miércoles, 31 de diciembre de 2014

Cuidados intensivos: nuevo poemario de Arturo Gutiérrez P.

Arturo Gutiérrez Plaza 
Cuidados intensivos es el más reciente poemario de Arturo Gutiérrez Plaza (Caracas, 1962). ¡Es el primer libro inédito que he leído en mi vida! La gentileza de su autor que, hace ya más de un año me lo hizo llegar por este medio, lo hizo posible.

¿Cómo explicar que para la fecha en que escribo lo que pretende ser una crítica de  Cuidados intensivos no haya sido publicado aún? Al parecer, se trata de que ¡no hay papel en el país…! ¿Qué decir al respecto? No sé, al menos ahora no lo sé.

Cuidados intensivos consta de ocho partes tituladas: Anteversus, Versus, Antesala sin diván, Obreros en la vía, Anotaciones de invierno, Postales de Midwest, Confesionario y Abrevadero.

Estas ocho partes, este número ocho me recuerda toda una explicación sobre dicho número que leí en un artículo en Letralia,  No. 291, que dice así: “Ocho estaciones poetizan este camino. Nótese que son ocho, el número en círculos, el lazo que se une, que representado acostado nos indica el infinito. También es el nudo en ocho, el nudo de los marineros en las barcas...Y este tipo de nudo, que tan bien como anuda se puede aflojar con facilidad cuando lo requiera, es un nudo libre” (Lander, 2013).

Empecé a leer, continué leyendo y aquí les dejo el producto de esa lectura.

Cuidados intensivos

A la memoria de Wislawa Szymborska

Mis hermanos no leen poesía,
mis padres tampoco lo hicieron.
Por dictamen de estos tiempos
tal costumbre, ya familiar,
mis hijos la fortalecen en la escuela.

No obstante, toda cadena flaquea,
alguna vez por su eslabón más débil.

Y entonces la poesía nos deja en evidencia:
señala con sorna un fatal padecimiento.

(También las palabras convalecen
bajo el asombro cotidiano).

Si hay conmiseración la lástima se abrevia.

Pero si el asunto se prolonga,
si adquiere largura la dolencia,
por tu bien, y la tranquilidad de los tuyos,
has de extremar otras unciones:

someter a cuidados intensivos el poema (13), (96)

“Cuidados intensivos”, dedicado nada más y nada menos que a la memoria de Szymborska (1923-2012). Aboga por someter al poema a “cuidados intensivos” cuando su trayectoria generacional familiar (¿nacional?, ¿mundial?) está resquebrajada, cuando quien se dedica a esta vivencia, es sometido a la burla señalándolo de sufrir un “fatal padecimiento”. Señala la necesidad, ante tales circunstancias, de tomar medidas: “extremar otras unciones” para su cuido, su protección, su pervivencia.

Pórtico

Diariamente la noche cultiva
una llanura blanca
                  donde germinará el poema.

Presiente su brote
       atenta
               al paso de las estaciones.

Quizás lo haga en otoño.

También se florece a destiempo (17) (97).

Aquí el yo lírico, parece referirse a los “tiempos de la llegada del poema”, ante la espera: “la noche cultiva/ una llanura blanca”. Su escritura es esperada y se espera porque se presiente su llegada con el paso del tiempo que, al final, resulta intrascendente pues el poema puede llegar en cualquier instante: “Quizás lo haga en otoño/También se florece a destiempo//”.

Este poema “sencillo” contradice a la llamada inspiración o musa, o, más bien, valida su existir y se trataría, entonces, de que aparezcan las palabras, el verso corto o largo pero siempre libre, su aprehensión y su puesta sobre la hoja blanca, la carátula de un libro, una servilleta, donde sea para plasmarlo. “Pórtico” es entrada y así se comprende este título, la entrada de lo que vendrá para el que quiera leerlo y/o disfrutarlo. El pórtico es portal y soportal.

La custodia

No sé dónde ocurren los sueños,
por eso escribo.

Lo hago como un monje que evade
su incredulidad y reza con fe ciega,
a contramano, acorralado
entre la oscuridad y el silencio.

Mi tarea es excavar inciertos poemas,
trazar túneles y pasadizos
con la esperanza de alcanzar espléndidas galerías.

Soy, o quisiera ser, el hijo expósito
de una Orden Templaria extinta y olvidada.

No vislumbro en las noches el Santo Grial.

Sin embargo, insisto,
busco enmendar su custodia,
guarecer
            el cauce de los sueños.

Por eso escribo(18) (98).

El poeta se confiesa: “No sé dónde ocurren los sueños, por eso escribo”. El no saber incita a la escritura y en “La custodia”, son los sueños que pueden llevarnos por situaciones fragmentadas, descabelladas, rara vez dulces o apacibles, en especial, cuando se es adulto. Y esa escritura es dedicada, insistente, plagada de “fe ciega”.

