
Libia Kancev D.
Caracas, 1 de agosto de
2025.