viernes, 29 de julio de 2011

SIMPLEMENTE POESÍA



ME DUELES

Mansamente, insoportablemente, me dueles. 
Toma mi cabeza. Córtame el cuello. 
Nada queda de mí después de este amor. 

Entre los escombros de mi alma, búscame, 
escúchame. 
En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama, 
pide tu asombro, tu iluminado silencio. 

Atravesando muros, atmósferas, edades, 
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto) 
viene desde la muerte, desde antes 
del primer día que despertara al mundo. 

¡Qué claridad de rostro, qué ternura 
de luz ensimismada, 
qué dibujo de miel sobre hojas de agua! 

Amo tus ojos, amo, amo tus ojos. 
Soy como el hijo de tus ojos, 
como una gota de tus ojos soy. 
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme, 
del suelo, de la sombra que pisas, 
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños. 
Levántame. Porque he caído de tus manos 
y quiero vivir, vivir, vivir.

Jaime Sabines






EL AMOR NUEVO




Todo amor nuevo que aparece
nos ilumina la existencia,
nos la perfuma y enflorece.


En la más densa oscuridad
toda mujer es refulgencia
y todo amor es claridad.
Para curar la pertinaz
pena, en las almas escondidas,
un nuevo amor es eficaz;
porque se posa en nuestro mal
sin lastimar nunca la herida,
como un destello en un cristal.


Como un ensueño en una cuna,
como se posa en la ruina
la piedad del rayo de la luna.
como un encanto en un hastío,
como en la punta de una espina
una gotita de rocío...


¿Qué también sabe hacer sufrir?
¿Qué también sabe hacer llorar?
¿Qué también sabe hacer morir?


-Es que tú no supiste amar.




                                                                               Amado Nervo










Caracas, 28 de julio de 2011.

domingo, 24 de julio de 2011

CUATRO RELATOS CORTOS


Un vaso medio vacío de vino es también un vaso medio lleno, pero una mentira a medias, de ningún modo es una media verdad.
Jean Cocteau













LA  PESCA DE LANGOSTAS                                                                                                                             

Un sueño


La pesca de langostas tiene un sentido erótico.
Hace muchos años, durante el mes donde la pesca de langostas alcanzó el máximo nivel mundial hasta ahora conocido, sucedió la siguiente historia.

Era  una zona desértica. Parecía que el Sol estaba inmóvil. El calor era abrumador. Había un hombre joven, moreno, de cabellos negros que dominaba el arte amatorio en forma magistral. Había conquistado el amor de una hermosa joven que a su vez amaba, delirantemente, a otro con quien estaba prometida para casarse desde niña. El hombre moreno conquistó su amor y nadie sabe cómo fue. Pero lo cierto era que lo había logrado. Él también la amaba y esa conquista, en particular, lo encumbró emocionalmente hablando. Resulta que él tenía una conexión especial con las langostas aunque nunca en su vida había visto ni comido ninguna. Una noche, otro hombre, en pleno desierto lo convenció de ir al mar y ver, con sus propios ojos, las langostas.

El hombre moreno sintió miedo. Miedo jamás percibido y mucho menos imaginado.  No quería entrar en ningún mar pero se convenció o se dejó convencer.

Anduvieron muchísimas leguas y por fin llegaron al Mediterráneo.

Acompañado de Jacinto entró al mar. Inicialmente la imagen fue magistral. No sólo por la calidad y calidez del azul del agua sino por la cantidad de langostas que pudo ver. En eso pudimos darnos cuenta, sin posibilidad de duda, que Jacinto tuvo un contacto visual y malévolo con las langostas. El hombre moreno lo percibió. En ese mismo instante, Jacinto fue ascendiendo hasta la superficie y ya no supimos más de él. El hombre moreno se quedó paralizado. Supo que había llegado su hora. Para algunos sería una buena hora para otros una mala. Las langostas lo rodearon y ya no pudimos ver ni un milímetro de su cuerpo. Una gran mancha roja surcó el Mediterráneo.

LAS PREGUNTAS INCORRECTAS

¡No hagas preguntas incorrectas!

Esta afirmación en negación me causó sorpresa. ¿¡Cómo era posible que hubiese preguntas incorrectas!? Pensé, muy velozmente, que lo que podría haber eran respuestas incorrectas. Incorrectas en su contenido, incorrectas en su enunciación, incorrectas porque no expresasen la verdad, con toda la relatividad o subjetividad de tal palabra.

Cuando quise saber a qué se refería quien hablaba así, con tanta seguridad, persona que no acostumbraba a decir tonterías, pronto vino la respuesta bañada de certeza: las preguntas incorrectas son aquellas que no tienen respuestas. Eso fue lo que creí entender. No puedo evitar una autocrítica, la de asumir, en su  literalidad, las palabras. 