La escritura de un poema que tiene como punto de partida un sueño (o los sueños) puede convertirse en una suerte de excavación sin fin por vericuetos múltiples, laberínticos (no exentos de angustia) que, aunque no nos demos cuenta siempre llevan al conocimiento de uno mismo pensando en la concepción freudiana de los sueños como manifestación de la existencia del inconsciente y el beneficio de su proceso interpretativo “Mi tarea es excavar inciertos poemas,/trazar túneles y pasadizos/con la esperanza de alcanzar espléndidas galerías/”.

El poeta agrega “Por eso escribo”, ya por un no saber pero, por otra parte, como custodio de la escritura de los sueños a través del valor de los mismos, tarea que no está exenta de fe, la cual, por otra parte, siempre es ciega. La fe auténtica implica creer en lo que no se ve, en lo invisible, en lo intangible.

Sin nada a cambio

Aunque no hubiera nada después,
escribiría.
Escribiría
aunque callaran los dogmas,
sin lápiz,
sin bitácora,
sin papel.
Escribiría
no para responder,
no para salvarme (18) (101).

Se trata de una testimonio que hace el poeta sobre su necesidad de escribir per se. Este poeta afirma que escribe: “no para responder,/no para salvarme”. “Sin nada a cambio” revela el alma de escritor, de poeta de Gutiérrez P. pues escribe sin esperar nada a cambio. Es frecuente que cuando se les pregunta a narradores, poetas, el por qué escriben, escuchar -como respuesta- que se trata de una experiencia que les hace sentir bien, que se trata de un acto que los ha salvado, literalmente hablando pero, para Gutiérrez P., sin descartar los motivos que expresa en el poema anterior, acota ahora que no sabe por qué escribe. Pienso que lo sabe y no lo sabe. Esta frase lo sabe y no lo sabe es, por cierto, muy psicoanalítica: el paciente, cuando va a un analista (incluyendo otras formas de denominación), sabe que se siente mal, que algo le ocurre, muchas veces no logra identificar qué es, sin embargo, afirma el psicoanálisis que el paciente sí sabe pero no sabe que sabe. Para nada se trata de un trabalenguas: pura lógica freudiana.

Blanco Calderón, acota sobre “Sin nada a cambio” que en ese poema, Gutiérrez P. parece mostrar lo siguiente: “Alguien que apuesta por un arte de lo mínimo donde sólo se afirme el enigma, que no es otro que la terca persistencia del poema y de la vida, antes, durante y después de la tormenta”.

Trastiempo

A la memoria de Eugenio Montejo

Ayer caminaré por la noche
que terminó sobre esta línea.
Me detendré cuando sentí
que no fue un abismo
sino un puente colgante
sobre puntos suspensivos.
Hacia atrás avanzaré
persiguiendo una sombra,
tal vez la que seré, la que fue mía.
Al iniciarse la oscuridad
arribaré al momento
que entreveré antes.
En lo alto del crepúsculo
bajaré hasta la cima
de este poema que comenzaré
sobre esta línea, poco antes de partir (17).

“Trastiempo” es el anuncio del inicio de la escritura de un poema: “que comenzaré/
sobre esta línea, poco antes de partir”. Pero hay más allí. El poeta se desliza por diversos verbos que entremezcla en pasado, futuro, nuevamente pasado y futuro que nos pone en una alerta necesaria “Ayer caminaré por la noche/ que terminó sobre esta línea...Hacia atrás avanzaré/persiguiendo una sombra,/tal vez la que seré, la que fue mía/”. Lo intrincado se hace palmario: “Al iniciarse la oscuridad/arribaré al momento/que entreveré antes/”.

La dedicatoria a Montejo (1938-2008) no es azarosa, hay una forma, un “estilo” en “Trastiempo” y en buena medida en todo Cuidados intensivos que nos lo recuerda. Además, conocemos de la admiración y el respeto de Gutiérrez por la obra de Montejo.

Cuando no era

Ha creído verme cruzando
el jardín del fondo, del limonero a la mampara
de la sala.
José Watanabe

Se han ido tantos sin haber costumbre

Unos pernoctaron, pasivos, en el dolor,
otros, sin girar la vista, tomaron
por el camino recto hasta dar con el país
donde es fecundo el olvido.

Tantos han partido cuando no era,
que cuesta no verlos a diario,
merodeando entre nosotros,
entrando y saliendo de nosotros,
cruzando sin permiso y a escondidas
las esquinas más húmedas, las más oscuras.

Se fueron y aquí quedamos.

Se fueron pero no sus voces
que aún nos hablan sin preguntar
¿quién está donde se estaba,
dónde el sueño o cuándo la partida comenzó?

Se fueron y una mano toca la puerta (31) (14).

“Cuando no era” poetiza ¿el exilio? (voluntario y/o involuntario tan común en estos tiempos en Venezuela),  ¿la inmigración? o quizás ¿la muerte?. Además, la imposibilidad del adiós verdadero pues allí está la memoria, allí está la costumbre (e igualmente la “sin costumbre”) del estar, del compartir, en fin, del vivir: “Se han ido tantos sin haber costumbre”.

