Belisario |
Ester ante Asuero |
Admonición paterna |
“…pues harto había aprendido en su vida lo altamente que debe apreciarse todo cariño verdadero en un mundo donde dominan propiamente la indiferencia y la antipatía” (34).
“Sólo puedo perdonarle,
sólo puedo perdonarme, si tenemos el valor de cambiar nuestra posición, ya que
no depende de nosotros cambiar nuestro ánimo” (97).
“-Lo extremo se halla
inmediato a la pasión” (115).
“Por muy retraído que
se viva, se es deudor o acreedor antes de que se dé uno cuenta” (159).
“…y se tranquilizan en
cierto modo, ya que por lo menos se emprende alguna cosa” (250).
“Toda necesidad a la
que es negada su auténtica satisfacción obliga a la fe” (262).
Las
afinidades electivas (1809), novela del alemán J.W. Goethe
(1749-1832) es la más reciente que he leído.
No fue, a decir verdad,
una lectura muy apasionante, no obstante, se trata de una novela con sustancia,
con elementos de análisis y que, sin duda, intenta ser de “avanzada” para la
época de su escritura y publicación.
Más allá de la temática
esencial de Las afinidades electivas,
el gran autor alemán pone en boca de sus personajes, párrafos y frases que nos
hacen detenernos a pensar en su significación. Algunas de ellas preceden esta
reseña.
Parece desarrollarse en
Francia, en una zona rural donde Carlota y Eduardo (que ostentaba el título de
Barón) tenían un castillo y extensas posesiones de tierra. Valga acotar que
tanto Eduardo como Carlota, quienes se habían conocido y enamorado estando más
jóvenes, eran divorciados, sufriendo ambos de matrimonios por conveniencia pero que luego de verse libres por el
fallecimiento de sus conyugues respectivos, se casaron.
Podríamos decir que
tenían un matrimonio agradable y hasta feliz y cada quien se dedicaba a sus
menesteres preferidos dentro de sus propiedades, Carlota programando y llevando
a cabo la construcción de una casita y Eduardo con el sembradío de plantas y
árboles.
Un primer elemento que
llama mi atención es que Eduardo tenía un gran amigo, capitán, hombre muy culto
que se hallaba sin empleo. Eduardo deseaba que viniera a vivir con ellos. Cada
vez que le planteaba el tema a Carlota esta le hablaba sobre la importancia que
tenía para ella mantener la privacidad de ellos pero, fue tanta la insistencia
de Eduardo que, finalmente Carlota accede. No es de negar que Carlota también
pensaba en Otilia, joven huérfana (hija
de una gran amiga de Carlota) quien se hallaba en un internado, al igual que
Luciana (hija de Carlota). Con frecuencia, Carlota recibía cartas del internado
donde se le mencionaba lo bien que le iba a su hija pero los escasos avances
que hacía Otilia, por ello, había pensado que lo mejor era traerla a vivir con
ella.
Hay un personaje
importante en esta novela, un hombre que había ejercido el sacerdocio complementado
con el Derecho y quien ejercía funciones como de juez de paz, especialmente
cuando se trataba de evitar divorcios. Para él, Mittler, el divorcio era un grave
error y hacía lo imposible porque no se dieran: “Aquel hombre extraño había
sido eclesiástico en otro tiempo, y con una actividad infatigable en su
ministerio, se había distinguido por saber apaciguar y concertar todas las
desavenencias, tanto las domésticas como las vecinales…Mientras había estado en
funciones, no se había divorciado ningún matrimonio…” (23).
Las
afinidades electivas se va desarrollando de manera peculiar
pues al poco tiempo de haber llegado el amigo de Eduardo, llamado Odón (nombre
que también tenía Eduardo), Carlota se siente atraída por él, sentimiento que
al parecer, Odón iba experimentado.
Poco tiempo después de
la llegada del capitán, Carlota le anunció a Eduardo la llegada de Otilia y
sucede algo que pudiéramos catalogar como de inesperado, Eduardo y Otilia se
enamoran, inicialmente como sin darse cuenta para luego resultar algo obvio e
incontrolable.