Es decir, hay preguntas, incluso las llamadas grandes preguntas de la vida, cuyas respuestas pueden ser muy disímiles y válidas para cada quien.  Las mismas están confinadas al ámbito –podríamos decir- filosófico, sociológico, antropológico, religioso, político, etc. Quiero citar aquí, la explicación que me amplía quien motivó este relato:


“preguntarse si Dios existe, es una pregunta que tiene sentido en tanto que sólo se responde con una elaboración personal, teórica, sin posibilidad de pruebas convincentes. La respuesta viene de la fe. No puede decirse que es una pregunta incorrecta. Se formula para tratar de dar cuenta de algo que nos sobrepasa como lo hicieron los primitivos cuando tuvieron que inventar algo para dar cuenta del poder de la naturaleza, de los misterios de la vida.”

Más temprano que tarde, las aguas se decantan para insistir en esto de las preguntas incorrectas. Intentar una definición: las preguntas incorrectas serían aquellas que pertenecen, en exclusividad a una o varias personas que por variopintas razones no están dispuestas a darlas a conocer.

Viva la libertad de expresión y la de no expresión también.

La formulación de interrogantes incorrectas, basada en la definición anterior, tiene sus bemoles. En especial, cuando se formulan bajo el manto de la necesidad. No de la necesidad fisiológica, de suprema importancia, como sabemos, a pesar del matiz de vulgaridad que puedan recubrirlas, inherentes a las llamadas miserias humanas.
Me refiero a la necesidad espiritual o emocional. El hecho de poner en la palestra preguntas que ahora sabemos incorrectas –importantísimo haberlo sabido antes- signadas por esa necesidad espiritual de que les hablo implica un gran consumo de energía tanto física como mental que, a la postre, nos desgastan, nos consumen.

Cito, otra vez, a la experiencia: “…preguntarse algo cuya respuesta cierta, o medio cierta, sólo viene de otro semejante, porque aunque te rompas la cabeza no vas a dar con una respuesta satisfactoria, que lo calme a uno, es perder el tiempo. Los procesos del pensar, la emoción involucrada, para quedar en blanco, sin saber qué es lo que el otro semejante pensaba o sentía…Y si se le dirige la pregunta directamente a ese semejante y no responde, ¿qué se puede hacer?...Ni la tortura te revela la verdad…”

Recuerdo ahora a Jaques Lacan. Sólo extinto biológicamente pues su enseñanza perdura por los años de los años… Lo cierto es que Lacan decía que quien hace una pregunta usualmente ya sabe la respuesta. Desconozco si lo dijo así tal cual lo escribo. Desconozco, a su vez, la intención que tuvo al decirlo.
Se me ocurre elucubrar al respecto:

Si A hace una pregunta a B, teniendo A la respuesta, eso implica que A sólo busca una reafirmación de su saber; o quiere saber si B realmente sabe. Si A sabe que B no sabe, ¿se tratará de que busca poner en evidencia su ignorancia?

Si A formula una interrogante (cuya respuesta auténticamente desconoce) a B (A presume que si alguien puede saber la respuesta es B porque fue actor en los hechos, porque estuvo directamente involucrado, etc.) pero B responde que no sabe (puede ser que sepa y no lo sabe o que no sabe, en realidad) o que no quiere responder. Es aquí, en este último punto donde nada podemos hacer. Cuando la voluntad de B entra en juego: sabe pero no desea responder, o no se atreve, o no tiene valor,  o le resulta absolutamente indiferente responder a la interrogante de A.

Las tres líneas anteriores quedan más que validadas por la cita anterior.

Al planteamiento de la existencia de interrogantes incorrectas hay que agregar que no siempre saber la verdad puede ser beneficioso.

Gasto de energía –en una época donde el excesivo consumo eléctrico está penalizado en metálico- más la opción real de que escuchar la respuesta verdadera traiga efectos deletéreos, deberían hacernos reflexionar: hay circunstancias en la vida en que lo mejor es dejar correr. Agua que no has de beber... Si llegaste a tener y tragar un poco de esa agua en tú boca: primero escupe todo lo que puedas; realiza mucho ejercicio físico para así agilizar a través de la transpiración un proceso de purificación; toma ingentes cantidades de agua con la misma finalidad anterior; lee para elevar tú espíritu. De resto: sigue con tú rutina diaria. La esperanza es que aprendas a dejar de formular respuestas incorrectas.

Es importante aclarar que tales recomendaciones no tienen nada que ver con un manual de autoayuda, considerada ésta, como leí en estos días, pariente bastarda (¿o lejana?) de la filosofía.

MELANCOLÍA

El acto de despertar, así como su opuesto, el de quedarse dormido, no es nada sencillo. Si existe alguna duda al respecto, sólo hay que recurrir a algún manual de fisiología para constatar el hecho aquí asegurado.

Para más señas, también se pudiera interrogar a algún anestesiólogo que aclare lo que afirmo antes. No es casual que el mayor índice de suicidios entre los médicos esté en el área de la anestesiología.