Cuando pregunto ¿o quizás la muerte?, me refiero a:”Se fueron pero no sus voces/
que aún nos hablan sin preguntar…”, no obstante, sabemos que sólo se muere definitivamente si el recuerdo falla.

Este poema posee circularidad. Su verso final: “Se fueron y una mano toca la puerta”, es decir, estamos, se van y re-comienza esa rueda que llamamos vida. Iba a escribir esa rueda perpetua que es la vida pero me percato que la vida no es ninguna rueda, tampoco un círculo, pensemos un poco en ello. Si tuviera que utilizar una forma geométrica para definir a la vida, diría que está estructurada como una línea que no es para nada recta sino plagada de ascensos y descensos, líneas rectas y, otra vez, ascensos, descensos y así sucesivamente. Pienso ahora en la visión de un electrocardiograma.

“Cuando no era” parece hacer una clara alusión a personas que llegaron a nuestro país, que no desviaron la mirada ni el camino para llegar aquí pero, ¿adónde?, al país nuestro donde muchas veces hemos dicho o escuchamos decir que no tiene (que no tenemos) memoria: “otros, sin girar la vista, tomaron/ por el camino recto hasta dar con el país/ donde es fecundo el olvido”.

Cartas del más allá

He escrito cartas a los muertos,
más por descuido
que ánimo de redimirlos
de sus fatales penurias.

Para mi sorpresa,
me han respondido
cordialmente.

Algunos acudiendo a un estricto silencio.
Otros, los más entusiastas,
refrendando sus mejores augurios
por nuestro próximo encuentro (32) (21).

Es dudoso escribir cartas a los muertos “por descuido”. Más probable es que se escriban con la finalidad de “redimirlos/ de sus fatales penurias”. También para atenuar las nuestras. La muerte no se pelea con la cordialidad y aquí nos vemos envueltos, sin líneas divisorias, entre la vida y la muerte y su intercomunicación sin cortapisas, no obstante, el poeta se sorprende, no sólo de que le respondan sino de la simpatía de esas respuestas: “Para mi sorpresa,/me han respondido/ cordialmente”.
El silencio es un tipo de respuesta, tal vez la mejor en estos casos, otros, muertos “entusiastas”, hacen votos: “por nuestro próximo encuentro”.

Este poema de Gutiérrez P. parece un poema “simple”, una especie de cuento corto, claro, muy claro pero después de una primera lectura, nos percatamos que el poema trata de la “continuidad de la vida” después de la muerte; es como si no hubiera vida o no hubiera muerte o que ambas fueran etapas, situadas en estratos distintos, puesto que la comunicación, bien sea en forma de silencio o respuestas explícitas, a través de la vía epistolar, están validadas ahí.   

Poema

A la memoria de Miguel Hernández

Portada de Cuidados intensivos
Entre tú y yo están las palabras,
aquellas que dirimen sus silencios en secreto
pues no encuentran confidentes en otro lugar.

Entre nosotros está la vida,
esa trama de instantes indispuestos al olvido,
urdida contigo desde la soledad.

Están la gente, los días, las ventanas,
las pisadas y monedas anegadas en la lluvia.

Y está la muerte, esa noche de fallidos recodos,
donde moran, sin candiles, arrepentidas luciérnagas.

Están los que fuimos y partieron,
los recuerdos de indecisas cerraduras.

Y está el amor, piedra preciosa
desenterrada del vientre de un lecho
del que nacerán furtivas arboledas.

Entre tú y yo están las palabras,
Entre nosotros, poema, están la vida, la muerte y el amor (34) (93).

Al leer este poema, dedicado al gran poeta Miguel Hernández (1910-1942) no puedo dejar de pensar cuándo Gutiérrez P. habrá leído por vez primera a Hernández. También pienso en la influencia del poeta español sobre el poeta venezolano…

“Poema” es un homenaje y una íntima confesión, que resalta la soledad de los poetas  y lo que mejor pueden compartir entre ellos: las palabras, que no hallan escucha en los otros: “Entre tú y yo están las palabras,/ aquellas que dirimen sus silencios en secreto/ pues no encuentran confidentes en otro lugar”. Señala, por otra parte, otros elementos que están entre estos poetas aparte de las palabras: “Entre nosotros está la vida/,...Están la gente, los días, las ventanas,/ las pisadas y monedas anegadas en la lluvia/ Y está la muerte,...Están los que fuimos y partieron,...Y está el amor,…”

Tomo la estrofa 6 de “Poema” para resaltar ese sentimiento que llamamos amor y su poder generador, generador de otros poemas:”Y está el amor, piedra preciosa/ desenterrada del vientre de un lecho/ del que nacerán furtivas arboledas”.


Saberes

…Y los pájaros

De nuevo los escucho
como quien sabe
que hay algo ya perdido
                                   para siempre

Por eso, algunas mañanas, me digo
al caminar, queriendo pensar que me comprendes:

¿y si hubo un instante que no ha sido,
qué propiciará el encuentro?

¿cómo tejer vínculos en el aire
cuando el aire nos sostiene?