Después de
transcurridos unos meses de la presencia del capitán Odón en el castillo, donde
demostró amplios conocimientos en áreas como
el diseño, la construcción, aparte de una sólida cultura, decide marcharse y
Carlota reflexiona sobre lo que siente por él y decide recobrar la compostura y
asume, con gran madurez, su matrimonio pero el intenso sentimiento de amor
entre Eduardo y Otilia hace que éste le pida el divorcio a Carlota quien se
niega y le dice que enviará a Otilia devuelta al internado o a una casa de una
familia muy rica orientando su vida hacia un destino mejor. Eduardo,
desesperado y pensando en el bien de Otilia llega a un arreglo con Carlota: él
se irá pero Otilia debe permanecer con Carlota.
Así se mantienen por un
tiempo hasta que Carlota se entera que está embarazada. La noticia no genera
ningún sentimiento particular en Eduardo, excepto que la criatura es un impedimento
definitivo para que él y Otilia puedan estar juntos algún día. Así y ante el
surgimiento de una guerra en la época, Eduardo se enlista pensando que lo mejor
que podía ocurrirle era morir.
Carlota pare a un varón. Niño hermoso, no obstante,
resulta evidente que el niño se parece tanto a Otilia como a Odón. Desde el nacimiento del niño Otilia asume su
crianza y se imaginaba el día en que Eduardo pudiera conocerlo. A pesar del
tiempo transcurrido ni Eduardo ni Otilia dejan de pensar el uno en el otro: se
trata de un amor profundo y pleno de romanticismo.
Tal era el amor y la
desesperación de Eduardo que habla con su amigo el capitán y le plantea que se
le declare a Carlota, así ésta le dará el divorcio y él podrá casarse con
Otilia y el capitán con Carlota (Eduardo le deja saber a su amigo que él se
había dado cuenta de la atracción entre Carlota y él), pero, antes de que este
plan se lleve a cabo, Eduardo va al castillo deseoso de ver aunque fuese de
lejos a Otilia. Ésta se hallaba con el niño cerca del lago. Eduardo y Otilia se
abrazan, ella le enseña al niño. Otilia se percata que se ha hecho muy tarde y
decide regresar al castillo por el lago pero, en un lamentable accidente, el niño
cae al agua y muere. Después del trágico hecho, Otilia queda muy afectada y
promete y se promete que más nunca verá a Eduardo y decide irse al internado
pero Eduardo la encuentra y realmente no sabemos qué pasó entre ellos. Regresan
al castillo y Otilia entra en una profunda melancolía y fallece de inanición. Meses
después fallece Eduardo, abatido por una intensa tristeza que no logra superar.
Por cierto, vale
destacar la significación de la frase afinidades electivas, título de
esta novela y que, en un primer momento me situó en una incertidumbre, en todo
caso, en un querer comprender. La expresión es empleada por el capitán Odón, en
una conversa compartida por él, Carlota y Eduardo donde el primero explica las
asociaciones o combinaciones de los elementos químicos para formar diversas
sustancias. En dichas combinaciones, hay sustancias, bien sea líquidas, sólidas
o gaseosas que se unen y otras que son liberadas. Odón dice:
Por ejemplo, lo que llamamos
piedra de cal es una tierra calcárea más o menos pura, íntimamente unida con un
ácido sutil que nos ha sido conocido en forma de gas. Si se pone un trozo de
una de esas piedras en ácido sulfúrico dilatado con agua, apodérese éste de la
cal y aparece junta con él en forma de yeso; en cambio aquel ácido sutil y
aéreo se pone en fuga. Hase originado aquí una separación y una nueva
combinación, y entonces se cree uno autorizado a emplear hasta las palabras
afinidad electiva, pues en realidad parece como si una relación fuera preferida
a la otra; como si la una fuera elegida más bien que la otra (42).
La novela en sí, nos
“habla” de las afinidades emocionales (amorosas o no) entre los seres humanos
que los llevan a acercarse y establecer una relación o, por el contrario a
distanciarse con independencia de los convencionalismos.
En una parte de la
novela, Goethe le hace honor a tres pintores, haciendo que se lleven a cabo las
llamadas representaciones de cuadros. Se trataron de Belisario del pintor flamenco Anton van Dyck (1599-1641); Ester ante Asuero del francés Nicolás
Poussin (1594-1665) y La admonición
paterna del neerlandés Gerard Ter Borch (1617-1681). Hago referencia a lo
anterior pues, de alguna forma, Goethe le hace una caricia a la pintura y
también al teatro.
El narrador de Las afinidades electivas es omnisciente
y la novela se combina con citas de un diario que llevaba Otilia y
representaciones teatrales, como ya hemos dicho, basadas en pinturas.
Escrito por Libia
Kancev D.
Caracas, 18 de febrero
de 2015.