Esta mañana me desperté pero sentía que seguía en la oscuridad. Para no ser tan dramática, diré que seguía en tinieblas.

No era que la luz del Sol no hubiera penetrado en mi cuarto. No se trataba de que necesitara encender alguna luz para ver dónde estaban mis cholas de andar en casa, no era que no veía la retahíla de libros que tenía en mi mesa de noche, algunos desparramados en el piso por acción de la pequeña gata que tenemos en casa. No.
La oscuridad o la parte final de su claroscuro yacían dentro de mí.

HISTORIA DE PAREJAS

Era domingo. Hacia las dos de la tarde. Un amplio café-restaurante en Chacaíto fue el lugar de encuentro. El lugar estaba casi vacío. No hacia ni frío ni calor. Dos mujeres que realmente llevaban poco tiempo tratándose pero que se conocían de “vista” desde hacía más de veinte años. La primera, a quien llamaremos Y le contó a la segunda, a quien llamaremos X, la siguiente historia que presentaremos aquí como una especie de relato literario. Adelantamos algo: Y le dijo a X:

Roberto (a quien X había conocido mucho antes que a Y)  es un monstruo, está enfermo.

X se sorprendió por tal afirmación pero decidió escuchar antes de formular algún comentario si es que lo creyera conveniente. Sabía de oídas que Roberto e Y  se habían divorciado.

"Un hombre invitó a su mujer a almorzar. Era el cumpleaños de ella"

Ella se mostró muy sorprendida pues él nunca lo recordaba alegando mala memoria para las fechas, además, era un hombre sumamente pichirre.

Ella tuvo sus dudas pero las disipó cual rayo veloz pensando que quizá, la torcida ruta de su matrimonio por fin se encaminaba hacia la felicidad.

Te espero a las doce y media en la esquina de Amor a Impostura –dijo él con suavidad.

Ella, por un momento se distrajo pensando que por esa esquina no le sonaba que existiera ningún restaurante que valiera la pena para un festejo, aún así se animó a pensar que habría alguno recién inaugurado.

Ella pasó por alto que él no le ofreciese irla a buscar a su trabajo. Él era el que utilizaba el único carro que tenían. Los cambios no pueden ser tan bruscos –se dijo para sí misma.

Almorzaron en el Mac Donald de la esquina de Amor a Impostura. Hicieron una cola de media hora. En realidad la hizo ella pues él tuvo necesidad de ir al baño a pesar de que cuando ella se asomó para ver si él venía de regreso lo vio hablando con una linda joven muy entusiasmado. Ella tuvo que pagar el consumo pues la tarjeta de débito de él salió negada en tres ocasiones.

Ahora son ex esposos.

Al final se trató de una historia patética, plagada de mentiras pero que sirvió a una táctica vil ante una ingenuidad incompatible en pleno siglo XXI.



Caracas, 23 de julio de 2011. 











jueves, 21 de julio de 2011

2005 en 2011


















"¿Para qué escribir lo que nunca será leído? Esta pregunta, que nunca llegué a plantearme sino hasta hace unos días pues, lo prioritario era lograr el alivio, aliviar la angustia, aunque fuese temporalmente, resulta que me aprisiona ahora. Si nadie ha leído lo que he escrito, esos momentos de crisis, nunca existieron. Yo tampoco."

"He estado triste desde esta mañana. Ah, me dije. Es que el cielo amaneció nublado y una lluvia tenue cae persistentemente. Ahora, el cielo luce más despejado, ha dejado de llover. Sigo triste."

"Leo a Bolaño. Su última novela publicada post mortem. Seguramente que debe andar molesto ya que pidió se publicara la misma en cinco partes (una por año) a fin de garantizar cierto bienestar económico para sus dos hijos. Pero Herralde y Anagrama se la publicaron completa. ¿Qué habrá sido de aquella frase (especie de compromiso de honor) de ¿respetar el deseo de los muertos o será que se trata sólo de respetar el último deseo de los muertos? ¡Le hicieron una jugarreta a Bolaño! Tal vez, este deseo no fue el último, tal vez el penúltimo o el antepenúltimo. ¡Las sutilezas del lenguaje! Al final pareciera no tratarse de las palabras, sino del sentido de las palabras."

"Creo que debo revisar mi concepto de la amistad. Nadie parece entenderlo. Así, cómo podré tener amigos si ni siquiera podemos llegar a un acuerdo de qué se trata."