Tal vez
eso
intentaron decirme
y no lo supe
                         cantando partieron en vuelo (35) (26).

“Saberes” es, en principio, una desesperanza cierta percibida a través del sonido del canto de los pájaros: “…Y los pájaros/ De nuevo los escucho/como quien sabe/que hay algo ya perdido/para siempre”, pero, en realidad, se trata de un vaivén entre la desesperanza y la esperanza puesto que: “Por eso, algunas mañanas, me digo/al caminar, queriendo pensar que me comprendes:/¿y si hubo un instante que no ha sido,/qué propiciará el encuentro?. “Saberes” parece un poema de amor y desamor, donde surge el matiz de lo filosófico con la siguiente interrogante: “¿cómo tejer vínculos en el aire/cuando el aire nos sostiene?” y vuelve la circularidad en el poema pues finaliza con una alusión a los pájaros, a lo que probablemente quisieron decirle al yo lírico y que, en su momento, acepta que no captó. Los pájaros, los del inicio, los del comienzo fueron escuchados y vistos alejarse por el poeta: “cantando partieron en vuelo”.

Extracto del santoral
del buen revolucionario

Cosa extraña,
hoy nuestro predicador
amaneció abúlico.
Sus enemigos, esas bestias
roñosas de hábitos insaciables,
no alcanzaron a distraer
la frugalidad de sus sueños (45) (65).

Poema que hace clara referencia a la conducta de un ya extinto personaje de nuestra política actual (o mejor dicho, de la despolítica reinante). Es difícil no asociar, también será difícil aceptar otras interpretaciones para “Extracto del santoral del buen revolucionario”. El personaje, verborréico por naturaleza, ha hablado poco ese día: “...nuestro predicador/amaneció abúlico”. Uno de sus flancos más atacados: “Sus enemigos, esas bestias/roñosas de hábitos insaciables”, léase, sin duda, la burguesía, El Imperio, no fueron suficientes hoy para darle más peso a sus sueños y por ello: “hoy nuestro predicador/ amaneció abúlico”.

El miliciano

No se moleste
comandante,
ordéneme callar
hasta donde llegue el silencio.

Si para que reinara la luz
fue necesaria,
no más,
su llegada,
no han de ser balbuceos míos
los que requieran su enojo.

Profeso la inevitable lealtad
de la brizna ante el huracán.

Aquí nadie se equivoca.

La patria nos reclama,
sin reclamos.

Asintamos,
asentemos con nuestro silencio
(hasta donde nos llegue)
la máxima suma
de su felicidad (46) (66).

“El miliciano” es una clara acotación sobre el silencio que se “debe” tener ante el dueño, en este caso, el comandante y podríamos agregar, ante el ídolo (supuesto dueño del saber, seguro dueño del poder) que llegó para “salvarnos”, para “salvar” a la Patria. Hace referencia a quien pareció pensar y creer que su llegada constituyó fuente imprescindible para esa salvación y ante el cual se hará mutis para no cuestionarlo, no irritarlo. Poder de salvación que sería, por naturaleza, incuestionable: “Si para que reinara la luz/fue necesaria,/no más,/su llegada,/no han de ser balbuceos míos/los que requieran su enojo”.

No dudo que para los seguidores del comandante, este poema se convertiría, en un abrir y cerrar de ojos, en “de cumplimiento inmediato”, mientras que para otros, sería de rechazo ya que  la palabra no es objeto simple, sino instrumento de trabajo, de disfrute, de contradicción, de esperanza, de libertad.

La sección titulada “Abrevadero”, que nos hace pensar, de inmediato, en un aparte que incluirá temas para pensar, para reflexionar, posee un carácter literario-filosófico, centrado en las ideas, las palabras, la tensión y distensión que existe entre ellas, también está presente, la analogía rítmica entre el mar, las olas, el cielo, las nubes, la incapacidad de las palabras para expresar a Dios, la capacidad para expresar la emoción, la pasión, el sentido, el sin sentido, el silencio, la correlación entre la certeza y la duda, el concepto de verdad,  la definición de lo que es un poema y, el cuidado que hay que tener con las palabras en estos tiempos, particularmente en nuestro país. “Abrevadero” contiene un poema que no estaba antes donde se conceptualiza lo que es un poeta contemporáneo: “Poeta contemporáneo: constructor de ruinas frescas para el gozo de los arqueólogos del porvenir” (124).

13 de diciembre de 2014

Estoy en la Librería Kalathos, -llegué como a las diez de la mañana- para asistir a la presentación del poemario Cuidados intensivos. Mi presencia allí fue, en primer lugar, para agradecer haber leído la tripa del texto de Gutiérrez P. por una cordialidad que, en realidad, no esperaba. Así hubo, en primer lugar, una necesidad personal. Por otra parte, quería escuchar al poeta leer algunos de sus poemas como se acostumbra en estos actos literarios, aún más, escuchar la opinión, el análisis que de Cuidados intensivos hubiera realizado la persona encargada que, en este caso le correspondió a Rodrigo Blanco Calderón, profesor universitario, narrador, e integrante de la Librería Lugar Común quien se encargó de la edición del libro.