"Puedo afirmar, sin lugar a dudas que, me gustan los libros de Saramago. Algunos enigmas he podido encontrar  pero ello no implica incomodidad alguna. En "El año de la muerte de Ricardo Reis", Saramago hace mención sobre el hecho de que las palmeras no son árboles. Eso creí entender. Pero resulta que sí (como me parecía obvio), las palmeras son árboles. Me remito al Larousse: palmera: árbol de la familia de las palmas, de tronco alto y cilíndrico, cuyo fruto son los dátiles. ¿Qué curioso?, siempre me han gustado los dátiles aunque no son fáciles de conseguir y tienen su costo. Lo que quiero decir es que no sabía que fueran fruto de palmeras. Ignoro si de todas las palmas, supongo que no, si no, no existiera en éste mismo diccionario la palabra datilera que significa: “dícese de la palma (¿un tipo de ellas?) que produce los dátiles". Por cierto, está claro que, a veces lo obvio nos revienta, literalmente, en la cara. Mientras leía éste libro nunca pensé que Ricardo Reis moría o que se iba a la tumba con Pessoa. Definitivamente no somos tan liberales para dejar que los heterónimos tengan su destino propio. ¿A qué destino me refiero?".

"24 horas después: releo las líneas donde Saramago habla de que las palmeras no son árboles. Me percato que no es tan sencillo. Se expande para mencionar la ignorancia de los hombres. La dificultad para  aceptar lo que verdaderamente no saben, su indiferencia en la búsqueda de la verdad, en creer en lo afirmado por otros sin más ni más"

 "Todos llevamos máscaras de alguna u otra manera. Hay unas que aprisionan y que no permiten ser lo que uno es con máscara y todo (no se trata de una paradoja) Llevadas tanto en público como en privado tienen efecto mutilador y negador de la vida."

"Una vez me dijeron: te quiero demasiado para poder contemplarte."

"No hay que esperar nunca, hay que vivir."

"Muchas veces mi mente queda encendida en la oscuridad."                        

"A veces me siento como un barco a la deriva en altamar, bajo una intensa tormenta, una singladura sin rumbo cierto. Por un lado, intento asir el timón para evitar que siga girando desordenadamente, que no se derrame el cubo de agua con que minutos antes limpiaba. Les doy Dramamine a mis seres queridos para que nadie se maree, en fin, para que ninguno se percate del peligro que corremos, que todos seamos felices pero, en especial, ellos, mis seres queridos."

"Llega el hijo del colegio. Le doy un abrazo y lo percibo cálido. ¿Cómo te fue hoy? Responde que “aburrido” pero "bien", como si fuese las únicas respuestas posibles. Intento penetrar un poco más en su mundo. ¿Y tus amigos? Su respuesta es otra interrogante: ¿a quién te refieres? Bueno,  a tus compañeros, -le digo. Ah, Augusto dijo hoy malas palabras, hoy fue el día de las malas palabras de Augusto -responde ¿Y qué dijo?, - agrego. Bueno...Augusto le dijo a Karina, porque se puso bravo porque perdió en un juego, "te odio".

"Oscar Amalfitano es el protagonista del segundo capítulo de la novela 2666, última de Bolaño. Amalfitano es chileno. Profesor de filosofía de la Universidad de Santa Teresa en Sonora, México. Así, de entrada, pienso que Amalfitano es un hombre triste. Ya, en el primer capítulo, es mencionado como anfitrión de tres profesores y críticos literarios (un francés, un español y una inglesa) que llegaron a México buscando a un hombre que consideraban el mejor escritor alemán del siglo XX al cual, sin embargo, nunca habían visto y andaban tras su pista. Se supone que Amalfitano también es un experto conocedor de la literatura del mentado y misterioso escritor pero, a diferencia de los viajeros, no lo considera tan extraordinario y así se los hace saber. En su paso por el primer capítulo, Amalfitano se relaciona bien con los críticos aunque a estos les pareció, inicialmente, un hombre fracasado pues había estado enseñando en universidades europeas para luego terminar en Sonora. No obstante, tuvieron una buena relación. En dicho capítulo, se describe una escena en la cual Amalfitano invita a almorzar a su casa al francés y al español y que estos, mientras esperan la comida van hacia el patio trasero de la casa de Amalfitano y encuentran un libro colgado en el tendedero de ropa, titulado "Testamento geométrico" de un autor español, gallego para más señas llamado Rafael Dieste.  Amalfitano observa la escena a través de la ventana de la cocina. Aquí, en ese preciso instante, Amalfitano está triste. Parece una escena descrita al voleo sin mayor significación pero que a mí, particularmente, me llama la atención. Algo importante enlaza a Amalfitano con el Testamento geométrico de Dieste."

"Me topo con la horma de mi zapato”. Experiencia vivida hace tantos años.
Aquí las lágrimas brotan sin dificultad y pide ayuda sin resquemores. Yo, en cambio, surgí híbrida. Un híbrido desigual: niña-mujer. En la búsqueda de ayuda también se denota el conflicto: la niña que siente que nadie la quiere, que todos la olvidaron, que pasó su infancia recostada sobre una pared. Me pregunto, ¿cómo subvertir el orden establecido? ¿Cómo ser adulta para hallar el camino de la madurez?”

"Como contrapartida me prestaron un libro de Paul Auster, La noche del oráculo. Lo leí en un día. Pasé por varias impresiones: primero que podía clasificarse como un libro de autoayuda, los cuales no me resultan atractivos. Luego, la trama fue adquiriendo mayor peso. Usa el estilo de la narración dentro de la narración y aquí, pudiéramos decir, hay un punto de coincidencia con Bolaño. Nada más un punto de coincidencia, de intersección. Bolaño sigue siendo mucho mejor."


"A veces...en verdad, con frecuencia, me siento como una sombra sin asidero."

"Pienso en la realidad, en lo difícil que es conceptuarla, aunque sepamos  que puede clasificarse en  material y en  psíquica. Lo psíquico lo invade todo como un mal incontrolable causando una explosión de la realidad."


"Falta poco para que termine 2666. Habrá quien piense que leer implica un acto de relajación, de distracción. No obstante, esta novela me llena de tensión, no sólo porque siento que leo una obra maestra. Bolaño, escribe con la consciencia de una muerte segura, ¿quién no tiene una muerte segura? Sólo que al no pensar en ello creemos que el tiempo es infinito. Él escribía con la certeza de que el suyo era corto y buscaba cierta paz, aunque el dolor de saber que no volvería a tener un libro entre sus manos, que no se pasaría horas en una librería, lo abrumaba."

"Exclusividad: alguien me preguntó: ¿qué te ha parecido El Código de Da Vinci? Respondí que no lo había leído. ¡Qué extraño...! si es uno de los más leídos en la actualidad –insistió mi interlocutor.  ¡Exactamente!, por eso no lo he leído -añadí"

"En la carretera, yendo hacia Caracas procedente de Cumaná, un joven vendía unos periquitos y unos loritos reales. No recordaba haber visto nunca a éstos últimos. Estaban muy pequeñitos y lucían indefensos. Mis hijos se empeñaron en que querían un periquito. Después de tanto insistir, se los compré. Resultó una lorita a la que llamaron Conchita. Hasta ahí. Conchita vive metida en la casita para anidar que hay en la jaula. Le hace compañía a Zuly, una periquita que ya lleva con nosotros ocho años. Esto de que le hace compañía es muy relativo porque creo que no se llevan bien. Es como si Conchi le reclamara a Zuly su sumisión a nosotros, a nuestras reglas. Conchi, no sé cómo, se ha salido de la jaula dos veces, está agresiva y su pico se ve maltratado. Esta mañana la observé un rato y pensé que me miraba a mí misma."


Caracas, 20 de julio de 2011.


domingo, 17 de julio de 2011

EN HONOR A GÉRARD DE NERVAL. UNA VERSIÓN DEL MONSTRUO VERDE





                                                                                                                                                                                                         

Gérard de Nerval : nombre utilizado por el más esencialmente romántico de los poetas franceses. También fue ensayista y traductor. Su verdadero nombre: Gérard Labrunie (22/5/1.808 - 26/1/1.855).

En 1.849 escribió El Monstruo Verde.


La existencia del monstruo verde es una realidad o, al menos, lo fue. Hace ya incontables años que, estando de vacaciones en el sureste de Francia, como regalo de mis padres por haber concluido satisfactoriamente mis estudios de medicina, fui llamada para atender un parto. Estaba en la población de Vauvert. Mis conocimientos del francés eran muy precarios, no obstante, la joven mujer que me hacía señas y más que señas, me halaba por el brazo para que me dirigiera a una cabaña cercana, me resultaba muy obvio.


Llegamos a la cabaña. En lo que vendría a ser la sala había unas cuantas señoras mayores y un hombre cuarentón vestido de policía que lucía aterrado. Debe ser el padre imaginé. Acostada en un sofá  y mordiendo un pequeño cojín estaba una mujer espelucada, sudorosa. Se hallaba en esa posición típica que asumen todas las mujeres que van a parir. Al acercarme más vi la cabeza del bebé entre las piernas de la mujer. Me dispuse a ayudar a traerlo al mundo. El procedimiento fue rápido. Mi asombro todavía persiste hoy.


El "bebé" tenía dos pequeños cachos emergiendo de las regiones parietales. El color de su piel era verde oscuro y tenía una prolongación que emergía del sacro que no podía definir más que como una cola. Corté el cordón umbilical y lo até con un hilo que alguien me tiró. Se trataba del conocido hilo dental, marca Colgate para más señas. Después de percatarme que tanto la madre como su hijo estaban bien salí de esa casa sin ni siquiera mirar atrás.


Cien años después supe que en París había un habitante común y que, incluso había una frase que hacía no tanto referencia a su existencia sino que significaba un poco como un “váyase al carajo”, “váyase a Vauvert” Se trataba del diablo de Vauvert.


Cuando me enteré de lo anterior supe que las características de tal diablo eran absolutamente similares a las del niño que yo había ayudado a traer al mundo. Ah, entonces era el diablo o al menos uno de tantos diablos que pienso debe existir en el mundo.