Blanco C. manifestó cierta sorpresa por el poemario, sorpresa que, a mí me resultó sorpresiva.

En el texto leído por Blanco Calderón, hace referencia a los temas abordados en Cuidados: La muerte, el invierno, los viajes, la cotidianidad sufriente, el amor,... son las denominaciones con que pudiéramos identificar las atracciones que componen este parque poético cuyo tema el visitante nunca logra precisar(Prodavinci, 26/12/2014).

Esta afirmación me pareció algo extraña pues si bien Cuidados intensivos trata sobre temas variados, no está plagado de enigmas inexpugnables. Para nada. Pienso que uno de sus más notorios atractivos tiene que ver con una sencillez respetuosa del lenguaje que, más temprano que tarde, permite hilar un significado que invita al disfrute, a la reflexión.

Por otro lado, intervino el también poeta venezolano Igor Barreto para hacer un análisis más profundo de Cuidados intensivos.

Quiero destacar que los poemas de Gutiérrez Plaza están signados por cierta forma clásica que, creo que fue lo que intentó decir Barreto cuando empleó el término anacrónico para referirse a Cuidados pero es que cada poemario es cada poemario. Pienso que no es posible escribir un poema  que no lleve la marca de lo que somos o creamos ser.

Cuidados intensivos, su lectura, su análisis, me recordó en muchos aspectos a Pasado en limpio (2006) que recoge tres poemarios de Gutiérrez: la temática, el estilo, etc. Para mí, la gran novedad fue la aparición de poemas de claro tinte político. Aparte de dos de los poemas ya citados están “Ciudadanía” (63); “Hábitos ciudadanos” (64); “Dos Patrias” (67); “Memorias de una antigua amistad” (68); “Un país” (69) y “La gente invisible” (70-1). Pienso que Gutiérrez no pudo abstraerse de la terrible situación social y política que golpea a Venezuela en estos últimos quince años más cuando no se vislumbra ni el más mínimo resplandor al final del túnel que pueda indicar que el rumbo virará hacia derroteros más alentadores en beneficio del “uno” y del “todo”.

Cabe destacar que Cuidados intensivos exhibió algunos cambios, Versus fue integrada a Anteversus, así que de ocho partes pasó a siete, de tal forma que  mi cita sobre el número ocho lucirá desfasada pero ¿es que acaso nuestra vida no sufre cambios? Mientras esperaba su publicación, el poeta Gutiérrez estuvo en EEUU dando clases de literatura, se jubiló de la Universidad Simón Bolívar, por otra parte, ocurrió el fallecimiento de su señora madre (lo que explica el emotivo poema “Urgido en ti” ubicado en la página 15),  por lo tanto, no es de extrañar que hubiesen cambios que, por instantes, me hiciesen pensar que no se trataba del mismo libro.

Aparte de “Urgido en ti”, Cuidados intensivos incluyó el poema intitulado “La edad de oro” (29) que, a mi entender, es un poema político, alusivo a las “...noticias/escritas sin papel/”, basada en “...los rumores/ que se urdían en el aire/”. Queda resaltada la importancia de la escritura, del texto escrito. Esto por un lado pero, el poema parece incluir una esperanza (¿o una ironía?): “Éramos un pueblo analfabeta/que un día/como cosa inofensiva/inventó la escritura/...Cuentan que existía la memoria/y en todo hombre aguardaba un mito//”.

Para mí, Cuidados intensivos, admitirá relecturas pues creo que hay muchos aspectos que se me han escapado. Lo que sí creo poder afirmar es que se trata de un poemario que dice mucho de su autor, de su amor y respeto por las palabras y la poesía.

Nota: los números de los poemas que están en negritas corresponden a su ubicación en la versión publicada de Cuidados intensivos.


Textos citados:

Gutiérrez P., Arturo. Cuidados intensivos. Libros Lugar Común. Caracas, 2014.

Lander, A. “El camino salvador de Ana María Velázquez”. Letralia, 291. Web. 2 dic. 2013. 26 dic.2013. http://www.letralia.com/291/articulo08.htm


“Presentación del libro ‘Cuidados intensivos’, de Arturo Gutiérrez Plaza; por Rodrigo Blanco Calderón”. Prodavinci. Web. 26 dic. 2014. 31 dic. 2014. http://prodavinci.com/blogs/presentacion-del-libro-cuidados-intensivos-de-arturo-gutierrez-plaza-por-rodrigo-blanco-calderon/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Prodavinci+%28Prodavinci%29



Por Libia Kancev D.


Caracas, 31 de diciembre de 2014.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Pier Paolo Pasolini y María Callas

María Callas y Pier Paolo Pasolini en el rodaje de Medea, 1970.

Después de una rápida revisión en Internet y de percatarme que los dos siguientes textos no están (al menos no los hallé) allí, tuve la idea de publicarlos aquí pues produjeron un efecto (entre otros) en mí que todavía hoy no logro precisar: tal vez se trata de motivaciones estéticas, la de un poema escrito por Pier Paolo Pasolini (dedicado a Callas) y la de una carta, escrita por María Callas (dirigida a Pasolini).