Mis investigaciones me llevaron a conocer que durante diversas épocas el llamado diablo de Vauvert había hecho de las suyas. Durante un tiempo vivió en el llamado Castillo de Vauvert. Dicho castillo había sido demolido  en parte y lo que quedó se transformó en una dependencia de un monasterio cartujo que estaba muy cercano al castillo. Supe que allí había muerto Juan de la Luna, sobrino del antipapa Benedicto III posterior a haber mantenido relaciones íntimas con Vauvert. No obstante, esto no se aclaró en mayor medida. El tema resultaba muy escabroso. Sólo se trató de echar el rumor a rodar y que luego cada quien procediera a darle la interpretación que le viniera en gana.


A Juan de la Luna no llegué a conocerlo en persona pero si escuché una canción relativa a él. Una linda canción infantil, escrita por Adrien Pagès y publicada en “Le livre de Musiqué” por Claude Auge en el año de 1.916.
Si Juan tuvo inclinaciones extrañas eso nunca lo sabremos pero lo cierto es que la letra de la canción es hermosa y para nada hace suponer que su protagonista haya estado involucrado en los hechos de que se le acusó  posterior a su muerte y cuando ya no tenía ninguna posibilidad de defenderse.


De ser posible, consignaré en este relato la letra de la canción para quien tenga niños pequeños y además la costumbre de cantarles algo antes de dormir. Aunque esta sea francesa no debemos olvidar que estamos en la época de la globalización y cualquier conducta xenófoba adquiriría tintes irracionales.


Durante la época de Luis XIII, el diablo Vauvert dio que hablar pero las informaciones que pude obtener eran tan confusas y contradictorias que sólo me remitiré a hacer mención que durante ese tiempo Vauvert se hizo presente y no con pocas diabluras.


Hace unos cuantos meses, estando yo de compras en el mercado de Guaicaipuro –no tuve más alternativa, puesto que todo lo que tenga que ver con comprar alimentos y cocinarlos constituye para mí un auténtico martirio- me topé con una anciana cuyo rostro me pareció conocido. La mujer me sonrió y me habló en perfecto español, sin embargo, el acento francés era innegable.


¿Te acuerdas de mí? –dijo.
No sé –me parece conocida.
¡Claro!, nos conocimos en Vauvert,  -¿recuerdas?
Me le quedé viendo fijamente a aquella mujer mientras hacía cálculos… Pero no podía ser. ¡Tenía que estar muerta hace mucho tiempo!


Su extraña risa que me permitió ver que no tenía ni un sólo diente, me sacó de mi ensimismamiento y recordé. 


Era la mujer que había requerido de mí para atender aquel horrible parto en Vauvert. No podía creerlo pero aún así, decidí aprovechar la ocasión para saber lo que nunca quise en su momento.
Olvidé por completo lo que me había llevado al populoso mercado. Invité a la anciana a tomar un café. El lugar estaba lleno y tuvimos que esperar a que se desocupara una mesita en un desaseado lugar donde, además de café, vendían grasosas empanadas y arepas.
¿Qué fue de la vida de aquel…niño? –expresé con ansiedad.
Ah,,,no lo ha olvidado –dijo como disfrutando de mi curiosidad.
No. Por supuesto que no. El aspecto del bebé era monstruoso…pero cuénteme. –agregué.
Bueno…-dijo la anciana, satisfecha por poseer una información que yo ansiaba.
¿Quiénes eran los padres? –agregué.
-       
Es Está bien…inició así el siguiente relato. El padre era un simple sargento de policía de la prefectura de Vauvert. Era audaz, corajudo. Durante mucho tiempo había intentado alcanzar el amor de una vecina mía, una costurera llamada Margot. Margot era una mujer muy avara y pretenciosa. Muchas veces rechazó al policía a quien consideraba poco para ella.


Durante mucho tiempo se escuchaba en Vauvert unos ruidos extraños, siempre de noche y que nos quitaba el sueño a todos. Esos ruidos provenían de una casa hace tiempo abandonada por sus dueños. Había sido construida con los restos del monasterio cartujo que años atrás estuvo allí. Contaban los ya muy ancianos de Vauvert que en ese monasterio lo único que se escuchaba, también durante las noches, eran unos ruidos y que ello había llevado a la demolición del monasterio. Nunca se supo qué pensaban los monjes cartujos. Usted sabe que son una orden que hacen votos de silencio así que nada que ver.
Cada día que pasaba, los ruidos eran más intensos así que los vecinos decidimos llamar a la policía. 


Inicialmente vino un guardia que, al parecer, aparte del ruido escuchó risas estridentes y horripilantes así que no se atrevió a entrar a la casa. Buscó refuerzos y estos a otros. Imagínese usted que llegó a venir todo un batallón. Penetraron a la casa –era de día- y no encontraron nada de particular. A instancias de los vecinos, se quedaron hasta que llegara la noche y comprobar así que los ruidos habían desaparecido…al llegar la noche, el ruido reapareció. Ahora sí todos escuchamos espantados las siniestras risas. Ninguno de los policías quiso entrar sino que se apostaron en las adyacencias de la casa, temblorosos. El jefe de policía se hizo presente y juzgó pertinente que sacerdotes de iglesias vecinas hicieran acto de presencia pues era probable que esos ruidos y risas tuviesen un carácter sobrenatural si acaso no absolutamente diabólicos.
Varios sacerdotes se apersonaron a la casa pero tampoco se decidieron a entrar. Se limitaron a realizar una misa y a bendecir el lugar con agua bendita. Posterior a eso se retiraron considerando que ya no había nada que temer, que la casa estaba libre de cualquier ente que en ella pudiera pulular.


Más temprano que tarde, los ruidos se reactivaron, no sólo con mayor estruendo sino que las risas que los acompañaban hacían pensar que dentro de la casa una auténtica orgía se estaba produciendo.
Ante tal situación, el policía de que antes te hablé se ofreció a entrar a la casa, no sin antes pedir una recompensa en monedas las cuales debían ser entregadas a mi vecina Margot en caso de que a él le ocurriera algo. Hasta allí llegaba el amor que le tenía.


El policía se armó con dos pistolas y un puñal y entró a la casa, no sin antes encomendarse a Dios. Su propósito era salir ileso de la situación y obtener la recompensa para tener oportunidad de alcanzar el amor de Margot.


El policía entró sigiloso. En la primera estancia que halló no encontró nada de particular. De pronto, vio una vieja puerta de color verde que lucía muy desgastada. La abrió con cautela y sus goznes resonaron como si durante años nadie hubiera abierto esa puerta. Luego observó dos o tres escalones pero más allá no lograba distinguir nada. Se devolvió a la estancia y vio un antiquísimo candelabro con tres velas a medio consumir. Encendió una cerilla y prendió las velas que de inmediato adquirieron un fulgor poco común. Apenas tres velas que debían estar resecas por tantos años en desuso iluminaron la estancia como si el mismísimo Sol hubiera penetrado en la casa. El policía tomó el candelabro y con paso seguro se dirigió a la puerta, iluminando los escalones. Empezó a descender sin ninguna dificultad. Los ruidos y las risas cada vez lo ensordecían más. Cuando llegó abajo, vio algo que nunca había visto. Se trataba de un bodegón repleto de vino de Burdeos pero lo extraño no era eso. Las botellas se movían al ritmo de una zarabanda que era más movida de lo usual. El hobby preferido del policía era la música y por ello notó esa singularidad que pocos hubieran percibido. Así, las botellas se desplazaban como quien baila sin estar siendo visto, es decir, a sus anchas.  La música, porque se trataba de música, provenía de una orquesta de botellas ubicada a mano derecha del bodegón, dispuesta en un escenario como alguna vez hubiera visto en una revista. La orquesta incluía no sólo botellas llenas – unas con etiquetas de color verde y otras de color rojo- sino botellas vacías y  otras rotas. Las funciones de cada quien parecían estar bien establecidas.


Las botellas de etiqueta verde representaban a los hombres, las de color rojo a las mujeres. Ambas tocaban con maestría los violines. Las vacías tocaban instrumentos de viento  y las rotas tocaban címbalos y triángulos.


El sargento, emocionado por el espectáculo musical, tomó una de las botellas de etiqueta roja y la apretó contra su pecho imaginando que pronto tendría el placer de saborear lo que debía ser un vino excelente por el prestigio que el vino de Burdeos siempre ha tenido. Con la botella en mano, se puso a tararear la zarabanda y, en un descuido la botella se le cayó haciéndose añicos contra el piso. La zarabanda se interrumpió al igual que el baile de las botellas y un silencio sepulcral inundó el bodegón.


El policía se llenó de horror cuando vio que el vino derramado parecía formar un gran charco de sangre y que el cuerpo de una hermosa mujer desnuda, de cabellos rubios que se extendían  por el suelo impregnándose del intenso vino rojo, yacía a sus pies.


Un alarido de espanto inundó el bodegón, provocada por todas las botellas al unísono.


Hasta ese instante, el policía no había tenido miedo pero la visión antes descrita y el espanto que percibía a su alrededor lo lleno de horror. Suspiró hondo, se llenó de valor. Tomó una botella de etiqueta verde y subió corriendo las escaleras. Ya en la entrada de la casa, levantó la botella como si fuese un trofeo y le dijo a sus compañeros que eran unos capones por no haber tenido el valor de entrar. Los soldados entraron en cambote a la casa y cada uno salió provisto de una botella.


Al policía se le concedió la recompensa y mientras sus compañeros se quedaron bebiendo en conjunto con los pobladores, él se llevó su botella de etiqueta verde, expresando que se la tomaría en su noche de bodas con Margot pues estaba seguro que ella ahora si lo querría como esposo  y así, en efecto, sucedió.
Margot accedió a casarse con el policía de mil amores y ambos tomaron de la botella de etiqueta verde que éste había guardado con celo. Justo nueve meses después y bajo los mayores dolores, Margot tuvo al niño que yo había ayudado a venir al mundo: el diablo de Vauvert.