VERBA (1970)

Esta sombra caída sobre ti, a la que escucho
hablarte a ti injustamente,
¡hace ya cuánto permanecía en sus lugares! Ahora
él (1) la ha obligado a engrandecerse  – como en los meses
en que las noches descienden semejantes a los temporales
y a través de los lugares de la vida, que son pocos
Te escogió a ti, infalible e indiferente (para nosotros que juzgamos
como niños); y sobre ti ha caído;
el efecto es que has readquirido tu lejanía
y el equilibrio se ha restablecido, el equilibrio fatal;
y así, de nuevo en su puesto cada uno -
¿Por qué produce tanta humillación saber aquello que es tan simple?
Fuiste puesta en juego por aquel Conocedor
que concede largas pausas; pero siempre al final de nuevo llama
a nuestros deberes; que no son otra cosa
que saber que él está.
Te ha maniobrado como a una de las tantas criaturas; y tú, creyéndote
libre, te arrojaste con ímpetu de otros siglos,
Con mudo ímpetu, con el paso de un marinero al encuentro del mar –
aún orgullosa de ser “una muchacha de ciudad”
y llena de la moral antigua
soberbia de generaciones y regiones
Con tanto sentido del ridículo aprendido (o confirmado) en el gran mundo
te arrojaste ingenuamente, como un impávido payaso
a su deber, endemoniado por la vocación:
no has hecho nada a medias
tus sentimientos eran verdaderos, grandes sentimientos: era el momento
en que él nos deja libres
completamente libres
¡No se trata de Dios! (Nota de Pasolini).


Carta a Pier Paolo Pasolini (Julio, 1972)

Recibí el libro luego tu querida carta. Me siento triste por ti – pero contenta de que te has confiado conmigo. Querido amigo –me siento triste que no puedo estar cerca en estos momentos difíciles para ti – como lo has estado tú frecuentemente conmigo.
Sabes bien que en el fondo aún cuando te causo dolor con esta predicucha pequeña – la realidad es aquella que debes afrontar pero no puedes porque no quieres.
Lo lograrás – lo logré yo – mujer con tanta sensibilidad – con todo he entendido que solo en nosotros podemos basarnos. Si ay de mí – no me tomes el pelo - es triste también y sobre todo para mí decirlo – en los otros uno no se puede confiar por mucho tiempo. Es ley de la naturaleza que ocurriría así. Si te acuerdas en Grado (2) en el automóvil se hablaba y con Ninetto de amor qué sé yo. Dentro de mí – mis antenas tú dices – me lo decían cuando Ninetto decía que no se enamoraría nunca – sabía que decía cosas que era demasiado joven para entender. Y tú en el fondo, hombre tan inteligente, lo debías saber, en su lugar te aferrabas también tú a un sueño hecho por ti solo… Te saludo como siempre muy queridamente,

Tú María
(2): Grado: Municipio italiano



Publicado por Libia Kancev

Caracas, 28 de diciembre de 2014.


Texto citado:

Callas/Pasolini”. Encuadre. Revista de cine. Número 57. Concejo Nacional  de la Cultura. Sep. – Octubre, 1995. Págs. 20-1.

viernes, 26 de diciembre de 2014

PRIMER CAPÍTULO: Un regalo de Navidad

Mujer tocando la guitarra. Vermeer, 1672.
"Cerrar los ojos y taparse los oídos no va a hacer que el tiempo se detenga" H.M.


Un regalo de Navidad

Hoy supe, con seguridad, que el Centro Lido está en Chacaíto y que el Centro Polo está en Bello Monte. Por éste último había pasado muchísimas veces, desde afuera veía un espacio para estar, para tomar y beber algo pero, no sabía que era el Centro Polo.

La adquisición del conocimiento anterior fue producto de mi desconocimiento habitual para ubicarme geográficamente y no fue al azar sino que significó ir a una cita, retrasada, desde La Candelaria hasta Chacaíto y luego devolverme hasta Bello Monte. El taxista, exento de cualquier sentimiento navideño y más aún cristiano, se molestó mucho y aumentó, sin escrúpulos, el costo de la carrera. No tenía nada que ver que hoy fuera 26 de diciembre ni tampoco con la existencia de la Ley Orgánica de Precios Justos.

La cita, la invitación, era para un café, conversarnos un café como escribió alguna vez García Márquez. Yo no tenía ningún plan previo para el diálogo, aún así, tenía cosas que preguntar a mi interlocutora de quien siempre pensé que sabía muchas “cosas de la vida”.

Casi una hora después del hecho narrado en el marco de la ficción absoluta, vi un teléfono celular, bastante viejo. No creo haber visto antes un celular tan antiguo como ese. Mi interlocutora lo había sacado de su cartera y lo sostenía en sus manos como un objeto muy preciado, casi con devoción, diría yo. Escuché cuál era el problema actual que tenía en su funcionamiento y las dificultades que le generaba escribir con él. Fue una experiencia extraña: es cuando lo material, por poco valor que tenga, se integra a nuestra vida, a nuestra espiritualidad y por nada quisiéramos desprendernos de él. Me explicó que la falla no tenía arreglo y, sin más, como entristecida, lo arrojó (paradójicamente) a su cartera. No saben cómo deseé en ese momento tener el poder para arreglarle el celular y que no tuviese que adquirir uno nuevo como probablemente tendría que hacerlo. Para nada se trataba de un problema de dinero, era que “quería a ese celular”. Mientras la escuchaba, imaginaba lo que le costaría acostumbrarse a un teléfono “inteligente”, táctil, etc. pero no dudé que lo haría. Olvidé aconsejarle que se comprara uno con una pantalla más grande, que sería más apropiado para ella…Lo anterior me trajo a la memoria el relato La Tienda de Muñecos de nuestro excelente cuentista Julio Garmendia y la primera frase que lo inicia “No tengo suficiente filosofía para remontarme a las especulaciones elevadas del pensamiento”.

Mi interlocutora, como opto por llamarla, era una mujer mayor. No sé de dónde saco la idea de que siempre me pareció una mujer triste a pesar de la inmensa serenidad que me irradiaba. Hablando de rayos, que no de centellas, hacía unos meses que la habían operado de cataratas, es decir, de la opacidad del cristalino que se va formado a través de los años. Estuve pendiente de cómo había salido de esta operación. No por gentileza ni mucho menos sino porque en verdad me importaba ella, su salud, su bienestar. Pienso que los lentes intraoculares que le colocaron estaban en perfecto estado y que era el iris, ese músculo encargado de aumentar o disminuir, disminuir o aumentar el espacio para el paso de la luz el que no había estado a la altura pues ahora la veía con lentes oscuros, seguro la luz del día la incomodaba y los lentes oscuros disminuían esa molestísima sensación de sentir como si tuviéramos una lámpara encendida frente a nuestro rostro.

Me ofrecí a ir a pedir dos cafés: un “con leche” y “un marrón” pero mi interlocutora insistió en ir conmigo, así, regresamos a nuestros asientos para que la conversa se iniciara. El comienzo, por mi parte, fue poco acertado: la política y luego caí, sin obstáculos, en la profundidad de mí misma. Ella, a ratos,  hablaba, comentaba.

Hice un esfuerzo que creo que no fue suficiente por escuchar a mi interlocutora. No entendí como aquella mujer tan tranquila podía tener unas microulceraciones crónicas en el duodeno (todo controlado, aclaró). Pensé, en ese justo instante que, “la procesión se lleva por dentro” porque este tipo de patología gastroduodenal es típica de personas muy angustiadas y ansiosas. Por supuesto que siempre hay excepciones. Lo del dolor en las rodillas no era de extrañar pues los años no pasan en vano.

Fue difícil, en realidad no lo logré, no caer en temas que, para ambas no eran más que lugares comunes, lo común de lo que para mí era medular, para ella, situaciones y temas que desde hacía mucho debían estar literalmente enterrados y que, de seguro, le fastidiaban un montón.

En menos de dos minutos, mi interlocutora se había tomado su con leche. Me sorprendió. Recuerdo haber pensado que ella tendría frío y que el café fue un intento de calentarse el cuerpo. Yo, en cambio, cuando tomo un café y converso con alguien, bebo el último trago ya casi para despedirme, nunca antes. No se trata de algo planeado, es algo que me sucede y punto.

Hubo un tema que me hubiera gustado más precisar y era el de la edad, ¿qué edad pensaba ella que yo tenía? Hablando de las diferentes formas de ver y sentir la Navidad y el Año Nuevo, afirmaba que la visión sobre las mismas variaba con la edad, de tal manera que no era lo mismo para un niño, un joven y un anciano. A su vez precisaba que era importante “crear” el ambiente navideño cuando había niños: el nacimiento (recordó el valor del hecho histórico); el árbol de Navidad y los regalos a sus pies, etc. También aseguraba que cuando ya se era “mayor” estas cosas perdían importancia y uno podía no vestirse para la ocasión, podíamos quedarnos viendo una película, evitar el uso de zapatos de tacón alto, etc.

Toda esta explicación me hizo preguntarme ¿qué edad creía ella que yo tenía? ¿Dónde me situaba en el estrato de la vida generacional de los seres humanos? Vida que no es ningún círculo como dicen muchos. Geométricamente identifico más a la vida con una línea, para nada recta, sino más caracterizada por los vaivenes, como si fuera un sube y baja o un tobogán. Línea sinuosa, así es la vida.

Hoy me di cuenta que jamás entendí a mi interlocutora. Sus afirmaciones sobre la vida, en los aspectos más centrales. Parecía que, al final nada tenía importancia. La vida sería, entonces, una línea sinuosa en donde las cosas pasaban y no pasaban y todo era igual. Que pasen o no pasen así es la vida y no debemos hacer más que aceptarlo.