Ya íbamos por el tercer café…la anciana lucía más que contenta. Además de la bebida, ya se había comido tres empanadas de cazón y dos arepas de chorizo.


Yo había perdido el sentido del tiempo y fue el repique de mi celular, con una canción llanera muy conocida la que me hizo volver a la realidad. Era un paciente que llamaba para saludar. Así eran mis pacientes. Puse fin a la conversación a la brevedad y, sin pausa le pregunté a la anciana qué había pasado con el niño y con sus padres.


Bueno mija…fue una fea historia –dijo invadida, repentinamente, por una especie de tristeza. El policía, que se llamaba Erasmo y la Margot, no salían de su sorpresa por haber tenido a aquel monstruillo. Empezaron a tener peleas casi a diario. Uno y otro se culpaban por haber engendrado un ser de ese aspecto y naturaleza pero lo cierto era que en ninguna de sus familias había ocurrido algo similar. Llevaron al niño a muchos médicos tratando de mejorar su aspecto: de quitarle ese color verde pero apenas lograron aclararlo un poco. 


Fíjese que llegaron a utilizar sustancias caústicas sobre su piel y no le hacía ni coquito. Luego quisieron que lo operaran para quitarle los cachos y la cola que, a la sazón, había crecido bastante pero, todos los cirujanos que lo vieron se negaron pues alegaban que el niño podía quedar con serios daños o incluso morir.


¿Y cómo era el comportamiento del niño? – pregunté tímidamente.
¡Pues ja, era un diablillo! –dijo la anciana, cuyos recuerdos parecían fluir sin mayor esfuerzo. Era terco, colérico y malicioso. En Vauvert empezaron a sucederse cosas raras. Un día, una quinceañera hermosa que tenía una espléndida cabellera, hija de una sobrina mía, amaneció calva; otro, una de las cosas más ridículas que he visto en mi vida fue que una casa desapareció. Era la mejor casa de Vauvert, cuyos propietarios se creían lo mejor del mundo y no trataban a nadie. Lo cierto es que un día vimos a los irritantes Nain, a los esposos, haciendo el amor, a una de sus hijas bañándose y a la otra en plena necesidad fisiológica. El pueblo no paró de reír en días; otro, ocurrió que una muchacha, el mismo día de su boda fue despreciada por su esposo al darse cuenta que no era virgen. Fue un triste espectáculo pues la muchacha era conocida por su buen ser y franqueza. Todos supusimos que el diablo de Vauvert había tenido que ver con aquello pues era un diablo muy enamorado tanto de hembras como de varones.


¿Y todo eso lo hacia el niño?  - dije, recordando la historia de Juan de la Luna.


Eso creímos todos –expresó con convicción. Agregó: -Erasmo y Margot empezaron a beber a diario, tanto, que llegó un momento que nunca estaban sobrios. Una mañana ella tocó mi puerta desesperada. Me contó que había tenido un sueño horripilante. La pobre mujer, antes hermosa, se tiraba de los cabellos y estaba toda sucia. Decía, pegando gritos que,  una botella de vino con una etiqueta verde se reía de ella y le decía que él era el padre de su hijo.


A los trece años el niño desapareció y en Vauvert ya nadie lo volvió a ver pero pensábamos  que andaba por el pueblo. Con los años supimos que sus efectos deletéreos hasta se hacían sentir en el propio París. A decir verdad, no sabíamos si todas las fechorías que le atribuían eran de su responsabilidad.


Erasmo y Margot envejecieron en un dos por tres. Los del pueblo no dejábamos de pensar que él había sido un impío y ella una avara.


P.D. aquí les dejo la canción de Juan de la Luna.

Por una noche de primavera
Hace cien años o más siquiera,
Bajo un ramo de perejil, sin ruido
Nació el pequeñito
Juan de la Luna, Juan de la Luna.

Era del tamaño de un champiñón
Frágil, delicado y guapetón,
Como un loro verde y amarillo
Hablaba con brillo
Juan de la Luna, Juan de la Luna.

Tenía un palillo por bastón
Guiñaba el ojo, cojeaba un montón
Y todo el año era su morada
Una calabaza
Juan de la Luna, Juan de la Luna.

Se veía pasar alguna vez
En un coche grande como una nuez
Y que por los senderos y cañones
Tiraban dos ratones
Juan de la Luna, Juan de la Luna.

Cuando se atrevía en los parques
De lejos, de cerca, de todas partes
Mirlos, pardillos en sus flautas
En turno repetían
Juan de la Luna, Juan de la Luna.

Cuando murió todos los lloraron
En su calabaza lo enterraron
Su tumba dice En paz descanse
Y su cruz, Aquí yace
Juan de la Luna, Juan de la Luna.

Caracas, 16 de julio de 2011.