No había transcurrido más de una hora y mi interlocutora empezó a mirar su reloj. Me di cuenta y una gota, una pequeñísima gota de tristeza se añadió al Salto Ángel. Debo aclarar mi absoluto desconocimiento de eso que era citarse con alguien para conversar y, menos un 26 de diciembre en vísperas de fin de un año e inicios de otro, momentos que siempre implican esperanzas, las que dan un volver a comenzar, sinónimo de hacer las cosas mejor: optimizar nuestras relaciones humanas, ser más solidarios, planear viajes, en fin, hacer las cosas mejor que el año anterior.

Hablé de mi cría, como decía mi papá para referirse a sus hijos cuando hablaba con alguien. Siempre eso me llamó la atención. “La cría está bien”, decía.

Hablé de la importancia de la pasión en la vida. De mi familia, de mi gran familia (en todos los sentidos posibles). Hablé de las similitudes y de las diferencias (a veces divergencias que, por definición no llevarían a puntos de contacto).

Al final, vi irse a mi interlocutora (hubiera querido preguntarle cuántos años creía que tenía, si creía que yo tenía derecho a ser feliz o si para mí ya no había …). La acompañé hasta su carro y me quedé pensando si realmente nos habíamos conversado un café, si lo habíamos hecho con cariño, con eso que podemos llamar "sincera estimación". Lo que sí es cierto es que cuando me animó a un beso de despedida, le di un abrazo que hubiera querido más fuerte y prolongado.  Hubiera querido quedarme allí más tiempo y tomar un poco su forma de ver la vida que parecía tan extraordinariamente simple.

No tuve tiempo de decirle a mi interlocutora que me sentía como una niña y que, apenas recientemente había hecho consciente que mi cuerpo no me acompañaba en ese sentir. Hace muy poco tiempo. Que cómo era posible que ella me hablase como si el tiempo se había esfumado para mí: me vi en la mecedora.


Escrito por Libia Kancev D.


Caracas, 26 de diciembre de 2014.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Piel de cocodrilo, caparazón de tortuga y vaselina


Iba camino a la Bolívar. No fui en el bus, ni en taxi, dudo que haya sido a pie y, de seguro, no fui en mi carro por razones que aquí no interesan pero que pesan hierro. Expondría el proyecto de un trabajo del que no estaba muy convencida. Más que convencida, no me producía pasión y eso, en mí, no era nada bueno.

La mujer joven, de cabellos cortos y claros argumentó abierta y duramente el por qué mi trabajo no servía. No tuvo escrúpulos ni cortesías. Al cabo me di cuenta que ni siquiera yo había abierto la boca para explicar de qué se trataba pero, ya no era necesario porque sus palabras, aderezadas con un toque justo de violencia -¿era justa la violencia?- hicieron su trabajo. Nunca antes la había visto. Ignoraba su nombre y qué hacía en esa universidad que aún conservaba su prestigio en este país donde la disyuntiva de hacer tu vida o hacer la cola era una realidad brutal.

Salí de allí directo a mi cama de donde aún no me levantaba ni estaba en mis planes (en verdad no tenía ninguno) hacerlo y recordé el sueño.
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Con afán, cortaba, sobre una tabla impecablemente limpia, una hierba que no preciso si era cilantro, ajo porro o cebollín. Cortaba y cortaba como si de ello dependiera una vida. Ese corte al que llaman “Juliana”. Todo ello en CMIC, siglas de las que no entraré en detalle.

De pronto llegó una joven. Me habló como si me conociera desde hace mucho pero, más que a ella a su hermana. Algo me resultaba familiar. A esa hermana le había hablado,  muchas veces, sobre los métodos anticonceptivos. Aún así, salió embarazada a los diecisiete. Cuando no nos apropiamos del conocimiento…  Parió una niña cuyo futuro era una incógnita para mí. Hacía mucho tiempo que no la veía. La recién llegada entró a CMIC. Yo seguía picando el cebollín, sí, era cebollín, ¡mejor no!, era perejil. Al rato, la joven salió vestida  de enfermera como si trabajará allí. Me quedé mirándola, sin entender, sin entender que no entendía la vida, como en la mañana cuando estuve en la Simón y mi proyecto  se convirtió en mortinato.

Aunque había citado unas palabras, un pensamiento dicho por Humberto que, según afirmó procedía de su extinta abuela guaiqueríe, eso de vestirse con piel de cocodrilo, caparazón de tortuga y luego untarse extensamente vaselina para “soportar” la vida, más que para mí, quise convertirlo en un obsequió para quienes pensé les serviría para vivir su vida.

Más había retumbado en mis oídos, las otras palabras de su abuela india: La tristeza es un espíritu maligno que se acaba cuando nos seca. No era que me gustase la frase, que me diese nota ni mucho menos, sólo me impactó porque me expresaba a la perfección.
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Nunca aprendí a bordar con una aguja. ¡Mucho menos con dos!



Escrito por Libia Kancev D.

Caracas, 07 de diciembre de 2014.